Día 1
Hoy me ha llegado al fin mi tan añorada muñeca. ¿Cuánto tiempo llevo esperándola? Se me ha hecho una auténtica eternidad. Eso lo puede saber cualquiera que me vea las uñas, cualquiera que me haya descubierto saliendo de mi casa de madrugada para ver si había alguna notificación de un paquete en mi buzón del bloque. Pero ya está aquí. Y es preciosa. Es mucho más hermosa de lo que me esperaba.
La saqué de su caja con cuidado, moviéndome todo lo lentamente de lo que fui capaz. Cielos, estaba deseando palpar ese delicioso cuerpo de plástico, pero me daba tantísimo miedo romperla, sacarle una articulación de sitio, qué se yo. Ya se que es de material resistente, pero su aspecto es tan frágil…. El verla allí, entre los pedazos blancos de material de embalaje, desnuda, calva, con esa expresión tan dulce en su rostro, esos ojos turquesa de aspecto húmedo…. Sentí pena por ella. Era una indignidad mantenerla en ese estado más tiempo del estrictamente necesario. Cuando la saqué al fin de la caja me moví sobre mis pies descalzos, con pasos propios de una bailarina balinesa, hasta dejarla delicadamente sobre mi cama, con la cabeza descansando sobre un cojín. Si, sé que me comportaba de forma estúpida, como si mi muñeca fuera de porcelana en lugar de plástico. Pero también hay que tener en cuenta que me ha costado un auténtico dineral. He estado ahorrando un año entero para poder tenerla. Mi primera muñeca japonesa con articulaciones a bolas.
Estuve allí, sentada junto a mi cama, contemplando mi nueva muñeca casi media hora antes de atreverme a fijar el velcro sobre su cabeza y ponerle la peluca. En cuando lo hice el cambio fue espectacular. Había elegido para ella una larga melena color violín, el mismo tono de rojo del que tiño mis cabellos. Las dos tiras de velcro se unieron y de inmediato su larguísima melena cayó sobre sus hombros, cubriendo sus suaves pechos sin pezones, hasta llegar casi hasta su cintura. Después saqué de su envoltorio de plástico el vestido que había elegido para ella, un traje victoriano de fantasía, de encaje negro y con detalles en blanco. Cuando le puse las medias sobre sus piernecitas no pude evitar acariciar los pequeños deditos de sus pies. Todo en ella es tan hermoso que me conmueve. Si, creo que esa es la palabra más adecuada para describir lo que siento al mirarla. Acabé de vestirla atando los lazos que cierran su corpiño sobre su idealizado torso, y la senté sobre la pequeña silla que había comprado para ella mientras esperaba que me la enviaran.
Tanto tiempo deseando tenerla, tanto tiempo diseñando su aspecto, tanto tiempo esperando su llegada, pero hasta ahora no se me había ocurrido que nombre ponerle. Le puse un pequeño crucifijo plateado que había comprado para ella alrededor de su cuello, con una cadena adecuadamente diminuta, y besé su pálida frente. El material del que está hecha es tan sorprendente como había leído. Es simple plástico, pero con un tratamiento especial que le da un tacto similar al de la piel humana. Está fría, pero manipulándola puede ir adquiriendo calor, dando una ilusión de vida.
¿Ilusión? No, no creo que sea una mera ilusión. Una amiga, la que me habló por primera vez de muñecas como esta, me comentó en una ocasión que, para los japoneses, no hay nada que esté desprovisto de espíritu. Todo tiene alma para aquellos que son capaces de ver dioses en todas las cosas. Y también ella, también mi pequeña tiene un alma dentro de su cuerpo de plástico. ¿Cómo podría alguien dudarlo viendo la forma en la que me mira?
Anna, le dije, hablándole por primera vez. Te llamarás Anna.
No podía imaginar que fuera posible ser tan feliz.
Día 5
El idiota de mi jefe ha vuelto a regañarme hoy por salir de la tienda antes de que acabara mi turno. Tampoco es para tanto, solo por quince minutos. Mi relevo ya estaba allí, y yo tenía que ir a casa para…. para ver a Anna, confieso que lo hago por ella. Me paso todo el día pensando en ella, es la verdad. La echo de menos, deseo tanto…. mirarla, solo mirarla. Con eso me conformo. Esas fotos que le hice con mi teléfono móvil son demasiado pequeñas, de una resolución demasiado pobre. Tendría que comprarme una buena cámara, una que haga fotografías de alta resolución. ¿Para que quiero una muñeca japonesa si no puedo fotografiarla?
Hoy me ha llegado al fin mi tan añorada muñeca. ¿Cuánto tiempo llevo esperándola? Se me ha hecho una auténtica eternidad. Eso lo puede saber cualquiera que me vea las uñas, cualquiera que me haya descubierto saliendo de mi casa de madrugada para ver si había alguna notificación de un paquete en mi buzón del bloque. Pero ya está aquí. Y es preciosa. Es mucho más hermosa de lo que me esperaba.
La saqué de su caja con cuidado, moviéndome todo lo lentamente de lo que fui capaz. Cielos, estaba deseando palpar ese delicioso cuerpo de plástico, pero me daba tantísimo miedo romperla, sacarle una articulación de sitio, qué se yo. Ya se que es de material resistente, pero su aspecto es tan frágil…. El verla allí, entre los pedazos blancos de material de embalaje, desnuda, calva, con esa expresión tan dulce en su rostro, esos ojos turquesa de aspecto húmedo…. Sentí pena por ella. Era una indignidad mantenerla en ese estado más tiempo del estrictamente necesario. Cuando la saqué al fin de la caja me moví sobre mis pies descalzos, con pasos propios de una bailarina balinesa, hasta dejarla delicadamente sobre mi cama, con la cabeza descansando sobre un cojín. Si, sé que me comportaba de forma estúpida, como si mi muñeca fuera de porcelana en lugar de plástico. Pero también hay que tener en cuenta que me ha costado un auténtico dineral. He estado ahorrando un año entero para poder tenerla. Mi primera muñeca japonesa con articulaciones a bolas.
Estuve allí, sentada junto a mi cama, contemplando mi nueva muñeca casi media hora antes de atreverme a fijar el velcro sobre su cabeza y ponerle la peluca. En cuando lo hice el cambio fue espectacular. Había elegido para ella una larga melena color violín, el mismo tono de rojo del que tiño mis cabellos. Las dos tiras de velcro se unieron y de inmediato su larguísima melena cayó sobre sus hombros, cubriendo sus suaves pechos sin pezones, hasta llegar casi hasta su cintura. Después saqué de su envoltorio de plástico el vestido que había elegido para ella, un traje victoriano de fantasía, de encaje negro y con detalles en blanco. Cuando le puse las medias sobre sus piernecitas no pude evitar acariciar los pequeños deditos de sus pies. Todo en ella es tan hermoso que me conmueve. Si, creo que esa es la palabra más adecuada para describir lo que siento al mirarla. Acabé de vestirla atando los lazos que cierran su corpiño sobre su idealizado torso, y la senté sobre la pequeña silla que había comprado para ella mientras esperaba que me la enviaran.
Tanto tiempo deseando tenerla, tanto tiempo diseñando su aspecto, tanto tiempo esperando su llegada, pero hasta ahora no se me había ocurrido que nombre ponerle. Le puse un pequeño crucifijo plateado que había comprado para ella alrededor de su cuello, con una cadena adecuadamente diminuta, y besé su pálida frente. El material del que está hecha es tan sorprendente como había leído. Es simple plástico, pero con un tratamiento especial que le da un tacto similar al de la piel humana. Está fría, pero manipulándola puede ir adquiriendo calor, dando una ilusión de vida.
¿Ilusión? No, no creo que sea una mera ilusión. Una amiga, la que me habló por primera vez de muñecas como esta, me comentó en una ocasión que, para los japoneses, no hay nada que esté desprovisto de espíritu. Todo tiene alma para aquellos que son capaces de ver dioses en todas las cosas. Y también ella, también mi pequeña tiene un alma dentro de su cuerpo de plástico. ¿Cómo podría alguien dudarlo viendo la forma en la que me mira?
Anna, le dije, hablándole por primera vez. Te llamarás Anna.
No podía imaginar que fuera posible ser tan feliz.
Día 5
El idiota de mi jefe ha vuelto a regañarme hoy por salir de la tienda antes de que acabara mi turno. Tampoco es para tanto, solo por quince minutos. Mi relevo ya estaba allí, y yo tenía que ir a casa para…. para ver a Anna, confieso que lo hago por ella. Me paso todo el día pensando en ella, es la verdad. La echo de menos, deseo tanto…. mirarla, solo mirarla. Con eso me conformo. Esas fotos que le hice con mi teléfono móvil son demasiado pequeñas, de una resolución demasiado pobre. Tendría que comprarme una buena cámara, una que haga fotografías de alta resolución. ¿Para que quiero una muñeca japonesa si no puedo fotografiarla?
Le he enseñado las fotografías del móvil a una compañera de trabajo. Al principio pareció quedarse prendada de Anna, pero cuando empecé a hablarle de ella, de lo que siento por ella, creo que se sintió un poco incómoda. Es algo triste cuando no puedes explicar a los demás lo que siente. Creo que la gente común tiene la sensibilidad demasiado abotargada por este mundo tan acelerado en el que vivimos. Solo algunos somos capaces de disfrutar de la belleza y de dejarnos atrapar por ella, como yo hago con mi preciosa Anna.
Día 8
Hoy le he encargado dos nuevos vestidos a mi preciosa Anna. Me estoy gastando un auténtico dineral en ella, entre los nuevos trajes, las joyas y la cámara digital que le compré ayer. Hoy la he tenido durante dos horas posando para mí. Le costó algo al principio, pero conforme se iba relajando su belleza empezó a reflejarse en las fotografías. Las he colgado en internet, en varios foros de muñecas japonesas. Ahora mismo le estaba leyendo a Anna los comentarios que han provocado sus fotografías. Creo que me lo he imaginado, pero me ha parecido ver algo de rubor en sus mejillas.
Me sucede algo muy extraño cuando hablo con Anna. Al principio solo le decía un par de palabras dulces mientras la contemplaba, pero poco a poco fui contándole más. Le hablo de mi vida, de mi trabajo, de mis inquietudes, de lo mal que se ha portado conmigo el amor. Son cosas que normalmente me han hecho sufrir, pero cuando se las cuento a ella dejan de tener su importancia. Es como si me estuviera sacando pesos de dentro de mi corazón. Si, es exactamente eso. Debe ser el motivo por el que cada día me siento más ligera.
Día 12
Hoy he llegado tarde al trabajo. Ha sido solo por una hora, pero mi jefe me ha echado tal bronca que ha llegado a asustarme. Me ha dicho que es la última que me tolera. El muy idiota va y me dice: “Siempre has sido rara, pero desde hace un par de semanas estas empezando a dar miedo incluso a tus compañeras”. Me daría pena si no fuera tan cabrón. Todo lo que no es capaz de comprender se convierte para él en raro y digno de desprecio. Y mis compañeras son igual que él, aunque no lo expresen con tanta sonoridad y tantos tacos.
Lo peor ha sido cuando mi jefe me ha exigido que le explique porqué había llegado tarde. Le he dicho que me ha fallado el despertador. Odio mentir, se me da fatal. Lo que me ha ocurrido es que me he quedado mirando a Anna y he perdido la noción del tiempo. La he cogido de su silla, la he llevado a la cama conmigo y allí he estado acariciando sus cabellos y hablando en su pequeño oído de plástico, sintiendo una placidez que se que cualquiera me envidiaría. ¿Quién puede pensar en un estúpido trabajo de dependienta cuando se tiene cerca a algo tan hermoso como mi pequeña Anna?
Día 14
Hoy he terminado de coserme el traje, el que me he hecho a imitación del primer vestido de mi Anna. He vuelto a vestirla con él y luego me he puesto yo el mío y nos hemos hecho una foto las dos juntas. Casi me da vergüenza aparecer en la fotografía junto a Anna. Ella es tan hermosa…. Yo nunca podría ser tan hermosa como ella. No, mi cuerpo es demasiado delgado, mis labios demasiado finos, mis ojos demasiado grandes. No tengo su elegancia al posar, y mis dedos son demasiado grandes. Pero sé que a ella no le importa, ella no me juzga por mi apariencia. Incluso me ha dicho que estaba especialmente guapa con mi traje. Su voz es tan bonita… no me canso nunca de escucharla. Sus labios no se mueven, sencillamente la oigo hablar dentro de mi cabeza. Claro, es su alma quién me habla, no su cuerpo.
Después de fotografiarnos Anna me ha pedido ver el mundo que hay fuera de mi piso. Me he puesto mis botas, la he cogido con cuidado y hemos salido a la calle. Era ya de madrugada, pero no tenía sueño. Una de las ventajas de haberme quedado en el paro es que ya no tengo que madrugar por las mañanas. Hemos tomado un autobús nocturno hasta el centro. La senté a mi lado, sobre uno de los asientos de plástico naranja del autobús, y tomándola de la mano le he ido susurrando los nombres de todos los lugares junto a los que pasábamos. Había dos tipos de bastante mal aspecto en el autobús que no dejaron de mirarnos durante todo el viaje. Cuando bajamos me pareció oír a uno de ellos llamándome chiflada. Supongo que esos dos tipos no se han mirado nunca en el espejo.
Tuvimos la suerte de encontrar abiertos uno de los jardines públicos y estuve paseando por ella entre los árboles, en la oscuridad de la noche. Había mas gente allí, pero no eran más que yonquis y vagabundos y permanecían ocultos, entre los arbustos, posiblemente intentado dormir. Me senté junto a Anna en un banco de piedra y besé sus manitas y su rostro bajo la luz de la luna.
Entonces ocurrió algo que no me esperaba. Una pequeña forma surgió de entre las sombras, tras el grueso tronco de un árbol, y se acercó a nosotras. Era una niña, de poco más de seis años, cubierta por un enorme jersey de lana verde que parecía casi rígido por toda la suciedad que tenía pegada. Sus cabellos eran rubios y estaban recogidos en dos confusas trenzas, demasiado sucias para brillar bajo la tenue luz lunar. Su rostro manchado de negro era extrañamente imperfecto. A Anna no le gustó su presencia. Nada más verla empezó a pedirme que nos marcháramos, pero yo le dije que no ocurría nada, que no teníamos nada que temer. Por su acaso yo llevaba mi navaja escondida debajo de la falda. La niña terminó de acercársenos con algo más de timidez. Sus pies descalzos estaban tan sucios como sus manos. Miraba a Anna asombrada, con la boca abierta, mostrando sus escasos dientes. “Es muy bonita”, me dijo mirando a Anna. “Gracias”, le dije en nombre de mi pequeña. Entonces aquella sucia niña extendió sus manos hacia mi Anna y me pidió tocarla. Le dije que no y levanté a Anna del asiento de piedra para protegerla con mis brazos. Pero la niña insistió, de esa forma tan totalmente despiadada propia de los niños. Volví a decirle que no y tuve que levantarme del asiento para evitar que aquella maldita cría me arrancara a Anna de los brazos. Mi pequeña estaba gritando de puro terror. Yo misma veía aquellos sucios dedos de uñas rotas acercándose a la suave piel de mi preciada muñeca y estaba a punto de gritar. Finalmente la niña empezó a gritar también y tuve que apartarla de mi de la única forma que se me ocurrió. Cuando el talón de mi bota impactó en su rostro su grito se quebró a la mitad. La niña cayó de espaldas y golpeó el suelo con un sonido seco que me produjo un escalofrío. Estaba sangrando por la nariz, y por una de sus mejillas. Y no se movía.
Alguien la llamó desde las sombras. Si, debía ser a aquella niña a quien llamaban. Parecía una voz de mujer, cansada y terriblemente ronca. Me alejé corriendo de allí y no me detuve hasta que estuve fuera del jardín.
Me senté junto a Anna en la parada del autobús, esperando que pasara uno que nos llevara de vuelta a casa. Estaba temblando. Anna intentó tranquilizarme pero yo casi no podía oírla. “Fue por su culpa”, me dijo Anna. “Ella fue la que intentó tocarme sin permiso, ella fue quien te puso nerviosa. Tu no has hecho nada malo”. Pero yo no podía dejar de ver el rostro ensangrentado de aquella niña, la piel de su rostro lacerada por la suela de mi bota. Abracé a Anna y por primera vez me atreví a besar sus pequeños labios. “Te quiero”, me dijo ella. “No me importa lo que hagas, te voy a querer siempre”.
Cuando el autobús llegó, me encontró llorando abrazada a mi muñeca.
Día 20
Hoy he intentado salir a comprar algo, pero Anna me ha pedido que no la deje sola. Le dije que podíamos ir juntas, pero me pidió que no las sacara del piso. Después de lo que ocurrió la última vez, creo que tiene miedo del mundo exterior.
Casi no me queda nada en la nevera. Espero que Anna termine por calmarse pronto. Mañana voy a tener que salir pase lo que pase.
Día 21
Hoy le he dicho a Anna que tenía que salir, y ella me lo ha prohibido. Así, con esas mismas palabras. “Te prohíbo que me dejes aquí sola”, me dijo. Le dije que no tenía nada que comer, que no podía estar mucho tiempo así. Y ella me suplicó de nuevo que no la abandonara. Le dije que la llevaría conmigo, pero ella me gritó horrorizada que no quería salir fuera del piso. “No te ocurrirá nada”, le dije. “Voy a estar siempre contigo, no dejaré que nadie te haga daño”. Pero ella siguió gritándome, suplicándome desesperada. Estaba asustada, muy asustada. Hice un gesto para coger mis llaves pero resbalaron entre mis dedos y cayeron al suelo. Me quedé allí petrificada, mirando al llavero sobre las losas del suelo de mi pasillo. “¿Has sido tu?”, le pregunté a Anna. “¿Eres tú quien me ha hecho esto?”. Pero ella no me contestó. Se limitó a mirarme en silencio, como su fuera solo una vulgar muñeca.
Me acerqué a ella y me senté en la cama, a su lado. Acerqué una mano a su cabecita, pero no me atreví a acariciar sus cabellos.
“Perdóname”, le dije, pero ella siguió sin hablarme.
Día 23
Llevo ya dos días sin comer. Anna sigue sin hablarme. No sé que hacer para que me perdone. Le he suplicado, me he arrastrado ante el suelo con ella, pero no he conseguido conmover su frío corazón de plástico.
Mis llaves siguen en el suelo del pasillo. Cada vez que he intentado recogerlas han resbalado de entre mis dedos. Es ella quien me lo hace, no necesito oírla para saberlo. No sé como es capaz de hacer estas cosas sé que es ella. Tampoco me permite girar el pomo de la puerta de la calle. Solo necesito tocarlo para que toda la fuerza desaparezca de mis manos, como si me hubieran cortado los nervios a la altura de las muñecas.
He intentado buscar en internet información sobre lo que me está ocurriendo, pero no he encontrado nada. Busqué en un sitio web sobre nuevos movimientos religiosos japoneses y allí he encontrado algo que quizás tenga que ver. Era un artículo sobre los espíritus que habitan en los objetos inmateriales, como son creados, como pueden crecer y hacerse más fuertes, como pueden influir en los actos de los seres vivos.
Anna ha ido cogiendo pedacitos de mi alma para ir fortaleciendo la suya. Por eso puede dominar mis acciones, porque tiene pedacitos de mí dentro de su pequeño cuerpo de plástico. Es una idea tan hermosa que casi he eché a llorar. Pero creo que me he quedado sin lágrimas de tanto suplicarle a Anna que me perdone.
Día 26
Hoy me han llamado al teléfono. No sé quien era. En cuanto lo descolgué mis dedos me fallaron y el auricular volví a caer en su sitio cortando la comunicación. “¡Es que ni siquiera vas a dejarme pedir ayuda, maldita zorra!”, le grité a Anna. Pude escuchar como se reía desde mi salón.
Ya casi no soporto mi propio olor. No puedo quitarme este vestido que llevo, la copia que hice del traje de Anna. En cuanto intento hacerlo mis manos deciden que tienen otras cosas más importantes que hacer y se niegan a obedecerme. No puedo entrar en el cuarto de baño, ni en la cocina. Mis pies se niegan a cruzar el umbral de ninguna de las dos habitaciones.
“¿Es que quieres matarme?”, le pregunté a Anna.”¿Es eso lo que quieres?”.
Entonces conseguí al fin que me contestase.
“¿Quién es Yoko?”, me preguntó, de repente.
Las rodillas me fallaron, y no por efecto de mi muñeca. Tuve que sentarme en la cama y calmarme para recuperar el aliento.
“¿Cómo has podido saber eso?”, le pregunté a Anna.
“¿Cómo no iba a saberlo?”, me contestó ella, con tono burlón. “Te diré quien es Yoko. Es la zorra que ibas a comprar para reemplazarme”.
Así es como iba a llamar a mi segunda muñeca. Pero solo había empezado a mirar algunos diseños. No tengo suficiente dinero para comprarla. Era solo un maldito proyecto.
“No quiero reemplazarte”, le dije a Anna.”¿Es por eso por lo que me estás matando de hambre? ¿Por celos?”.
“Yo soy tuya, y tu eres mía”, me dijo Anna. “Haré contigo lo que me plazca”.
Supongo que me moví lo suficientemente rápido como para cogerla por sorpresa. Agarré sus piernas y la arrojé con fuerza contra la pared. Su cabeza fue la primera en estrellarse contra la dura superficie, con el “pop” de una articulación de bola al salirse del sitio. Anna cayó al suelo convertida en un confuso montón de extremidades de plástico y capas de encaje. Salí corriendo de mi habitación en dirección a la puerta de la calle. En cuanto puse mis manos alrededor del pomo, mi cabeza salió disparada y se estrelló contra la puerta.
Creo que he pasado al menos una hora inconsciente en el suelo de mi recibidor, sangrando de una brecha en mi frente.
Día 28
Hoy me he sentido morir. No aguanto más aquí dentro. Tengo que salir. Y si tengo que matar a esa maldita puta de plástico lo haré. No tengo miedo de hacerlo.
Día 29
Creía que no me estaba viendo cuando saqué las tijeras del costurero. Ella seguía allí, tirada en un rincón de mi habitación. Me arrodillé junto a ella, haciendo como que me suplicaba una vez más, con las tijeras escondidas en mi espalda. Le pedí perdón y acerqué una mano hacia ella, para distraerla. Entonces intenté apuñalarla.
Fue inútil. Mi brazo se detuvo a mitad del movimiento, tan bruscamente que el dolor me hizo gemir. Y un instante más tarde las tijeras se clavaban en mi cuerpo.
¿Cómo hemos podido terminar así? No lo entiendo.
Voy a morir aquí dentro. Ahora lo sé con total seguridad. Todavía puedo escuchar la risa de demente de Anna resonando dentro de mi cabeza. Me pregunto si seguirá riéndose de esa manera cuando yo haya acabado de desangrarme, con mis tijeras de coser clavadas en mi abdomen. A veces siento como mis dedos se mueven para enterrarme más aún las tijeras dentro de mi carne.
© 2008, Juan Díaz Olmedo
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