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Loreena McKennitt: Foro Iberoamericano de la Rábida, 18 de Julio de 2008

miércoles, 23 de julio de 2008

Al fin, tras una década siguiendo su carrera y disfrutando de su música, pude al fin ver en directo a una de las intérpretes mas interesantes de la música. Una creadora e intérprete que se ha caracterizado siempre por no dormirse en los laureles y llevar a cabo una continua investigación de nuevos ritmos, nuevos instrumentos y nuevas tradiciones musicales que combinar con la base céltica de su música para crear nuevas composiciones siempre llenas de belleza y energía.

Loreena apareció en el escenario con puntualidad, acompañada por nueve músicos y un murciélago que no hacía mas que revolotear sobre el escenario y le aportó una adecuada nota siniestra a la noche. Nada mas encenderse las luces atacaron los primeros compases de "Tango de Evora" demostrándonos lo que iban a ser las siguientes dos horas: Un espectáculo preciosista protagonizado por músicos de una profesionalidad y virtuosismo fuera de serie, acompañado por un entusiasmo y una forma de disfrutar de la música que no tardó en contagiar al público, haciéndonos olvidar el calor y los mosquitos que llevaban ya un buen rato atormentándonos. El repertorio combinó temas de toda su carrera junto con nuevos temas de su último disco "An Ancient Muse", con el que Loreena ha abandonado un retiro demasiado largo. Un retiro motivado por trágicas circunstancias y por una depresión que, afortunadamente, la intérprete y compositora canadiense parece haber dejado atrás, al menos a juzgar por su actitud en el escenario y por la bromas con las que salpicó sus diálogos con la audiencia.

En directo los temas de Loreena suenan de forma ligeramente distinta, con mucha más energía, con más protagonismo de la guitarra eléctrica y de la percusión. Además de encargarse de la parte vocal, a lo largo del concierto Loreena se encargó de tocar el arpa, el órgano, el piano y el acordeón. Una versatilidad que compartían todos los músicos que la acompañaban, y que demostraron a lo largo de la noche en las ocasiones en la que los arreglos de los temas les dejaban lucirse. Ellos eran los primeros que estaban disfrutando de la ocasión, y como siempre ocurre eso se dejó ver en su música y en su actitud en el escenario.

Después de abandonar el escenario, Loreena y el resto de la banda volvieron a salir dos veces más, finalizando el concierto con "Dark Night of The Soul". Loreena tocó esta última canción al piano, disculpándose por necesitar la letra de la canción (un poema de San Juan de la Cruz) debido al tiempo que llevaba sin cantarla. Al poco de empezar a tocar un golpe de viento tiró del atril una de las dos hojas con la letra. Casi sin hacer ninguna pausa, Loreena siguió tocando mientras se aguantaba un ataque de risa mientras uno de sus compañeros se encargaba de corregir el pequeño desastre. Una demostración de la profesionalidad y el buen humor que todos los intérpretes demostraron a lo largo de la noche.

Tan encantadora y elegante como siempre, Loreena acabó la noche despidiéndose de la audiencia y deseando tener la ocasión de volver a tocar para nosotros muy pronto. Al menos en mi caso, el deseo es mutuo.

© 2008, Juan Díaz Olmedo

Publicado por Juan Díaz Olmedo en 8:00 0 comentarios  

Etiquetas: Artículos, Música

Robert Johnson: La leyenda del hombre que inventó la música del siglo XX

domingo, 11 de mayo de 2008


Pocos músicos ha habido en la historia reciente más influyentes que Robert Leroy Johnson, un guitarrista de blues norteamericano que falleció en 1938 a la temprana edad de 27 años. Al mismo tiempo, pocos personajes de la historia de la música son tan misteriosos y han originado tantas leyendas como este bluesman de tortuosa vida.

Son poquísimos los detalles que se conocen de la vida de Robert Johnson. Se cree que nació en Hazlehurst, en el sureño estado de Mississippi, alrededor del 8 de Mayo de 1911, siendo el decimoprimer hijo de Julia Mayor Dodds. Su padre, Charles Dodds y su madre ya no se encontraban casados cuando él nació, así que Robert nunca llegó a usar el apellido de su padre, empleando en su lugar el apellido de soltera de su madre. No está claro tan siquiera si el joven Robert llegó a asistir a la escuela. Algunos testimonios de la época aseguran que era analfabeto (Una condición por desgracia muy común entre los negros americanos de aquel entonces) mientras que otras hablan de su excepcionalmente clara y preciosista caligrafía. Una firma especialmente hermosa encontrada en un certificado de matrimonio a nombre de Robert L. Johnson suele emplearse como prueba de la, al menos, básica instrucción del joven Johnson.

No está muy claro tampoco de donde le vino la afición a la música. Son House, un famoso músico afroamericano de blues de aquel entonces, declaró que un jovencísimo Robert Johnson, con conocimientos rudimentarios de guitarra, empezó a seguirlo obsesivamente deseando aprender de él. Conmovido por el interés del joven, House lo tomó como discípulo e intentó enseñarle su propio estilo de guitarra. Fue inútil. El joven Robert Johnson era, según palabras de House, un auténtico negado para la música. Tras recomendarle que se dedicara a otra cosa, sus caminos se separaron. Poco después, Robert Johnson dejó la zona de Robbinsville donde se había criado. Cuando regresó, tiempo después, Robert Johnson era capaz de tocar la guitarra con una habilidad que el mismo Son House calificó de "milagrosa".

¿Que ocurrió durante el tiempo en el que Robert Johnson estuvo lejos de casa? ¿Como consiguió adquirir esa asombrosa habilidad que dejaba asombrados a los músicos mas experimentados? No se sabe lo que ocurrió realmente. Lo que se cuenta es material propio de las leyendas.

Se dice que alguien le dijo al joven Robert Johnson que para conseguir su deseo de ser el mejor músico de blues debía buscar un cruce de caminos y allí esperar hasta que alguien apareciera. Johnson siguió el consejo y, solo con lo puesto y su guitarra, se dirigió a un cruce de caminos cerca de la plantación de Dockery. Allí, a media noche, un hombre de piel tan negra como la noche se apareció ante él y le ofreció un intercambio. Ese hombre oscuro era, por supuesto, el mismísimo Lucifer, y el intercambio consistía en el alma de Robert Johnson a cambio de una habilidad musical asombrosa, sobrehumana, que le permitiera convertirse en el rey del blues del delta del Missisippi. Menos de un año después Robert Johnson ya era considerado el mejor músico de blues de todo el sur de Estados Unidos, y había creado un estilo propio que hacia palidecer al de sus predecesores.

Lo cierto es que leyendas de ese tipo, en las que el diablo se aparecía a alguien y le ofrecía alguna habilidad especial a cambio de su alma, eran muy comunes tanto entre los negros americanos como entre los habitantes blancos del profundo sur. Versiones similares a la leyenda de Robert Johnson existen para explicar la habilidad prodigiosa de violinistas, jugadores de cartas o incluso carteristas. Además, pensemos que en aquella época, al menos a ojos de los ignorantes habitantes blancos del profundo sur estadounidense, todo lo relacionado con los negros tenía una aureola satánica, sobre todo aquella música infernal que tocaban.

Incluso saliéndonos del sur de los Estados Unidos de principios de siglo podemos encontrar leyendas similares asociadas a personajes históricos, como a Nicolás Paganini, del que se decía que tocaba un violín encordado con vísceras humanas y que encerraba las almas de su esposa y su amante, asesinadas como tributo al príncipe de las tinieblas.

Sin embargo, hay algunos detalles de la vida posterior de Robert Johnson que han reforzado la leyenda convirtiéndola en una de las más famosas de la historia musical reciente. En cierta forma, Johnson se comportaba como un hombre maldito. Adoptó un estilo de vida nómada, moviéndose sin parar de un pueblo a otro a lo largo del delta del Missisippi. Parecía, según algunos de sus contemporáneos, que no pudiera permanecer demasiado tiempo en ninguna parte, que hubiera alguna fuerza misteriosa que le impulsara a mantenerse siempre en el camino, siempre pasando por cruces de caminos como aquel en el que consiguiera su habilidad a cambio de su alma. A llegar a un nuevo pueblo, lo primero que hacía Johnson era ponerse a tocar en alguna esquina, preferentemente en las barriadas de mayoría negra, recogiendo las monedas que los viandantes dejaban en su sombrero como si fuera un mendigo. Durante esa actuación improvisada podía surgirle algún contrato algo más sustancioso para esa misma noche. Incluso cuando su fama se había extendido por todo el sur de Estados Unidos, Johnson siguió comportándose de la misma manera, como un vagabundo. Testimonios de la época cuentan que, en una ocasión, Johnson había sido invitado a tocar en un festival de blues. La hora de inicio de su actuación había llegado pero Johnson todavía no había aparecido por el pueblo. Suponiendo que no iba a acudir, el resto de los músicos del festival salieron al escenario a tocar. Hacia poco tiempo que habían empezado cuando Johnson apareció, con arena del camino todavía en sus botas, y sin detenerse en ningún momento subió al escenario, tomó asiento y sacó su guitarra. Dos segundos más tarde, había cogido el hilo del tema que se estaba tocando y comenzaba uno de sus asombrosos solos. Cuando el recital estaba a punto de terminar, Johnson volvió a coger sus bártulos, saludó educadamente al resto de los músicos y al público y abandonó la sala y el pueblo, de nuevo caminando.

El cazatalentos H. C. Speir convenció a Johnson para que grabara su música y aprovechara la entonces naciente industria musical. Solo llegó a grabar dos discos, uno en 1936, en un estudio improvisado en la habitación de un hotel de San Antonio, y el otro en 1937, en Dallas. Entre estos dos discos Johnson grabó solo veintinueve canciones. Su leyenda habla de una trigésima canción que se perdió en algún momento del proceso de conversión de las cintas a discos, y que constituiría una especie de santo grial para los coleccionistas de material discográfico. En estas grabaciones descubrimos a un Robert Johnson de sonido enérgico, con una técnica instrumental tan prodigiosa que Keith Richards, el guitarrista de los Rolling Stones, creyó al escucharlas por primera vez que había más de una guitarra sonando. Se ha llegado a argumentar que el sonido de las grabaciones está acelerado, aunque la mayoría de las pruebas y la simple lógica lo desmiente (Se podría haber acelerado el sonido por accidente en una de las grabaciones, pero es casi imposible que en dos grabaciones separadas por el tiempo y con equipos diferentes se hubiera producido exactamente el mismo accidente y a la misma velocidad).

Como si quisiera fomentar su propia leyenda, Johnson habla en sus canciones de cruces de caminos y de su relación particular con el diablo. Según muchos que le conocieron, cuando hablaba del diablo no se refería al concepto cristiano de Satán, sino al díos Legba, de tradición africana y adorado por cultos afroamericanos como el hoodoo de Nueva Orleans. Si Johnson creía realmente en estos cultos o si sencillamente estaba empleando el folklore de su gente para sus canciones es motivo de debate.

Johnson murió el 16 de Agosto de 1938, en un cruce de caminos cerca de Greenwood, en Mississippi. Esto no hizo más que acrecentar su leyenda negra personal. Hay varias versiones sobre la causa de su muerte, pero casi con total seguridad se debió a un envenenamiento por estricnina, provocado por un marido celoso.

Su vida había acabado, pero la influencia de su música estaba a punto de comenzar. En los siguientes veinte años, pocos artistas afroamericanos recordaron siquiera el nombre de Robert Johnson. Para ellos había sido poco más que una estrella fugaz, alguien que había brillado durante un corto periodo y que al desaparecer no había dejado nada tras él. Pero las grabaciones de Johnson y su sonido enérgico y de ritmo acelerado tuvieron una influencia radical en los músicos de blues blancos, que de inmediato se convirtieron en los herederos de su legado. Con la influencia de Johnson, el primitivo blues del delta del Missisippi pasó a convertirse en otra cosa, en algo que un día, mucho tiempo después, un locutor radiofónico bautizó como rock and roll.

Ha sido denominado "El músico de blues mas importante de la historia", y "El padre del rock and roll". Bajo ese último nombre es homenajeado en el Rock and Roll Hall of Fame. Robert Plant, de Led Zeppelin, dijo en una ocasión que todos los músicos de rock le debían su existencia a Johnson. No deja de ser poéticamente apropiado que una música que desde siempre ha sido considerada "demoníaca" por los sectores mas reaccionarios fuera originada por alguien que vendió su alma al diablo. Cada vez que escuchamos un disco de rock, de pop, de punk o de cualquiera de las ramas en las que la música de influencia americana ha ido dividiéndose a lo largo de los años, no estamos oyendo sino los ecos de la guitarra de un enigmático músico vagabundo del delta del Missisippi.

© 2008, Juan Díaz Olmedo

Publicado por Juan Díaz Olmedo en 16:57 4 comentarios  

Etiquetas: Artículos, Música

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