tag:blogger.com,1999:blog-63307874250903000052024-02-07T04:27:50.443+01:00The Sideshow Freaks SocietyBlog Literario de Juan Díaz OlmedoJuan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.comBlogger29125tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-67711265378719274222008-10-09T15:02:00.002+02:002008-10-09T15:03:32.055+02:00Diabolus In Musica - Capitulo 9<div align="justify"><strong>Tres años después</strong><br /><br /> El rostro de Zona le contempla con ojos ciegos de cristal desde el escaparate, su belleza deliciosamente retocada por los maquillajes más selectos, sus cabellos minuciosamente peinados alrededor de su dulce rostro para enfatizar esa faceta felina de sus rasgos. Extiende una mano hacia los presentes en un gesto misterioso mientras surge de una artificial oscuridad conseguida en un estudio fotográfico, con el resto de su grupo aún en las sombras, tan solo insinuadas sus siluetas. A nadie le importan, nadie se fija en ellos. Solo en ella, en la deliciosa Zona, aunque ya nadie la conozca por ese nombre.<br /><br /> Alex la contempla con una sonrisa en sus crueles labios, mientras una dependienta de los grandes almacenes, con expresión aburrida, cierra la verja del escaparate donde se expone la enorme fotografía, una de las muchas que decoran la ciudad, y otras muchas ciudades alrededor del mundo, promocionando el nuevo disco de la que llaman Reina de los Gatos, la nueva diosa de la música gótica. Alex no hace más que oír hablar de su extraña y turbadora música, del toque suavemente desquiciado de sus letras y de su tenue y dulce voz. Circulan leyendas sobre ella, hay quien dice que fue víctima de una violación, e incluso en una leyenda delirante que afirma que un asesino en serie la mantuvo secuestrada por semanas. Solo así pueden los que la escuchan justificar la turbadora sensación que sus canciones les provocan.<br /><br /> Afortunadamente, piensa Alex, nadie sabe la verdad. Y si se supiera, nadie se atrevería a creerla.<br /><br /> Se abotona su gabán, temerosa de que la niebla helada que surca la superficie del río le arrebate el poco calor que atesora en su cuerpo. Dirige una última mirada a la fotografía y le lanza un beso, ignorando la expresión de perplejidad de la aburrida dependienta, que continúa luchando con una cerradura que no parece funcionar. Se gira y avanza hacia el río, hacia uno de los puentes que lo cruzan, de vuelta a su nuevo hogar.<br /><br /> Mientras cruza el ancho río mira a su alrededor, a una ciudad que comienza a sumirse poco a poco en un hermoso letargo. Llegó aquí hace tiempo, huyendo de demasiadas cosas. Se detiene un momento en la barandilla del puente, mirando la parte vieja de la ciudad, que muestra ante ella su estudiada iluminación. Si, es un hermoso lugar. Fue todo tan apresurado que ni tuvo tiempo de mirar sobre su hombro y ver lo que había dejado atrás. Fue tiempo después cuando se atrevió a investigar, cuando descubrió en una hemeroteca la noticia de la extraña muerte de un grupo de música underground. Tan solo una superviviente, que había presenciado la grotesca masacre, y había descrito a un asaltante misterioso que nadie había encontrado, pero que se había cobrado más vidas esa noche en otras partes de la ciudad. Era un suceso que todavía resurgía de vez en cuando en forma de nuevas teorías en las páginas de la prensa sensacionalista. El Halloween Sangriento, lo llamaban. Tardó un poco más en averiguar lo que había ocurrido con los cadáveres. Al fin lo averiguó, por una obra de investigación de no mucho prestigio que surgió un año después. No se habían encontrado familiares de las víctimas, ni ninguna documentación que los identificara. A petición de la única superviviente, que permanecía en el anonimato, se habían incinerado los restos.<br /><br /> Alex se sintió horrorizada al leer aquellas palabras. Por un tiempo se negó a aceptarlo, desconfiando de las fuentes en las que aquel libro barato podría basarse. Pero después comprendió que era cierto, que debía serlo. Ella lo sabia, sabía lo que eran, y tras lo que había visto era lo más lógico. Y aquella comprensión le arrancó una sonrisa despiadada. Aunque le costó encontrar la dirección, consiguió enviar a Zona una carta de agradecimiento, tan solo un pedazo de cartulina en blanco con sus labios marcados con carmín y su nombre escrito con rotulador. No adjuntó remite. No esperaba volver a saber de ella hasta que escuchó su voz en la radio.<br /><br /> La brisa llega helada del norte, presagiando las nieves que traerá un invierno que acaba de comenzar. Alex se frota los brazos por encima de su abrigo y mira la esfera finamente decorada de su reloj de bolsillo. No quiere llegar tarde a su cita. Mete las manos enguantadas en los bolsillos y continua su camino, cruzándose solo con un solitario autobús medio vacío.<br /><br /> Cuando pasa frente a la catedral, le sorprende el sonido de una guitarra acústica rompiendo el falso silencio de la noche. Aminora la marcha para escucharlo con detenimiento, mientras busca su origen con la mirada. Al fin lo encuentra, apenas un pequeño punto distante, bajo el gran arco de la tenebrosa catedral gótica, un músico callejero que desgrana una vieja canción de los tiempos en que Alex era mortal, una canción mítica como pocas que relata una vieja leyenda celta con sones de rock. Se esfuerza apenas un instante y recuerda la letra, y comienza a cantarla en voz alta mientras camina.<br /><br /> Al fin llega al bonito barrio bohemio, iluminado por las melancólicas farolas de metal negro y vidrio ocre y las luces cálidas que surgen del interior de los cafés, con la promesa de calor y buena cerveza. Alex se dirige al café que ostenta la pintoresca enseña de un cuervo sobre un busto clásico. Abre la puerta de madera color burdeos y se detiene un instante en el umbral, sintiendo la bendición que emana del caldeado interior.<br /><br /> Su cita ya ha llegado, la ve mirándola con ojos tímidos, en el lugar más alejado de la entrada. Se acerca a ella lentamente, deleitándose de la fascinación que despierta en la romántica jovencita de largos cabellos rubios. Se sienta junto a ella sin decir palabra y se quita lentamente los guantes, sin dejar de mirar esos ojos verdes en los que la timidez se confunde con el miedo. Deja los guantes de cuero sobre la mesita de blanco mármol y mira por un momento sus largas uñas pintadas de negro.<br /><br /> -Buenas noches-susurra.<br /><br /> Ella tan solo asiente. Alex se imagina lo que puede estar cruzándose por la mente de la joven. Quizá creyó que ella no existía, que era solo una leyenda, o quizá una broma demasiado elaborada. Desde que llegó a la ciudad, Alex ha estado forjando su nueva existencia poco a poco, creando rumores que se ha encargado de fomentar con sus actos, consiguiendo una pequeña fama como poeta y cantautora, pero permaneciendo al mismo tiempo en el misterio. Tan solo permitió que una fotografía suya apareciese una vez en una publicación local, y era tan borrosa y oscura que tan solo se adivinaba su rostro. Una editorial underground le publicó su libro de poemas "Yonki Sanguíneo", lleno de claves e insinuaciones para todo aquel que se atreviese a leerlas. Y cuando comenzó a escribir sus propios poemas en las paredes de los callejones oscuros, no le sorprendió ver que pronto otras la imitaban empleando sus propias palabras. Cuando reveló la forma de contactar con ella, en forma de poesía, no tardó en recibir proposiciones enigmáticas y poéticas.<br /><br /> "Quiero ser tu absenta, que me saborees en tu delirio", había escrito aquella chica hacia dos noches, bajo uno de sus poemas, empleando una barra de labios de color negro.<br /><br /> Y aquí está ahora, deseando que me alimente de su dulce y cálida sangre.<br /><br /> Alex llama a la camarera e invita a la chica a una cerveza. Le susurra tenuemente al oído que así su sabor será más dulce, y siente el escalofrío que sus palabras desencadenan en la joven. Por un largo momento, mientras la jovencita bebe su cerveza en cortos tragos, juguetea con sus gélidos dedos sobre su cuello y su nuca. Esta totalmente hechizada por ella.<br /><br /> Salen de allí, sintiendo el mordisco implacable del frío que azota la calle. Un pequeño portal y una escalera empinada llevan al refugio de Alex, un lugar pequeño con un encanto que no creía ser capaz de encontrar en ningún lugar. La joven deja que la tumbe en uno de los divanes rojos del salón, y que prepare cuidadosamente los instrumentos de su poética depredación.<br /><br /> Alex ha llevado su filosofía al extremo en todos estos años. Comenzó matando menos cada vez, alargando los periodos de abstinencia lo más posible, hasta llegar al límite que le impediría conseguir nueva sangre. Y no le sorprendió descubrir que ese límite se hacia cada vez mayor, hasta que no tuvo necesidad de matar, hasta que con solo una pequeña ración de cálida sangre extraída de un cuerpo vivo cada semana tenía suficiente para mantener el calor interior. Sabe que todo ese control es ilusorio, siente la tentación de tomar la deliciosa sangre de la jovencita aquí mismo, de segar su vida rajando su cuello e inundando su boca del elixir de sabor acerado que contiene. Pero la disciplina a la que se ha sometido durante este tiempo le ha dado una cierta sabiduría, una cierta paz interior a la que no está dispuesta a renunciar.<br /><br /> Sube la manga del jersey negro de la chica y le ata una goma por encima del codo, para que las venas se le marquen en su pálida piel. Hace lo mismo con su brazo, y coloca una aguja nueva en su bonita jeringuilla de cristal. Se inclina sobre la chica, que la observa extasiada, y deposita un beso sobre sus labios entreabiertos al tiempo que hunde la aguja en una de las venas de su brazo. La chica exhala un hermoso gemido mientras la sangre es drenada de su cuerpo. Alex clava la jeringuilla llena en su brazo y la vacía, sintiendo como el calor la inunda, acariciando todo su cuerpo desde el interior. Lo repite una y otra vez, sin dejar de besar a la chica, susurrándole oscuras poesías al oído que improvisa sobre la marcha, dejando que la sangre que le roba le inspire.<br /><br /> Cuando la chica comienza a sentirse débil, Alex se detiene. Su admiradora la contempla en silencio mientras vuelve a introducir sus artilugios sanguíneos en el viejo maletín de cuero donde los guarda. Cuando nota que Alex guarda la jeringuilla todavía llena de sangre, se sorprende.<br /><br /> -¿Por qué no la usas?-pregunta tímidamente, casi en un susurro.<br /><br /> Alex cierra el maletín y la mira con una sonrisa.<br /><br /> -Me la reservo para luego-le dice.<br /><br /> La chica se limita a sonreír.<br /><br /> Vuelven a besarse en la despedida, con la promesa de volver a encontrarse, quizá muy pronto. Y Alex vuelve al interior de su pequeño hogar y llevando su maletín asciende los escalones de madera que la llevan al desván, hacia una alargada caja de madera medio oculta bajo una lona gris. Retira la lona y levanta lentamente la tapa de la caja, dejándola a un lado. Después se arrodilla junto a la caja y contempla su interior en silencio por un momento, como siempre hace.<br /><br /> Ya no queda ninguna marca de la herida que le provocó aquella noche maldita. La sangre que llevaba en su cuerpo la curó lentamente, y hoy su pálida piel aparece sin ninguna marca. El pequeño cuerpo de Voltaire descansa sobre un lecho de satén negro, completamente desnudo, tan hermoso como siempre. Sus ojos azules están cerrados, y en su rostro aparece una expresión de calma que reconforta de alguna forma a Alex cuando lo contempla. Besa suavemente la frente de Voltaire y acaricia sus cabellos, mientras le susurra una canción de cuna. Voltaire ha permanecido inconsciente desde que Alex atravesó su corazón con su propia navaja. Se diría que su mente o que su deseo de vivir fue consumido por aquella ansia frenética que la había poseído. Pero Alex sabe que aún hay algo dentro de esa hermosa envoltura.<br /><br /> Alex abre el maletín y saca la jeringuilla llena de sangre aún caliente. Clava la aguja en el cuello de Voltaire, justo en la carótida, y vacía el cilindro lentamente. Siempre le guarda un poco de la sangre que consigue, con la esperanza de poder arrancarla de ese letargo en el que está sumida. Cuando termina de inyectarle, besa sus fríos e inmóviles labios y vuelve a cerrar la tapa. Cubre la caja y se aleja del desván, de vuelta a su bohemia existencia.<br /><br /> En la completa oscuridad del interior de la caja, Voltaire abre lentamente los ojos.<br /> <br /><a href="http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/">http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/</a> <br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo</div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-52960914234977811602008-10-06T08:00:00.001+02:002008-10-06T08:01:33.641+02:00Diabolus In Musica - Capitulo 8<div align="justify"> Sabe que están cerca. Lo sabe dentro de ella, una sensación que culebrea enroscándose lentamente en sus entrañas, llevando el calor de la excitación y la alerta allá donde solo hay frío.<br /><br /> El lugar ha cobrado vida al llegar la noche. En la oscuridad, sus contornos se desdibujan, lo hacen parecer más grande. Hay cientos de luces que destellan erráticamente, creando aún más oscuridad al deslumbrar a todos los presentes, jóvenes de cuerpos cálidos cubiertos de negro que contemplan el escenario, el único lugar iluminado por una luz directa. En él, un joven de largos cabellos toca un órgano electrónico haciéndolo sonar como un viejo clavicordio, acompañado por otros dos jóvenes de largos gabanes de cuero y guitarras eléctricas que producen riffs dispares que se unen en una melodía inquietante.<br /><br /> La música ha cambiado mucho, se dice a sí misma Alex, mientras contempla el rostro frío y casi malvado de los ejecutantes, la forma en la que miran por encima de las cabezas del público que los contempla entregados, bailando al son que ellos crean. Son dioses por un instante, son el centro de las vidas de los que les rodean, y lo saben. Disfrutan de ese momento con arrogancia, embriagados por su superioridad. No es como cuando ella cantaba, piensa Alex. No hacen partícipes a su audiencia del ritual que están creando. Si, les hacen disfrutar, pero no les llevan al éxtasis dionisiaco que les es demandado por cada mirada de admiración. Alex da un corto sorbo a su vaso de crema irlandesa y aparta su vista del escenario, prefiriendo sumirse en sus pensamientos. Su mirada se cruza accidentalmente con la de un chico de pobladas patillas y aspecto lobuno, que está junto a ella en la barra, en un lugar ligeramente apartado, medio ocultos tras una columna. El joven esboza un tipo de sonrisa que Alex conoce muy bien, pero ve algo en los ojos de la vampira que hiela esa sonrisa y le hace concentrarse en su jarra de cerveza.<br /><br /> Son pensamientos lúgubres los que cruzan la mente de Alex. No es la primera vez que duda de lo que se dispone a hacer. No debería estar aquí, se dice a sí misma. Debería estar ahí fuera, debería seguir buscando a Voltaire, encontrarla y irme con ella lejos de aquí. Renunciar a esta absurda venganza que no lleva a nada. Ellos creen que estoy muerta, y aunque supieran que vivo, no serian capaces de seguirme.<br /><br /> Pero es algo que necesita hacer, una necesidad tan irracional que ni para convencerse a sí misma es capaz de explicarla. Es algo casi animal, la necesidad primordial de eliminar a aquel que puede constituir una amenaza para ti, o para los demás. Y además está Zona, la pequeña y dulce Zona, a la que ha prometido proteger, a la que quizá no dejen escapar fácilmente. La navaja de Voltaire descansa en un bolsillo de sus pantalones, pero no sabe si tendrá el valor para usarla, para degollarles rápidamente, para que todos les den por muertos y acaben en una fosa común. En el rostro de Alex se dibuja una sonrisa que helaría la sangre del mismo Satán. Sí, piensa, eso seria poéticamente justo. Pero aunque no sea capaz de atacarles, de matarles, al menos quiere que sepan que fracasaron, que no pudieron con ella.<br /><br /> El grupo hace atronar sus guitarras en un crescendo endiablado que termina de golpe, y sin decir palabra abandonan el escenario. Comienza a sonar música grabada mientras una decena de proyectores ocultos decoran las paredes del local con escenas de películas de terror. Las luces del escenario se atenúan, pero Alex puede distinguir a Anais y al resto de los Sonámbulos que comienzan a prepararse sobre él. Termina la crema irlandesa de un solo trago, sintiendo como su frío se va tornando calor al llegar a su estómago, como esa calidez falsa la va desentumeciendo poco a poco al deslizarse en su sangre.<br /><br /> El escenario vuelve a iluminarse de repente, y el público recibe a los Sonámbulos con una sincera ovación que hace sonreír a Anais.<br /><br /> -Truco o trato-susurra sensualmente en su micrófono antes de comenzar a tocar.<br /><br /> *****<br /><br /> Voltaire nota como se va volviendo desagradablemente fría, como la sensibilidad comienza a desaparecer de la punta de sus dedos, de la raíz de sus cabellos. Hace solo un día que dejó casi completamente seco a aquel indigente, pero parece que no ha sido suficiente. Debe conseguir más sangre, debe hacerlo para que sus manos dejen de temblar y de sacarla de quicio. Pero ahora no tiene tiempo para eso.<br /><br /> Hace un buen rato que ha prescindido de las gafas oscuras. Todo está demasiado oscuro a su alrededor, y ha descubierto que pese a lo que digan las leyendas no tiene ningún don especial para ver en la oscuridad. Se detiene un momento y mira a su alrededor, intentando orientarse. Hace mucho que no va a la Cueva de los Bohemios, casi no recuerda el camino, y está tan nerviosa que teme pasarse cualquier desvío y llegar tarde a lo que sea que vaya a ocurrir. Está segura que Alex va a estar allí, que va a enfrentarse a ellos. Se lo dice un cosquilleo inaguantable detrás de los ojos, se lo gritan las polillas de alas aceradas que mortifican su frío estómago. Y ella necesita estar allí con ella, a su lado, decirle que sigue siendo su sirvienta, implorarle clemencia por su atrevimiento.<br /><br /> La calle está iluminada por la tenue y amarillenta luz de viejas farolas y los chillones y tristes neones de varios locales de mala nota. Sí, esta calleja le es familiar. Está cerca, muy cerca de allí. No sabe como va a entrar, aunque quizá pueda colarse por la puerta de atrás. Si Anais actúa esta noche, podrá decir que viene con ella, que ha llegado tarde. Usará sus encantos para seducir a quien esté en la puerta, para que le deje entrar por la nunca pronunciada promesa de algo que nunca ocurrirá. Se pregunta que ocurrirá si se cruza con ellos, con Gareth y Sherri, si será capaz de reconocerlos, como reaccionarán ellos al encontrar una vampira a la que no conocen.<br /><br /> Nada puede dañarme, se dice a sí misma, sintiendo como esa verdad difícil de creer calma suavemente sus nervios cada vez que la pronuncia. Mi voluntad es más fuerte que la suya, se dice a sí misma, y lo repite una y otra vez, la antigua técnica mágica de hacer algo real repitiéndolo cientos de veces, tornándolo en una especie de trance hipnótico, mientras cierra las manos en puños crispados para evitar que sigan temblando. Esta cerca, muy cerca. Entonces es cuando el olor de la sangre asalta sus sentidos y se apodera implacablemente de ellos.<br /><br /> Gira una esquina y lo ve frente a ella, de espaldas, cubierto por un gabán negro, asomado al interior de un callejón, apoyado en la pared como si las piernas no le sostuvieran. Es de él de quien proviene ese olor, esa deliciosa e irresistible promesa de calor, de pura vida para calmar su ansia. Sí, quizá deba hacerlo, quizá sea lo mejor. Así se enfrentará a ellos con la mente despejada, con el alma centrada y afilada como una hoja de afeitar. El extraño sangrante ha elegido una esquina oscura, alejada de los patéticos círculos de luz que proyectan las farolas sobre el asfalto. Sí, será lo mejor. Mientras se acerca sigilosamente a él, sacando el pedazo de cristal del bolsillo trasero de sus viejos pantalones negros, se pregunta si acaso será algún criminal, alguien peligroso, alguien por el que no sienta ningún tipo de remordimiento cuando cercene su cuello, cuando devore su vida, cuando robe su delicioso calor. Todos los movimientos de Voltaire se tornan antinaturalmente lentos y fluidos, como los de una gato cuando se dispone a cazar, toda su atención puesta en que sus botas no hagan el más mínimo sonido sobre el asfalto, en que sus articulaciones no crujan delatándola, en que ningún suspiro escape de su garganta. El olor se hace más y más fuerte conforme se acerca a él, urgiéndole a saltar sobre él, a dejar de lado cualquier precaución y tomar su vida inmediatamente, a saciar su hambre de sangre, de esa vida que siente que se le escapa por momentos. Es un olor desagradable, pero que la excita como la promesa de unos labios hermosos, de una piel suave.<br /><br /> Voltaire alarga lentamente el brazo hasta casi rozar los cabellos grises del extraño con la punta de los dedos. Alza lentamente el trozo de cristal hasta ponerlo a la altura de los ojos y espera allí detenida un larguísimo instante, escuchando los débiles jadeos de su víctima, viendo como las gotas de sudor que resbalan por su cuello brillan tenuemente en la oscuridad. Entonces es cuando el extraño gira de repente la cabeza y la descubre.<br /><br /> Los ojos grises del extraño que contemplan, el rostro convertido en una máscara de sorpresa, y lo que Voltaire lee en ellos la aterroriza. Hay reconocimiento en esos ojos. Son unos ojos que esperaban verla, ver alguien como ella, unos ojos que saben el significado de la mirada opaca de la furtiva asaltante que acaba de sorprender. Un instante demasiado tarde hunde el pedazo de cristal en su cuello, arrancando un gemido de su garganta. Algo estalla entre ellos, y Voltaire siente como un intenso calor la inunda por un instante, sobrecargando sus sentidos, haciendo que sus rodillas flaqueen. Cae al suelo, mientras el extraño la contempla, la sorpresa todavía reflejada en su rostro, la sangre manando de su cuello, el aterrador revolver que acaba de disparar a bocajarro humeando frente a él. Entonces las fuerzas le abandonan y cae junto a Voltaire, que no se atreve a palparse el vientre por miedo a lo que pueda encontrar allí.<br /><br /> -Al menos he acabado contigo-consigue pronunciar el extraño, sin dejar de mirar a los ojos de Voltaire.<br /><br /> La vampira solo niega con la cabeza, más para ella misma que para ese peligroso extraño cuya sangre se derrama miserablemente frente a ella.<br /><br /> -Esto es por Serlina, maldito monstruo-dice el extraño, haciendo destellar una chispa de comprensión dentro de la convulsionada mente de Voltaire.<br /><br /> El extraño alza de nuevo su arma y la apunta la cabeza de Voltaire. La vampira la aparta de un manotazo y se abalanza sobre él, pegando sus labios al corte de su cuello, intentando desesperadamente sustituir con esa sangre el torrente que resbala entre sus piernas. Cuando su boca se inunda de sangre siente una deliciosa calma inundándola por un instante, pero pronto el ansia vuelve a dominarla. No es suficiente. Necesita más, mucho más.<br /><br /> Algo en la mente de Voltaire empuja a su consciencia, luchando por ocupar su lugar. Es deseo puro, instinto puro, el abandono de toda racionalidad, la devoción definitiva al macabro y cálido dios de la sangre. Mientras la vida escapa del cuerpo del extraño, Voltaire sabe que en ese deseo está su única esperanza, y placidamente se deja llevar por él.<br /><br /> *****<br /><br /> La ultima canción de los Sonámbulos está desgranando sus últimos compases. La audiencia la escucha en un silencio casi religioso, atesorando cada instante con todo su ser, danzando lentamente al lánguido son de la oscura melodía que Anais toca con su guitarra. Finalmente la música muere plácidamente, y el silencio se convierte de golpe en una ovación. El público suplica más, pero Anais se encoge de hombros, y señala un imaginario reloj en su muñeca. El siguiente grupo debe salir, forman sus labios. A modo de despedida tiende una mano hacia el público, como si pudiera palpar su calor con la punta de los dedos, o la electricidad pura de la excitación que han provocado con su música.<br /><br /> Las luces del escenario se atenúan hasta oscurecerlo, y el grupo desaparecer para ser sustituido por una proyección de una antigua película de terror. El lugar que ocupaba Anais está ahora totalmente cubierto por el rostro de Christopher Lee encarnando al Conde Drácula. Alex sonríe, medio oculta tras la columna. Es curiosamente apropiado, piensa, un anuncio de la naturaleza oculta de la siguiente actuación. Reconoce la película, recuerda haberla visto cuando se estrenó, hacía mucho, cuando aún era una simple mortal. Peter Cushing aparece en escena representando al Profesor Van Helsing, el guardián del orden y la moralidad victoriana. Esgrime dos viejos candelabros formando con ellos una cruz, manteniendo a raya al diabólico Conde. La ironía de la escena no se le escapa a Alex. La cruz cristiana, el símbolo que más matanzas, atrocidades y crímenes ha provocado, enfrentado a algo que es llamado malvado por ser distinto, por entender una moral y unos valores ajenos a los de la mayoría.<br /><br /> Sobre la imagen del Conde Drácula convirtiéndose en cenizas bajo la luz del sol aparece la menuda y delicada silueta de Zona, que agarra el micrófono tímidamente. Alex puede sentir su nerviosismo aun en la oscuridad, ve como gira su cabeza una y otra vez hacia alguien que aún permanece en las tinieblas, junto a ella. Un rayo de luz se refleja por un instante en sus inquietos ojos. Todavía no le han dado a probar la sangre maldita.<br /><br /> Alex ha seguido sosteniendo el vaso vacío en su mano, jugueteando con los pedazos de hielo toscamente cortados que contiene. Lo deja sobre la barra y se oculta más aún tras la gruesa columna. No quiere que la vean, todavía no.<br /><br /> Un rasgueo de guitarra inconfundible paraliza el gélido aliento de Alex. Las luces del escenario se iluminan y dejan ver a la nueva formación de Fata Morgana, mientras la guitarra y el bajo comienzan a traza una obertura al ritmo de una batería pregrabada. Alex casi no se atreve a mirar a Gareth o a Sherri, ambos en lados opuestos del escenario, donde la luz no pueda delatar su extrema palidez. Los ojos de Zona contemplan al público ansiosos, mientras agarra el micrófono con dedos tensos. Pronto comienza la melodía y la voz de la pequeña Zona comienza a sonar, suave como el terciopelo. La primera estrofa cautiva a todos los que la oyen, los acaricia suavemente pero con una sensualidad sorprendente. Zona lo nota, lo ve en los ojos que la contemplan, en los labios que se separan para exhalar suspiros de admiración. Entonces toda la tensión se rompe, y continua cantando con más sensualidad aún, haciendo que su voz ejecute cabriolas sorprendentes sobre el fondo de la melodía. Alex sonríe al verla. Están cantando una de sus viejas canciones, con un nuevo arreglo para adecuarla a los gustos modernos, pero esa chica descubre en la oscura y romántica letra matices que ni ella misma habría podido imaginar. Gareth sale de las sombras durante el punteado de guitarra, mirando a los presentes con sus fríos y muertos ojos azules, obligando a su instrumento a producir sonidos casi imposibles, cadenas rotas de acordes endiablados que cortan la respiración del público. Alex se da cuenta de que se había olvidado de lo hermoso que era, del poder irresistible de seducción que tienen todos sus gestos, la forma deliciosamente decadente con la que ladea la cabeza al tocar, como se reclina sobre el mástil de la guitarra con una indolencia decididamente sensual. En un momento delicioso Sherri cruza el escenario en tres rápidos pasos de baile, acoplando sus movimientos a los de Gareth mientras la música que producen se une para formar algo hermoso y salvaje.<br /><br /> En ese momento tienen a todos los presentes a su merced. Son solo marionetas, ellos tiran de los hilos. Son dioses, jóvenes y malignos dioses cuyos fieles harán lo que fuese por complacerlos.<br /><br /> Zona canta lentamente la última estrofa, deformando más y más su voz hasta convertirlo en el espeluznante alarido de una bruja en la nota final. Hay un instante de silencio cuando la música se detiene, y después llega el delirio en forma de gritos y silbidos. La pequeña Zona sonríe, mirando a su alrededor como un gatito asustado, conmocionada por la magia que acaba de conjurar.<br /><br /> Gareth le hace un gesto y ella asiente con la cabeza. Comienza a sonar un frenético solo de batería pregrabado. Los instrumentos comienzan a tronar de repente, y el rostro dulce de Zona se transforma en un instante en el de una amenazadora y bella bestia salvaje. Comienza a cantar una letra que Alex no conoce, compuesta de alienación pura y soledad frustrada. Alex sale de tras la columna que la oculta y comienza a avanzar lentamente hacia el escenario, empujando sin contemplaciones a todos los que se lo impiden, clavando sus codos en el costado de los más testarudos. La terrorífica canción está en todo su apogeo cuando Alex llega frente a ellos. Es Zona la primera que la ve, y su furia es traicionada un instante por su sonrisa y el guiñar juguetón de un ojo. Gareth la ha visto, y curioso busca a quien iba dirigido ese saludo. Cuando lo descubre, una nota falsa escapa de su guitarra. Sus ojos azules se cruzan con los de Alex, y ella le sonríe, una sonrisa cruel y aterradora. Sin dejar de tocar, avisa a Sherri con un gesto. La bajista detiene su danza al ver la sorpresa en el rostro de Gareth. Cuando sigue su gesto y ve a Alex sus ojos opacos no pueden ocultar su terror.<br /><br /> La melodía termina abruptamente, y la ovación oculta las palabras que se pronuncian sobre el escenario. Gareth agarra el brazo de Zona con dedos gélidos, le pregunta bruscamente de que conoce a esa chica del público. Solo algunos de los presentes ven el miedo que asoma por un instante al rostro de la dulce cantante, como musita su respuesta con labios temblorosos.<br /><br /> Gareth vuelve a mirar al público, buscando a Alex con ojos ansiosos. Pero no la ve por ninguna parte.<br /><br /> *****<br /><br /> Han terminado demasiado pronto, y han abandonado el escenario ignorando las peticiones del público, dejándoles una leve sensación de traición. Algo ha ido mal, y el público lo sabe, lo ha notado en la forma en que tocaban, en la voz de Zona, que se ha quebrado más de una vez por el nerviosismo. Les han ovacionado cuando se han despedido por sorpresa, sin ni siquiera hacer una reverencia, solo un gesto de Gareth para que bajaran las luces del escenario.<br /><br /> La furgoneta esta aparcada en el callejón trasero, cerca de la puerta de servicio. Gareth y Sherri cargan los instrumentos y los amplificadores, mientras Zona espera sin mirarles, la espalda apoyada en la parte trasera, sujetando sus manos la una contra la otra para que no tiemblen. Ha visto algo en los ojos de Gareth que la ha aterrorizado. Ha sido cuando la ha agarrado, cuando su voz normalmente suave ha restallado como un latigazo sobre ella. Creía que Alex había exagerado al hablar de ellos, pero ahora sabe que era cierto. Por un momento mira al otro lado del callejón, a la calle oscura en la que desemboca, y se pregunta si podría llegar allí antes de que la atraparan. Sabe que no es posible. Quizá si volviera al interior..... Pero no, tienen que abrir la puerta desde dentro, y en ese tiempo podría ocurrir cualquier cosa. No tiene ni idea de lo que pueden hacerle, ni quiere pensar en ello.<br /><br /> Gareth cierra de golpe la puerta lateral de la furgoneta y se acerca a Zona. Alarga una mano para tocarle el brazo, pero de algún lugar surge un chasquido que hace que se detenga. Zona alza la vista al escucharlo y ve a Alex junto a él, sosteniendo contra su cuello la afilada hoja de una navaja automática.<br /><br /> -Pareces asustado-susurra Alex, sonriendo.<br /><br /> Gareth evita la mirada de Alex. Zona no puede verla, pero escucha un gemido ahogado de Sherri y como una de sus manos golpea la puerta de la furgoneta en un inútil gesto de impotencia.<br /><br /> -¿No me dices nada?-dice Alex, con tono burlón.<br /><br /> Sin dejar de apuntar la navaja a la garganta de Gareth comienza a rodearle, poniéndose entre él y Zona. Ha debido salir por la puerta de servicio mientras Gareth y Sherri cargaban, piensa Zona, se ha escurrido fuera como una sombra, sigilosa como un gato callejero. Sherri surge tras de Gareth, mirando a Alex sin intentar disimular su odio.<br /><br /> -Ni se te ocurra acercarte un paso más-le dice Alex.<br /><br /> -No puedes hacernos nada-musita Sherri-. No puedes matarnos.<br /><br /> Una risa amarga surge de la garganta de Alex.<br /><br /> -Lo sé-dice-. Como vosotros no pudisteis matarme a mí.<br /><br /> Los dedos fríos de Alex se entrelazan con los de Zona, que los agarra con todas sus fuerzas.<br /><br /> -Me gusta tanto esta chica que he decidido quedármela-dice Alex-. Espero que no tengáis ningún problema.<br /><br /> -No eres nadie para darnos ordenes-dice Sherri, esforzándose para no gritar, para no llamar la atención de quien esté tras la puerta de servicio.<br /><br /> -¿Nadie?-dice Alex, con una burla de voz triste-. Así que ahora no soy nadie. Nadie compuso las canciones de Fata Morgana, nadie las cantaba antes que esta preciosidad. Nadie despertó a aquella criatura que encontrasteis para salvar a Gareth.<br /><br /> -Eso fue antes-dice Gareth, atreviéndose al fin a mirar a Alex a los ojos-. Antes de que te volvieras débil, como Fallon.<br /><br /> -¿Débil?-pregunta Alex-Así que yo era la débil.<br /><br /> -Sí-dice Gareth-, débil, sin el valor suficiente como para cumplir tu destino, para ser totalmente libre.<br /> -Débil-musita Alex. <br /><br /> Con un chasquido la hoja vuelve a replegarse dentro de la empuñadura. Alex baja la vista, negándose a creer lo que esta oyendo.<br /><br /> -Yo soy débil-dice, alzando de nuevo la vista-. No tú, obsesionado con la idea de ser una patética imitación de Drácula, el tenebroso Conde del rock, un dios maligno en la tierra, viviendo a la sombra de esa idea, tratándonos como tus siervas cuando en realidad siempre has dependido de nosotras, de nuestro talento, de la magia que nuestra música creaba. Eres como tu maestro, como ese patético Doctor al que hoy casi nadie recuerda. Eres tan esclavo de tus deseos que no dudaste en ponernos en peligro más de una vez. Y tu Sherri, tan solo una sombra de Gareth desde el principio, siempre sirviendo su voluntad, siempre pendiente de su aprobación, centrando en él toda tu existencia. Y yo soy la débil, porque comprendo el precio que pagamos por ser lo que somos, porque no tuve miedo de enfrentarme contigo, Gareth, cuando estuviste a punto de enviarlo todo al infierno. Y por una rabieta decidiste deshacerte de mí.<br /><br /> Alex niega con la cabeza, mientras en sus labios surge una sonrisa cruel.<br /><br /> -Sois tan patéticos que ni siquiera vale la pena vengarme de vosotros-dice.<br /><br /> Entonces la ve, tras Sherri, mirando a la nada con sus opacos ojos azules, avanzando lentamente hacia ellos, su boca manchada toscamente de sangre, las manos crispadas como garras en sus costados.<br /><br /> Voltaire.<br /><br /> Sherri ve el miedo en los ojos de Alex y se gira para encontrarse con la mirada vacía de Voltaire, con los dedos ensangrentados que agarran con fuerza su cuello, que se hunden en su garganta clavándole las uñas con una fuerza cruel e inexplicable, desgarrando su piel y su sangre. Sherri no puede gritar, tan solo mirar con horror como Voltaire comienza a beber la fría sangre que surge de su cuello cercenado.<br /><br /> Gareth le agarra el cuello por detrás, le obliga a separarse de Sherri.<br /><br /> -¡Vete de aquí!-le grita Alex a Zona, sin ser capaz de dejar de mirar a la bestia en que Voltaire se ha convertido.<br /><br /> Zona retrocede unos pasos, pero entonces su cuerpo deja de obedecerla. Lo que ve le horroriza, pero la tiene totalmente fascinada.<br /><br /> La conciencia abandona al fin a Sherri, que cae al suelo cuando los crueles dedos de Voltaire dejan de hurgar en la herida de su cuello. La frenética vampira agarra los cabellos de Gareth y tira de ellos hacia atrás, haciendo que su cabeza golpee la puerta de la furgoneta una y otra vez, hasta que un ángulo de metal penetra en la piel y el hueso de su cráneo y comienza a sangrar. Voltaire se gira y saca un pedazo de cristal de un bolsillo. Con un gemido aterrador lo clava con fuerza en el corazón de Gareth, haciendo que su rostro se convulsione por el dolor el instante antes de que la oscuridad lo reclame.<br /><br /> Voltaire se detiene por un instante, lamiendo la gélida sangre que mancha sus dedos. Alex se acerca ella lentamente, ocultando en su espalda la navaja.<br /><br /> -Voltaire-susurra-. ¿Qué te ocurre?<br /><br /> Los ojos azules de Voltaire la miran como si acabase de descubrirla. Alex no ve nada de Voltaire en ellos, solo ve el ansia que la ha consumido. Un sollozo a su espalda le recuerda a Zona, que aún sigue tras ella.<br /><br /> -Vete de aquí, Zona-susurra, sin dejar de mirar a Voltaire.<br /><br /> Cuando Voltaire se arroja a su cuello, Alex abre la navaja y le hunde la hoja en el corazón. Un ronco grito escapa de la garganta de Voltaire, que retrocede mirando la navaja clavada en su pecho, agitando nerviosamente los dedos como si no supiera que hacer para extraerla. Finalmente la agarra con ambas manos y la extrae lentamente. El arma teñida de sangre hasta el mango tintinea al caer al suelo. Voltaire cae de rodillas a su lado, desangrándose rápidamente por la herida de su pecho, mirando a Alex con ojos lastimeros. Alex se arrodilla junto a ella, la estrecha entre sus brazos y comienza a acariciar sus largos y ensortijados cabellos rubios.<br /><br /> -¿Que te he hecho, mi pequeña?-le susurra, escuchando los débiles gemidos de Voltaire.<br /><br /> Zona todavía sigue allí. Se acerca a la sangrienta escena con los ojos anegados en lágrimas, incapaz de comprender nada de lo que ha visto.<br /><br /> -Márchate Zona-le dice Alex, sin mirarla-. Corre y márchate. Y olvida todo esto.<br /><br /> Conteniendo un sollozo, Zona se gira y huye al fin. Cuando el golpeteo de sus botines contra el asfalto se ha perdido en la distancia es cuando Alex al fin se atreve a llorar sobre el frío cuerpo de Voltaire. <br /><br /><a href="http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/">http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/</a> <br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo</div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-46012852038020097362008-09-18T14:50:00.001+02:002008-09-18T14:52:21.864+02:00Diabolus In Musica - Capitulo 7<div align="justify"> Una suave risa es lo que termina de despertar a Alex. Lleva más de una hora deslizándose en una incómoda y febril duermevela, atormentada con imágenes de sangre y de indefensión. Tiene una sensación desagradable, como si de alguna forma hubiese sido violada. Trata de borrar esa idea absurda de su embotada mente y abre los ojos para descubrir a una chica desconocida mirándola con una traviesa sonrisa.<br /><br /> -¿Quién eres tú?-le pregunta la chica.<br /><br /> Hay algo familiar en ella, algo que excita un recuerdo incrustado en algún lugar de su memoria, pero los dedos de su consciencia están demasiado débiles como para hurgar en ese lugar. Alex se maldice a sí misma por haber bebido demasiado. Las resacas son historia desde que tomó la sangre de Gareth, pero el exceso de alcohol sigue teniendo malas consecuencias al despertar.<br /><br /> -Eres la nueva novia de Voltaire, ¿no?-dice la chica, moviendo un juguetón dedo frente a la nariz de Alex.<br /><br /> La vampira se siente irritable y confusa. Se fuerza a sí misma a pensar, a recordar donde ha visto antes ese rostro no hermoso pero si sensual, de que le es familiar esa chica grandota y vestida de negro que le saca la lengua como una niña pequeña.<br /><br /> -Tú eres Anais-consigue decir al fin, con una lengua demasiado perezosa como para hablar con claridad.<br /><br /> -Así que Voltaire te ha hablado de mí-dice Anais, sentándose en la cama, junto a ella. No parece importarle lo más mínimo que Alex esté desnuda-. Tuvisteis una especie de fiestecita anoche, ¿no?<br /><br /> Anoche, piensa Alex. Sí, anoche hicieron el amor hasta caer rendidas. Y hay algo más, algo que le preocupa, que revolotea alrededor de su consciencia como una polilla histérica alrededor de una bombilla parpadeante. O quizá es solo algo de sus sueños. No seria la primera vez que el bourbon le hace confundir sus sueños con sus recuerdos.<br /><br /> -¿Cuándo has llegado?-pregunta Alex, mirando por primera vez los vivaces ojos marrones de Anais.<br /><br /> -Ahora mismo-dice ella-. Sí que se te han pegado las sábanas hoy. Hace ya un rato que se puso el sol.<br /><br /> -Es mi estilo de vida-repone Alex, conteniendo a duras penas una sonrisa.<br /><br /> -Entiendo que te lleves bien con Voltaire entonces-dice Anais-. ¿Dónde está la pequeña pervertida?<br /><br /> -¿No está aquí?-pregunta Alex, sorprendida.<br /><br /> -No-dice Anais-. He entrado aquí y a la única que he encontrado es a ti. Tal vez esté trabajando o algo así.<br /><br /> No, no es nada de eso, se dice a sí misma Alex. Hay algo que está mal, algo que se le escapa.<br /><br /> -Vamos a tocar en el Festival de Halloween de la Caverna de los Bohemios-dice Anais-. Supongo que Voltaire te habrá hablado de mi grupo, los Sonámbulos.<br /><br /> Alex tan solo asiente con la cabeza. Aparta la vista un momento del rostro de Anais, intentando concentrarse, y entonces la ve de casualidad, reposando entre las sábanas negras.<br /><br /> -Supongo que iréis a vernos, ¿no?-continua Anais.<br /><br /> Alex no la escucha. Toma la pequeña hoja de afeitar cuidadosamente con dos dedos y se queda horrorizada al descubrir la negruzca sangre seca que mancha uno de sus filos.<br /><br /> -¿Qué ocurre?-pregunta Anais, asustada de la reacción de Alex.<br /><br /> Alex no sabe que decir, no sabe como mentirle, como crear una historia convincente que oculte su secreto pero que le dé a esa despreocupada chica una idea de lo que acaba de ocurrir.<br /><br /> -Nada-dice-. Solo me preocupa que esto estuviese aquí. Alguien podría cortarse.<br /><br /> Anais vuelve a sonreír.<br /><br /> *****<br /><br /> La agonía de la transformación le llega acurrucada en un sucio y solitario callejón. Ha querido alejarse de todo y de todos, que nadie pueda encontrarla, que nadie pueda presenciar ese último momento de vulnerabilidad, esa renuncia forzada a su mortalidad y quien sabe sí a su misma alma. Ha sentido la sangre de Alex quemando su interior desde que tocó su lengua, generando un calor que no ha dejado de consumirla, de devorar sus entrañas y deslizarse dentro de sus huesos, hasta que se ha sentido completamente incapaz de seguir caminando. Golpea la sucia pared de ladrillos rojizos con sus pequeños puños, sus ojos cubiertos por los cristales oscuros de sus gafas lloran en silencio. La primera convulsión le hace caer. Se acurruca como puede tras un maloliente contenedor de basuras y se abraza a sí misma mientras sus fuerzas se desvanecen.<br /><br /> Necesita sangre. Es lo único que piensa. Y en este estado, no sabe como podrá lograrla. No debería haberse alejado tanto, haber temido tanto la reacción de Alex. Ella le habría ayudado, le habría conseguido alguna presa. Sí, se ayudarían la una a la otra, ya no serían ama y sirviente, sino iguales, turnándose en sus placenteros roles de dominación y sumisión. Piensa en Alex y sonríe levemente, apenas sin fuerzas para mover sus propios labios, y entonces la oscuridad la reclama.<br /><br /> No sabe cuanto tiempo después siente unos temblorosos dedos posándose sobre su hombro, una voz casi inarticulada que susurra algo a su espalda, un hedor a degradación humana que le produce la nausea más fuerte que recuerda. Abre los ojos a la oscuridad absoluta. Hay alguien a su espalda, alguien zarandeándola, alguien que intenta hablar con labios pastosos. Lentamente, se gira, y descubre a una figura lastimera inclinada sobre ella. No sabe que edad puede tener, está tan consumido por el hambre y las drogas que lo mismo podría tener veinte que cincuenta. Una sucia barba marrón cubre su rostro, y su melena apenas deja entrever unos ojos azul acuoso que la contemplan desenfocados y brillantes. De su boca entreabierta surge repetidamente algo que pude ser un insulto o una súplica. Y de su interior, más allá del hedor de los harapos que le cubren, le llega la cálida promesa de su sangre. Es entonces cuando se da cuenta de lo fría que se siente, de la total ausencia de calor de su interior, la desagradable y extraña sensación de habitar un cuerpo muerto.<br /><br /> Muerto no, se dice a sí misma. Mi voluntad todavía resiste, todavía me anima, y mi cuerpo irá donde mi voluntad me lleve. No es como ese ser que la contempla, más allá de toda posible salvación, totalmente esclavizado por sus adicciones.<br /><br /> Creía que apenas podía moverse, pero le sorprende la fuerza con la que agarra la cabeza del sucio intruso y golpea con ella la dura y sucia pared de ladrillos una y otra vez, hasta sentir un leve crujido. No ha opuesto la más mínima resistencia, tan solo ha surgido de su garganta un gemido ligeramente más alto hasta que la inconsciencia lo ha dominado. Con manos temblorosas, toca su sucio cuello, buscando un pulso que no encuentra. Necesita esa sangre, necesita su calor, su vida. Pero ha sido una muerte demasiado limpia, demasiado.<br /><br /> No tiene nada con lo que cortar su piel, con lo que acceder al tesoro de su sangre. Revisa los harapos de su víctima y encuentra pocas cosas: Unas monedas desgastadas, una papelina de alguna sustancia ilegal hecha de papel de periódico y una jeringuilla nueva, aún en su envoltorio de plástico. Se permite una sonrisa. Quizá algún buen samaritano se la ha entregado para evitar que se contagie de alguna enfermedad al drogarse. Con lo poco que le ha costado matarle, sabe que la jeringuilla ha llegado demasiado tarde.<br /><br /> Con respiración agitada abre el envoltorio de plástico y pone la aguja sobre la boca de la jeringuilla. Después busca la carótida de su víctima y la clava allí sin contemplaciones. La llena lentamente, torturándose a sí misma con anticipación del cálido líquido llenando el cilindro de plástico. Una vez llena, pone la aguja entre sus labios y aprieta el émbolo, y un chorro de sangre caliente llena su boca. Casi puede ignorar su asqueroso sabor metálico si se centra solo en su calor, en ese delicioso calor que siente rápidamente deslizarse por todo su ser, desde su estómago a la punta de sus dedos, y diluirse en su frío interior desesperantemente rápido. Ha tenido suerte de que la jeringuilla no sea de las de un solo uso. Vuelve a llenarla una u otra vez, pero nunca es suficiente como para saciarla, para apaciguar ese frío que entumece sus articulaciones, que amenaza con llevarse la poca movilidad que le queda. No es suficiente. Quiere más. Necesita más.<br /><br /> Al límite de sus fuerzas, se incorpora apoyándose en la pared y se asoma al interior del contenedor. Sí, allí está lo que busca. Sus dedos tiemblan tanto que falla en tres ocasiones antes de poder coger la botella vacía de cerveza del interior del contenedor, y cuando consigue sacarla, resbala de su mano y cae al suelo, donde se rompe en una nube de aguzados fragmentos. Por suerte uno de ellos es lo suficientemente grande como para servir a su propósito. Lo agarra cortando la piel de sus dedos, demasiado entumecidos para sentir dolor, y concentra toda la energía que le queda en cercenar el cuello de su víctima de un rápido golpe. Cuando mana la sangre se abalanza sobre el cálido manantial, moviendo la lengua lujuriosamente al sentir su calor llenando su boca, inundando su ser, desentumeciendo sus dedos. El dolor de sus dedos llega al fin y es tan gozoso que casi le hace llorar de alegría. Calor de nuevo, vida de nuevo, llenado su ser, animando su inútil corazón, encarnando su pálida piel. Con labios ensangrentados, se incorpora, mirando a la noche sobre ella con ojos que han perdido su brillo. Se lame la sangre de los labios, como en un desafío a las alturas, mientras pasa lascivamente sus manos por su cuerpo, sintiendo la excitación casi sexual del calor que la inunda.<br /><br /> Al fin Voltaire es una criatura de la noche.<br /><br /> *****<br /><br /> La única nota de color de la vestimenta de Anais son las listas rojas de sus medias de bruja de dibujo animado. Va vestida elegantemente con un traje negro y un sombrero de ala estrecha recogiendo sus cortos cabellos. Camina cogida de la mano de Alex, tirando de ella cada vez que algo la sorprende o llama su atención.<br /><br /> Alex no puede hacerle mucho caso. Sonríe ante las ocurrencias de Anais, contempla con ella los escaparates, incluso ríe levemente cuando la desvergonzada joven hace algún chiste sobre una de las personas con las que se cruzan. Pero sus pensamientos están muy lejos de allí. Casi inconscientemente sus ojos examinan cada sombra, cada callejón, cada oscuro portal. Voltaire no ha vuelto al apartamento, y aunque sabe que ahora pocas cosas podrían hacerle daño, le preocupa que esté indefensa en algún lugar, sin nadie alrededor que pueda atenderla, que sepa lo que le ocurre. El espectro de lo ocurrido con Serlina no deja de sobrevolar su mente como la fatídica sombra de un cuervo. <br /><br /> Anais no parece muy extrañada de la ausencia de Voltaire. Eso ha librado a Alex de tener que inventar alguna explicación, una excusa para su ausencia. La compañera de piso de Voltaire es un auténtico animal social, como Alex ha descubierto a lo largo de la tarde. No ha dejado de dialogar con ella, de hacerle preguntas, de disfrutar sinceramente de su compañía de una forma que la ha dejado totalmente desarmada. Poco a poco, ante dos tazas de un café que dejaba bastante que desear, Alex ha creado una historia totalmente ficticia sobre ella, mezclada hábilmente con la verdad de su encuentro con Voltaire. A Anais le ha resultado totalmente evidente que Alex no era de por allí, tan evidente que su rotundidad al afirmarlo ha sorprendido a Alex. Lo ha notado en su manera de comportarse, en las palabras que utiliza y en su acento. Desde que está en esta ciudad, es la primera persona que se lo dice. Alex comienza a sospechar que hay más en esa chica grandota de lo que aparenta.<br /><br /> Debe andarse con cuidado. Con mucho cuidado.<br /><br /> Lo que Alex deseaba con todas sus fuerzas era salir en busca de Voltaire. No importaba lo que esa pequeña pervertida había hecho, la locura que había cometido. Ya habría tiempo de castigarla con crueldad cuando supiera que no había peligro, que todo estaba controlado. La culpaba a ella, pero sobre todo se culpaba a sí misma por no haberlo predicho. Había apurado el café que Anais le había preparado, ya casi frío, y estaba punto de despedirse, cuando Anais le había invitado, espontáneamente, a acudir a una prueba de sonido en la Cueva de los Bohemios. Alex estaba todavía maquinando una excusa para rechazar cortésmente su invitación cuando Anais había sacado de algún bolsillo una arrugada hoja de papel morado con la lista de grupos de la fiesta, y Alex había descubierto en ella el nombre de Fata Morgana.<br /><br /> No sabía si iba a encontrarse con ellos. No sabía que haría cuando los encontrase, cuando se enfrentase con ellos. Por si acaso, llevaba en uno de los bolsillos traseros del pantalón la preciada navaja de Voltaire, una hoja que se estaba acostumbrando al sabor de la sangre.<br /><br /> La entrada de servicio del local es una puerta blanca pintarrajeada con rotuladores de colores, en un callejón totalmente anodino. Anais llama dos veces y una portezuela se abre para permitir que un portero de pocas palabras las examine. Entran a un pasillo corto e iluminado con bombillas rojas que lleva al abarrotado almacén, y desde allí una estrecha escalera baja hasta la barra de la sala de conciertos.<br /><br /> La Cueva de los Bohemios es el mejor local gótico de la ciudad, o al menos eso es lo que Anais no ha dejado de repetirle a Alex en todo el camino hacia aquí. La sala de conciertos es una bóveda subterránea circular, rodeada por una barra en la que un grupo de camareras sirven a los asistentes. En el centro de la estancia, frente a una pantalla en la que se proyectan videos los días en los que no hay concierto, está el pequeño escenario, y frente a él la pista de baile. Una miríada de pequeños asientos tapizados de rojo y algunos sofás rodean el lugar formando un caótico anfiteatro. El lugar tiene una apariencia que a Alex le resulta familiar, un aspecto triste y desangelado. Están viendo una carcasa vacía, la promesa de lo que será cuando llegue la gran noche y las sombras se apoderen de este lugar, lo llenen de misterios y de fantasías. Verlo ahora es como descubrir los secretos de un prestidigitador, romper la ilusión.<br /><br /> Tres tipos con indumentaria de motoristas y largas melenas saludan a Anais nada más verla aparecer tras la barra. Ella la rodea corriendo y se funda en un abrazo de oso con uno de ellos, que ha corrido a su encuentro.<br /><br /> -¿Dónde te habías metido?-le dice su amigo con voz ronca, cuando al fin se separan-. Te estamos esperando desde hace un buen rato.<br /><br /> -Haciendo amigos-dice Anais, volviendo la cabeza para señala a Alex con la mirada. El resto de los miembros de Los Sonámbulos le saludan amablemente, mientras en sus labios se dibujan sonrisas a las que Alex está muy acostumbrada.<br /><br /> -Hola-se limita a musitar.<br /><br /> Aparte de ellos y de un tipo que quizá sea el dueño del local, de cabeza afeitada y traje de chaqueta, no hay nadie más en la estancia. Los compañeros de Anais parecen todos cortados por el mismo molde que ella, corpulentos, algo ruidosos, atractivos sin ser hermosos. Alex se sienta en uno de los sofás y contempla como el grupo comienza con sus preparativos.<br /><br /> Pronto el batería da una señal marcando un ritmo con sus baquetas, y el guitarrista y el bajo intercambian una mirada y comienzan a desengranar acordes de sabor clásico. Anais, con los ojos cerrados, espera hasta que llegue su momento, y cuando ocurre recorre las cuerdas de su electroacústica con una velocidad y un virtuosismo que sorprenden a Alex, dibujando un riff evocador y resbaladizo que repite una y otra vez. La música sigue un crescendo natural hasta que un cambio de riff derroca la armonía para instaurar otra nueva, y los sensuales y gordezuelos labios de Anais se separan para dejar surgir su voz. No es una voz hermosa, no tiene matices notables, pero lleva su alma impresa en cada palabra que canta. Alex se descubre poco a poco alejada del torbellino emocional que se agita dentro de su frío pecho, subyugada por esa extraña mezcla de clasicismo y modernidad que el grupo crea. Hasta que no siente el azote de la emoción en el fondo de su garganta no se da cuenta de lo mucho que les recuerdan a su grupo, a su autentico grupo, esos Iluminados a los que abandonó hacía mucho tiempo. Otro tiempo, otra Alex, una chica inocente que juega a ser malvada.<br /><br /> ¿Que estoy haciendo aquí?, se dice a sí misma. La venganza puede esperar.<br /><br /> Se pone en pié y se despide con la mano de Anais, que la mira desolada pero que le devuelve el saludo agitando la mano entre dos riffs. Se escabulle tras la barra y se aleja, sin mirar hacia atrás.<br /><br /> La joven surge de las sombras de la escalera y casi se da de bruces con ella. Alex la reconoce de inmediato. Es Zona, la amiga de Voltaire, su posible sustituta. Asustándola, la agarra por los hombros y la aleja del camino, guareciéndose con ella en una esquina.<br /><br /> -¿Que ocurre?-pregunta Zona, con una bonita expresión de confusión en su rostro de gatita.<br /><br /> -¿Viene el resto del grupo contigo?-le pregunta, quizá con demasiada brusquedad.<br /><br /> Zona niega con la cabeza antes de responder.<br /><br /> -No-dice-. He venido yo antes. Quería escuchar al resto de los grupos. ¿Qué haces tú aquí? ¿Y que es lo que te ocurre? Pareces asustada.<br /><br /> Alex suelta a Zona y se fuerza a sí misma a calmarse. Ha venido dispuesta a enfrentarse a ellos, y ahora se atemoriza al primer signo de su presencia. No conseguirá nada así, si acaso acabar de nuevo metida en un ataúd dentro de algún mausoleo.<br /><br /> -Mira, Zona-dice Alex, mirando fijamente a los ojos de la bonita joven-No te fíes de esa gente, de Gareth y Sherri. No sé cuanto te han contado, o cuanto has podido adivinar, pero te diré que no son lo que aparentan.<br /><br /> -¿Que es lo que pasa contigo?-dice Zona, a la defensiva-. ¿Es que estás celosa de que te haya sustituido? Me dijeron que tuvieron que prescindir de ti porque eras conflictiva.<br /><br /> -¿Te dijeron que intentaron matarme?-le espeta Alex de repente.<br /><br /> Zona se queda muda del asombro.<br /><br /> -No puede ser cierto-dice al fin.<br /><br /> -Mira, te comprendo mejor de lo que crees-le dice Alex, tomando una de las pequeñas manos de Zona entre las suyas-. Son seductores natos, y te ofrecen un sueño hecho realidad. Pero el precio que tendrás que pagar será más alto de lo que piensas.<br /><br /> -¿Y que quieres que haga?-dice Zona.<br /><br /> Las palabras de Alex han conseguido hacer mella en su confianza. Su labio inferior tiembla levemente de forma lastimera, mientras sus ojos se humedecen.<br /><br /> -Primero, se fuerte-le dice Alex, acariciando levemente su rostro con la punta de los dedos-. No llores, cielo. En el concierto, sé una diosa, haz que te adoren todos los que te vean. Y después del concierto, escabúllete. Olvídalos. No los necesitarás. Y si te proponen cualquier cosa, la que sea, no lo aceptes.<br /><br /> Zona contiene las lágrimas y asiente lentamente. Alex besa suavemente sus labios y le hace cosquillas en la nariz para arrancar una sonrisa a sus labios de gatita. Esta chica tiene una sonrisa que enternecería al mismo Satán, piensa cuando consigue su objetivo. Y se promete a sí misma que no permitirá que le ocurra ningún mal. No volverá a perder a ninguna otra amiga víctima de la enfermedad que le corroe las entrañas.<br /><br /> *****<br /><br /> El Señor Lars camina acurrucado en el interior de su propio gabán, huyendo de las miradas de todos aquellos de los que se cruza. Desde que sabe la fecha exacta en la que completará su misión, tiene miedo de que cualquier cosa, cualquier imprevisto le impida llevar a cabo sus planes. No le extrañaría descubrir que la policía le busca, no solo por su desaparición y la de su familia, sino por los atropellados asaltos que ha cometido más de una vez a posibles criaturas demoníacas que han resultado ser tan solo personajes de apariencia siniestra. El Señor Lars se recrimina a sí mismo su torpeza, causada por haberse dejado llevar por los sentimientos y haber dejado la razón a un lado. Pero ahora no volverá a cometer los errores de antaño. Cuando esas bestias yazcan muertas a sus pies, cuando haya librado al mundo de su presencia, entonces dejará la racionalidad a un lado. Entonces podrá llorar a su hija y a su esposa en paz.<br /><br /> En uno de los bolsillos de su gabardina negra descansa, cuidadosamente doblado, el plano de las inmediaciones de la Cueva de los Bohemios. Ha estado vigilando sus inmediaciones por unas horas, siempre caminando, deteniéndose solo cuando ha podido encontrar una excusa lógica para ello, como atarse los cordones de las botas o mirar algún escaparate. Le ha costado encontrar la entrada de servicio, situada tras el local. Había pasado ya tres veces frente a ella, despistado por su aspecto de abandono, hasta que entró en el callejón para hacer un último reconocimiento y vio a dos chicas de aspecto gótico llamando y siendo recibidas en su interior. Esperó un rato en las inmediaciones, mezclándose con los clientes de una cafetería y vio a una chica bajita de corte similar que entraba en el callejón. La siguió con cuidado y la vio llamar a la misma puerta y adentrarse en su oscuro interior.<br /><br /> La discreción de este tipo de locales parece diseñada para burlar los esfuerzos de alguien como el Señor Lars, como el mismo piensa con una amarga sonrisa. Hay demasiada oscuridad en ellos, demasiado miedo del mundo exterior. Ese miedo solo puede deberse a la existencia de secretos ocultos en esos lugares, esos antros siniestros que absorbieron primero el cuerpo y después el alma de su pequeña Serlina. Pero él no es nadie para juzgar. Solo desea justicia, o quizá simple y llana venganza. Y ya sabe como la ejecutará.<br /><br /> El Señor Lars se dice a sí mismo que quizá se esta volviendo excesivamente paranoico, excesivamente celoso en sus precauciones. Pero pese a ello elige una calle poco transitada para no tener que pasar por una amplia avenida. De no haberlo hecho, no habría escuchado el débil gemido procedente de un maloliente callejón, desde detrás de un sucio contenedor de basuras de un verde enfermizo. Es la curiosidad la que le hace desviar la vista del frente y escudriñar ese lugar del que siguen surgiendo gemidos, la que le hace descubrir el fluido macabramente familiar que mancha el sucio asfalto extendiéndose lentamente.<br /><br /> Detiene su marcha y espera un instante en la entrada del callejón. Algo terrible ha ocurrido ahí, puede sentirlo de una forma que va más allá de los sentidos físicos. Se concentra un momento y es entonces capaz de olerlo, tras la capa de nauseabundos aromas procedentes del contenedor, un olor inconfundible, fijado a fuego en su memoria, un olor que todavía revive en sus agitadas pesadillas. El olor de una matanza.<br /><br /> Abre su gabán y extrae lentamente su revolver de la funda, sosteniéndolo de forma que ningún paseante casual que pase tras de él pueda verlo. Con pasos cautelosos se adentra en el callejón y comienza a rodear el contenedor de basura. Un dantesco espectáculo se desvela lentamente ante sus ojos. A sus pies está el cadáver del algo que quizá algún día fue un hombre joven, una criatura consumida y degradada, de poblada y sucia barba medio empapada de sangre, sangre procedente de un atroz y oscuro corte en su cuello semejante a un abismo. Los ojos vidriosos del cadáver parecen contemplar al Señor Lars, con un aspecto inquietantemente similar al que tuvieron en vida, como si le hicieran una muda pregunta, como si le solicitaran una explicación a su muerte, o quizá a la desgraciada cadena de penurias que le llevaron a ella.. Y junto al cadáver, el origen de los gemidos, un ser tan degradado como el cadáver, pero en el que todavía existe un leve impulso vital, quizá una mujer acurrucada junto a la pared, su rostro cubierto por una maraña de sucios cabellos, sus pies descalzos famélicos y deformados hasta aparentar ser dos garras, sus dedos ocultos en algún lugar entre sus cabellos. Mira al frente sin parecer ver al Señor Lars, con ojos que quizá hayan llorado, quien sabe si por la muerte de su compañero o por algún delirio opiáceo.<br /><br /> Han estado aquí, se dice a sí mismo el Señor Lars. Han sido ellos.<br /><br /> Guarda su revolver y extrae el cuchillo del otro lado del cinturón. Le entristece tener que realizar esta tarea, pero sabe que será la única persona que pensará en realizarla. Mira por un momento a la mujer, pero parece estar más allá de todo aquello, perdida en algún lugar de su interior, a solas con su propio dolor. Apoya la punta del cuchillo en el lugar donde debe estar el corazón del cadáver y con un golpe de su puño lo clava, provocando un leve espasmo en el cuerpo muerto que sorprende. Había leído que un cadáver podía comportarse de esa forma al ser atravesado, pero no es lo mismo leer sobre ello que verlo ante tus propios ojos. Entonces siente una sensación fría en un costado, una leve incomodidad que comienza lentamente a convertirse en dolor. Se lleva la mano al origen de su dolor y descubre horrorizado el mango de una navaja completamente clavado en su cuerpo. La sangre mancha sus dedos enguantados cuando la extrae, todavía incapaz de creer lo que le está ocurriendo. Se gira y descubre a su agresora, que no estaba tan perdida como aparentaba estar, que ahora le mira con un odio apenas velado por el delirio en sus tristes ojos. El Señor Lars siente el impulso de atacarla, de usar el cuchillo que todavía empuña contra ella, pero se descubre incapaz de hacerlo. Ella es inocente, su único crimen es ser miserable. Él es el único culpable de lo ocurrido. Con dedos temblorosos suelta la navaja ensangrentada, que cae al suelo provocando un tintineo sobre el sucio asfalto. Sin tomar la precaución de limpiarlo, guarda el cuchillo en su funda mientras mantiene taponada su herida con la otra mano. Tiene que llegar pronto a su apartamento. No puede confiar en nadie, en ningún médico, en ningún ocasional buen samaritano. No tiene tiempo para ello. Siente como sus rodillas se tambalean, y se apoya en la pared, forzándolas a base de pura fuerza de voluntad a obedecerle.<br /><br /> No, no puedo fallar, se dice a sí mismo. No cuando estoy tan cerca. Ahora no.<br /><br /> Dedica una última mirada a su agresora, que no hace más que mirarle con ojos vidriosos, y se aleja lentamente de allí, mientras siente como la vida se le escurre lentamente por el orificio del costado.<br /> <br /> *****<br /><br /> Los sonajeros resuenan lentamente, casi con una cadencia lúgubre. Voltaire la empuja con suavidad, intentando que no chirríe, sintiéndose inquieta por primera vez desde que realizó su transformación. No sabe si es una buena idea el volver a la Mazmorra por última vez, el despedirse personalmente de Anton y dejar su vida atrás definitivamente. Pero piensa que quizá Anton se alarmase si ella desaparecía sin más, y que esa alarma podría hacer que alguien investigara su destino, y terminase descubriendo cosas que prefiere mantener en secreto. Además, se lo debe a Anton, el hombre que ha hecho su vida un poco más sencilla sin pedirle nada a cambio.<br /><br /> Poco antes del amanecer le sobrevino un fuerte sopor. Nada alarmante, ni remotamente parecido a esa laxitud total que le había asaltado antes de probar la sangre, tan solo una suave pereza que se apoderó de ella dulcemente. Buscó un lugar en un parque, bajo un árbol, oculto tras los setos, y se acurrucó allí. Era una sensación muy agradable el no tener nada que temer, el saber que ninguno de los que podrían interrumpir su sueño sería capaz de dañarle. Había despertado al atardecer, abrazada al rugoso tronco del árbol, escuchando las risas de unos niños que la miraban furtivamente desde detrás de los setos. Había mostrado sus dientes a los niños y les había gruñido como una bestia salvaje, y ellos habían huido entre gritos de terror. Ahora soy eso que se esconde en las sombras y dice bu, había pensado Voltaire, y su ocurrencia le había provocado una carcajada.<br /><br /> Un reloj en el escaparate de una farmacia le advirtió que la Mazmorra todavía debía estar abierta. Había encaminado hacia allí sus pasos, saboreando la sensación de poder que le daba el ser consciente de su naturaleza casi sobrenatural. Aunque solo ella era consciente de su anormalidad, sabía que ese saber se reflejaría en todos sus gestos, en su forma de caminar y de mirar, en sus palabras y su tono de voz. Siempre se había sentido distinta del resto, pero ahora se sentía una diosa entre insectos. Se despediría de Anton, de su vieja vida, de la vieja Voltaire. Y después reuniría el valor suficiente como para volver junto a Alex, enfrentarse a ella sin miedo y escapar las dos juntas hacia una existencia nueva de juventud y pasión eternas.<br /><br /> Desde el escaparate le había parecido que no había nadie atendiendo el mostrador, y ahora se da cuenta de que no estaba equivocada. Es algo un poco extraño. A Anton no le gusta dejar el lugar sin vigilar, sabe que hay demasiado gamberro suelto por el barrio, gente que robaría solo por hacer daño, sin valorar lo que se lleva. Cierra la puerta de golpe, haciendo que los sonajeros suenen violentamente, rompiendo el inusual silencio del local. No hay nada sonando en el equipo de música, ni el rock clásico de Anton ni ninguna de sus grabaciones piratas de sonidos góticos. Todo aquello le da un mal presentimiento. Se apoya suavemente en el mostrador de cristal, contemplando su reflejo en los espejos que la rodean por todas partes. Sí, está algo más pálida que de costumbre, con un tinte casi cadavérico, pero es media tarde y sus gafas oscuras cubren los ojos. No cree que Anton sospeche nada de su aspecto, si acaso que tiene una notable falta de sueño.<br /><br /> -¿Deseas algo?-dice una voz que proviene de la trastienda.<br /><br /> El propietario de la voz surge de repente de allí, sus viejas botas de goma chirriando contra las losas del suelo. Es un joven algo más joven que Voltaire, de largos cabellos castaños y vestido despreocupadamente con ropas paramilitares. Se permite una sonrisa ante la belleza casi andrógina de su rostro y su delgado cuerpo. Le ha visto antes, pero hace mucho.<br /><br /> -Tú eres Voltaire, ¿no?-le dice el joven.<br /><br /> -Y tú eres Thomas-responde Voltaire, ampliando su sonrisa-. Has cambiado de imagen.<br /><br /> El joven sonríe tímidamente y se lleva quizá inconscientemente una mano a sus largos cabellos. Es el hijo de Anton. Voltaire ha escuchado de labios de su jefe que al entrar en la universidad ha dejado atrás su aspecto aburridamente formal por uno un poco más bohemio. Anton bromeaba con la idea de que quizá no todo estuviese perdido para el muchacho.<br /><br /> -¿Dónde está Anton?-le pregunta.<br /><br /> -Ha salido un momento-responde el joven, mirando a la puerta como si esperase ver a su padre entrando en cualquier momento-. ¿Querías algo?<br /><br /> -Solo hablar con el-dice Voltaire-. ¿Te importa que espere?<br /><br /> -Eres tú la que trabaja aquí-responde Thomas, señalando a su alrededor-. Yo solo estoy sustituyéndote durante tus vacaciones.<br /><br /> Voltaire entiende ahora que el local estuviese desatendido. Thomas nunca se ha tomado muy en serio el local de su padre, piensa que la profesión de contable de su madre es lo que realmente mantiene a su familia. Por mucho que haya cambiado su aspecto, a Voltaire le cuesta pensar que haya cambiado realmente. Siempre ha sido demasiado pragmático, demasiado apegado a las normas que el mundo le impone. Quien sabe si ese nuevo aspecto no es sino el sucumbir a una nueva norma, el esfuerzo por encajar dentro de su nueva clase social.<br /><br /> Thomas rodea el mostrador y se apoya sobre el lugar que normalmente suele ocupar Voltaire.<br /><br /> -Esto lo has hecho tú, ¿no?-le dice, abriendo el cuaderno en el que Voltaire traza sus retorcidos y exitosos diseños de tatuajes.<br /><br /> -Así es-le dice, apoyando frente a él, asomándose al dibujo puramente geométrico que Thomas contempla.<br /><br /> La cercanía con el joven despierta en ella una urgencia que le sorprende. No es solo su olor, un aroma animal en el que cree percibir, aunque quizá solo sea su imaginación hiperexcitada, los matices de la dulce sangre, sino sobre todo el calor que el delgado cuerpo de Thomas desprende, un calor que la piel de Voltaire parece atrapar pese a la distancia. Y de repente siente la necesidad casi irrefrenable de tocarle, de sentir ese calor con más intensidad.<br /><br /> -Tu estilo es muy interesante-dice Thomas, tomando el cuaderno de Voltaire y mirándolo desde distintos ángulos, como si pretendiera descubrir algún significado oculto-. Pero me confunde un poco la intencionalidad de los diseños y de tu técnica.<br /><br /> -No hay más técnica que un bolígrafo de tinta negra-dice Voltaire, divertida con la verborrea pseudo-culta del joven.<br /><br /> -Si-continua Thomas, sin dejar de contemplar el dibujo-. Pero pensé que quizá había en esa elección de una técnica rústica el sentido de darle un significado proletario a tu obra.<br /><br /> -¿Que estudias, Thomas?-pregunta Voltaire. <br /><br /> -Arte-contesta él, mirándola a los ojos cubiertos por los cristales oscuros por un fugaz instante.<br /><br /> Voltaire sonríe más ampliamente. Eso explica muchas cosas.<br /><br /> Thomas continúa pasando las hojas del cuaderno, y Voltaire se inclina sobre el mostrador, atreviéndose a apoyar tímidamente una mano sobre su hombro. El fino tejido de su camiseta no le impide sentir el delicioso calor que emana, y le revela la promesa de la suavidad de la piel que hay debajo. Detiene un momento el avance de Thomas y desliza sensualmente uno de sus dedos por un sinuoso dibujo, mientras otro dedo de la mano que mantiene apoyada sobre su hombro realiza un dibujo similar y termina acariciándole suavemente la desnuda piel del cuello. Thomas sufre un escalofrío al sentir el tacto de la helada piel de Voltaire.<br /><br /> -Tienes las manos muy frías-susurra.<br /><br /> -O quizá tú eres muy cálido-dice ella, acercando sensualmente sus labios al lugar que sus dedos han rozado, dejando que su aliento frío provoque una un nuevo escalofrío al Thomas-. Y muy sensible. <br /><br /> De repente no existe nada en el universo más que el delicioso cuello de Thomas, la tentación irresistible de la cálida sangre que contiene, sangre para aplacar el cruel frío que inunda sus entrañas. La mano que apoya sobre el cuaderno desciende furtivamente hasta uno de los bolsillos de sus tejanos, donde guarda cuidadosamente cubierto por un trapo sucio el letal trozo de cristal que empleó para degollar a su primera víctima. Será muy fácil. Nadie tiene porque verlo. Y lo necesita.<br /><br /> El tintineo de los sonajeros sobresalta tanto a Voltaire que está punto de gritar. Es Anton, que se detiene sorprendido de encontrarla allí, todavía con la puerta entreabierta.<br /><br /> -Pero vaya quien tenemos aquí-dice esbozando una de sus irresistibles sonrisas. Entra como un huracán y revuelve los cabellos de Voltaire.<br /><br /> -Hola Anton-contesta ella, con una sonrisa incómoda.<br /><br /> Mira de reojo a Thomas, que parece algo avergonzado por la engañosa intimidad en la que su padre les ha encontrado. Se limita a saludar con la mano y a dirigirse a la trastienda, atreviéndose tan solo a mirar de reojo a Voltaire.<br /><br /> -Ya ves a lo que he tenido que recurrir para sustituirte-dice-. Al menos no tiene problemas en quedarse hasta la tarde. ¿Qué te cuentas pequeña? ¿Vuelves a la Mazmorra?<br /><br /> -Me temo que no, Anton-dice Voltaire, bajando la vista aunque sus ojos permanecen cubiertos-. He venido a despedirme.<br /><br /> La sonrisa de Anton se torna en una expresión de sincera tristeza. <br /><br /> -¿Qué ha ocurrido, chica?-le dice.<br /><br /> -¿Recuerdas lo que hablamos sobre hacer todo lo posible para conseguir tus sueños?-le dice Voltaire.<br /><br /> Anton tan solo asiente con la cabeza.<br /><br /> -Pues lo he hecho-contesta Voltaire-. Me voy de la ciudad, con alguien a quien amo, a vivir una vida como nunca pude imaginar.<br /><br /> Anton se permite una sonrisa.<br /><br /> -Me alegro de que sea por eso por lo que me dejas-le dice-. ¿Y quien es él?<br /><br /> -Ella-dice Voltaire.<br /><br /> La sonrisa de Anton se amplia y se encoge de hombros.<br /><br /> -Bueno, son tiempos modernos-dice.<br /><br /> -Es una cantante y guitarrista bastante buena-dice Voltaire-. Algo mayor que yo.<br /><br /> -¿Y a donde te lleva?-pregunta Anton.<br /><br /> -No puedo decírtelo-dice Voltaire-. No tenemos planes fijos. Pero algún día sabrás de mí. Te lo prometo.<br /><br /> -Eso espero, pequeña-dice él, revolviendo sus cabellos una vez más y atrapándola en un abrazo-. Sabes que siempre puedes volver cuando quieras.<br /><br /> -Lo sé-dice Voltaire.<br /><br /> Es un buen hombre, piensa Voltaire, y yo he estado a punto de matar a su hijo. De repente se siente incapaz de mirarle a los ojos, de seguir hablando con él.<br /><br /> -Tengo que marcharme-le dice.<br /><br /> -Espera un instante-le dice Anton-Mira lo que me he encontrado por ahí.<br /><br /> Saca del bolsillo trasero de sus gastados tejanos una hoja de papel morado, publicidad de algún concierto. Se lo muestra señalando uno de los nombres.<br /><br /> -Los Sonámbulos-dice Anton-. La primera vez que actúan anunciándolo con antelación.<br /><br /> Voltaire toma el papel y lo lee en silencio. Piensa que no sería mala idea ir para despedirse de Anais y de su banda. Entonces lee el nombre de otro de los grupos anunciados y una desagradable sensación culebrea en la boca de su helado estómago.<br /><br /> -Quizá me pase por allí-dice, devolviéndole la hoja a Anton.<br /><br /> -Cuídate-le dice el viejo roquero-. Y feliz Halloween.<br /><br /> Voltaire trata de no pensar en lo que se dispone a hacer, ni en la clase de monstruo que se ha convertido. Abre la puerta lentamente, escuchando atenta el sonido de los sonajeros, sabiendo que va a echar de menos ese simple y alegre sonido. Y por primera vez le asalta el espectro del arrepentimiento.<br /><br /> -Hasta siempre Anton-le dice, casi en un susurro.<br /><br /> Aquel ya no es su lugar. Lo ha mancillado, profanado con su intento de crimen. Es tarde para echarse atrás.<br /><br /> -Y feliz Halloween-musita, antes de desaparecer en la noche, demasiado deprisa como para escuchar las tres últimas notas de los sonajeros al cerrarse la puerta por sí misma. Sonaron como una triste despedida. <br /><br /><a href="http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/">http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/</a> <br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo</div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-80127965813244838892008-09-04T14:55:00.001+02:002008-09-04T15:03:20.014+02:00Diabolus In Musica - Capitulo 6<p align="justify"> La botella de cerveza yace a sus pies, tumbada indolentemente sobre el suelo, balanceándose levemente. Pronto comenzará a clarear y llegará el día. Voltaire ha pasado toda la noche escuchando las palabras de Alex.<br /><br /> -¿Y que ocurrió entonces?-le pregunta, una vez que la voz de su señora se apaga tenuemente, como si ya no le quedasen más fuerzas para hablar.<br /><br /> -Te lo puedes imaginar, pequeña-le dice Alex-. Me convertí en la sirviente de Gareth, las tres nos convertimos. Sus siniestras novias, las consortes de una criatura que caminaba siempre en sombras, provocando la muerte a nuestro alrededor.<br /><br /> -¿Erais sus amantes?-le pregunta Voltaire, sorprendida de encontrar en su interior un leve destello de celos. <br /><br /> -Al principio se diría que sí-dice ella-. A él le gustaba que nos humilláramos ante él, pero siempre de una forma que también fuese placentera para nosotras. A veces nos ordenaba que le besáramos, que nos desnudáramos, y nos empleaba para rituales sadomasoquistas de sangre. Éramos más sus juguetes que sus amantes. Ese era el placer que compartíamos. No sé si era capaz todavía de hacer el amor como un hombre, o si le interesaba.<br /><br /> Voltaire iba a preguntarle como era posible que se hubiesen ofrecido a él tan fácilmente, que hubiesen entregado todo lo que eran a Gareth. Entonces piensa en lo que Alex le hace sentir a ella, y lo comprende. Es la fascinación de la belleza y la decadencia extrema del mal. Es la promesa de una vida eterna. Y es también liberar un pedazo de sus mentes que ha languidecido oculto en las mazmorras de lo inimaginable demasiado tiempo.<br /><br /> -Salimos poco después-continua Alex-. Hicimos unos pocos ensayos más, y Gareth comenzó a componer canciones, al principio conmigo, después por su cuenta. Yo seguía componiendo, y ensayábamos las obras de ambos, pero las suyas eran muy diferentes a las mías. Mis canciones hablaban de un mal romántico y desesperado, las suyas eran puro mal concentrado en versos y en acordes de guitarra, eran de una oscuridad y un terror extremos. Sabíamos que aquella música podía seducir a un determinado tipo de personas, el tipo de personas que nos interesaba, aquellos que se acercarían a un vampiro con fascinación, no con terror. Al principio me costaba cantar sus letras, no conseguía que sonaran reales, que me saliesen del alma. Eso fue hasta que salí una noche con el resto del grupo, en busca de más sangre para Gareth. Su víctima fue una prostituta, una mujer de edad indefinible, destruida por la droga y las enfermedades venéreas. Creo que así le hicimos un favor al sacarla de su miseria. Nosotras la sujetamos mientras Gareth le abría la garganta con sus dientes. Sherri le tapaba la boca con una mano para que no gritara, y no dejaba de mirar a los ojos de la prostituta mientras moría, mientras Gareth iba drenándole la vida de las venas. Fallon, la pobre Fallon perdió el control poco antes de que nuestra víctima muriese. Comenzó a llorar, se separó de nosotros y se acurrucó en una esquina. Cuando la prostituta había muerto, y cayó en nuestros brazos su peso muerto, la dejamos allí y me acerqué a Fallon. Había bilis derramándose de sus labios, mientras se secaba las lágrimas de los ojos. Yo me sentía extraña, sabia como se suponía que debía sentirme, pero no sentía nada de eso. Había ayudado a matar a un ser humano, pero no me importaba. Había sido desagradable, sí, pero no había sido tan terrible como había esperado. No sentía mi alma desgarrarse, ni sentía una culpa corroyéndome por dentro. Aunque me creía malvada, lo cierto es que había estado constreñida por el peso de las convenciones morales tanto como cualquiera, pero ahora me sentía libre de ese peso, había descubierto la mentira detrás de todo lo que me habían enseñado. Por eso abracé a Fallon y la reconforté, mientras le susurraba al oído que pronto sería tan libre como los demás. Y abracé también al mal, comprendí entonces que era realmente. La libertad absoluta, suprema. Ser malvado significa ser libre. Y cuando canté la noche siguiente, dejé que la oscuridad que me había liberado diera fuerzas a mi voz. Gareth me dijo que había cantado de una forma que haría que los mismo ángeles se revelasen de nuevo contra Díos. Y así fue como comenzó nuestra carrera. Éramos los Fata Morgana, el grupo más infame de todos los tiempos, así nos anunciábamos.<br /><br /> La voz de Alex parece morir de nuevo en su garganta.<br /><br /> -Sabrás el resto en otra ocasión, pequeña-dice, con un hilo de voz-. Ahora necesito dormir.<br /><br /> Voltaire vuelve a abrazar la pierna de su señora. Siente su piel suave a través de la tela del pantalón y la besa una vez, después otra, dejando que sus dientes muerdan su carne suavemente. Vuelve a morderla, esta vez con más fuerza. Esta siendo mala a propósito. Quiere que su señora la castigue.<br /><br /> Un largo gemido escapa de la garganta de Alex. Agarra la cabeza de Voltaire y la hace incorporarse de un brusco tirón. La besa con fuerza y con violencia, penetrando sus labios con su lengua enloquecida.<br /><br /> -Duerme conmigo, pequeña-le susurra, la voz deformada por la lujuria.<br /><br /> Voltaire deja que Alex la lleve de la mano hasta su habitación, deja que ella le desnude con brusquedad y se deja dominar por la frenética lengua de su señora, que disfruta de cada centímetro de su piel. Después Alex se quita sus ropas y se tumba junto a ella desnuda, su gélida piel contra la piel inflamada por la pasión de Voltaire. Voltaire se agarra a la cabeza de Alex mientras ella le lame el cuello hasta irritar su piel, mientras sus gélidos dedos acarician la fuente extrema de calor que hay entre sus piernas. Cuando el orgasmo le llega, Voltaire se deja dominar por el completamente, siente como recorre su cuerpo partiendo desde su vientre, como sus vibraciones de placer impactan en el frío cuerpo de su señora. Sin volver a abrir unos ojos que ha cerrado en la embestida de placer, se abraza al cuerpo frío de Alex y deja que un placentero sueño la aparte de su conciencia.<br /><br /> *****<br /> <br /> Hay un importante cambio en la rutina del Señor Lars esta mañana. El motivo de dicho cambio está en la mesa, junto al periódico doblado que todavía no se ha preocupado de consultar. El Señor Lars piensa que tal vez no merezca la pena hacerlo. No necesita saber nada más, no necesita más pistas que seguir. <br /><br /> Como todas las mañanas, el Señor Lars fríe su desayuno y lo lleva a la mesa. Lo devora silenciosamente, sin dejar de contemplar la pequeña hoja de papel arrugada que hay frente a él, de color morado, toscamente impresa de negro con un motivo terrorífico demasiado confuso como para ser distinguido. Lo que importa son los nombres que aparecen recortados entre lo negro, una lista de vocablos extraños y palabras que pretendían invocar sentimientos de oscuridad y perdición. Es por esos sentimientos, por ese maldito culto a la oscuridad por el que ha perdido a su hija. No son fórmulas arcanas, aunque para el no iniciado podrían parecerlo. Son nombres de grupos de música oscura. Se trata de una especie de festival, en un local al parecer de cierto prestigio entre la fauna urbana de la ciudad. Todavía faltan unos días para que se celebre. Se va a celebrar en la víspera del Día de Todos los Santos, en esa noche que los anglosajones llaman Halloween y que consagran al culto a la muerte. Y pensar que esa desquiciada costumbre se está extendiendo, que miles de jóvenes se reúnen esa noche en todas partes del mundo para celebrar fiestas en honor a la muerte, a la degradación y la podredumbre. El Señor Lars ha oído hablar de ceremonias que se celebran esa noche, ritos grotescos en cementerios. Nada de eso le importa en este momento. Lo que le importa realmente es uno de los nombres listados en una confusa tipografía.<br /><br /> Fata Morgana.<br /><br /> Al fin sabe donde encontrarles. Al fin ha concluido su búsqueda. El Señor Lars termina su desayuno y limpia sus labios con una rugosa servilleta de papel grisáceo. Después toma el papel y lo despliega todo lo que puede sobre la mesa, ante él. Lo examina tratando de extraer toda la información que puede de él. Ha sido un golpe de suerte el encontrarlo, si el Señor Lars fuese supersticioso lo achacaría al destino, o a alguna intervención divina. Ocurrió la noche anterior, en la que creyó que alguien le estaba siguiendo. Como de costumbre, buscó un callejón oscuro y apartado en el que ocultarse y se giró de repente, sacando su revolver de la funda de su cinturón y apuntando con él a quien viniera siguiéndole. Había sido solo un chico, de largos cabellos castaños y camiseta negra, que se había quedado aterrorizado ante la visión del cañón de arma apuntándole. Demasiado asustado para gritar, había permanecido inmóvil por un instante, para girarse bruscamente y echar a correr desesperado. Algo había caído de su mano, un papel arrugado. El Señor Lars lo había recogido, y al ver el nombre escrito en él había sentido un estremecimiento.<br /><br /> Tiene aún dos semanas para planificar que va a hacer, como va a enfrentarse a ellos esa noche. No quiere adelantarse, quiere examinar antes el lugar. Su nombre está al pié de la hoja, La Cueva de los Bohemios, junto con la dirección. El Señor Lars no conoce la calle, pero sabe donde buscar. No le extrañaría descubrir que está en un lugar apartado, medio oculto. Es lo normal con este tipo de lugares, como si la apariencia de clandestinidad le añadiera encanto. Será mejor para él, piensa el Señor Lars. Quizá incluso tenga la oportunidad de enfrentarse a ellos sin llamar la atención. Es un poco pronto para hacer planes, pero el Señor Lars sabe que al menos puede nombrar dos problemas a los que se enfrentará.<br /><br /> El primero es el desconocer a cuantas de aquellas criaturas infames deberá enfrentarse esa noche. Por lo que sabe lo mismo puede tratarse de uno solo, o de un grupo considerable. Debe asegurarse, idear una estrategia que le permita enfrentarse a ellos contando con ventaja. Y el segundo problema, el más importante quizá, es que no está completamente seguro de como destruirlos cuando llegue el momento. Pese a sus patrullas, pese a haber estudiado cada pedazo de información de dudosa procedencia que pudiera darle pistas sobre los poderes y las flaquezas de su enemigo, lo cierto es que el Señor Lars solo se ha enfrentado a una de esas criaturas. Pero cada ínfimo detalle de ese enfrentamiento lo tiene grabado a fuego en el rincón más oscuro de su mente, ese al que solo se atreve a asomarse de cuando en cuando, en busca de una nueva pieza de sabiduría, tratando de contener las lágrimas o alguna repentina arcada.<br /><br /> Hacia ya más de una semana de la desaparición de Serlina. La Señora Lars estaba en casa, sumida en una nerviosa inmutabilidad, sentada junto al teléfono, esperando una llamada, algo que aliviase la terrible incertidumbre de no saber qué pensar, qué desear, de no atreverse siquiera a tener una mínima esperanza. El Señor Lars no soportaba aquella espera, no soportaba pasear por su casa, repentinamente desprovista de cualquier sonido, no aguantaba la mirada de su hija desde las decenas de fotografías que alegraban los rincones, no soportaba ver a su esposa, encorvada en la mecedora, la mirada perdida, su mente consumiéndose poco a poco por la desesperación. Pasaba poco tiempo en casa y mucho en las calles, buscando cualquier rastro de su hija, al principio siguiendo leves pistas, pero al cabo de los días simplemente vagando, simplemente buscando en cada callejón oscuro, en cada local de mala nota, tratando de recordar todas las historias terroríficas que había leído y escuchado sobre jovencitas desaparecidas, engañándose a si mismo al decirse que todavía estaba a tiempo de encontrarla antes de que las consecuencias fuesen terribles, que todavía era posible volver a como las cosas eran antes. Había cogido la agenda de Serlina y había llamado a sus amigas, tratando de obtener algún indicio, alguna explicación de su ausencia. Poco había sido lo que habían podido decirles. No, no sabían dónde estaba Serlina. Sabían que se veía con nuevas amistades, un grupo de música que había llegado a la ciudad hacía unos meses y que estaba dando varias actuaciones. No, no sabían quienes eran, ni como se llamaban, ni donde vivían, Serlina había ocultado todo lo referente a ellos incluso a sus amigas de toda la vida. Por supuesto había llamado a la policía, que le dijo que no tenía que preocuparse, que ellos se encargaban de todo, que le llamarían en cuanto hubiera noticias. El Señor Lars sabía a que se referían. Le llamarían cuando encontrasen el cuerpo de Serlina flotando en el río, o en un contenedor de basura, o en un sórdido burdel. Así que al Señor Lars no le quedaba más remedio que buscar, buscar desesperadamente para no volverse loco.<br /><br /> Era tarde, ya de madrugada. El Señor Lars sabía que su esposa le esperaría despierta, deseosa de escuchar cualquier nueva que pudiera darle, aunque nunca había sido capaz de decirle nada. Cuando el Señor Lars encontró la puerta de su vivienda abierta sintió como sus tripas se encogían de puro temor. Aquel era uno de los signos que había aprendido a temer, una de las señales que indican sin duda que el caos y la fatalidad han irrumpido en la vida de uno. Empujó la pesada hoja blindada con cuidado, tratando de no hacer ruido, y de no pensar en su esposa, que sin duda estaba allí dentro. Caminó por el largo pasillo que le llevaba al salón con todo el sigilo que le permitieron sus destrozados nervios, tratando de discernir que eran aquellos sollozos apagados que provenían del interior, que significado tenían aquellos roces, aquellos débiles golpes.<br /><br /> Abrió la puerta del salón y entonces su razón se quebró para siempre.<br /><br /> Su esposa estaba allí, sentada en la mecedora, la mirada perdida en el infinito, tal y como la había dejado, pero con una expresión extraña, una sonrisa de alivio toscamente deformada por el dolor, grabada en su rostro por la rigidez de la muerte. Su garganta estaba rajada de un extremo a otro, y la sangre manaba sobre su pecho desde decenas de venas abiertas. Y había algo allí, algo que sollozaba lastimeramente mientras lamía la sangre que manchaba a su esposa, mientras pegaba sus labios a la herida para llenarse la boca de sangre. Una criatura vestida completamente de negro, de aspecto desquiciadamente familiar, que le miró de repente con ojos opacos brillando macabramente por las lágrimas que los inundaban, que abrió sus labios ensangrentados para pronunciar una única palabra:<br /><br /> -Papá-dijo.<br /><br /> El Señor Lars todavía no sabe de donde surgió aquella furia, que fue lo que le hizo agarrar lo primero que tenía a mano y golpear la cabeza de aquello que tenía la forma de su hija desaparecida. No sabía que era, solo que era pesado, y que el cráneo crujió satisfactoriamente cuándo golpeó por décima vez, cuando la criatura cayó al suelo y el río de sangre que manó de su cabeza destrozada se mezcló con el que surgía de la garganta de la que había sido su madre.<br /><br /> Solo entonces se dio cuenta en Señor Lars de que había estado gritando, solo entonces calló y se detuvo, solo entonces miró que era lo que sostenía. Era una pesada figura de arcilla, endurecida por el esmalte, con la forma de un gato sonriente de dibujos animados, pintado de azul y amarillo y con una leyenda en la tripa blanca, en letras rojas.<br /><br /> "Te quiero, Papa".<br /><br /> Entonces el Señor Lars volvió a gritar. El grito murió en un sollozo y el Señor Lars perdió la consciencia, junto a los cadáveres de lo que había sido su familia.<br /><br /> Cuando despertó, supo que una parte de su mente se había ido. Se incorporó, sin dejar de mirar al cadáver de aquella criatura que una vez había sido su hija, sintiendo como aquella especie de embotamiento iba desapareciendo poco a poco, dejando lugar a la razón, una razón tan evidente y brillante que nunca llegó a imaginar que pudiera existir. Desde aquel momento el Señor Lars supo que era lo que debía de hacer. Buscó en su caja de herramientas una sierra y tomándose todo el tiempo que fue necesario, decapitó a aquella criatura. El Señor Lars sabía muy bien a que se estaba enfrentando, y aunque no era un aficionado a esas cosas, sabía bien como se debía matar a un vampiro. Después, con manos ensangrentadas del cadáver de su hija, había serrado la pata de una mesa y había afilado uno de los extremos. Su maza de carpintero le sirvió para clavársela a la criatura en el corazón. En ningún momento el cuerpo de aquella criatura se inmutó, tan solo surgió de su interior, de su garganta seccionada, algo remotamente parecido a un gemido cuando la improvisada estaca quebró las costillas y entró finalmente en el corazón. Lió el cadáver en una manta junto con la cabeza seccionada, y lo sacó del salón. Después procedió a hacer lo mismo con el cuerpo de su esposa. Lo había visto en alguna película, cuando era más joven: Las víctimas de un vampiro podían convertirse a su vez en vampiros.<br /><br /> Lo más difícil fue sacar los cadáveres, solo, en medio de la noche, intentando no ser visto, y llevarlos hasta el coche. El de la criatura lo puso en el maletero, el de su esposa en el asiento de atrás. Después volvió al lugar que hasta ese día había llamado hogar y recogió lo indispensable. No pensaba volver. Había tenido suerte de que ninguno de los vecinos hubiese llamado a la policía, alertado por los gritos y los sonidos de lucha. Quizá lo había tomado como una simple crisis nerviosa de un hombre desesperado, y no les habría faltado razón. Pero no siempre tendría tanta suerte, y tenía mucho que hacer. Sí, una gran tarea que realizar. No podía permitirse el que la policía le detuviera.<br /><br /> Llevó los cadáveres al bosque, al lugar más alejado que pudo, y enterró los cuerpos allí, iluminado por los faros de su coche. Cuando tuvo ante sí los dos montículos de tierra, pensó en decir unas palabras, obrar una especie de funeral para su familia. Pero se dijo que no era el momento. Cuando hubiese terminado su tarea, cuando las malditas criaturas que provocaron todo aquello hubiesen sido exterminadas, entonces sería el momento.<br /><br /> No le costó encontrar un pequeño lugar donde quedarse, con un ínfimo alquiler y lo suficientemente alejado de todo como para no llamar la atención. Comenzó a investigar, a patrullar las calles, como hacía antes de la muerte de su esposa, pero ahora con otro fin, con otro objetivo. Al poco empezó a examinar la prensa cada día en busca de indicios, y a leer libros sobre esas criaturas, no obras de ficción, sino libros de testimonios que pretendían al menos hacerse pasar por reales. El Señor Lars no sabía si fiarse de la mayoría de aquellos volúmenes de títulos llamativos e ilustraciones en color, aunque más de una vez sintió una oleada de reconocimiento dentro de su estómago al leer alguna espeluznante historia mal documentada.<br /><br /> Poco a poco fue frustrándose ante su falta de progresos. Quizá no estaban allí, comenzó a pensar. No era extraño que esas criaturas fuesen nómadas. Había leído algo de eso en algún lugar, una historia sobre un grupo de vampiros motociclistas que se creía que recorrían Italia durante la noche, de ciudad en ciudad. Así que comenzó a investigar las páginas nacionales de sucesos, a confeccionar estadísticas sobre incidencia y tipos de crimen cometidos en cada gran urbe del país. Y era aquí, en esa maldita ciudad a donde apuntaban todo los indicios. Por eso había venido.<br /><br /> El Señor Lars recapacita. Contará solo con sus reflejos y su revolver, no cree que pueda emplear su cuchillo si son varios. Aunque lo necesitará después, claro, para decapitar los restos. Se levanta de la mesa de la cocina y va a su dormitorio, para sacar de debajo de la cama la maleta con sus armas. Es hora de cuidar de ellas, de limpiar y engrasar el revolver, de afilar la hoja del cuchillo. Si trataba bien a sus armas, le gustaba repetirse a sí mismo el Señor Lars, ellas le recompensarían salvándole la vida. Además, así se mantendrá ocupado, evitará pensar que será de él cuando esas criaturas ya no existan.<br /><br /> *****<br /><br /> Los devastadores bajos del más desquiciado Metal Industrial trepidan en los tímpanos de Voltaire mientras se mueve, danzando frenéticamente, tratando a duras penas de cabalgar el endiablado ritmo de la música, sintiendo el calor y el sudor de los cuerpos que la rodean, oliendo su piel, los efluvios de decenas de licores y de drogas selectas. Cuando abre los ojos, una dolorosa lluvia intermitente de fotones modulados en cientos de colores hiere sus pupilas. Un instante después recupera la vista y la ve, al borde de la pista, apoyada en la pared, contemplándola con sus ojos sin brillo, una leve sonrisa en su boca cruel. Voltaire dirige a ella los movimientos de su danza, la llama con sus dedos y le incita a que se una a ella en ese desenfrenado ritual dionisiaco. Pero su Señora niega lentamente con la cabeza, y le hace a su vez un gesto para que se le acerque. Sin pensarlo, Voltaire deja la pista y Alex la toma de la mano y la aleja del ambiente industrial, hasta uno de los pasillos del Refugio, donde los bajos aún hacen retumbar el barato material de las paredes. Casi a tientas, encuentran un viejo sofá allí, en la oscuridad, y se dejan caer sobre él, la una junto a la otra.<br /><br /> -No has querido bailar-susurra Voltaire, sintiendo la lengua de su Señora recorriendo lentamente su cuello.<br /><br /> -No me va ese estilo de música-susurra Alex cerca de su oído-. Ya sabes que soy una carrozona.<br /><br /> Voltaire sonríe. Le cuesta pensar que Alex tiene edad suficiente para ser su madre.<br /><br /> -Me gustaría que cantaras para mi-le dice Voltaire.<br /><br /> -Esa no es forma de dirigirse a tu Señora-le recrimina Alex, aunque Voltaire puede adivinar su sonrisa entre las tinieblas.<br /><br /> Voltaire toma las frías manos de Alex y comienza a besarlas y a lamerlas como si fuesen una reliquia satánica.<br /><br /> -Te imploro que me permitas escucharte cantar, mi Señora-susurra entre dos lametones.<br /><br /> -Eso está mucho mejor-dice Alex, tomando su cabeza entre sus manos y besándola casi con violencia.<br /><br /> La lengua helada de Alex se desliza entre los labios de Voltaire y comienza a acariciar el foco de calidez que es su lengua. Entonces Voltaire se sobresalta cuando siente un cálido aliento en su nuca, escucha un suave roce y siente el tacto de unas suaves manos que le rodean la cintura. Rompe bruscamente el beso para girarse y entonces unos labios cálidos se estampan contra los suyos en un beso juguetón.<br /><br /> -Ya comprendo porqué has estado tan perdida últimamente-le dice una voz familiar.<br /><br /> -¡Zona!-casi Voltaire grita cuando distingue el rostro de gatita en la casi oscuridad del pasillo.<br /><br /> -¿No vas a presentarme?-le dice Zona, señalando con un menudo índice a Alex.<br /><br /> -Soy Alexandra-dice Alex antes de que Voltaire pueda pronunciar palabra.<br /><br /> Casi pasando sobre Voltaire, Alex se acerca a Zona y la besa en los labios, quizá un poco más de lo que corresponde con alguien que acabas de conocer. Zona se queda sorprendida un instante, pero después vuelve a sonreír y se encoge de hombros. Al verlo Voltaire piensa que se la comería a besos.<br /><br /> -Bueno, ya sé que ha sido de ti-dice Zona-. ¿A qué no adivinas lo que me ha ocurrido?<br /><br /> Voltaire niega con la cabeza. Zona sonríe como una niña pequeña ilusionada por su cumpleaños.<br /><br /> -Me he presentado a una prueba para vocalista de un grupo-dice-. Y creo que me han elegido.<br /><br /> -¿Que grupo?-pregunta Alex, con una voz sorprendentemente firme.<br /><br /> -No sé como se llaman-dice Zona-. Leí el anuncio en un pub y me presenté. Era un pequeño garaje, y solo yo había contestado al parecer. Tienen pinta de ser un poco excéntricos, pero tocan de muerte. Y el guitarra solista está para comérselo. Mira, me han dado esto.<br /><br /> Las curvadas formas de Zona están comprimidas sensualmente en un corpiño de cuero negro. Una cadena desciende entre sus dos suaves pechos. Zona tira de ella y libera un pequeño símbolo que brilla de repente iluminado por un súbito destello proveniente de la pista de baile. En ese mismo instante Voltaire siente como los dedos de Alex se le clavan en el hombro con tanta fuerza que le hacen daño. Y Voltaire lo comprende, sin necesidad de preguntar.<br /><br /> -¿Te han dicho algo?-pregunta Alex.<br /><br /> -No me han dicho nada seguro-dice Zona, confusa-. Pero yo diría que sí. Quieren que vuelva hoy a hacer otra prueba, y me lo dirán de forma definitiva. Quieren que debute con ellos en el Festival de Halloween de la Cueva de los Bohemios. ¿Por qué me preguntáis todo esto? ¿Y por qué me miráis así? Me estáis asustando.<br /><br /> -No ocurre nada, cielo-dice Alex, acariciando el rostro de Zona con el dorso de la mano-. Es solo que creo que ese grupo son viejos amigos míos.<br /><br /> -¿Amigos?-pregunta Zona, curiosa.<br /><br /> -Digamos que creo que vas a ser mi sustituta-dice Alex, forzando una sonrisa-. Tenemos que marcharnos, Voltaire.<br /><br /> Voltaire apenas tiene tiempo de despedirse de Zona con un beso en la mejilla antes de salir corriendo tras de Alex, que se ha perdido entre las sombras del pasillo, destino a la salida. Cuando la alcanza, toma su mano, y siente como uno de los fríos dedos de sus Señora se posa sobre sus labios.<br /><br /> -No preguntes-le susurra Alex.<br /><br /> Suben juntas las escaleras, hacia la luz de la recepción. El aburrido encargado de la entrada ni siquiera les dedica una mirada cuando las dos cruzan las puertas dobles que llevan a la fría y oscura calle. Caminan juntas en silencio por un largo rato, Voltaire escrutando el rostro duro de su señora, tratando de adivinar algo de lo que pasa tras esos ojos muertos y esa belleza cruel, sintiendo una voraces mariposas devorando la boca de su estómago con dientes helados, lacerando sus intestinos con alas de acero. Al fin Alex se detiene frente a los peldaños de un portal y se sienta sobre ellos. Voltaire se siente confundida por un instante, después se agacha frente a su Señora y se atreve a mirarla a los ojos.<br /><br /> -¿Que ocurre, Alex?-le pregunta.<br /><br /> Las palabras le salen temblorosas, deformadas por un temblor que surge de lo más profundo de su alma, de un lugar donde hay una niña pequeña que todavía esta aterrada de esa hermosa criatura a la que ha decidido someterse.<br /><br /> -No llores pequeña-le dice Alex, acariciando su rostro como momentos antes ha acariciado el de Zona-. Ahora no. ¿Sabes donde podemos conseguir algo de beber? Me refiero a algo fuerte.<br /><br /> Voltaire asiente gravemente con la cabeza.<br /><br /> -Es hora de que termine de contarte mi historia-dice Alex.<br /><br /> *****<br /> <br /> La forma de la Luna se refleja juguetona sobre las sucias y oscuras aguas del río, agitada por una tenue brisa que provoca escalofríos a Voltaire. Esta sentada en el borde de uno de los antiguos muelles de piedra de la parte vieja de la ciudad, un lugar apartado al que suelen ir las parejas cuando quieren estar solas. Alex está junto a ella, bebiendo un profundo trago de una finamente decorada botella de bourbon que han comprado en una pequeña y sórdida tienda, no muy lejos de aquí. Alex termina su trago y le ofrece la botella a Voltaire, que niega con la cabeza. No tiene ánimos para beber esta noche.<br /><br /> -¿Que era ese símbolo que tenia Zona?-pregunta, con una voz ligeramente más fuerte que la brisa que agita sus ensortijados cabellos.<br /><br /> Una amarga sonrisa cruza los sensuales labios de Alex apenas un instante.<br /><br /> -Es nuestro símbolo, el símbolo de Fata Morgana-dice, mirando a las oscuras aguas frente a ella-. O debería decir el de él, la marca de Gareth. Se inventó una especie de historia sobre él, que era la unión de dos símbolos malvados, la belleza surgiendo de dos expresiones del mal, o algo así. Lo cambiaba con frecuencia, como suele ocurrir con toda ese rollo ocultista. En el fondo Gareth y el Doctor eran más parecidos de lo que querían admitir. Por algo nos hizo asistir al grotesco y triste funeral del Doctor, cuando se enteró que había fallecido. Por algo dejó una rosa teñida de negro sobre su tumba cuando se atrevió a acercarse a ella, cuando todos los que podrían haberle reconocido hacía horas que se habían marchado. Cielos, incluso nos hizo besar su lápida. "Sin él no seríamos nada", recuerdo oírle susurrar, mientras miraba aquel falso nombre de rimbombante sonoridad europea que había adoptado el Doctor, con el que había vivido y había acabado muriendo.<br /> <br /> Esa misma noche tuvimos un concierto. Nos presentamos en una de las mejores salas de la ciudad y nos ofrecimos para tocar, sin cobrar, esa misma noche. Como es lógico el dueño aceptó encantado. Todo había sido idea de Gareth, que quería homenajear a su maestro con el mejor concierto de nuestra carrera. Cuando comenzó, antes incluso del primer tema, se dirigió al sorprendido público que acababa de reconocernos para decir unas palabras en honor de su maestro. No lo llamó fraude, ni payaso engreído, ni ninguno de los apelativos cariñosos con los que solía referirse al difunto Doctor. Lo llamó amigo, padre, guía. No sé si de verdad sentía algo de todo aquello o si tan solo estaba aprovechando que la muerte del Doctor había hecho que una ciudad que casi lo había olvidado lo recordase por unos días. Lo que sí sé es que Gareth había descubierto hacía poco que el alcohol todavía le producía efecto, y aquella noche se procuró de tener siempre una botella a mano. Tocamos como nunca eso si que es cierto, Gareth a la guitarra, Fallon al bajo y Sherri aporreando la batería con toda la furia de su negro corazón, como le gustaba decir. Y yo forzando mi voz al máximo, casi sintiendo dolor, tratando de remover los cielos con mis palabras incendiariamente paganas. Pero aquella fue la noche de Gareth. Nos asustó mostrando visiblemente su anormalidad, su extrema palidez, su mirada opaca, en vez de permanecer tras de nosotras en las sombras, como solía. Bailaba al ritmo que Sherri le tocaba, y hacía que la música de su guitarra cabalgara sobre las olas embravecidas de aquel rítmico estruendo. Podía sentirlo siempre a mi lado, sentía su fría piel rozándome a veces, iniciando un juego sensual conmigo en las canciones más procaces, posando como un diablo encarnado en las más oscuras. Podía ver las miradas de deseo de los presentes, como en todos los conciertos. Nos miraban a nosotras, como siempre, pero sobre todo a él. Él les tenía a todos embelesados, se estaba alimentando de su fascinación como si se alimentara de su sangre. Eso era lo que Gareth siempre había querido. No tan solo ser poderoso, no tan solo ser inmortal. Quería ser un héroe, un ídolo, un diós.<br /><br /> Tras el concierto nos refugiamos en el camerino, con los gritos del público pidiendo un nuevo bis resonando aún por los pasillos. Gareth se demoró un momento fuera antes de entrar, y cuando lo hizo estaba acompañado por tres chicas delgadas maquilladas de negro.<br /><br /> -Mirad lo que traigo-nos dijo, señalándolas con un ademán teatral.<br />Las chicas no hicieron más que reír nerviosamente. Creo que estaban algo borrachas.<br /><br /> -Nuestro festín para esta noche-dijo Gareth, compartiendo con ellas una mirada cómplice.<br /><br /> -Nos ha dicho que esta noche vais a invocar a Satán-dijo una de las chicas, la más alta, vestida de llamativos cuadros escoceses-. Queremos ver como lo hacéis.<br /><br /> Gareth nos guiño como un niño travieso, pidiéndonos que le siguiéramos el juego. Aquello no me gustaba, creo que no nos gustaba a ninguna de las tres. Pero aún así hicimos lo que él nos pedía. No éramos sino sus sirvientas.<br /><br /> Esperamos allí hasta que se calmasen las cosas. Gareth y las chicas no hacían más que beber, formando un ruidoso corrillo en una esquina. Nosotras nos desmaquillamos lentamente, sin dejar de mirar sus reflejos en sus espejos. Mientras me iba quitando toda la pintura negra que me había hecho parecer surgida de una vieja película expresionista recuerdo que intenté verlas como si fuesen tan solo pedazos de carne, como si aquellas tres chillonas y medio ebrias chicas no fuesen realmente personas, como si no tuviese sentido sentir compasión o pesar por ellas. Trataba de convencerme a mi misma poco a poco, huyendo de mi propia mirada en el espejo, mientras mi alma se iba endureciendo poco a poco al descubrir que hacía efecto, que realmente no me importaban. Había provocado ya demasiadas muertes como para que me importase. Si piensas en las locuras que hace la gente a causa de las religiones, movidas por la promesa de una vida eterna que no pueden ver, que nadie les puede asegurar, imagínanos a nosotras, que actuábamos movidas por una promesa que veíamos hecha carne cada día, que nos daba placer y dolor en la forma más física posible en cada momento de nuestras vidas. Recuerdo ver reflejada en el espejo a Fallon, tomando una de las botellas medio vacías que Gareth había ya desechado, y dando un profundo trago. A ella siempre le costó más, mucho más que a las otras dos. Pero, por muy duras que fuésemos, nada podría habernos preparado para lo que vino después, lo que llegamos a sentir.<br /><br /> Al final salimos de nuestro camerino y abandonamos el local por la puerta de atrás, sin quedarnos siquiera a escuchar la típica despedida y agradecimiento de los propietarios. Nada de eso nos importaba. La faceta material de nuestra discreta fama nos era indiferente, era más una molestia que otra cosa. Habíamos dejado cerca nuestra furgoneta, y subimos todos allí, el grupo y las tres chicas. Gareth conducía, y nosotros íbamos detrás con las chicas, oliendo sus descarados perfumes, sintiendo el calor de sus cuerpos jóvenes, mucho más jóvenes quizás de lo que decían sus ropas o sus recargados maquillajes, rozándonos con ellas cuando brincaban locamente al ritmo de la música desenfrenada que Gareth sintonizaba en la radio. No entiendo como no se sintieron atemorizadas en ningún momento de nosotras, que no hacíamos sino mirarlas con expresión grave y en silencio. Quizá no nos prestaban atención, no contábamos para ellas. Solo tenían ojos para Gareth, el malvado y seductor Gareth.<br /><br /> Nadie le preguntó a Gareth donde íbamos. Cuando llegamos, nadie se sorprendió. Estábamos en medio de la nada, aparcados en el arcén de una carretera secundaria, en medio de un oscuro bosque de altos y frondosos árboles, las estrellas brillando impúdicamente desnudas sobre nuestra cabeza. Lo primero que hice cuando abrimos la puerta de la furgoneta fue maravillarme con la belleza del cielo, lo siguiente, contener un escalofrío de dolor. Gareth tomó la última botella que le quedaba sin abrir y nos guió al interior del bosque. Con una rama caída y un pedazo de camiseta vieja impregnada de whisky improvisó una antorcha que encendió con su mechero de gasolina, un antiguo regalo del Doctor, de los días en los que aún se consideraba su discípulo. Seguimos la luz de su antorcha entre los silenciosos árboles, sintiendo más que oyendo toda la vida oculta que hormigueaba a nuestro alrededor, que retrocedía aterrada ante esas siniestras y perversas criaturas que perturbaban su paz. Las chicas permanecían en el centro del grupo, conteniendo risitas nerviosas, pero tratando de permanecer en silencio.<br /><br /> Al fin llegamos a un claro en medio del bosque, sus bordes apenas intuidos más allá de la luz de la antorcha que Gareth sostenía sobre su cabeza, como dirigiendo una procesión solemne. Fue al centro del claro con ella y clavó su extremo en el suelo, con la llama peligrosamente cerca de la alta hierba que había bajo nuestros pies.<br /><br /> -Preparaos para el ritual, pequeñas-susurró, con una voz tan fría como la brisa que nos acariciaba.<br /><br /> Las chicas comenzaron a quitarse rápidamente todo lo que llevaban puesto, todo menos la bisutería no tardó en formar un pequeño montón a los pies de Gareth. A la luz de la antorcha, sus cuerpos pálidos y delgados habían adquirido una inquietante cualidad fantasmal, como un presagio de lo que esa noche les esperaba. Gareth abrió la botella de whisky y, sosteniéndola con ambas manos, roció los cuerpos desnudos de las chicas con un chorro del flamígero líquido. Ella reaccionaron con placer al sentir aquel líquido frío y cálido al mismo tiempo golpearlas salvajemente. Comenzaron a gritar como banshees, girando enloquecidas sobre ellas mismas. Una de ellas le arrebató la botella de las manos y dio un profundo trago sin dejar de bailar, y después otra se la arrebató e hizo lo mismo, y al momento estaban las tres luchando por la botella entre bailes y gritos que me hacían salirme de mi piel.<br /><br /> -Y ahora vosotras, mis damas-nos susurro entonces Gareth.<br /><br /> Sacó una hoja de afeitar de uno de sus bolsillos y se subió las mangas de su fina camisa. En una muñeca se hizo un rápido y profundo corte, otros dos en la otra muñeca.<br /><br /> -Vuestra hora ha llegado-nos susurró.<br /><br /> Nos abalanzamos sin pensárnoslo sobre los cortes que comenzaban a sangrar copiosamente. Pegué mis labios a la herida y sentí como la sangre maldita de Gareth los quemaba como si fuese un licor destilado en el infierno, como descendía por mi garganta cortándome la respiración, llenándome de un calor abrasador. Caí de rodillas, incapaz de controlarme a mi misma, presa de una energía que sentía consumiéndome, devorando rápidamente mis entrañas. Comprendí en aquel momento que debía hacer, las tres lo comprendimos al mismo tiempo, como si hubiésemos extraído esa sabiduría de la sangre de Gareth. Nos lanzamos hacia las chicas que todavía danzaban como nínfulas enloquecidas. Agarré la primera que se cruzo en mi camino y la obligué a seguirme hasta el suelo. El tacto de mis manos sobre su piel me produjo un placer que superaba el sexual, y el lamer su piel empapada de whisky me embriagó inmediatamente. Ella gritó de placer al sentir mis frenéticas atenciones, y siguió gritando cuando comencé a morderla, cada vez con más fuerza, hasta hacerla sangrar. Poco después ya no pudo seguir gritando, cuando yo había consumido todo su calor con toda su sangre, cuando el alba comenzó a clarear en el horizonte y la oscuridad dominó mi mente y me llevó a algún otro lugar.<br /><br /> *****<br /><br /> Voltaire abraza el cuerpo frío de Alex, en un irónico gesto reflejo en busca de calor. La vampira la rodea con sus brazos, siendo repentinamente consciente de la realidad que todo ese satanismo de rock duro y esa fachada siniestra esconden. Voltaire no es más que una niña, un alma ingenua en la que la madurez no ha hecho mella.<br /><br /> -Tengo miedo, Alex-le susurró-. Miedo de lo que siento cuando me hablas, cuando me describes esas cosas.<br /><br /> -¿Qué es lo que sientes, pequeña?-pregunta Alex, intrigada, mirándole a sus ojos azules, que reflejan de forma fantasmal la luz de la Luna.<br /><br /> -Siento que quiero ser como tú-dice Voltaire-. Quiero vivir todo eso. Quiero la sangre maldita dentro de mis venas. No, no la quiero. La necesito. He buscado esa magia toda mi vida y ahora la tengo aquí, a mi lado. No hay vuelta atrás, no la hubo desde que te encontré, desde que comprendí qué eras, desde que decidí ayudarte sin importarme las consecuencias. Ha sido desde entonces una huida hacia adelante, una caída libre desde las alturas de mi estúpida inocencia de bohemia.<br /><br /> -Eres una pequeña ingenua-dice Alex, su voz denotando una dureza que no se esfuerza por aplacar-. ¿No me ves? ¿No ves en mí más allá de la maravilla que deslumbra a tus ojos? ¿Que soy más que una maldita enferma? ¿No me ves cuando la sangre me falta de las venas, cuando la vida se me escapa y solo siento frío y un vacío interior tan profundo que podría perder mi alma en él? Soy eterna, sí. Me espera una eternidad de debilidad y muerte. Soy una maldita yonki enganchada a la muerte, ¿es que no lo ves?<br /><br /> En un gesto de ira, Alex arroja la botella de todavía medio vacía al rió. Voltaire la ve golpear las suavemente agitadas aguas creando un caos sobre la superficie que se sofoca al instante. La botella permanece flotando un momento, hasta que las sucias aguas comienzan a entrar dentro, mezclándose con el pardo licor, haciendo que se hunda lentamente. Voltaire piensa entonces que quizá Alex acaba de provocar alguna borrachera a los pocos peces mutantes que existan en el río y se pregunta si la vampira no tendrá razón al tacharla de ingenua.<br /><br /> -Es mi culpa-dice Alex-. Soy yo, maldita sea. No debí haberte seducido con mi anormalidad, no debí haberte convertido en mi sirvienta.<br /><br /> -No-dice Voltaire-. Soy yo. Soy yo desde antes de encontrarte, desde que tengo memoria.<br /><br /> -No lo entiendes-dice Alex, mirándola de nuevo, en sus ojos brillando la ira de una forma tan salvaje que Voltaire retrocede un centímetro por puro instinto-No sabes nada. Después de lo que he visto, de lo que he vivido, lo que te he hecho solo puede ser considerado como un pecado.<br /><br /> *****<br /><br /> Matar es mucho más fácil de lo que se piensa. Sobre todo si la muerte te da placer, y si ese placer es el completo centro de tu vida, de tu existencia. Mis letras dejaron de ser oscuras para tornarse delirantemente terroríficas, un reflejo descarnado de la recién descubierta perversidad de mi alma. Pululábamos en las sombras tras los conciertos, encontrándonos en lugares ocultos con nuestros admiradores y rajándoles el cuello sin ninguna compasión para embriagarnos de la vida que les robábamos. A veces lo hacíamos en grupo, como cuando antaño éramos las ayudantes de Gareth, otras veces en solitario, cuando solo una necesitaba su dosis y podía valerse por sí misma. Por supuesto nuestra conversión trajo sus consecuencias. Necesitábamos matar más, mucho más que antes. No solo porque éramos más, sino porque ya no contábamos con un mortal que cuidase de nosotros si estábamos débiles, alguien que nos consiguiera la sangre, como hacíamos nosotras con Gareth. Supongo que la sangre nos cegó, que nos volvimos descuidados, y comenzamos a ver sospechas a nuestro alrededor, comenzamos a oír comentarios velados, a escuchar rumores sobre investigaciones policiales, teorías sobre las muertes que ocurrían a nuestro alrededor. Se decía que estábamos malditos, que llevábamos la muerte allá donde tocábamos. Eso solo hizo acrecentar nuestra fama.<br /><br /> No hay nada más aterrador que el descubrir que tu víctima te estaba buscando, que desea morir de tu mano.<br /><br /> Ocurrió una noche que ya presagiaba una tragedia. Estaba en el aire, fuertemente cargado, que presagiaba tormenta, en un cielo gris y ominoso que se cernía sobre nuestras cabezas como si ocultase la mirada de un diós vengativo. Al menos eso fue lo que pensé cuando descargamos los instrumentos, tan furtivamente como siempre, por la puerta de atrás del miserable local en el que íbamos a tocar.<br /><br /> Había demasiada energía mal enfocada, demasiado calor y demasiado alcohol aquella noche. El concierto fue un hermoso caos que estuvo a punto de escapársenos de las manos. En los rostros rudos y las miradas encendidas que nos contemplaban brillaba el absurdo y fácilmente reconocible deseo de violencia.<br /><br /> -¿A qué clase de tugurio nos has traído?-recuerdo que susurré al oído de Gareth en una pausa entre canciones, mirando los emblemas paramilitares que colgaban de una de las paredes forradas de madera.<br /><br /> Había una chica especialmente hiperactiva aquella noche. Era pequeñita, algo rechoncha, pero tenía la fuerza de una furia surgida del infierno. Se subió al pequeño escenario y se me abrazó en medio de una canción. La empujé hacia el público sin dejar de cantar, gritándole al rostro un insulto que iba dirigido al dios de los cielos. Ella se mordió los labios de placer al ver mi oído y mi desprecio, al sentir mis frías manos golpeándola. Sentí temor al ver su mirada ciegamente lasciva, pero nada comparado con el que debía de haber sentido.<br /><br /> La promesa del cielo se cumplió poco antes de que el concierto terminara, y cuando salimos por la puerta de atrás estaba diluviando. La lluvia tiene un extraño efecto en nosotros, enfría aún más nuestros cuerpos ya de por sí fríos, nos entumece y nos afecta a los sentidos. Lo ves todo como si estuvieses borracho, lo escuchas todo como si viniera desde muy lejos. No debimos haber salido de caza en esas condiciones, en esa noche tan llena de malos presagios.<br /><br /> No nos habíamos alejado mucho de allí cuando escuchamos aquel grito, un fuerte y desquiciado "No" surgido de la garganta de Fallon. Recuerdo que estaba en un estrechísimo callejón, vigilando de lejos a un joven totalmente cubierto con un impermeable gris que creía haber visto en el concierto. Nada más oír el grito me olvidé de él y busqué a Fallon como una desesperada. Había una urgencia aterradora en ese grito, en los sollozos desbocados que lo siguieron. Me costaba seguir su pista tras el sonido abrumador de los distantes truenos, de los goterones que me golpeaban con violencia, pero al fin di con ella. Fui la ultima en llegar. Gareth y Sherri ya estaban allí, contemplando asombrados a Fallon, en el final de un callejón sin salida, intentando librarse con manos temblorosas de una chica que agonizaba mientras la sangre que surgía de su cuello se mezclaba con el agua de lluvia. La boca de Fallon estaba manchada de sangre, una cambiante mancha roja que se iba desdibujando bajo los embates de la lluvia. Había un murmullo insistente e inquietante que se me metió en los huesos antes de poder descubrir su origen, antes de intuir su significado. Era aquella chica, la chica enloquecida del concierto. Susurraba una y otra vez la misma palabra, mientras sus ojos implorantes miraban a Fallon.<br /><br /> "Mátame", decía.<br /><br /> -¡Quitádmela de encima!-gritó Fallon.<br /><br /> -Acaba con ella de una vez-dijo Gareth-. Fue entonces cuando descubrí que estaba al límite de sus nervios. Una de sus manos arañaba nerviosamente los ladrillos de la pared en la que se apoyaba, mientras que sus ojos no hacían más que moverse entre Fallon y la chica.<br /><br /> -Mátala-insistió.<br /><br /> Fallon intentó una vez más librarse del obsesivo abrazo de la chica, pero fue incapaz. Parecía que toda la fuerza había escapado de sus manos.<br /><br /> -No puedo-dijo, antes de sucumbir a sus propios sollozos y echarse a llorar.<br /><br /> Gareth se echó sobre la chica con un gesto de fastidio, y le hundió la navaja una sola vez en la nuca. En el mismo momento en que la vida abandonaba a la chica suicida, de Fallon surgió un grito de dolor que me rompió el corazón. <br /><br /> Fallon hecho a correr, huyendo de nosotros. Yo miré por un momento a Gareth y a Sherri, que la miraban alejarse con un mal disimulado desprecio en sus ojos, y la seguí.<br /><br /> No estábamos lejos del mar. Seguí a Fallon hasta la playa. Estaba en la orilla, las olas bramaban frente a ella y los últimos restos de su furia iban a morir a sus pies. El mar parecía fundirse con la tormenta frente a nosotras en la distancia.<br /><br /> Permanecí a su espalda, mirando sus largos cabellos rubios, mojados y pegados a su impermeable negro de plástico. Ella sabía que estaba allí, aunque no dijo nada por un largo momento.<br /><br /> -Quiero acabar con esto-dijo al fin.<br /><br /> -No hay vuelta atrás-le dije yo-. Lo sabias cuando aceptaste la sangre.<br /><br /> -No es esto lo que yo quería-repuso ella. Estaba de nuevo al borde de las lágrimas. Parecía la pura desesperación encarnada.<br /><br /> -Es lo que te han enseñado-le dije yo, no sé tratando de convencerla a ella o a mí misma-. Es solo esa estúpida moral sin sentido con la que te han criado, que sigue fastidiándote.<br /><br /> -No puedo librarme de ella-dijo-. No puedo. Lo he intentado, pero no puedo ser como vosotros. No puedo ser tan malvada.<br /><br /> -¿Que vas a hacer?-le pregunté, atreviéndome a acercarme a ella y entrelazar mis dedos con los suyos.<br /><br /> -No lo sé-respondió ella-. Buscaré un descanso, una forma de salir de esto. Quiero acabar con todo. Sí, quiero morir.<br /><br /> No supe que contestar. No quería perderla, pero era su decisión, y si sentía algo por ella debía respetarla. Besé sus labios por un instante, sintiendo el extraño sabor de sus lágrimas, las lágrimas de una difunta. Miré sus ojos anegados en lágrimas, y vi en ellos una piedad que me aterrorizó hasta la médula. Después me di la vuelta y me alejé de ella, de vuelta con los otros. A mitad de camino me di la vuelta, pero su figura al borde del mar había desaparecido.<br /><br /> Nunca la he vuelto a ver. No sé que ha sido de ella.<br /><br /> *****<br /><br /> Tras todo aquello, nuestro grupo no volvió a ser el mismo. Ensayamos cientos de veces para adecuarnos a la ausencia de Fallon. Gareth me dio una de sus viejas guitarras y yo traté de recordar como tocar buena música con las seis cuerdas. Me resultó más fácil de lo que pensaba, quizá porque mis dedos ya no sudaba, porque ya no temblaban cuando comenzaban a cansarse. No hablábamos de Fallon, ni mencionábamos su ausencia. Y claro está, eso hacía que la tuviéramos siempre presente, como un numinoso fantasma, como una diosa de culto prohibido. La que había sido demasiado cobarde como para seguir. O tal vez lo bastante valiente para romper con todo.<br /><br /> Desde ese momento supe que como grupo teníamos los días contados. Lo que le había ocurrido a Fallon podría ocurrirme a mí, o a cualquiera de los otros más tarde o más temprano.<br /><br /> Pero los años pasaron, encadenando recuerdos y vivencias. Poco a poco fuimos superando aquel escollo. No volvió a ser como antes, pero permanecimos juntos, con nuestro peculiar y cruel modo de vida. No teníamos a nadie más en quien confiar.<br /><br /> Hasta hace poco, cuando Gareth nos sorprendió poniendo un anuncio en un local, solicitando una nueva miembro del grupo. Una chica.<br /><br /> Lo hizo a nuestras espaldas, sin decirnos nada. De hecho, nos dejó una tarde con alguna excusa y fue a un local que había alquilado ha hacer algunas audiciones. Por lo visto había estado avivando la voz entre nuestro pequeño culto, en sus escarceos con nuestros fanáticos seguidores. Sherri llegó un día, de negociar una actuación en un local, y dejo sobre la mesa del pequeño y casi vacío apartamento que compartíamos en ese momento una hoja de papel que había sido arrugada en un momento de ira.<br /><br /> -¿Qué demonios es esto?-preguntó, casi en un grito.<br /><br /> Creo recordar que Gareth estaba inmerso en la lectura de un gastado volumen de poesía que no hacía más que hojear una y otra vez. Creo que era de esos torpes y pretenciosos poemas que le daba por escribir a Crowley cuando se sentía literario. Se limitó a mirarla, con esa seductora sonrisa sardónica suya, y a decir al cabo de un momento:<br /><br /> -Nos vendrá bien alguien más. Para volver a ser un auténtico grupo.<br /><br /> -¿Y se lo vas a contar?-le pregunte yo-. No es solo un puesto en el grupo lo que estas ofreciendo.<br /><br /> -¿Quién os dice que no lo he hecho ya?-nos dijo, dejándonos más heladas de lo que ya estábamos.<br /><br /> La elegida se llamaba Serlina, una jovencita inocente que jugaba a ser malvada. Lo que yo misma había sido, años atrás, tantos que me daba vértigo pensarlo. Una noche Gareth la llamó para que se viniera con nosotros a uno de los tugurios que solíamos frecuentar cuando íbamos de copas, esos lugares de reunión de lo que ahora se llaman tribus urbanas, donde nadie se cuestiona que hacen los demás. Siempre han existido esos lugares, pero de un tiempo a esta parte se han vuelto tan estrafalarios y disolutos que incluso me resultan divertidos. La chica se llevó toda la noche charlando con Gareth, mirándonos en ocasiones a nosotras dos con sus grandes ojos, con la admiración de quien contempla estrellas de culto, o quizá criaturas que solo han poblado sus fantasías. Nosotras le fascinábamos, pero nada comparado con lo que le fascinaba nuestro amo. Estaba totalmente enamorada de Gareth, no podría haberlo negado. Y el bastardo no hacía más que aprovecharse de ello, empleando certeramente sus armas de seducción a la menor ocasión, estremeciéndola con susurros, con caricias furtivas, con roces aparentemente accidentales. Sherri y yo acabamos hartas de aquello, y nos excusamos para dejarles solos.<br /><br /> Nunca debimos haberlo hecho.<br /><br /> Poco antes de amanecer escuchamos un golpe sordo en la puerta de nuestro apartamento. Intrigada, abrí para ver de que se trataba y me encontré con Gareth, mirándome con una expresión que nunca había visto en sus azules ojos opacos. Estaba en el suelo, como si hubiera caído y hubiese golpeado la puerta con su cabeza, el cuerpo doblado en un ángulo casi doloroso para poder mirarme.<br /><br /> Había miedo en aquellos ojos.<br /><br /> Alarmada, le ayudé a levantarse y lo metí en el apartamento. Sherri nos descubrió entonces, y se quedó muda del asombro. Hasta que no dejé a Gareth tumbado sobre uno de los colchones que nos hacían las veces de cama no me di cuenta de la sangre que manchaba una de las mangas de su chaqueta negra, del desgarro que atravesaba una de sus muñecas. Todavía no sé como había podido llegar hasta nosotras. Usé una de nuestras navajas para cortarme una muñeca y darle parte de mi sangre, y después Sherri hizo lo mismo. Poco a poco las fuerzas fueron volviéndole. Al poco estábamos formando un círculo en el suelo del apartamento, los tres con la muñeca derecha vendada, los tres somnolientos por la pérdida de sangre. El miedo había desaparecido de los ojos de Gareth, pero parecía rehuir nuestra mirada. Nuestro crápula orgulloso parecía estar avergonzado ante sus sirvientas. Aquella situación me asustó.<br /><br /> -¿Qué ha ocurrido?-me atreví al fin a preguntarle.<br /><br /> Gareth enterró su rostro entre sus manos por un momento. Después comenzó a contárnoslo, sin dejar de mirar a algún punto en el suelo, frente a él.<br /><br /> Había llevado a Serlina a un lugar oscuro, un banco de fría piedra en un parque medio abandonado. La hizo tumbarse allí y entonces le dio su sangre, un pequeño sorbo de un corte en su muñeca. Ella lo sabía, sabía lo que éramos desde hacía semanas, y deseaba ser como nosotros más que nada en el mundo. No sintió miedo, ni dudó en ningún instante, ni se asustó cuando sintió como la maldita sangre infectada comenzó a mutar su cuerpo, a cambiarla, arrancándole poco a poco la consciencia. Gareth había permanecido a su lado todo el tiempo, susurrándole suavemente al oído, guiándola a lo largo de todo un proceso que el mismo había vivido años atrás. La sujetó para que su cabeza no golpeara la dura piedra cuando le sacudieron las convulsiones de la muerte, la abrazó cuando sintió que el frío sepulcral se la llevaba. Y finalmente, cuando había sucumbido a la inconsciencia, la había dejado allí, entre las sombras.<br /><br /> Había encontrado una víctima propiciatoria para el sacrificio que significaría el renacer de Serlina. Un joven de aspecto equívoco, que fumaba melancólicamente bajo la luz de una farola, quien sabe si esperando por inercia una cita que no había llegado a producirse. Gareth tan solo se le había acercado y le había invitado a un momento de intimidad entre los arbustos. El joven no debía de ser muy inteligente, porque accedió.<br /><br /> Instantes después el joven estaba junto al banco, con la garganta cruelmente rajada, su cabeza sujetada por los dedos firmes como el acero de Serlina, que bebía ansiosamente la sangre que de él surgía. Gareth les contemplaba, tratando de ignorar un mal presentimiento. Allí había algo que fallaba, había demasiado ansia, demasiada ferocidad en Serlina, estaba bebiendo demasiado rápido, usando sus dientes para abrir más la herida, para que nunca dejara de sangrar, como si nada pudiese saciarla. Él mismo nunca había bebido tanto, ni nos había visto a nosotras apurar hasta tal nivel a un cadáver, hasta que no es más que un fláccido monigote que cuelga de nuestras manos, apenas una caricatura de ser humano. Pero eso fue lo que Serlina le arrojó a sus pies al cabo de un momento que se le hizo eterno, frustrada de no poder sacar nada más de él. A la pálida luz de las estrellas, la herida de su cuello parecía indescriptiblemente profunda, como el abismo proverbial en el que Gareth se miraba para descubrir el vacío de su propia alma. Estaba ofuscado, por eso no se dio cuenta de que Serlina se le había acercado hasta que le tomó del brazo y mordió con fuerza la herida que el mismo se había hecho momentos antes para bautizarla con su sangre.<br /><br /> Serlina era fuerte, tenía la fuerza de la sangre que acababa de robar, y una fuerza malsana proveniente de su ansia desmesurada. Gareth la golpeó, intentó zafarse de su presa, pero lo cierto es que sin sangre caliente dentro de nuestras venas somos seres débiles. Quizá por aburrimiento, o porque no quedaba casi nada por beber, Serlina acabó por dejarle, tirado en el suelo junto al cadáver que el mismo le había conseguido. Después se había marchado, sin duda en busca de más sangre para saciar un ansia que sabíamos que nada podría aplacar.<br /><br /> Reflexionamos sobre lo que había ocurrido, sobre aquella extraña fuerza que había poseído a Serlina. Nosotros siempre habíamos tenido cuidado, siempre habíamos bebido solo lo necesario, espaciando nuestras víctimas todo lo que podíamos, como un adicto al opio experto dosifica y espacia sus dosis para que su efecto no se desvanezca. Pero Serlina había tomado su primera dosis de la embriagadora sangre y no había sentido ni un ápice de repulsión, de temor al arrancar una vida de un ser humano. Había bebido demasiado, y su cuerpo enfermo había reaccionado a la sobredosis pidiéndole más aún, quizá quemando su cuerpo para conseguir las energías necesarias para aplacar su sed.<br /><br /> No quisimos pensar qué podría ser de ella, o qué sería de nosotros. Sabíamos que tarde o temprano la encontrarían, que quizá en su mente solo había lugar para la sangre, para matar y beber a cualquier precio. No sabíamos si su ansia se disiparía y si continuaría hasta consumirla, si podríamos hacer algo por ella en caso de que la encontrásemos. Estuvimos de acuerdo en que teníamos que dejar la ciudad, teníamos que alejarnos de allí antes de que la descubrieran bebiendo del cuello de una prostituta en algún callejón. Casi en silencio, evitando mirarnos los unos a los otros, amontonamos nuestras escasas pertenencias y subimos a la furgoneta, rumbo a otra ciudad, a otro destino.<br /><br /> Fue entonces cuando vinimos aquí.<br /><br /> Olvidamos lo ocurrido, o más bien fingimos todos haberlo olvidado. Pero Gareth comenzó a robar periódicos de los kioscos nocturnos, como si le avergonzase comprarlos, y a revisarlos en busca de noticias. Un día encontré una página arrugada dentro de la furgoneta, debajo de uno de los amplificadores, mientras sacábamos nuestras cosas para una actuación. Era una página de sucesos. Entre otros sucesos macabros relataba la desaparición de una familia. La hija faltaba del hogar por varios días, y se había denunciado su desaparición. Un día el padre no había aparecido por comisaría, donde solía ir diariamente a preguntar. Extrañados, habían llamado a su casa, sin respuesta. Un agente había ido a averiguar que ocurría y no encontró a nadie allí, pero sí que encontró sangre, un enorme charco de sangre en el centro de salón, sangre salpicando las paredes, sangre en varias herramientas, en el fregadero de la cocina, en la bañera. Todavía no habían podido averiguar que espeluznante suceso había ocurrido en aquel lugar. Nada de eso me hizo reaccionar hasta que vi el nombre de la hija desaparecida.<br /><br /> Serlina. Era ella.<br /><br /> Entré en el camerino hecha una fiera y me lancé sobre Gareth, blandiendo la hoja de periódico como si fuese un arma, tomando las solapas de su chaqueta de cuero y arrojándolo contra la pared. Sherri intentó apartarme de él pero la rechacé con un fuerte bofetón que la tiró al suelo. Miré a los ojos de Gareth y vi miedo en ellos. Le vi entonces como lo que realmente era, lo que siempre había sido, un manipulador, un fraude como su maestro lo había sido antes de él, un temerario al que no le importaba nada más que si mismo.<br /><br /> Y yo le había amado más que nada. Yo había dejado que ese maldito aprendiz de Drácula me transformara con su sangre.<br /><br /> Le grité y le golpeé, descargué en él todo mi odio, odio hacia él, y sobre todo odio hacia mí misma, hacia el monstruo en el que mi ingenuidad y mi estupidez me habían convertido. Él no hizo nada para defenderse de mis ataques, solo me miró con sus hermosos ojos, sin decir palabra, como si sintiera en el fondo que se merecía todo aquello.<br /><br /> Cuando me calmé me alejé corriendo de allí. Creo recordar que me lamenté de no poder venir a la ribera del río a esperar un amanecer que me consumiera y aliviara mis penas, como los vampiros de la ficción. A mí el sol solo me molesta los ojos, no me hace más daño que ese. Cuando mi desesperación se fue diluyendo me convencí a mí misma de que odiarme no tenía sentido. Soy lo que soy, no puedo cambiarlo, es algo con lo que debo vivir, y haré lo que haga falta para sobrevivir. Pero no podía perdonar a Gareth, no podía ignorar su estupidez y su arrogancia, su deseo narcisista de tener siempre a un trío de esclavas vampiras a su servicio como el famoso conde transilvano, aunque fuese a costa de seducir y sacrificar a jovencitas inocentes que no habían cometido más pecado que enamorarse de él.<br /><br /> Al amanecer, decidí que seguiría mi propio camino, que dejaría a Gareth y a Sherri la noche siguiente. Huyendo como pude de la cegadora luz del sol, fui a nuestro oscuro apartamento y me tumbé sobre mi colchón, para que el sueño me venciera.<br /><br /> Cuando desperté, estaba en la tumba donde me encontraste.<br /><br /> *****<br /> <br /> -¿Cómo llegaste allí?-pregunta Voltaire tímidamente, aunque ya cree conocer la respuesta.<br /><br /> -Fueron esos dos bastardos-dice Alex-. Gareth y Sherri. No sé si me temían, o me odiaban, o sencillamente habían perdido la razón. Me hallaron allí, dormida, a su merced. Creo que me desangraron de alguna forma, lentamente, para que yo no me apercibiera. Una cosa que no sabes es que tenemos un sueño muy pesado, al menos yo lo tengo desde que soy una muerta viviente. Quizá fueron llenando una jeringuilla tras otra de la poca sangre que en aquel momento me corría por las venas, hasta llevarse hasta la última gota de calor que me animaba. Entonces me cogieron, me cargaron en la furgoneta y me llevaron al cementerio, a ese viejo panteón. Vaciaron un féretro y me metieron dentro. Para que me pudriera allí, enterrada en mi no-vida.<br /><br /> -¿Y que fue lo que falló?-pregunta Voltaire.<br /><br /> -No lo sé-dice Alex, mirando a las oscuras alturas, como si buscara en ellas una respuesta-. Quizá no me quitaron demasiada sangre, o quizá fue un reflejo, algo instintivo que me hizo salir del estupor cuando la sangre de mi cuerpo ya casi no daba para mantener frescos mis órganos internos. Primero sentí miedo, el terror más profundo y frío que jamás he vivido. El frío de mi propio cuerpo se mezclaba con el de la piedra y la tierra putrefacta que me rodeaban, con el de las maderas medio podridas del féretro. Y cuando el miedo me dejó pensar y me di cuenta de lo que había pasado, me dominó la ira, una ira muda e impotente. No sé si fue de esa ira de donde saqué las fuerzas para moverme, al menos espasmódicamente, hasta conseguir derribar el ataúd, que se abrió por la caída y me depositó bruscamente sobre el sucio suelo. Y entonces, lentamente, día a día, luché contra la locura que carcomía mi mente pensando formas de vengarme de esos dos malditos traidores que me habían dejado allí, mientras me arrastraba con lentitud demencial a la entrada, que permanecía ante mí entreabierta, como una broma cruel. Entonces llegaste tú.<br /><br /> -Y te moviste-dice Voltaire, recordando aquel día.<br /><br /> -Sí-dice Alex-. De nuevo esa misteriosa fuerza, una energía que no proviene de la sangre, ni de mi cuerpo, sino quizá solo de mi mente, de mi desesperación. Salté al olor de tu sangre, a la promesa de la suavidad de tu piel, y cuando me rechazaste, cuando me atacaste, aquella fuerza me permitió retroceder, ocultarme de nuevo entre las sombras, deshacer en un instante lo que me había costado días conseguir. En ese momento volví a estar tan incapacitada como antes, si no más, como si hubiese quemado mis últimas reservas. Me quedé allí sentada, esperando que al menos llegase la inconsciencia, o la locura. Pero fuiste tú quien vino a mí, con una ofrenda para tu oscura diosa.<br /><br /> Alex besa tiernamente la frente de Voltaire, que cierra los ojos y siente un estremecimiento al contacto de los fríos labios contra su piel, de la helada lengua que la lame levemente.<br /><br /> -¿Por qué no te has vengado?-pregunta Voltaire de repente-. ¿Por qué no has hecho nada todavía?<br /><br /> -Habrá tiempo para eso-dice Alex, rodeando con brazos hambrientos de calor el suave y sensual cuerpo de Voltaire-. No podía resistirme a la tentación de dominar y disfrutar de esa deliciosa y malvada criatura que había venido a sacarme de mi tormento.<br /><br /> Voltaire sonríe, una sonrisa inocente como la de una niña pequeña, algo incongruente con su retorcida alma. Pero Alex ha visto el interior de esa pequeña y sabe que es mucho más inocente de lo que nunca lo fue ella, que lo es de una forma que la pone más allá del bien y del mal, ajena a ambas ideas, humana de una forma tan pura que la asemeja a un animal salvaje. Y besa esa sonrisa, esos labios que le dan un calor que la llena más aún que la sangre que mana de un cuello cercenado, y deja que Voltaire caliente su no-vida con su cuerpo, con sus besos, con el perverso arte de sus pequeñas manos.<br /><br /> *****<br /><br /> El horizonte comienza a clarear tras las cortinas, pero en la habitación de Voltaire solo llegan las suaves penumbras que lo mantienen todo medio oculto, que excitan la imaginación y las pesadillas. Arrodillada en la cama, Voltaire contempla el hermoso cuerpo desnudo de Alex, su señora, su diosa oscura, la persona que ha cambiado su vida para siempre. Y se pregunta de nuevo si merece la pena provocar la ira de su diosa, cometer contra ella el crimen que se dispone a perpetrar. Pero piensa que ella lo comprenderá, que deberá comprenderlo. Pese a ello siente miedo y tristeza. Miedo a su ira, sí, pero también miedo a su rechazo, a su indiferencia, a romper el vínculo que se ha creado entre ellos. Voltaire siempre se ha creído una persona fuerte, con una férrea voluntad satánica capaz de imponerse al mundo que la rodeaba. Pero aquí está, totalmente sometida a otra voluntad, al poder carismático de una seductora criatura de las tinieblas.<br /><br /> -Haz lo que quieras, que esa sea la ley-susurra lentamente, invocando las fuerzas que necesita para romper el hechizo de Alex, para imponer su voluntad a la de su señora.<br /><br /> Mueve lentamente su elástico y pálido cuerpo desnudo, como una gata que se dispone a cazar. Se aleja de Alex, abandona la cama y sus pies descalzos tocan el frío suelo, que le resulta cálido en comparación con la piel de su diosa oscura. Luchando para no apresurarse, abandona la estancia, deteniéndose un instante cuando la puerta chirría levemente al abrirse, volviendo a respirar cuando no descubre ningún cambio en Alex.<br /><br /> Fuera de la estancia que no hace mucho consideró suya, apresura sus pasos hacia el cuarto de baño. En el pequeño armario de detrás del espejo busca algo que uno de los compañeros de grupo de Anais dejó un fin de semana que se quedó con ellas en el apartamento. Una pequeña caja de hojas de afeitar. Voltaire la abre con cuidado, extrae una de las finas y macabramente hermosas láminas de acero cromado y la contempla por un momento. Es tan fina que atravesaría su piel y rozaría sus huesos mucho antes de que ella sintiera el más ligero indicio de dolor. Es perfecta para lo que se propone.<br /><br /> Deja la hoja solitaria sobre el lavabo y vuelve a poner la caja en su sitio. Cierra la puerta y mira sus propios ojos en el espejo. Necesita invocar fuerzas para hacer lo que se propone. Su mente conocedora de lo oculto decide improvisar una ritual de magia menor sobre la marcha. Abre el grifo del agua caliente y al cabo de un momento un chorro de vapor casi invisible comienza a ascender desde el lavabo, empañando el espejo. Con una dedo Voltaire dibuja lentamente una estrella invertida de cinco puntas en el espejo, y después sigue simplemente dibujando, tratando de convertir todos sus temores en una imagen, de un dibujo, una mística configuración de trazos y ángulos. Y una vez que su espíritu oscuro esta satisfecho, borra el dibujo con un movimiento de su mano, destruyendo sus temores, sus dudas, su vacilación. Toma del lavabo la cuchilla, también cubierta por la condensación, y la sujeta con sus labios para salir de allí lentamente, con movimientos sensuales y exagerados como los de las bailarinas balinesas.<br /><br /> Entra en su habitación, silenciosa como una sombra, y se arrodilla junto a la cama, cerca de una de las manos de Alex. Mira por un momento su rostro, sus ojos cerrados, su expresión de paz, y piensa que la ama todo lo que es capaz de amar a alguien. Pero si hay algo que ame son sus propios sueños.<br /><br /> Un movimiento rápido, sin vacilación, y la atraviesa de parte a parte la muñeca de Alex. La sangre comienza a manar lentamente, como si estuviese apelmazada, no con el ímpetu de la sangre de un cadáver. Voltaire lame lentamente esa sangre fría, deja que impregne su lengua de una sola vez y después cierra los labios y siente como se mezcla con su saliva, contiene un escalofrío ante su desagradable sabor acerado. Está fría, pero hay una devastadora calidez en ella, como un licor de alta graduación. La siente quemar su garganta al deslizarse lentamente en su interior.<br /><br /> Voltaire sabe que pronto comenzará a cambiar. Sabe que ya está infectada ligeramente por su contacto con Alex, y que esa pequeña ofrenda de sangre bastará para completar su transformación. Sintiéndose osada, besa la mejilla de Alex y vuelve a alejarse de ella con su danza sigilosa y delirante. <br /><br /><a href="http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/">http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/</a> <br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo</p>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-42067605032840003612008-09-01T14:54:00.001+02:002008-09-01T14:56:28.509+02:00Diabolus In Musica - Capitulo 5<div align="justify">No creo que sea extraño para ti el motivo que me llevó a emprender la búsqueda por la cual soy lo que actualmente soy. Creo que tú también eres muy consciente de que existen cosas en el mundo que nos rodea más allá de lo que la razón puede revelarnos, o es capaz de revelarnos hoy en día. Me consideraba a mi misma una buscadora del saber oculto, movida por esa curiosidad, pero también por el placer travieso del saber que me movía en las fronteras de lo que la sociedad bienpensante consideraría lógico o aceptable. Al principio eran solo mis lecturas, autores oscuros y materias esotéricas de las que tan solo podía comprender una pequeña parte, siempre con una vocecita impertinente en un rincón de mi cabeza que me decía que si no encontraba una gran verdad tras aquellos obtusos términos y crípticos testimonios no era debido a mi torpeza, sino a que no había ninguna gran verdad tras ello, a que se trataban de un fraude, de una mera superstición. Más de una vez lo dejé todo, traté de olvidarlo, pero fui incapaz. Cuando me estancaba, cuando me sentía desencantada por un determinado enfoque, por una determinada creencia, saltaba a la siguiente deseando encontrar la verdad en ella. No me sentía extraña, ni mi actitud lo era a ojos de los que me rodeaban. Era otra época, más joven y menos cínica, y no era la única que deambulaba de una doctrina espiritual a otra en busca de un sentido a un mundo que se nos revelaba como demasiado mundano como para que pudiésemos tolerarlo.<br /><br />No creas que yo era una especie de mística loca. Era un joven normal y corriente, quizá solo un poco más excéntrica de lo normal, pero no mucho más. En el campus de la universidad a la que asistía, llena de clubs de estudiantes dedicados a tal guru o a cual doctrina mística procedente de oriente, yo tan solo destacaba por intentar desmarcarme un poco de la búsqueda de la mayoría. No era la armonía ni la paz universal lo que yo buscaba, nada de eso. Era poder. Lisa y llanamente. Poder sobre los demás, sobre la vida y la muerte.<br /><br />En mi búsqueda se alternaban periodos de actividad febril, en la que devoraba gruesos volúmenes y memorizaba extraños rituales para practicarlos en solitario, con periodos de calma en los que trataba de alejarme de todo aquello, de limpiar mi mente tras la última decepción, tras el último fraude descubierto oculto tras una bonita capa de esotérica poesía. En esos periodos de tiempo tenía la música para refugiarme. No se me daba muy bien tocar la guitarra, aunque lo había intentado durante mucho tiempo, pero a los demás les gustaba oírme cantar, y lo hacia todos los fines de semana, con un pequeño grupo de amigos, en la cafetería de la universidad. No ganábamos casi nada con aquello, poco más que la satisfacción de nuestro propio arte. Yo sentía que cantar no era suficiente, que no había mérito en una habilidad que no había hecho nada por ganar, y comencé a escribir letras de canciones a las que mis amigos ponían música después. Mis conocimientos esotéricos me sirvieron para crear aquellas canciones, las imágenes y los conceptos de los antiguos tratados tenían esa carga de intrigante y sensual misterio que me servía para poner a los neófitos en la palma de mi mano. El resto del grupo recibía mis canciones con entusiasmo. En un tiempo plagado de letras con supuestos significados profundos y que en el fondo hablaban siempre de lo mismo, lo nuestro tenia la facultad de destacar sobre todo ello. Para muchos, nosotros teníamos un verdadero significado, un sentido auténtico, mucho más que todos esos cantautores que pretendían ingenuamente cambiar el mundo con sus canciones de trasfondo político.<br /><br />Los Iluminados nos llamaban, aunque el grupo no tenía oficialmente nombre en principio, pero al final terminamos por adoptarlo y escribirlo en grandes letras góticas en la batería, como se hacía por aquella época. La prensa universitaria hablaba de nosotros, y pronto también tuvimos tímidas reseñas en la prensa local. No creas que éramos algo grande, no éramos más que un grupo de aficionados que habían conseguido hacer un poco más de ruido del que pretendían. Y, sin pretenderlo, nuestro ruido llegó a oídos de alguien mucho más versado en lo oculto de lo que deseábamos.<br /><br />Nunca olvidaré aquella tarde de invierno. Llovía desde aquella mañana, los cielos totalmente cubiertos de nubes gris oscuro que nos sumergieron en un atardecer perpetuo. A lo lejos veíamos rayos mudos, demasiado lejanos como para que llegaran a nosotros sus truenos. Toda la atmósfera estaba cargada, de electricidad y de sentimientos primarios de miedo. El miedo primordial del hombre a los elementos, a que el cielo se derrumbe sobre su propia cabeza. Eso sentí cuando agarré el micrófono y contemplé a nuestro apretujado público en la inusualmente oscura cafetería. Podía oler su miedo, podía sentirlo en las yemas de mis dedos si pasaba mi mano frente a mi rostro. Allí había potencia para realizar un poderoso hechizo. Si tan solo supiese un maldito ritual auténtico, recuerdo que pensé, repasando mentalmente símbolos alquímicos y conjuros herméticos, recordando lo vacíos que eran en el fondo, lo inútiles que resultaban para hacer algo que no fuese asustar al supersticioso y fascinar al ignorante.<br /><br />No le vi al pasar la mirada sobre el público, solo vi los rostros de costumbre, y algunas nuevas presencias. Creo que permaneció en las sombras, detrás de una de las columnas de la cafetería. Normalmente hablaba un poco con el público, pequeñas charlas de un exagerado y casi paródico significado místico, jugando a que éramos poderosos conocedores del saber oculto y que íbamos a realizar un ritual innombrable con nuestra música. Pero aquel día no me sentí con ánimos. Hice el gesto con la cabeza convenido con el batería, cuyas baquetas comenzaron a golpear al instante, en un profundo y penetrante latido. Era una nueva composición, otro de mis poemas musicados, que había surgido de mí casi espontáneamente unos días antes, mientras me emborrachaba con sidra en los jardines de campus. Era una historia del Génesis desde el punto de vista de la Serpiente, explicando porqué había liberado a la humanidad concediéndole la inteligencia. En las primeras estrofas un rayo cayó mucho más cerca de lo que esperábamos, iluminando la sala con su poderosa luz por un instante, un breve instante en el que vi sus ojos, su mirada casi enloquecida y decididamente malvada contemplándome desde las sombras, en las últimas filas del público. Después mis ojos se recuperaron del destello y aquella mirada desapareció, como si hubiese sido solo producto de mis fantasías. Pero yo sabía que estaba allí, en algún lugar de la cafetería, una presencia oscura, maligna en su misma naturaleza, que escuchaba nuestra música y nos sonreía.<br /><br />Por un momento llegué a pensar que habíamos hecho magia, que habíamos conseguido invocar al mismo diablo.<br /><br />Continuamos durante más de una hora, llevando al éxtasis a nuestro público, sin dejar de sentir aquella presencia contemplándonos desde algún lugar, todavía sin dejarse ver. Finalmente, nos despedimos del público con una profunda reverencia, como teníamos costumbre de hacer, y el se mostró ante nosotros, saliendo de detrás de la columna tras la que había permanecido escondido.<br /><br />Era alto, de constitución gruesa, lo que lo hacía parecer más grande aún. Vestía impecablemente de negro, de pies a cabeza, un traje de corte clásico. Su gran cabeza estaba totalmente afeitada, y una perilla adornaba su rostro de malvado de opereta.<br /><br />Yo sabia quien era, como todos los de aquella sala. Aplaudió nuestra actuación, mientras avanzaba hacia nosotros provocando el silencio a su alrededor, entre aquellos que le reconocían y comenzaban a murmurar. Yo había leído algunos de sus escritos, y sabía todo lo que decían de él, que se había alimentado de carne humana, que era un producto involutivo más cercano al animal que al hombre, que su mirada podía subyugar la voluntad de hombre y bestias.<br /><br />Era un hechicero, un místico oscuro. Le llamaban simplemente el Doctor.<br /><br />Con una sonrisa que parecía salida de un comic nos contempló a todos, después se giró a nuestro público y extendió los brazos, como si quisiera abarcarles en el gesto.<br /><br />-Amigos míos-dijo con su voz grave, de un barítono algo desquiciado, una voz que no hubiera desentonado en una vieja película de terror-Hemos contemplado el poder de La Oscuridad en toda su magnificencia esta noche, gracias a este agraciado y notable grupo de Iluminados. En ellos se cumplen mis teorías, mis creencias acerca de que los que están tocados por la oscuridad están destinados a heredar el mundo, a gobernar por el poder de su presencia, su voluntad y su arte.<br /><br />Se escucharon algunos tímidos aplausos en el fondo de la sala, pero la mayor parte de los presentes estaba demasiado desconcertada.<br /><br />-Este oportunista pretende robarnos el público-me susurró el batería.<br /><br />Yo no le hice caso. Estaba fascinada. Le habíamos traído allí, al mítico Doctor, que había sido uno de los personajes más populares y espeluznantes de la ciudad por varios años, a fuerza de su extrañeza y su excentricidad. El Doctor, que era visitado por artistas de cine y cantantes de éxito, que escribía libros que eran traducidos a cientos de idiomas. O al menos eso era lo que el mismo y los suyos afirmaban.<br /><br />-Tengo el placer de comunicar aquí, públicamente-continuó, abarcándonos a nosotros en otro gesto teatral-, que invito a los Iluminados a ser parte de mi Aquelarre.<br /><br />Tras esto se giró, y fijó en mí sus ojos oscuros, una media sonrisa prendida en sus labios, su mano extendida en señal de ofrenda.<br /><br />-Gracias-musité yo al micrófono.<br /><br />-Mi tarjeta, señorita-dijo él sacando de uno de sus bolsillos un pequeño rectángulo de cartulina.<br /><br />La depositó en mi mano y vi que contenía una estrella de cinco puntas y su dirección, que no necesitaba porque yo sabía muy bien donde vivía.<br /><br />-Espero tener el placer de vuestra visita mañana por la noche-me susurró, lo suficientemente alto como para que el público le escuchara.<br /><br />-Gracias-musité yo de nuevo, sintiéndome como una idiota.<br /><br />De una percha cerca de la entrada tomó un sombrero negro y un largo abrigo negro, y tras ponérselos dirigió un saludo a los presentes.<br /><br />-Salve al Oscuro-dijo, alzando un puño.<br /><br />La estudiada sonrisa de malvado apareció en su rostro de nuevo, antes de abrir la puerta y desaparecer en la oscuridad de la que había surgido.<br /><br />*****<br /><br />Finalmente fui la única del grupo en asistir a la cita del Doctor. El resto no quiso acompañarme, no quisieron verse implicados de ninguna forma con aquel siniestro personaje.<br /><br />-Es un ladrón de fama-me dijo el batería, intentando convencerme de que no fuera a la cita-. Le he leído declarando haber hecho cosas que nunca hizo, como participar en películas de terror en las que no le ves por ninguna parte.<br /><br />Yo también conocía esa faceta del Doctor, pero no le di importancia. Estaba fascinada por la malignidad de su persona, por la promesa no formulada de secretos ocultos tras las paredes de su infame y célebre casa. Todos intentaron convencerme de que lo olvidara, pero finalmente acudí.<br /><br />Desearía haberles hecho caso.<br /><br />La casa del Doctor era un pequeño edificio antiguo de madera, pintado completamente de negro, incluso los cristales. Tenía esa cualidad atemorizante de las casas antiguas cuando no están bien cuidadas, como si la decrepitud las dotase de alguna extraña forma de conciencia, de vida. Eso era lo que yo sentía cuando me acercaba a sus tablones mal pintados, cuando alzaba la vista a su tejado a dos aguas y a su desvencijada buhardilla, como si el edificio mismo me devolviese la mirada, como si no me quisiera allí.<br /><br />No había ninguna placa ni inscripción en la puerta. Tiré de un cordón dorado y una campana sonó en el interior.<br /><br />Me abrió la puerta una mujer de baja estatura, vestida con un largo traje negro y con los cabellos pintados de un blanco purísimo. La reconocí de inmediato, era Barbara, la esposa del Doctor, con la que compartía esa residencia. Me dijo que me estaba esperando, y no mostró ninguna sorpresa al advertir que había acudido sola. Me hizo pasar y de una mesita situada junto al recibidor me dio una hoja de papel roja, escrita a máquina, que apenas podía leer en la tenue luz que venia del pasillo. La seguí al interior, sin dejar de mirar a mi alrededor aquel grotesco y excéntrico lugar.<br /><br />Había todo tipo de objetos colgando de las paredes, formando un conjunto extrañamente recargado. Todo parecía destinado a llamar la atención, desde bizarras muestras de arte africano hasta cabezas reducidas de los jíbaros o cabezas de alces disecadas. Vi las banderas de los Estados Unidos y la Unión Soviética entrelazadas, vi también desagradables insignias nazis e imaginería fascista. Todo aquello me provocó una incómoda repulsión, pero pensé que era precisamente esa sensación la que pretendía provocar.<br /><br />Barbara me llevó a una habitación en la que había preparado un atril, y frente a él varias sillas plegables de color negro. Un tapiz con una estrella de cinco puntas invertida en blanco, sobre fondo negro, colgaba tras el atril. Todo aquello me daba mala espina. No era sencillamente malvado, sino que se esforzaba en parecer amenazador, en parecer maligno. Temía no encontrar allí más que simple apariencia.<br /><br />Había otras personas allí, todas vestidas de negro, como yo. Ninguna me dirigió ni tan siquiera una mirada. Todas eran jóvenes, aunque de aspecto bien distinto. Había tres chicas muy delgadas que se sentaban juntas en una de las esquinas, cogidas de la mano. Un hombre grueso de espeso cabello rojo y barba estaba sentado frente al atril, mirándolo como si ya hubiese allí alguien hablándole. Y en otra de las esquinas vi a alguien que llamó mi atención de inmediato, un joven de larga melena castaña y profundos ojos azules, sin expresión en su hermoso y casi andrógino rostro. Su aspecto me era familiar, pero no podía reconocerle. Colgaba de su cuello una estrella plateada como la que aparecía en el tapiz.<br /><br />Barbara se dirigió al atril y sacó de algún lugar una vieja campana dorada que tocó tres veces. Los tímidos intentos de conversación de la sala se apagaron de inmediato, y todos fijaron la vista en ella. Yo me senté en la ultima fila, en una de las muchas sillas libres.<br /><br />-El Doctor les hablará ahora-dijo Bárbara, y tras esto se alejó del atril y abandonó la estancia.<br /><br />A la luz de aquel salón pude ver al fin que era lo escrito en el papel que me había entregado al entrar. Parecía ser un programa relativo a la conferencia que iba a dar el Doctor. Sabía que el Doctor solía dar conferencias y cursos todas las semanas, algunos gratuitos, otros a cambio de altas sumas de dinero. Me decepcionó un poco que me hubiese invitado a una de sus conferencias. Creía que iba a ser una cita más personal. El tema del día era el mal a lo largo de la historia, seguido por una disertación sobre las interpretaciones místicas del canibalismo.<br /><br />El Doctor surgió de donde había desaparecido Barbara. Saludó a los presentes con una inclinación de cabeza y se puso tras el atril. Al verme al fondo, me dirigió una sonrisa, y yo me emocioné por un instante. Era una visión ciertamente imponente, su figura alta y fornida embutida en un ajustado traje negro, su cabeza afeitada brillando bajo la brillante luz de las lámparas que colgaban del techo, su sonrisa sardónica y malvada enmarcada por su barba de perilla.<br /><br />-Salve al Oscuro-dijo con su profunda voz.<br /><br />-Salve al Oscuro-respondieron los presentes.<br /><br />El Doctor abrió una carpeta de apuntes que tenía sobre el atril y comenzó su disertación.<br /><br />Durante más de una hora estuve escuchando embelesada sus palabras, pronunciadas de forma cuidadosa y haciendo énfasis en la profundidad de su voz, más como un actor que declamase un texto que como un conferenciante. Sus cadenas de argumentos eran deliciosamente brillantes, deslumbrantes en su sencillez. Era como si te mostrara algo que has sabido desde siempre, pero que has olvidado que sabias. Verdades ocultas delante de nuestros propios ojos. Y todo con un desarmante sentido del humor que arrancó más de una carcajada a su pequeña concurrencia. A todos, menos al joven de ojos azules de la primera fila, al que yo miraba cada cierto tiempo. Su expresión no cambió en toda la conferencia, si acaso para mostrar algo de aburrimiento. Pensé que se trataba de algún discípulo de confianza, que quizá había escuchado esa misma conferencia cientos de veces. A veces se giraba sin ningún disimulo en su silla y miraba al resto de los presentes. Sus ojos azules se cruzaron con los míos en más de una ocasión, y ninguno de los dos apartó la vista. Una de las veces que lo hizo, le guiñe un ojo y le saqué la lengua, intentando arrancar una sonrisa de sus finos labios, pero me fue imposible. Aquel hermoso ocultista me tenía desconcertada, y ciertamente algo fascinada.<br /><br />Finalmente el Doctor había hecho que la idea de devorar carne humana me pareciera atractiva. Tocó la campana tres veces y entonó uno de sus repetitivos salves al Oscuro, dando por terminada la conferencia. Las tres chicas delgadas hicieron una reverencia y desaparecieron, como el resto de los presentes, tras intercambiar un breve saludo con el Doctor. El individuo del cabello pelirrojo se detuvo un momento para pedirle al Doctor que le firmara uno de sus libros, y para felicitarle por la conferencia. El joven de los ojos claros había desaparecido como por ensalmo en el instante en el que había salido de mi vista.<br /><br />-Disculpe-dijo una voz a mi lado. Me giré para encontrarme con Bárbara-. El Doctor quiere verla en su despacho en un momento. Sea tan amable de esperar.<br /><br />Sin decir más se alejó de mí. Me sorprendió un poco el tono autoritario de sus palabras, pero me agradó que al fin se me diera la atención especial que había esperado desde que llegué. No podía creer que fuese a entrar en el despacho personal del Doctor. Para muchos, era como entrar en el camerino de un grupo de moda, en la rulot de una estrella de cine. Un lugar reservado para una élite, para los elegidos.<br /><br />Finalmente el orondo pelirrojo dejó al Doctor tras un fuerte apretón de manos, y sus ojos oscuros se fijaron en mí.<br /><br />-Señorita Alexandra-recuerdo que dijo, arrastrando las vocales del nombre como si las degustara-. Me alegra mucho que haya aceptado mi invitación. Venga, entre sin miedo en mis dominios.<br /><br />Me hizo un gesto con la mano para que le siguiera, y así lo hice. Me llevó por un corto pasillo hasta una habitación de la que había visto algunas fotos en revistas. El recargado altar al Oscuro estaba en una de las esquinas, frente a otro tapiz con la estrella invertida, con un enorme cráneo de vaca sacado, según decían, del mismísimo Death Valley presidiéndolo, junto a puñales, espadas, campanas y demás parafernalia ocultista. Todo perversamente exagerado, tanto que parecía algo salido de una mala película de terror.<br /><br />-Tengo una propuesta que hacerle-dijo el Doctor, cerrando la puerta de la habitación. La forma en la que me miró me provocó un mal presentimiento.<br /><br />El Doctor se acercó con pasos lentos al altar. Levantó el cráneo de vaca y de debajo, sacó una cadena de plata de la que colgaba una estrella de cinco puntas invertida, como la que todos los miembros de su Orden llevaban. Después tomo uno de los puñales ceremoniales.<br /><br />-Le propongo-dijo, cayendo del pedestal en el que le tenia-que sea usted una de mis sacerdotisas.<br /><br />-¿Quiere enseñarme los secretos?-le pregunté, creyendo que había entendido mal sus palabras.<br /><br />-No, querida-dijo, acercándose a mí.<br /><br />Se puso a mi espalda y me colocó la cadena alrededor del cuello.<br /><br />-Ya sabes lo suficiente-me dijo.<br /><br />-Yo no sé nada-le dije-. No tengo ningún poder, no sé como burlar a la muerte, como invocar las fuerzas de las Tinieblas. Es eso lo que he venido a buscar aquí.<br /><br />-No quiero decir que no te enseñe rituales, querida-me dijo, todavía en mi espalda, tocando mis cabellos con la punta de sus largos dedos-. ¿Has leído mis libros sobre las Sacerdotisas del Oscuro?<br /><br />No lo había hecho, pero había oído hablar de ellos. Eran algo de lo que ni a sus seguidores más fieles les gustaba hablar. Se decían que reflejaban totalmente su misoginia oculta, que la sacerdotisa aparecía siempre como un juguete para satisfacer los deseos eróticos ocultos del sacerdote, a veces incluso de varios. Yo siempre había creído que se trataban de exageraciones, pero allí, sintiendo su aliento sobre mi nuca y sus dedos rozando mi cuello, aquellos rumores me parecieron terriblemente fundados.<br /><br />-No tengo nada que aprender aquí-dije, separándome de él.<br /><br />Me quité la estrella del cuello y la dejé de nuevo sobre el altar.<br /><br />-No puedes irte-me dijo-. Ahora perteneces a la orden.<br /><br />-Impídemelo-le dije, mirándole fijamente a los ojos, tratando de no expresar ninguna emoción.<br /><br />Era un truco que había usado más de una vez. Sorprendentemente incluso con el doctor dio resultado.<br /><br />-¡En el nombre del Oscuro te maldigo!-me dijo, extendiendo hacia mí su mano en un gesto teatral mientras yo abría la puerta de la habitación.<br /><br />-No creo que tengas poder para eso-le dije, sin darme la vuelta.<br /><br />En un instante había pasado a ser para mí poco más que un hombrecillo, insignificante e inofensivo. En aquel momento volví a sentir, esa vez con más fuerza que nunca, que mi búsqueda no tenia sentido, que lo que deseaba conocer no era más que una quimera. Mientras avanzaba por el pasillo, buscando la salida de un lugar que ahora se me antojaba ridículo y de mal gusto, me dije a mi misma que lo dejaba, que estaba perdiendo el tiempo, que estaba arruinando mi vida.<br /><br />Desgraciadamente cambié de opinión.<br /><br />-¿Ya te ha nombrado sacerdotisa?-susurró una voz a mi espalda, cuando entré en el salón de conferencias, camino a la salida.<br /><br />Me giré asustada y encontré allí al joven de largos cabellos castaños que tanto me había fascinado momentos antes. Me dije a mí misma que no merecía la pena perder el tiempo con él, que no era más que uno de los secuaces del Doctor, y que sería como él un completo fraude. Pero había algo en su mirada, en la forma en la que arqueaba sus finos labios en una sonrisa cómplice, que me hizo detenerme y escuchar.<br /><br />-Lo hace siempre con las jovencitas hermosas que se dejan fascinar por su metafísica de vodevil-dijo él, aumentando su sonrisa, con una voz suave y susurrante-. Un truco ya muy gastado, aunque da resultado en ejemplares especialmente impresionables. Me alegra ver que no ha sido tu caso. No me equivoqué cuando te valoré al verte durante la conferencia.<br /><br />-¿Quién eres tú?-le pregunté, halagada por sus palabras.<br /><br />-Me llamo Gareth-dijo, haciendo una ligera reverencia-. Soy, o he sido, uno de los primeros discípulos del Doctor. Ahora me mantiene aquí para darle un poco de prestigio a su maltrecha organización.<br /><br />-No quiero seguir aquí-dije yo. No me sentía cómoda en aquel lugar. No me fiaba de sus habitantes.<br /><br />-Yo tampoco-dijo él-No te preocupes.<br /><br />Me guió cortésmente hacia la salida y abrió la puerta como un caballero salido de una novela victoriana. Yo estaba completamente encantada por su compañía, pero no tanto como para bajar la guardia.<br /><br />-Si esto es una treta del Doctor-le dije nada más pusimos los pies en la acera-, lo lamentarás mucho.<br /><br />Él sonrió de nuevo. No le iba mucho la imagen típica del ocultista, el tipo oscuro y siniestro que parece siempre estar maquinando planes secretos. Algo me decía que no necesitaba de esa teatralidad.<br /><br />-El ya no tiene ninguna autoridad sobre mi-me dijo.<br /><br />Comenzamos a caminar, el uno junto al otro.<br /><br />-¿Dónde me llevas?-le pregunté.<br /><br />-Primero, a una cafetería cercana-me dijo-. Yo invito. Y donde vayamos después depende de ti.<br /><br />Me encantó aquel lugar nada más ver su interior, pequeño y de decoración sencilla pero efectiva. Se parecía a un café para bohemios de ese París que nunca existió más que en la mente de los que nunca lo visitaron.<br /><br />-Si tienes del Doctor la misma opinión que yo-le dije cuando llegaron nuestros capuchinos-, ¿por qué sigues con él?<br /><br />-El Doctor me sirve a mí ahora-dijo él, con una sonrisa maquiavélica-Cuando su organización comenzó a decaer, hace ya años, pensó que su única forma de subsistir era mediante la publicidad. Y así, comenzó a llamar la atención de todas las formas que pudo, organizando rituales públicos, dejándose ver en fiestas y en estrenos cinematográficos, intentando que su nombre se asociara al de actores y músicos famosos..... Antes de todo esto era jefe de pista en un circo, y todavía conserva parte de ese espíritu.<br /><br />-¿Estas de broma?-le pregunté, sorprendida ante esa revelación.<br /><br />-Para nada-me dijo él-. No te habrás creído esa biografía fantasiosa que circula por ahí sobre él, ¿verdad? Cielos, incluso se contradice a sí misma. Según ese librito estuvo al mismo tiempo en varios lugares distintos, y conoció a personas años después de que muriesen, y todo eso sin usar ningún poder sobrenatural.<br /><br />-Supongo que soy una de las víctimas de sus artes circenses-confesé yo, sintiéndome algo avergonzada.<br /><br />-No te preocupes-me dijo él-. Al menos has sabido reaccionar a tiempo. El Doctor tiende a atraer a gente notable, a veces por su ingenuidad, pero también a veces por su inteligencia. Que se quede con los primeros para su Orden de pacotilla. Es por los otros, por los que ven el engaño al primer aviso, por lo que permanezco a su alrededor.<br /><br />Yo me limité a sonreír.<br /><br />-¿Que buscabas en casa del Doctor?-me preguntó él.<br /><br />-Poder-dije yo, sin dudarlo-. Ser más de lo que soy. Poder sobre la vida y la muerte.<br /><br />-¿Y si te dijera que yo tengo la llave de ese poder?-me dijo él.<br /><br />-No te creería-le dije yo-. Me han engañado demasiadas veces.<br /><br />-Muy sabia-dijo él, sin ofenderse, al menos en apariencia-. ¿Quieres pruebas?<br /><br />-Sí-le dije yo.<br /><br />-Las tendrás-me contestó.<br /><br />*****<br /><br />-De lo que veas esta noche, deberás guardar completo silencio-me susurró entre las sombras-. Si hablas, me encargaré de que lo lamentes, y hablo muy en serio. Y yo no me limito a declamar maldiciones de opereta.<br /><br />Yo tan solo asentí, y le seguí hacia lo desconocido.<br /><br />Estábamos en una casa vieja y desvencijada, uno de los restos de lo que un día fue una de los barrios más prósperos de la ciudad, hacía ya más de un siglo, y que ahora yacía como una víctima colateral de la degradación y la miseria que algún día afectó a sus pobladores. Apenas podía adivinar los informes contornos del edificio en una oscuridad que era casi total. La última farola bajo la cual habíamos pasado había quedado muchos metros atrás. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, no sé si de miedo o de frío. Ni siquiera sabía que hora era, y estaba demasiado oscuro como para poder consultar mi reloj.<br /><br />Gareth ascendió los tres arruinados escalones que llevaban a la entrada y golpeó la puerta con los nudillos, tres golpes, una pausa, tres golpes más.<br /><br />-¿Que lugar es este?-le pregunté.<br /><br />-Uno que descubrí por pura casualidad-me dijo él.<br /><br />La puerta crujió súbitamente, asustándome, y los viejos y oxidados goznes comenzaron a chirriar. Cuando se abrió, del interior surgió una luz insolentemente brillante que me deslumbró.<br /><br />-Soy yo-dijo Gareth.<br /><br />La luz bajó y entonces vi que provenía de una simple linterna, sostenida por una bonita joven de sencillas ropas negras y largos cabellos rubios. La joven se limitó a mirarme con sus ojos verdes y una expresión grave en su rostro de muñeca. Se echó atrás y entramos a un interior tan arruinado como el exterior. Las baldosas del suelo eran blancas y negras, como las de un ajedrez. No quedaban muebles, y la pintura de las paredes era casi inexistente. Bajo el sonido de nuestros pasos, una miríada de pequeños roces y chasquidos evidenciaban esa vida propia que poseen todos los edificios antiguos. Me encantó la romántica decadencia de aquel lugar, pero nada podría haberme preparado para lo que me esperaba en su interior.<br /><br />-¿Hay novedad?-preguntó Gareth.<br /><br />-Nada-dijo la joven, también en voz baja-. Ha permanecido en letargo toda la noche.<br /><br />Yo me moría de ganas de preguntarles de qué estaban hablando, pero la gravedad de sus rostros me hizo contenerme.<br /><br />El vestíbulo comunicaba con un pequeño pasillo, y desembocaba en una enorme estancia, de la que partían dos curvadas escaleras, que se perdían en un piso superior totalmente envuelto en la oscuridad. Aquel lugar estaba iluminado por velas, cientos de velas blancas colocadas en el suelo, sobre las losas marmóreas, formando un círculo alrededor de un objeto alargado de siniestro aspecto.<br /><br />Nunca podré olvidar aquel lugar. No puedo explicar como, pero lo supe nada más entrar. Supe lo que había aunque si me hubiesen preguntado no habría podido decirlo. Lo sabía dentro de mí, una sensación que culebreaba gélidamente dentro de mis tripas.<br /><br />Había otra chica junto a aquel objeto alargado, igualmente hermosa, igualmente vestida de negro, pero con cortos cabellos del color del ala de cuervo. Sostenía en su mano un viejo candelabro dorado, de seis velas. Miraba a aquella caja de madera alargada con una expresión que solo puedo describir como reverencia. Alzó la vista al escuchar nuestras pisadas, y sus ojos me contemplaron con interés.<br /><br />Seguí a Gareth y a la chica rubia dentro del círculo de velas. La caja de madera estaba sostenida por dos burdos caballetes con bisagras de metal oxidado. Las tablas que la componían eran bastas y no estaban pulidas, todavía tenían astillas sobresaliendo amenazadoras de sus bordes.<br /><br />Allí olía a polvo, a degradación y a miedo. Sí, el miedo proveniente de mí misma, pero también de mis anfitriones.<br /><br />-Se bienvenida a mi círculo-me dijo Gareth, susurrando, como si nos encontráramos en un lugar sagrado.<br /><br />-¿Que es esto?-pregunté yo, mirando a la caja-. ¿Un ataúd?<br /><br />Sabía que el Doctor solía hacer uso de ataúdes en sus rituales, una forma de escandalizar y asustar a aquellos que temen todo lo relacionado con la muerte. Gareth debió leer mis pensamientos porque desechó esa idea con un gesto de su mano.<br /><br />-¿Es ella la que esperábamos?-preguntó la chica de pelo negro, mirándome de una forma que encontré amenazadora.<br /><br />-Lo será si ella lo desea-dijo Gareth.<br /><br />-¿Que hay en esta caja?-pregunté, sin poder disimular mi nerviosismo.<br /><br />-Puedes verlo por ti misma-dijo Gareth.<br /><br />La tapa de la caja no estaba sujeta por nada más que por su peso, como descubrí cuando Gareth la alzó y la dejó a un lado. Desde donde estaba no podía ver lo que había en el interior. Me acerqué lentamente, temiendo ser decepcionada por su contenido.<br /><br />Pero lo que vi superó completamente mis expectativas.<br /><br />-Estaba aquí cuando llegamos el primer día-dijo Gareth-. Oculto en uno de los armarios del piso superior. Al principio nos desconcertó, pero pronto averiguamos de qué se trataba. Lo hemos mantenido en secreto, ni el Doctor ni nadie de su patética Orden sabe lo que hemos encontrado.<br /><br />El ser que reposaba dentro de la caja parecía estar muerto, pero había una casi imperceptible vibración manando de él que lo negaba, que evidenciaba que había algún tipo de energía capaz de animar su cuerpo. Sus ojos opacos, de un azul oscuro, miraban a la oscuridad sobre él, sin aparentar ver nada. Sus ropas negras estaban raídas y llenas de polvo, igual que sus largos cabellos grises. Tenía un rostro sin edad, quizá el de un joven si no estuviese surcado por tantas suaves arrugas. Y sobre sus labios, como un macabro carmín, aparecía el marrón oscuro de la sangre seca.<br /><br />-Es un vampiro-susurró Gareth, aunque yo no necesitaba que me lo dijera.<br /><br />*****<br /><br />-No puede ser-me dije a mi misma en voz alta.<br /><br />Estábamos en lo que fue antaño la cocina de aquel edificio, el único lugar que conservaba algunos muebles y algo de habitabilidad. Estaba sentada en una silla desvencijada que otrora fue lujosa. Gareth estaba frente a mí, sirviendo vino tinto en dos finas copas de cristal. Había sacado la botella de una nevera de plástico que había traído una de las chicas. Cuando me ofreció la copa, su color rojo me pareció macabramente apropiado para lo que acababa de presenciar.<br /><br />Antes de abandonar la estancia central, Gareth se había hecho un corte en la muñeca, con cuidado de no seccionarse una arteria, pero haciéndolo lo suficientemente profundo como para sangrar. Pude ver que había marcas recientes de cortes en su muñeca, formando un delicado y doloroso encaje. El chorro de sangre había caído sobre los labios del vampiro, que de inmediato se habían abierto para dejar pasar el cálido y metálico líquido. El olor a podredumbre que salía de la criatura pareció crecerse al mezclarse con el acre olor de la sangre de Gareth. Esa vibración sutil creció también, haciéndose tan fuerte que casi pude oírla.<br /><br />Por un instante en el que se me detuvo el corazón, los ojos del vampiro se movieron. Sus pupilas opacas parecieron fijarse en las de Gareth durante un parpadeo, para luego volver a mirar a la nada sobre él. Miré a los demás y me di cuenta de que yo había sido la única en darme cuenta.<br /><br />Al cabo de un momento Gareth retiró su muñeca y la chica del pelo negro se la vendó con un pequeño lienzo.<br /><br />-Su aspecto ha mejorado mucho desde que lo encontramos-me había susurrado Gareth cuando había visto la curiosidad en mis ojos-. Al parecer es por la sangre que le proporcionamos.<br /><br />Quizá fuera porque el olor sanguinolento del vampiro se me había metido hasta el fondo de mis pulmones, pero el vino tuvo un sabor ligeramente metálico aquella noche. Gareth tomó una silla y se sentó frente a mí, dejando su copa en la única mesa de la habitación.<br /><br />-¿No se ha movido nunca?-le pregunté.<br /><br />-No desde que lo encontramos-me dijo él-. Creemos que está demasiado débil para hacerlo.<br /><br />-Y le estáis fortaleciendo con vuestra sangre-dije yo.<br /><br />-Si-me respondió-. Pero está siendo demasiado lento.<br /><br />-¿Que es esa cosa?-le pregunté.<br /><br />Él pareció sorprendido ante mi pregunta.<br /><br />-Ya te lo he dicho. Tú lo has visto.<br /><br />-Eso es lo que aparenta ser-le dije yo-. Los vampiros no existen más que en las leyendas. No digo que esa cosa de la caja no tenga alguna relación con ellos, pero debe haber una explicación. Esa cosa debe tener una naturaleza más allá de los que nos dicen las leyendas.<br /><br />-Así es-dijo una voz suave desde el umbral.<br /><br />La única luz provenía de una solitaria vela sobre la mesa, demasiado débil como para iluminar a quien me hablaba, pero por su silueta puede adivinar que era la chica rubia.<br /><br />-Esta es Fallon-dijo Gareth-Ha analizado algunas muestras de sangre de nuestro anfitrión.<br /><br />Pese a la oscuridad puede ver como Fallon negaba con la cabeza.<br /><br />-No las he analizado como debería haberse hecho-dijo ella-. Solo soy estudiante de medicina, y todavía no es mucho lo que sé. Tan solo un día me atreví a clavarle una aguja a eso y a hacerle algunas pruebas superficiales. Tiene pulso, eso es seguro, o al menos algo que parece un pulso muy profundo. Y por sus venas corre algo que parece sangre, pero no puedo precisar exactamente qué es.<br /><br />-¿Ni siquiera tienes una idea?-le pregunté.<br /><br />Fallon se nos acercó y se sentó en el suelo, junto a Gareth.<br /><br />-Tengo una teoría-dijo, mirándome fijamente a los ojos-. Pero no sé si tiene sentido.<br /><br />-Cuéntamela-le dije-. Seguro que tiene más sentido que viejas leyendas medievales.<br /><br />-Verás-dijo Fallon-. Eso que hay en el salón parece ser... la forma más sencilla de explicarlo es que es una enfermedad. No un cuerpo atacado por una enfermedad, sino una enfermedad en sí. Su sangre, y todos sus tejidos tienen una naturaleza que no puedo precisar, pero que no pertenece al reino animal.<br /><br />-¿Entonces?-le pregunté, intrigada. Había leído lo suficiente como para seguir superficialmente su explicación.<br /><br />-Lo que creo es que todo en ese ser tiene una naturaleza vírica-dijo Fallon-. Ya sabes que un virus ataca una célula y la cambia transformándola a su vez en un virus. Y que un virus no está realmente vivo, sino que se encuentra a medio camino entre lo vivo y lo muerto. Bueno, pues imagina un virus que pudiera cambiar otras moléculas para que siguieran funcionando como antes, pero al mismo tiempo adquiriendo naturaleza vírica. Esa criatura es como una especie de organismo vírico, una colonia de virus con forma humana que se alimenta de las proteínas de la sangre. La sangre humana. He visto como reaccionan las moléculas de su sangre ante la sangre humana y la de animales, y solo la sangre humana parece nutrirlo. Sin sangre, su cuerpo permanece en letargo, pero sin llegar a estar nunca completamente muerto.<br /><br />-No puede morir-dijo Gareth-. Al menos por lo que sabemos.<br /><br />-Un organismo complejo inmortal-dijo Fallon-. Algo que la biología nos dice que es imposible. Y lo tenemos aquí mismo, en esa habitación.<br /><br />Yo estaba demasiado fascinada, y demasiado nerviosa como para andarme con sutilezas.<br /><br />-¿Que pretendéis hacer con él?-le espeté.<br /><br />Pude ver como la luz de la vela bailaba sobre la sonrisa de lobo de Gareth.<br /><br />-Le alimentamos con nuestra sangre-dijo-. Esperamos que así se cree un vínculo entre nosotros y él, o al menos que muestre agradecimiento cuando recupere su fuerza. Y cuando ocurra eso, le pediremos que comparta con nosotros su poder.<br /><br />-¿Y si se niega?-le pregunté.<br /><br />-Entonces se lo robaremos-dijo Gareth.<br /><br />-Eso es una locura-les dije-. ¿Y si simplemente os mata? Estáis fortaleciendo a un monstruo.<br /><br />-No esperaremos tanto para pedírselo-dijo Gareth-. Lo alimentamos poco a poco, como has visto.<br /><br />Me callé lo que había visto, o había creído ver. Tenia el temor de que aquella criatura estaba más despierta de lo que ellos creían, que mientras ellos maquinaban sus planes, aquella mente extraña e inhumana también rumiaba los suyos desde dentro de la caja de madera. Lo que les pregunté era la otra duda que corroía mi mente.<br /><br />-¿Por qué me contáis todo esto?-les pregunté-. ¿Por qué me habéis mostrado esa cosa?<br /><br />-Es lo que buscabas-me digo Gareth, inclinándose hacia mí-Poder sobre la vida y la muerte. La vida eterna.<br /><br />-¿Y tú me la ofreces?-le dije-. ¿Sin pedir nada a cambio?<br /><br />Gareth sonrió y desvió por un instante la vista, como un niño travieso. No me había dado cuenta de que Fallon nos había dejado, tan silenciosamente como cuando se unió a nosotros.<br /><br />-Hay algo que quería pedirte, claro está-me dijo Gareth-. Todo tiene un precio.<br /><br />-¿Y cual es?-le pregunté, temiendo su respuesta.<br /><br />-Que seas parte de nuestro grupo-me dijo él-. Eso es lo que quiero de ti.<br /><br />-¿Tu grupo?-le pregunté, confundida-. ¿Tienes una especie de Orden, como la del Doctor?<br /><br />-Nada de eso-me dijo él, conteniendo una risa-. Fallon, Sherri y yo tenemos algo en común además de ser miembros descontentos de la Orden Oscura. No entramos aquí buscando solo un lugar apropiado para un ritual, sino para usarlo como local de ensayo.<br /><br />-Música-dije cuando lo comprendí.<br /><br />-Imagina un grupo que fascine a todos los que lo escuchen-me dijo él-. No muy famoso, pero célebre, como el tuyo. Moviéndose de un sitio a otro, atrayendo a personas que nos ofrecerían cualquier cosa por nuestra compañía, por nuestro favor.<br /><br />-Incluso su sangre-susurré.<br /><br />-¿Crees que el Doctor estaba en tu concierto por casualidad?-me confesó él-. Fui yo quien le envié, sabiendo que tú vendrías si él te llamaba.<br /><br />Creo que me sonrojé.<br /><br />-Si, era a ti a quien buscaba-me dijo-. Necesito tu voz, tu talento y tu belleza para completar mi grupo.<br /><br />Lo absurdo e irresistiblemente hermoso de aquella idea me provocó una carcajada. No sabía ya que esperar, porque sabía que podía esperar cualquier cosa.<br /><br />Miré sus cautivadores ojos azules y tomé un nuevo trago de vino. El calor de alcohol ascendió por mis venas hasta mi cabeza, mezclándose con mi sangre. Aquello era un hermoso sueño, pero temía dar el primer paso, temía que la realidad hiciera añicos mis ambiciones, los deseos de fama y poder que impulsaban mi espíritu.<br /><br />-Acepto-susurré.<br /><br />*****<br /><br />Llegué a conocer muy bien aquella vieja casa los días que siguieron. Aquel lugar encantado se convirtió en el centro de mi vida.<br /><br />Al día siguiente llamé al guitarra solista de mi grupo y le dije que tenia que tomarme un descanso. Intenté que no sonara definitivo, pero él intuyó que le estaba diciendo de una forma suave que los Iluminados habían llegado a su fin. No se enfadó, como me temía, sino que simplemente su voz adquirió un tono triste que me fue más doloroso que el sentir su enfado.<br /><br />-¿No te habrán comido la sesera en esa casa maléfica?-recuerdo que me preguntó.<br /><br />-No, nada de eso-le contesté, sin mentirle-. Ese Doctor es un fraude. Ahora me doy cuenta de que teníais razón.<br /><br />-Nos veremos por la facultad-me dijo como despedida.<br /><br />-Nos veremos-le dije yo.<br /><br />Lo cierto es que fui poco a la facultad aquellos días, y al cabo de un tiempo dejé de aparecer por allí. Pasaba el tiempo sola, paseando por las calles de aquella antigua y pequeña ciudad universitaria, por la ribera del río que la atravesaba de parte a parte y por sus extensos y mal cuidados jardines. Ante mis ojos, el mundo había adquirido una cualidad especial, una magia a la que ya había renunciado. Ahora veía misterios en cada sombra, secretos en cada vieja estatua, en cada edificio ruinoso. Había creído que al fin lo sabía todo sobre la realidad, pero aquella criatura de la caja me había enseñado con su mera existencia que en realidad no sabía nada. Y yo volví a ser como una niña asustada y fascinada al mismo tiempo por la oscuridad.<br /><br />Pero donde más tiempo pasaba era en aquella vieja casa, la cripta, como la llamábamos entre nosotros. Gareth se había encargado de acondicionar uno de los dormitorios del primer piso para mí, incluso llevó un saco de dormir. Me tumbé allí a descansar algunas veces, pero nunca pude dormir. Era incapaz de dormir sabiendo lo que había allí abajo.<br /><br />Nos turnábamos para hacer guardia, y para alimentarle con nuestra sangre. Pero, aunque no tuviésemos nada que hacer, solíamos permanecer cerca, a la espera, hablando en susurros en las viejas habitaciones, viendo extraños patrones y sombras imaginarias en los oscuros pasillos y las manchas de humedad, sobresaltándonos a veces con el sonido de los insectos y las ratas moviéndose dentro de las paredes.<br /><br />Lo recuerdo y me sorprendo de lo ingenuos que éramos todos, incluso Gareth. Nos creíamos sabios y poderosos, creíamos estar dominando un poder inconmensurable. Pero no éramos más que niños jugando con fuego.<br /><br />No volví a ver ningún movimiento en el vampiro, ni siquiera cuando derramaba sobre sus labios mi propia sangre. Al principio me sentía fascinada por hacerlo, pero al cabo de unas semanas aquello perdió parte de su poesía. Comencé a sentir que era como si vigilara el lecho de un enfermo. Quizá por eso un día comencé a leer en voz alta el libro que había llevado para distraerme, susurrando las palabras suavemente cerca de la caja. Es curioso, pero aquel simple gesto me hizo perder gran parte del miedo que sentía ante aquella criatura.<br /><br />Te he dicho que solíamos conversar, pero lo cierto es que nuestras conversaciones solían girar siempre alrededor del mismo tema. Aquel ser era nuestra obsesión, el centro de nuestros pensamientos y nuestros anhelos. De mis compañeros en la vigilia, como les llamaba, Fallon era con quién más hablaba. Era extrañamente reservada en lo que concernía su vida anterior a todo aquello, pero hablaba sin reparos de cualquier otra cosa. Siempre sospeché que arrastraba un pasado triste, quizá lleno de dolor y de rechazo. Sherri no solía hablar mucho, era una persona más de acciones que de palabras. Solía pasear como un león enjaulado por la estancia cuando era su turno de vigilar a la criatura. Era una persona honesta, quizá demasiado, y por eso no llegaba a tolerar del todo mi presencia allí. Creo que estaba enamorada de Gareth, y que me veía como una posible rival.<br /><br />A mí Gareth me fascinaba, es cierto, pero no le veía como un posible novio. Es difícil de explicar lo que sentía por él. Había veces que sentía la urgente necesidad de besarle, de entregarme a él por completo, pero entonces había algo en él, algún gesto, alguna palabra que hacía que ese fuego se enfriara. Era una sospecha, o quizá simplemente la desconfianza que crea a su alrededor un conspirador confeso. Conmigo era un caballero, alguien salido de las fantasías más salvajes de cualquier mujer. Aprovechaba cualquier excusa para pedirme que cantara para él, y cuando le complacía la fascinación que veía en sus ojos azules me hacia perder la razón.<br /><br />Un día dejé de leerle al vampiro y comencé a hablar con él directamente. Le hablaba de mí, de mi pasado, de lo que sentía. No me pidas que te explique como, pero sabía que me escuchaba.<br /><br />Los días pasaron y Gareth fue poco a poco perdiendo la paciencia. Un día lo descubrí gritándole al féretro, acusándole de no despertar aunque podía hacerlo, de negarse a compartir sus secretos, desafiándole a salir de aquella caja y desangrarle si era capaz. Se sintió avergonzado cuando me descubrió en el umbral, y se alejó sin decirme nada.<br /><br />Entonces todo se precipitó sobre nosotros.<br /><br />*****<br /><br />Aquella noche llovía, lo recuerdo muy bien. Camino a la cripta el agua helada había atravesado mis ropas y me estaba haciendo tiritar. Golpeé la puerta dos veces, como teníamos de consigna. Nada ocurrió. Con un mal presentimiento volví a golpear y esperé. Nada. Empujé un poco la puerta y esta cedió, chirriante y pesada.<br /><br />Nunca la dejábamos abierta.<br /><br />Entré lentamente, ensordecida por el sonido de la lluvia que caía en el exterior, intentando vanamente aguzar el oído. Pero no escuché nada. Mis propios pasos retumbaron en el interior del decrépito edificio en cuanto cerré la puerta. El rudimentario y oxidado cerrojo había sido dejado abierto. Lo cerré lentamente, intentando hacer el menor ruido posible. Después me aventuré al interior.<br /><br />Nada más entrar en la estancia lo vi, junto a la caja, dentro del círculo de velas que renovábamos cada noche. Era Gareth, tumbado en el suelo, mirando sin ver la caja que había sobre él, reposando en los caballetes. Sus brazos estaban doblados en ángulos imposibles y dolorosos y sus piernas parecían las de una muñeca rota. Me arrojé sobre él, rompiendo el círculo de velas, y cuando lo toqué su cuerpo sufrió un violento espasmo. Su cabeza golpeó el duro y frío suelo con un sonido sordo que me heló la sangre. Lo abracé con fuerza hasta que cesaron sus convulsiones, protegiendo su cabeza con mis manos. Después pareció calmarse, sus músculos se suavizaron y sencillamente de deslizó entre mis brazos para descansar sobre el suelo.<br /><br />Yo estaba frenética, aterrorizada. Miré dentro la caja, intentando contener mi endiablada respiración, pero no vi ningún cambio en la criatura. Me volví de nuevo hacia Gareth y entonces vi un objeto extraño junto a él, que brillaba levemente a la luz de las velas. Me agaché a recogerlo, aunque ya sabia lo que era. Una jeringuilla de cristal, todavía manchada de sangre. Sangre de vampiro.<br /><br />Gareth había perdido la paciencia y había decidido arriesgarse.<br /><br />No podía dejarlo allí. No sabía si volvería a sufrir convulsiones, si el frío podía hacerle daño. Intenté levantarlo, pero pesaba demasiado para mis brazos poco acostumbrados al ejercicio. Finalmente lo agarré desde atrás por las axilas y lo fui arrastrando lentamente lejos de allí, hasta el primer piso, donde lo dejé metido como pude dentro de un saco de dormir. Su corazón todavía latía, y su respiración era lenta, pero respiraba.<br /><br />Yo no sabia que hacer. Quería ir a pedir ayuda, pero no quería dejarle allí solo. Fallon y Sherri todavía tardarían horas en llegar. Además, ¿qué ayuda podrían ofrecerme? ¿Sabía alguien que consecuencias tendría lo que Gareth acababa de hacer?<br /><br />Sí, alguien sí que lo sabía.<br /><br />Rápidamente, sin darme tiempo a mi misma para cambiar de opinión, bajé a la cocina, donde guardábamos las cuchillas desechables que empleábamos para hacernos sangrar. Mis muñecas por aquel entonces estaban tan cruzadas por el macabro dibujo de los cortes como las de una suicida recalcitrante. Tomé una de las pequeñas cuchillas y fui con ella al salón. Corté una de mis muñecas, y después la otra. Uní las manos, como formando una siniestra oración, sobre los labios del vampiro, y apreté las muñecas la una contra la otra para que sangraran. Me temblaba tanto el pulso que no sé como no me corté una arteria en el proceso. El chorro de sangre cayó sobre sus labios ya rojos, mucho más de lo que solíamos sacrificarle. Tenía que ser más, mucho más. La sangre cayó durante minutos dentro de su boca, y cuando mis heridas se cerraron me las abrí de nuevo, y después otra vez, y otra, hasta que comencé a sentir que perdía el equilibrio. Entonces separé las muñecas y le grité.<br /><br />-¡Háblame!-le dije-. ¡Sé que me estas escuchando!<br /><br />Entonces, lentamente, el vampiro se incorporó en el tosco ataúd, y sus ojos sin vida se fijaron en los míos.<br /><br />Sus manos de largas uñas, surcadas por cientos de casi imperceptibles arrugas, apartaron sus largos cabellos grises de su rostro, todo con una lentitud tan delirante que me sacaba de quicio. Yo no sabia si retroceder, dejándome llevar por mi temor, o ir hacia él cediendo a mi fascinación. Sus labios se separaron, y un hilo de mi preciada sangre se deslizó de su comisura y recorrió su rostro hasta su barbilla, intricándose en los surcos de su arrugada piel y revelándolos incluso a la luz de las velas. Algo parecido a una suave tos surgió de su garganta, y después en susurro ronco que todavía no era una voz. Era el esfuerzo de una garganta que no había pronunciado una sola palabra en años.<br /><br />-¿Que deseas?-dijo al fin, con una voz tan ronca y débil que era casi imperceptible.<br /><br />-Gareth-le dije tras un largo momento en el que no me atreví a pronunciar palabra, demasiado atemorizada como para pensar en lo que quería decir-. El que te encontró se ha inyectado tu sangre.<br /><br />Los ojos del vampiro dejaron de mirar los míos para mirar a algún punto en la oscuridad sobre nuestras cabezas. De su garganta surgió un sonido rítmico y chirriante que me costó identificar como su risa.<br /><br />-Loco insensato-dijo al fin, o al menos creo que eso fue lo que dijo.<br /><br />-¿Que le ocurrirá?-le pregunté, con voz implorante.<br /><br />Sus ojos volvieron a mirarme. Su expresión cambió de repente, revelando una inusitada astucia.<br /><br />-Te lo revelaré-me dijo-. Si tú haces algo a cambio.<br /><br />-. ¿Que quieres?-le dije sin pensar.<br /><br />-Que me quemes-me dijo él.<br /><br />Su voz se iba haciendo más clara por momentos, pero aún así creía que no le había entendido bien.<br /><br />-¿Cómo has dicho?-le dije, sorprendida.<br /><br />-Quiero que me quemes, que quemes este cuerpo maldito-me dijo él.<br /><br />-¿Quieres morir?-le dije cuando lo comprendí al fin.<br /><br />-¿Porque creíais que reposaba aquí, niñatos ignorantes?- me dijo él, dejando que su ira se reflejase en su voz-. Creía que si mi cuerpo se desecaba moriría, pero solo dormí, hasta que vosotros me habéis despertado con vuestros absurdos ritos.<br /><br />Yo no entendía como alguien con ese poder podría desear morir, pero recordé a Gareth e hice lo único que podía hacer.<br /><br />-De acuerdo-le dije.<br /><br />-Si no lo haces-me dijo, señalándome con uno de sus largos dedos-, te mataré.<br /><br />-Lo haré-le dije yo-. Pero dime lo que quiero saber.<br /><br />Una sonrisa amarga apareció en el rostro del vampiro.<br /><br />-Conseguirá lo que pretendía-me dijo-. Se convertirá en uno como yo, en un maldito. No te preocupes por lo que le pase ahora. Su cuerpo esta cambiando, esta maldita enfermedad le está devorando sin remedio. Si le aprecias, quédate junto a él hasta que termine de cambiar, pero ten cuidado cuando su cambio se haya completado.<br /><br />-¿Hay algo más que deba saber?-le pregunté.<br /><br />-Que estáis locos-me dijo él-. Que no sabéis con lo que estáis jugando. Pero eso a mí no me importa. Y ahora déjame tranquilo o acaba con mi miseria de una vez.<br /><br />El vampiro se inclino sobre el borde del ataúd y vomitó violentamente en el suelo un copioso chorro de sangre. Después volvió penosamente a tumbarse dentro del tosco féretro y cerró sus muertos ojos.<br /><br />Entonces mis rodillas fallaron y caí al suelo, junto al charco de sangre que el vampiro acababa de vomitar. El olor de la sangre putrefacta inundó mis pulmones y yo me sentí a punto de desfallecer. Pero me forcé a mi misma a ponerme en pié y hacer lo que había prometido.<br /><br />Subí con pasos tambaleantes al piso de arriba, a la oscura habitación en la que Gareth reposaba. No parecía haberse movido de donde le había dejado. Tirando del saco, fui sacándolo de allí poco a poco, hasta llevarlo al borde de las escaleras. Entonces escuché pasos en el piso de abajo.<br /><br />-¿Alex?-dijo la voz de Sherri.<br /><br />-¡Estoy aquí!-dije en lo que se pareció demasiado a un grito de puro terror.<br /><br />Sherri subió corriendo las escaleras, alarmada ante mi grito. Creo que fue entonces cuando me di cuenta de que estaba apunto de darme un ataque de histeria. Respiré hondo y me esforcé en explicarle a Sherri lo que había ocurrido. Ella se lo tomó mucho mejor que yo. Parecía que había estado esperando que aquello ocurriese en cualquier momento. Ahora que recuerdo todo aquello, creo que yo también debería habérmelo imaginado.<br /><br />Entre las dos bajamos a Gareth y le sacamos de allí. Por suerte Sherri tenia coche, y le metimos como pudimos en la parte de atrás. Le pedí que llevara a Gareth a su casa, que yo me reuniría con ellos poco después. Cuando Sherri me preguntó porque tenía que quedarme, no se lo dije, tan solo insistí en que se fuese, y le advertí que tuviese cuidado con Gareth. Ella me miró en silencio por un momento, pero sin preguntarme nada más se marchó.<br /><br />Con las prisas de la salida habíamos dejado abierta la puerta de la cripta. No sabía muy bien como iba a cumplir mi promesa, pero al menos tenía que intentarlo. Volví al salón, junto al féretro, y tomé del suelo una de las velas. Me asomé al interior del féretro y contemplé de nuevo aquel rostro extraño y arrugado, un rostro que un momento antes había estado animado por emociones tan desatadas que parecían cercanas a la locura. Con una mano temblorosa, comencé a derramar cera hirviente sobre aquel rostro, que no se inmutó cuando el líquido quemó su piel. Arrojé la vela dentro del féretro, para que la llama prendiera en sus raidas ropas. Hice lo mismo con el resto de las velas, una a una, encendiendo de nuevo las que estaban apagadas. Algunas no prendieron, pero si lo hicieron la mayoría, prendiendo a su vez la madera del féretro. Me alejé unos pasos de la tosca caja y me senté en el suelo, junto a la pared, contemplando como las llamas iban extendiéndose por la madera, como iban oscureciéndola y consumiendo sus fibras, escuchando como crujía y saltaban sus nudos. Desde donde estaba no podía ver el cuerpo del vampiro, no quería verlo consumirse. Recuerdo que se me pasó por la cabeza si aquello era un asesinato, si se podría culpar a alguien por matar algo que supuestamente ya estaba muerto. Y me di cuenta de todo lo que el vampiro se llevaba consigo, toda la historia de su vida, todos los secretos de su existencia, el recuerdo de una existencia mortal y de la transformación en el ser que ahora se consumía ante mis ojos, todos sus sueños, sus anhelos, su dolor y su amargura, todos los crímenes que aquel ser habría cometido por su ansia de sangre. Y, mientras derramaba lágrimas por aquella criatura, traté de imaginar como sería estar realmente cansado de vivir, que tu vida estuviese tan inundada de vivencias, de placeres y de dolores que tu alma, creada para una vida finita, terminara por ahogarse ante esa avalancha de pura vida. Y me juré a mi misma que haría cualquier cosa por llegar a experimentar aquello algún día.<br /><br />Cielo santo, que ingenua fui.<br /><br />*****<br /><br />Sabía donde vivía Gareth, pero nunca había estado en su casa. Cuando llamé a la puerta, fue Fallon la que me abrió.<br /><br />-¿Cómo está Gareth?-le pregunté a modo de saludo.<br /><br />-Olvídate de él-me dijo, tomándome de los hombros y tirando suavemente de mí, obligándome a entrar.-. ¿Cómo estas tú?<br /><br />-Yo estoy bien-le dije-. No me pasa nada.<br /><br />-Estas fatal-me dijo ella-. No me mientas.<br /><br />Me tomó de la mano con firmeza, pero sin hacerme daño, y me hizo seguirla hasta un pequeño salón. Me sentó de un empujón en un amplio sillón de cuero negro y después palpo mi rostro con sus manos, como si lo examinara con su tacto. Tomó después mis manos y su rostro normalmente frío se torció en una mueca al ver las nuevas heridas de mis muñecas.<br /><br />-¿Que has hecho?-me preguntó, horrorizada.<br /><br />-Lo único que se me ocurría-le contesté.<br /><br />No me había detenido en ningún momento desde que encontré a Gareth, y al estar allí sentada todo el agotamiento que almacenaba mi cuerpo por la falta de sangre pareció asaltarme de golpe. Me sentí extrañamente protegida en manos de Fallon. Con su aspecto de rockera y lo reservada que era en lo referente a su vida, normalmente olvidaba que estudiaba medicina.<br /><br />-Podrías haberte quedado allí-me dijo-. Desangrarte en el suelo de la cripta.<br /><br />-Lo sabia cuando lo hice-le dije, ya casi en un susurro.<br /><br />Me sentía caer plácidamente en un sopor tan pesado como el plomo. Traté de resistirme, hasta que me di cuenta de que realmente necesitaba caer en él. Fallon me dejó por un momento y al poco volvió con un tazón de sopa. Lo bebí en largos sorbos, descubriendo en el proceso lo hambrienta que estaba, y al sentir su calor en mi interior dejé de resistirme al fin al sopor que me atenazaba, y me dormí.<br /><br />Cuando desperté, descubrí que Gareth se me había adelantado.<br /><br />*****<br /><br />Fue el tacto de su mano lo que me despertó, algo frío contra mi rostro, algo que se movía serpenteante, palpitando con fuerza. Abrí los ojos y frente a mí vi dos pozos azules, sin vida, son la chispa de un alma que los animase.<br /><br />-Gareth-susurré.<br /><br />Él sonrió, una sonrisa tan torcida y perversa que me dio miedo. Se agachó frente a mí, poniendo su mirada a la altura de la mía. Fallon y Sherri también estaban allí, una a cada lado, como si le custodiaran.<br /><br />-Lo has logrado-le dije, tomando su rostro entre mis manos. Su rostro estaba frío, y podía sentir como mi calor fluía hacia su piel.<br /><br />-Es muy extraño-me dijo él-. No sé si puedo explicar lo que siento, como me siento.<br /><br />Recordé entonces las palabras del vampiro, su advertencia para cuando Gareth despertara.<br /><br />-¿Tienes hambre?-le susurré.<br /><br />-¿Te estas ofreciendo como mi sustento, preciosa?-dijo él, con la misma voz burlona de siempre. No, no la misma. Su voz tenía ahora un leve matiz desquiciado.<br /><br />De repente giró el rostro y me chupó sensualmente un dedo. Cuando sentí sus dientes rozando mi piel un escalofrío recorrió mi espalda.<br /><br />-Nada de eso, pequeña-me dijo él-. No debes temer eso de mí. No tengo hambre. No siento casi nada.<br /><br />Sus fríos labios besaron mi mejilla, y sus dedos acariciaron suavemente mi nuca, provocándome un nuevo escalofrío, esta vez de placer. Tras esto se separó de mí y se puso en pié. Yo me levanté también del sofá. Me sentía mucho mejor, pero tenía los músculos de la espalda doloridos.<br /><br />-Pronto vosotras haréis lo mismo que he hecho yo-nos dijo Gareth-. Yo soy quien ha abierto el camino, pero vosotras me seguiréis.<br /><br />-No podemos hacerlo-le dije a Gareth.<br /><br />-¿Cómo?-me dijo él, sorprendido-. ¿Por qué dices eso?<br /><br />-El vampiro-le confesé-Ya no está en la cripta.<br /><br />Incluso los ojos muertos de Gareth podían reflejar horror.<br /><br />-¿Que ha ocurrido?-me preguntó Sherri-. ¿Te lo has llevado de allí?<br /><br />Al parecer, ahora que habíamos logrado lo que buscábamos, la animosidad que Sherri se había hecho más fuerte. Quizá fuese porque yo era quién había encontrado a Gareth, quien le había ayudado en primer lugar, a quien había besado y acariciado. Mientras me acusaba, los dedos de la mano de Sherri se habían entrelazado con los de Gareth.<br /><br />-No me lo he llevado-les dije, temiendo por primera vez su reacción-. Conseguí... hablar con él.<br /><br />-Por eso estuviste al punto de desangrarte-me dijo Fallon-. Le diste tu sangre hasta que habló.<br /><br />-Eso es imposible-dijo Gareth, sentándose en el sillón que yo acababa de abandonar y llevando una mano a su cabeza en un teatral gesto de asombro.<br /><br />-¿Imposible?-le dije yo, inclinándome hacia él-. ¿Me lo dices tú, que te has convertido esta noche en algo que no puede existir?<br /><br />Gareth me concedió la razón asintiendo con la cabeza.<br /><br />-¿Que te dijo?-me preguntó.<br /><br />-Que te ibas a convertir en uno como él-les dije a los tres-. Que a sus ojos somos poco más que unos niños traviesos que no saben con que fuerzas están jugando. Y me hizo prometer que quemaría su cuerpo.<br /><br />-¿Quemarle?-casi gritó Gareth, asombrado.<br /><br />-Si-dije yo-. Y eso es lo que hice.<br /><br />No le estaba mirando en ese momento, por eso no le vi. No creas que su movimiento fue algo portentoso, una demostración de poder sobrehumano. Fue algo mundano y desagradable. Se puso en pié de golpe y me abofeteó. Su golpe me hizo girar la cabeza, y comencé a sentir un débil escozor en mi piel. Pero aquel había sido un ataque débil, casi sin fuerza.<br /><br />-¡Maldita zorra!-me gritó-. ¿Cómo te has atrevido?<br /><br />Yo no le contesté. Me limité a mirarle con todo el odio con el que fui capaz. Cuando perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer, no hice nada para impedirlo. Hubiese caído al suelo de no haberle sostenido Sherri.<br /><br />-¿Que te ocurre?-le preguntó ella, en lo que pretendía que fuese un susurro íntimo.<br /><br />-Nada-le contestó él con rudeza, apartándola de su lado, mirándome solo a mi-. Maldita ingrata. Yo he sido el único de este grupo con el valor suficiente como para arriesgar la vida por mi sueño. Y así me lo pagas. No te mereces lo que tengo. No.<br /><br />Miró entonces a Sherri y a Fallon, que le contemplaban algo asustadas por el arranque violento.<br /><br />-Ni vosotras-les dijo-. Tampoco sois dignas. Ahora solo yo puedo daros este poder. Y tendréis que ganároslo.<br /><br />Entonces una convulsión le golpeó, haciéndole doblarse sobre sí mismo. Cayó sobre el sofá, presa de un dolor que le deformaba el rostro como si fuese una máscara griega. Cuando pasó, apenas un instante después, dejó un rastro de miedo en su rostro.<br /><br />-Podemos quitártelo, como tú se lo quitaste a ese vampiro-le dije-. Mírate, estas débil. Eres tú quien nos necesita a nosotras.<br /><br />Gareth se puso de nuevo en pié. Permaneció quieto un instante, como si comprobase que podía mantener el equilibrio.<br /><br />-Sabéis lo que necesito-les dijo a Sherri y a Fallon-. Vamos a buscarlo.<br /><br />Sherri pasó su brazo alrededor de la cintura de Gareth, y salieron juntos del salón.<br /><br />-¿Estas bien?-me preguntó Fallon en un susurro.<br /><br />Yo tan solo asentí. Ella se marchó tras de los otros.<br /><br />En un último gesto de desprecio, Gareth apagó la luz antes de marcharse, y me dejó allí, a oscuras.<br /><br />*****<br /><br />Cuando volvieron yo seguía allí, sentada en el sillón del pequeño salón, a solas con mis pensamientos. No parecieron reparar en mí. No los veía, tan solo podía escucharles abrir la puerta y entrar, sus pasos lentos, pero al mismo tiempo agitados, los susurros con los que se dirigían los unos a los otros. Entonces creí escuchar una nota de amargura en la voz de Fallon, y un profundo sollozo.<br /><br />Me puse en pié y salí del salón. La puerta del pequeño cuarto de baño estaba abierta, y a la mortecina luz de la única bombilla que lo iluminaba vi a Fallon, inclinada sobre el retrete, vomitando entre toses, su largo cabello rubio empapado en sudor, pegado a su espalda. Cuando terminó, se secó la boca con una toalla y se miró un momento al espejo. Entonces me descubrió, mirándola desde el umbral. Me sorprendieron sus ojos, inyectados en sangre y humedecidos por las lágrimas. Entré en el cuarto de baño y la abracé, al principio tímidamente, después con más fuerza cuando ella comenzó a llorar con suaves sollozos.<br /><br />-Ahora es lo que siempre quiso ser-me susurró-. Ya es un vampiro.<br /><br />Me abrazó un poco más, y después me sorprendió sentir sus labios sobre mi mejilla, un beso quizá un poco más largo y más apasionado que el que correspondería a una amiga. Acaricié sus cabellos y la besé yo también, y conseguí arrancarle una leve sonrisa.<br /><br />-No te preocupes-me dijo ella-. Es solo la impresión. He visto cadáveres en la facultad, he practicado disecciones, me he manchado las manos de sangre. Pero nunca había visto morir a alguien.<br /><br />-¿De verdad estás bien?-insistí yo, mirando sus ojos enrojecidos.<br /><br />-Si-dijo ella, asintiendo y obligándose a contestar.<br /><br />Nunca volví a hablar con ella de lo que había ocurrido aquella noche, ni con ninguno de los otros. Todavía no sé que ocurrió.<br /><br />Dejé a Fallón y salí al pasillo. Vi a Sherri saliendo de una habitación que supuse que sería el dormitorio. Tan solo me miró un momento a modo de saludo, pero no vi ninguna animosidad en sus ojos. Por el momento parecía que había tregua entre nosotras. Sin decirme nada, pasó a mi lado y entró en el salón.<br /><br />Me acerqué con cuidado a la puerta del dormitorio de Gareth, que estaba entornada. Del interior solo surgía oscuridad. No, no solo eso. También una leve palpitación, algo que solo podía sentir vagamente en los pelos de mi nuca. O quizá fuese tan solo miedo.<br /><br />Cuando entré no pude ver nada por un momento. Cuando mis ojos se acostumbraron a la tenue luz que llegaba desde el corredor le vi, sentado en una sencilla silla de madera, junto a la cama, con el respaldo frente a él, la cabeza apoyada en los nudillos de sus manos. Me senté en la cama, frente a él. Seguía aparentando la misma debilidad que antes de marcharse, pero ahora no estaba presente en sus gestos, ni en su mirada. Por primera vez desde que se había transformado, vi en el una amenaza. Pero sentía también una trágica y morbosa atracción ante esa especie de decrepitud eterna en la que se había sumido su cuerpo.<br /><br />-No vuelvas pegarme-le dije, en un susurro-. Nunca más.<br /><br />Se limito a mirarme con sus ojos azules. Acarició mi rostro con los nudillos de la misma mano con la que me había abofeteado, pero lo hizo con una ternura de la que no le creía capaz. Podía sentir ahora un leve calor surgiendo de mi piel.<br /><br />-¿Que es lo que sientes ahora?-le pregunté.<br /><br />Él me miró por un momento en silencio, como si ordenase sus pensamientos.<br /><br />-Me siento lleno, saturado de energía, de vida-dijo él, moviendo expresivamente sus manos al hablar-. Pero siento como se me escapa a cada instante, como la voy quemando poco a poco. Es maravilloso, pero al mismo tiempo es terrible, porque está siempre presente el conocimiento de que tendré que volver a matar.<br /><br />-¿Te importa eso?-le pregunté.<br /><br />-Creía que me importaría más-me dijo él-. Pero estoy más allá de todo eso. Debo estarlo si quiero sobrevivir.<br /><br />-¿Que hay de nosotras?-pregunte yo.<br /><br />-Os necesito-me dijo él-. En eso tienes razón. Os daré mi sangre, pero todavía no. Seréis mis siervas.<br /><br />Cuando Gareth dijo aquello me sentí repentinamente excitada, tanto que creo que me mordí un labio. Aquellas palabras, su mera presencia, su malignidad y la forma en la que me miraba habían conmovido la parte más perversa de mi alma.<br /><br />-Ordéname algo, mi señor-le susurré, dejando que en mi voz se revelara toda la sensualidad que sentía crecer dentro de mí.<br /><br />Gareth se puso en pié frente a mí y una malvada sonrisa se dibujó en sus labios.<br /><br />-Bésame los pies-me ordenó.<br /><br />Y, sonriéndole de forma perversa, me agaché frente a él para estampar mis labios en sus botas.<br /><br /><a href="http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/">http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/</a> <br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo</div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-62158097556590298402008-08-21T13:31:00.001+02:002008-08-21T13:32:40.716+02:00Diabolus In Musica - Capitulo 4<div align="justify">El Señor Lars se sabe incongruente haciendo cola junto a chicos que tienen la edad suficiente como para ser hijos suyos, incluso alguno para ser su nieto. Como casi siempre siente las miradas de desconfianza clavadas en él, puede escuchar retazos de conversaciones susurradas que se refieren a él, a su extraña y atemorizadora presencia, a conjeturas sobre su identidad, sobre sus intenciones. Ha escuchado a un chico que pensaba que era una especie de pervertido, a otros que creían que era un periodista de esos que se dicen conocedores de la escena nocturna, de los que se limitan a visitar un par de locales y después escriben un artículo lleno de estereotipos y falsedades en algún periódico de gran tirada.<br /><br />La cola avanza lentamente. El Señor Lars ha pensado a veces en saltarse estas colas, en preguntar directamente al vigilante de la puerta por quien esté al cargo de contratar las actuaciones. Pero ha notado que su aspecto y su edad crean sospechas en los vigilantes, le hacen aparentar ser un policía o algo peor, alguien que puede traer problemas. Mejor seguir la disciplina de la entrada para no levantar más resquemores. Ya ha visitado cuatro locales, y en ninguno de ellos ha encontrado nada.<br /><br />El Señor Lars es un hombre disciplinado, pero la cola lleva ya totalmente detenida un buen rato. El aforo del local debe estar completo, y los vigilantes no dejarán entrar a nadie a menos que alguien salga. No entiende por qué estos chicos no se marchan sencillamente en busca de otro local. Esa predilección de un lugar por otro es algo que escapa a su comprensión, como muchas otras cosas de este mundo nocturno en cuyos límites se ve obligado a moverse. Decidido a no perder más tiempo, saca de su bolsillo el folio pulcramente doblado con el símbolo, lentamente dibujado con un bolígrafo sobre la mesa de la cocina. Hay dos chicas frente a él en la cola, charlando de temas demasiado esotéricos para la comprensión del Señor Lars y dirigiéndole cada cierto tiempo miradas de extrañeza. El Señor Lars se aclara la garganta y las mira directamente, consiguiendo captar su atención.<br /><br />-Disculpad-les dice-. ¿Habéis visto esto antes?<br /><br />Las chicas le miran sorprendidas por un momento antes de bajar la vista y descubrir el dibujo de temblorosos trazos negros. Una de ellas toma el papel de sus manos demasiado rápido para que el Señor Lars pueda evitarlo y se lo acerca a los ojos, tanto que el Señor Lars se pregunta si acaso no necesitará gafas pero se abstiene de llevarlas por una absurda coquetería. La chica es un poco gruesa, y su rostro vulgar está completamente cubierto de maquillaje blanco, con los ojos remarcados en negro y los labios en rojo. Su cabello rubio ceniza cae sobre su frente en un largo flequillo.<br /><br />-¿Que se supone que es esto?-le pregunta al fin.<br /><br />La otra chica es más delgada, de largos cabellos negros, demasiado extraña para ser hermosa, al menos para el criterio clásico del Señor Lars. Se limita a mirar alternativamente al símbolo y al Señor Lars.<br /><br />-Es el símbolo de un grupo-dice al fin el Señor Lars-. Se llaman Fata Morgana. Me preguntaba si lo conocíais, si sabéis donde tocan.<br /><br />-¿Que clase de música hacen?-pregunta la chica rolliza.<br /><br />El Señor Lars no sabe que contestar. La terminología de la música moderna es un misterioso mar de conocimientos arcanos para él. Desesperadamente trata de recordar retazos de conversaciones telefónicas de su hija con sus amigos, haciendo planes para conciertos o fiestas.<br /><br />-Siniestra-dice al fin-. Muy siniestra-añade, pensando nada más decirlo que está cometiendo un error.<br /><br />-¿Y te gusta este tipo de música?-le dice la chica rubia, sin disimular un ápice su sorpresa, su perplejidad ante el hecho de poder compartir sus gustos con alguien tan mayor.<br /><br />-No lo creo-dice de repente la otra chica, con voz sorprendentemente grave-. Creo que aquí el señor es de alguna discográfica.<br /><br />Si, piensa el Señor Lars. Es una excusa excelente. No se le había ocurrido.<br /><br />-Eres muy lista-dice el Señor Lars, permitiéndose una sonrisa.<br /><br />-He oído hablar de ellos-dice la chica-. No he visto este símbolo, pero he oído su nombre. Creo que me lo ha dicho algún amigo. Pero no puedo ayudarle, no sé dónde tocan, ni nada de ellos. Pero me han comentado que son muy buenos.<br /><br />-Eso me han dicho-dice Lars-. Gracias de todas formas.<br /><br />Un grupo algo ruidoso de jóvenes surge del interior, presagiando la nueva ola de entradas controladas. Poco a poco la cola se va acortando, hasta que el Señor Lars se encuentra ante los ojos duros y sorprendidos de uno de los vigilantes de la entrada. En vez de repetir mecánicamente el precio de la entrada, el vigilante le contempla un momento, como si no supiera como reaccionar.<br /><br />-¿Que desea?-dice al fin, con tono que intenta ser neutro pero que no puede ocultar su hostilidad.<br /><br />-Deseo hablar con el encargado de las contrataciones de actuaciones.<br /><br />-Hay un horario para eso-dice el vigilante.<br /><br />-Me lo imagino-dice el Señor Lars-. No deseo ofrecer los servicios de ningún artista. Digamos que necesito su ayuda para localizar a uno.<br /><br />-Ya le he dicho que hay un horario para eso-insiste el vigilante.<br /><br />-Vamos-insiste el Señor Lars-. Mire, esto será lo que haremos. Yo le pago la entrada y espero en el interior hasta que el encargado esté libre.<br /><br />El vigilante le vuelve a mirar, esta vez de arriba a abajo, como si estuviese evaluando sus posibilidades de reducirle sin problemas. Pero afortunadamente parece pensar que es mejor ceder un poco para no montar una escena desagradable frente al resto del público. Toma el walkie-talkie que cuelga de la parte trasera de su cinturón y se lo lleva a los labios, mientras aprieta con dedos de obrero especializado el botón rojo de la transmisión.<br /><br />-Will-dice a través del walkie-, aquí a un tipo que quiere hablar contigo. Algo de localizar una banda.<br /><br />El vigilante suelta el botón de la transmisión provocando un fuerte estallido de estática. Al poco tiempo suena en el receptor una voz tan distorsionada que apenas tiene rastro de humanidad.<br /><br />-Que pase-dice la voz, antes de desvanecerse en un nuevo estallido de estática.<br /><br />*****<br /><br />Poco después el Señor Lars sale del local por una disimulada puerta de servicio que da a un callejón. El tal Will ha resultado ser un tipo bastante amable, incluso agradecido de que alguien le sacara de la monotonía de sus noches, ocupadas la mayor parte del tiempo únicamente en estar presente por si algo sale mal. Sí, conocía al grupo, pero no sabia como contactar con ellos. Normalmente eran ellos los que se ponían en contacto con él, al menos las dos veces que habían actuado en el local. Y sí, aquellos tipos eran raros, le habían dado malas vibraciones, había dicho Will. Parecía que estaban demasiado metidos dentro de ese rollo siniestro, que se lo creían demasiado. Eran tan serios que le habían dado escalofríos la primera vez que había tratado con ellos. Pero después habían actuado, y habían resultado ser la mejor banda de la temporada. Sí, sabia que había jóvenes que los idolatraban, incluso se decía que había un pequeño culto de groupies que les seguían.<br /><br />El Señor Lars sabe que esta al fin sobre la pista que le llevaría a su objetivo. Desgraciadamente el tal Will no le había podido dar ninguna información sobre sus próximas actuaciones.<br /><br />-Se rumorea que han tenido problemas internos-había dicho Will, que se había tragado totalmente el cuento de que el Señor Lars era un cazatalentos de una discográfica-. Creo que uno de los cantantes lo ha dejado o algo así. Ya sabe, la cantinela de siempre. El éxito llega pero no tan rápido como muchos quieren, y se terminan cansando de tocar en locales de mala muerte. Habrá conocido muchos grandes grupos cuya historia ha terminado antes que empezar, ¿no amigo?<br /><br />Un escalofrío recorrió la espalda del Señor Lars al escuchar estas palabras. Si no había más actuaciones, no sabía de qué forma podría encontrarles. Tendría que limitarse a patear las calles cada noche, como ahora, esperando encontrarse con alguna de esas bestias cara a cara, estudiando su ambiente, sus costumbres, leyendo entre líneas tras las noticias. No tenía nada sólido a lo que aferrarse, como esa insistente vocecita interior llamada duda le susurraba en las noches más oscuras y solitarias. Ahora al menos sabia que estaba en buen camino, sabia que había acertado al venir a esta ciudad, había sabido leer la información oculta entre las noticias de sucesos. El Señor Lars camina rápidamente para salir del callejón, y se detiene bajo el haz de luz de la primera farola que encuentra. Saca el plano que guarda en el bolsillo de su gabardina y lo despliega con cuidado, apoyándolo en una pared gris. Sin dejar de sostenerlo busca dentro del mismo bolsillo la lista que Will le ha ayudado a confeccionar, la de los locales donde suelen actuar los Fata Morgana. Apoya la lista escrita en una servilleta de papel con su frenética escritura apretada junto al mapa y uno a uno comienza a buscar los lugares de esa lista. Invariablemente los encuentra, siempre rodeados de una nube de puntos rojos, de notas de desapariciones y de muertes. Sí, esas bestias pueden pasar desapercibidas para los demás, pero no para él. Dejan su rastro, y él sabe leerlo. Le llevará hasta ellos y entonces les destruirá. O morirá intentándolo.<br /><br />*****<br /><br />A Voltaire le ponen nerviosa las manos de Alex. Unas manos de largos dedos que no paran de moverse, que no hacen más que entrelazarse y separarse en un contenido histerismo que atrapa su atención casi obsesivamente.<br /><br />-No ocurre nada-le ha dicho Alex cuando se ha dado cuenta-. Es solo que no ha sido suficiente con ese tipo que me has traído.<br /><br />Ahora suben las dos juntas las escaleras que conducen al piso de Voltaire. Alex le ha dicho que la lleve con ella, porque no puede quedarse allí. No, Alex no vivía en el cementerio, ni acostumbra a dormir en un ataúd.<br /><br />-Pronto te contaré que estaba haciendo allí, cuando me encontraste-Le había prometido en un susurro antes de mordisquearle juguetonamente el lóbulo de la oreja. A Voltaire le aterrorizó lo mucho que le gustaba sentir los fríos dientes apretando cruelmente su carne por un instante.<br /><br />Han conseguido llegar a casa antes de que salga el sol, y no han llamado mucho la atención de aquellos con los que se han cruzado. Alex le ha dicho que no hay nada de lo que preocuparse, pero Voltaire sabe un buen motivo por el que hacerlo. Espera que nadie la haya visto ir al cementerio con Dani, que nadie la haya visto salir de allí después, que nadie pueda relacionarla con él si algún día encuentran el cadáver donde lo han dejado, metido en el ataúd que había ocupado Alex, que han tenido que alzar entre las dos para volver a ponerlo en su nicho. No, al parecer los vampiros no tienen la fuerza de veinte hombres.<br /><br />Voltaire está tan nerviosa que no consigue introducir la llave en la cerradura hasta el duodécimo intento. Al fin abre la puerta y entra en su hogar.<br /><br />Da tres pasos hasta darse cuenta de que no escucha el sonido de los pies descalzos de Alex contra el suelo, siguiéndola. Se da la vuelta y se la encuentra en el umbral, mirándola con una sonrisa enigmática en los labios.<br /><br />-¿No tienes que hacer algo?-le dice con un tono burlón en su grave y cautivadora voz.<br /><br />Voltaire duda por un momento, hasta que recuerda a que se refiere Alex. La mira extrañada, confundida de que en medio de tanta desmitificación aparezca algo que incluso aquellos que aman las leyendas han descartado hace mucho.<br /><br />-Te invito a entrar-dice al fin.<br /><br />Alex da un paso lentamente, atravesando el umbral como si pudiera sentir una barrera invisible que se hace ligeramente intangible para permitirle la entrada. Cuando ha posado sus dos pies dentro de la vivienda, estalla en una risa.<br /><br />-Eso es solo una leyenda, pequeña-dice al fin.<br /><br />Voltaire no sabe que pensar de su cruel y fascinante nueva ama. Siente por ella una repulsión que solo se ve superada por la fascinación que también le provoca. Decididamente no es lo que había imaginado, no es ese ser con el que siempre ha soñado encontrarse, pero Alex tiene una facultad de desconcertarla y de horrorizarla que la tiene atrapada.<br /><br />Alex se pasea por el piso mirando curiosa a su alrededor. Todas las pequeñas muestras de artesanía compradas en mercadillos de segunda mano que decoran los pasillos y el pequeño salón capturan su atención por algún instante.<br /><br />-Así que vives aquí con una amiga, ¿no?-dice al fin, al llegar a la entrada del dormitorio de Voltaire.<br /><br />-Si-contesta Voltaire-. Ella no está.<br /><br />-¿Dónde está?-pregunta Alex.<br /><br />Hay algo implícito en su pregunta, en la forma en que los labios de Alex han sonreído justo el instante antes de pronunciarla, en como sus ojos han brillado de forma febril por un instante pese a su cadavérica opacidad, que le provoca un profundo y gélido temor a Voltaire.<br /><br />-Está de gira con su grupo-dice al fin.<br /><br />-¿Es cantante?-pregunta Alex.<br /><br />-Si-dice Voltaire.<br /><br />Alex mira al infinito sobre ella por un momento. Una sonrisa con un ápice de amargura se dibuja en sus sensuales labios.<br /><br />-Yo también era cantante, ¿sabes?-dice al fin, volviendo a clavar en los ojos de Voltaire su inquietante mirada de cadáver.<br /><br />-Tienes una voz muy bonita-dice Voltaire, de una forma tan tímida que casi suena ridícula.<br /><br />-Gracias-contesta Alex, apoyándose en el marco de la puerta-. Y pensar que hubo una época en la que odiaba mi voz. Me parecía demasiado grave como para ser de una chica.<br /><br />Voltaire sonríe pese a su temor. Alex mira inquieta el interior de la habitación de Voltaire, y descubre algo que llama su atención. Entra rápidamente y se acerca a un grupo de fotografías clavadas con chinchetas en una de las paredes.<br /><br />-¿Es esta tu amiga?-le pregunta, señalando la chica que aparece abrazada a Voltaire en una de las fotografías.<br /><br />-Si, es esa-responde Voltaire, preguntándose si no estará cometiendo un error-. Se llama Anais.<br /><br />Alex mira la fotografía por un momento, con una mirada que Voltaire no puede descifrar. Después se gira de nuevo para mirar a Voltaire.<br /><br />-¿Estáis liadas?-pregunta.<br /><br />Voltaire necesita un momento para comprender la pregunta.<br /><br />-¿Anais y yo?-pregunta a su vez.<br /><br />Alex responde con la cabeza.<br /><br />-No-responde Voltaire-. Ella sale con el guitarrista de su grupo. O al menos eso creo.<br /><br />Alex sonríe con expresión traviesa.<br /><br />-Me alegra escuchar eso-dice.<br /><br />-Alex-dice Voltaire, intentando que su voz suene firme-, Anais es mi amiga. No le hagas daño.<br /><br />El rostro de Alex se vuelve serio en un instante. Mira a Voltaire con perplejidad.<br /><br />-Claro que no-dice al fin-. ¿Me crees capaz de hacerte eso? Me has sacado de ese agujero, al menos te debo eso.<br /><br />Voltaire se tranquiliza un poco.<br /><br />-Lo siento-dice.<br /><br />-No pasa nada-dice Alex sonriendo de nuevo-. Me hago una idea de lo raro que debe ser todo esto para ti.<br /><br />-Me cuesta creer que esté ocurriendo-confiesa Voltaire-. Me cuesta creer que no estoy soñando, que esto no es una fantasía. Creo que si fuese realmente consciente de todo esto como real no hubiera hecho lo que he hecho.<br /><br />-Te entiendo-dice Alex-. Hubo un día en el que también me ocurrió a mí, como te habrás imaginado.<br /><br />Voltaire se sienta en su cama. Alex la mira un momento en silencio y se sienta a su lado.<br /><br />-¿Me lo contaras?-pregunta Voltaire-. Quiero saber tu historia.<br /><br />-Habrá tiempo para eso-dice Alex.<br /><br />*****<br /><br />El timbre del teléfono despierta a Voltaire. Los rayos de luz del sol hieren sus ojos cuando los abre esperando la habitual oscuridad. Ve como la luz se derrama sobre ella atravesando las tenues cortinas y recuerda entonces que no ha dormido en su habitación. El sofá se queja chirriante bajo ella cuando se mueve para acercarse a la mesita del teléfono. La tenue sábana que cubre su cuerpo resbala revelando a la luz solar su pálida piel desnuda. Agarra el auricular y tira de él casi al máximo de la extensión del cable al volver a la posición inicial.<br /><br />-Aquí Voltaire-dice con voz ronca.<br /><br />-¿Estas bien?-pregunta la voz de Anton desde el otro lado-. ¿Te ha ocurrido algo?<br /><br />Es curioso como las cosas mundanas como los empleos y la necesidad de tener un sueldo se desvanecen de la mente cuando entra en tu vida algún elemento sobrenatural.<br /><br />-Sí, no ocurre nada-dice Voltaire.<br /><br />De repente es consciente de la incongruencia de lo que acaba de decir con su comportamiento. A regañadientes se da cuenta de que debe volver a mentir.<br /><br />-Ayer me encontré algo enferma, y no he pasado muy buena noche-dice tras pensar un momento una buena excusa-. Creo que esta mañana he apagado el despertador y he vuelto a caer dormida.<br /><br />-No trates de engañarme-le dice Anton, provocando que la piel de su frente se perle levemente de sudor frío-. No tienes voz de sentirte muy bien.<br /><br />Voltaire nunca le da mucha importancia a sus enfermedades, las pocas que ha tenido. Sabe que no seria muy convincente si empezara a quejarse de lo mal que está.<br /><br />-No pasa nada, Anton. Estoy un poco mal últimamente, pero creo que se me pasará.<br /><br />-¿Quieres que vaya alguien a verte?-le pregunta Anton.<br /><br />Seguro que tras esto amenazaba con enviarle a su mujer, para la que Voltaire es una suerte de hija adoptiva.<br /><br />-No, no pasa nada-le dice-. No te preocupes, no estoy sola.<br /><br />-¿Ha vuelto Anais?-pregunta Anton, la extrañeza asomando en su voz.<br /><br />-No-contesta escuetamente Voltaire.<br /><br />Casi puede ver la sonrisa lobuna de Anton al otro lado de la línea.<br /><br />-Creo que ya sé porque no has dormido esta noche-le dice al fin, con tono juguetón.<br /><br />-No es eso, tonto-contesta Voltaire-. Es cierto que he estado mal.<br /><br />-Mira, haremos una cosa-le dice Anton-. Cogete unos días libres. Los que quieras, pero no te pases. Vuelve cuando te encuentres bien y tengas tiempo.<br /><br />Es mejor de lo que Voltaire se hubiese atrevido a pedir.<br /><br />-Gracias-dice.<br /><br />-No hay porque darlas-le dice Anton-. Disfruta de la vida, pequeña, que todavía eres joven. Ya te llamaré.<br /><br />-Adiós, Anton-susurra Voltaire antes de colgar.<br /><br />La sabana ha resbalado totalmente y ahora yace en un confuso montón a los pies del sofá. Voltaire se alegra de que al menos el salón tenga cortinas, para que los vecinos de mentes estrechas no se sientan escandalizados ante su impúdica exhibición. Se levanta y camina lentamente fuera del salón, hacia el pasillo que la llevará al cuarto de baño. Se da cuenta de que no tiene ni idea de que hora es. No hay muchos relojes en esta vivienda de bohemios.<br /><br />La puerta de su habitación está cerrada. Es ella quién duerme sobre la cama de Voltaire, si es que es capaz de dormir. Al menos es capaz de respirar, como bien comprobó ayer Voltaire. Tiene su lógica, piensa, el respirar es un reflejo tan profundamente grabado en nosotros que ni la muerte puede destruirlo. Además, sin respirar es imposible hablar. Voltaire se detiene un momento frente a la puerta, dudando si abrirla un momento para atisbar al interior. Teme encontrarla vacía, que Alex se haya marchado en medio de la noche, de las pocas horas de noche que ha pasado dormida. O peor aún, que no haya ningún rastro de su presencia, ningún indicio, ninguna huella, porque nunca haya existido. Que todo haya sido el producto de un sueño que el duermevela del despertar todavía hace ver como real. Voltaire se apoya levemente en la delgada plancha de cartón y madera que hace de puerta de su dormitorio y deja de respirar por un momento, esforzándose en no producir ningún sonido para poder oír claramente cualquier cosa que venga del interior. Pero nada le llega, solo un silencio frío. Espera a alejarse unos pasos de la puerta antes de volver a respirar, y se mete dentro del cuarto de baño.<br /><br />Tiene ojeras. Es lo primero que salta a la vista cuando se mira al espejo. Pero se encuentra mejor, mejor que ayer, al menos. Alex tiene razón, no está infectada. No sabe si alegrarse o entristecerse. Todavía tiene mucho que aprender, quiere mantener a la duda alejada de su pensamiento hasta que termine de aprenderlo todo. Sin dudas, sin remordimientos, sin vacilación, se dice a sí misma en silencio mientras mira sus propios ojos levemente inyectados en sangre. Baja la vista al lavabo, a sus manos apoyadas sobre su borde, y descubre las pequeñas líneas rojas bajo sus uñas.<br /><br />Abre rápidamente los grifos y pone el tapón del lavabo. Sangre, la sangre de Dani, aferrándose a ella como una memoria culpable, un pedazo de él que todavía puede ejecutar una suerte de venganza relacionándola con su muerte a los ojos de los demás. Lanza la gastada pastilla de jabón dentro del lavabo y mete los dedos. Deja que la sangre se ablande un momento por el agua y después intenta frotársela como puede, sin escatimar el jabón. No se detiene hasta que las manchas han desaparecido, y después se lo piensa mejor y sigue un poco más. Sabe que ahora pueden encontrar pistas en cualquier sitio, por cualquier cosa. Abre el grifo de la ducha y se mete dentro, dejando que el agua fría se deslice por su piel por un largo rato, la cabeza introducida en la campana de silencio provocada por el cono de agua. Por eso no la escucha llegar.<br /><br />Voltaire tiene los ojos cerrados, por eso no ve como se descorre la cortina de la ducha y un pálido cuerpo desnudo entra tras ella. Lo primero que siente es el tacto de unos dedos fríos sobre la piel de su vientre. Abre los ojos asustada, y entonces son unos labios, fríos y húmedos como un témpano de hielo los que se depositan sobre su cuello.<br /><br />-Buenos días, mi sierva-susurra la grave y terriblemente hermosa voz de Alex junto a su oído.<br /><br />Voltaire se sorprende a sí misma sonriendo, estremeciéndose de placer bajo el tacto de su piel muerta. Se gira y lo primero que ve son los ojos sin brillo de Alex frente a los suyos, su cabello negro mojado y pegado a su cabeza. Con un movimiento encantadoramente furtivo deposita un beso en la mejilla de la vampira, y después besa levemente sus carnosos labios.<br /><br />Alex solo sonríe.<br /><br />-Estoy sucia-dice al fin-. Frótame.<br /><br />Alex se gira y le muestra a Voltaire el lienzo de palidez casi blanca de su espalda, decorado por un inmenso tatuaje, una especie de silueta alada que cubre desde su nuca hasta sus hombros y que parece estar formado por pétalos de rosas negras y rojas. Voltaire deja caer un chorro de verdoso gel de baño sobre el hueco de sus manos y después comienza a frotar con ellas la fría espalda de Alex. Una fina película de polvo gris parece desprenderse de la piel de Alex, mezclándose con el agua y tiñendo de oscuro el riachuelo que se desliza entre sus pies y muere en el desagüe. Cuando termina con su espalda, Voltaire mueve tímidamente las manos hacia abajo, pero Alex las coge por las muñecas y las deposita directamente sobre su trasero.<br /><br />-No temas tocarme-le dice.<br /><br />Voltaire se siente repentinamente excitada, y la excitación da alas a su atrevimiento. Frota sensualmente el redondeado trasero de Alex y después rodea su cintura con las manos, para subirla hacia los duros y fríos pechos de la vampira. Alex gira la cabeza un momento y su sonrisa de malvada le demuestra a Voltaire su aprobación. Los dedos de Voltaire rozan juguetones los pezones de Alex, consiguiendo provocarle un escalofrío.<br /><br />-Eres una buena sierva-susurra la vampira.<br /><br />Alex se gira y abraza a Voltaire, entrando junto a ella bajo el cono de agua de la ducha, besando apasionadamente a su asustada sierva mientras el agua termina de arrancar la mugre que cubre su piel, quizá cenizas y podredumbre de la tumba, quizá restos de su propia y antinatural putrefacción. Una lengua fría se desliza entre los dedos de Voltaire, palpitando con una fuerza inquietante, el latido de un corazón no muerto. Voltaire agarra esa lengua con sus dientes, lo justo para causar un leve dolor, y después la acaricia con la suya, mientras siente el cuerpo de Alex palpitando contra su piel, robándole su calor para hacerlo suyo.<br /><br />Entonces el beso termina, y Alex se separa de ella y sale de la ducha. Voltaire descubre entonces que está temblando. Sus rodillas fallan por un instante y se acurruca en el suelo de la ducha para no caer.<br /><br />*****<br /><br />Las horas se han deslizado rápidamente frente a Voltaire, que ha asistido a todo sin poder librarse del vértigo de sentirse en un sueño, de que su sentido de la realidad ha quedado anulado de alguna forma.<br /><br />Había encontrado su habitación vacía, y se había vestido con las mismas ropas que la noche anterior. Entonces Alex se había presentado en el umbral, aún totalmente desnuda, el color oscuro de sus pezones y su vello púbico haciendo resaltar más aún la palidez de su piel.<br /><br />-Necesito ropa-le había dicho-. La mía esta para tirarla.<br /><br />Nada de lo que Voltaire tenia en su armario le valía a Alex, así que habían tenido que entrar en la desordenada habitación de Anais para saquear furtivamente su mejor surtido armario. Voltaire había sacado prendas del armario y las había depositado sobre la desecha cama de Anais mientras Alex contemplaba curiosa los carteles de Los Sonámbulos que decoraban las paredes, todos dibujados por un desquiciado miembro del grupo, asemejando los dibujos de un enfermo mental o de un niño especialmente perturbado.<br /><br />-Si ella llega y nosotras seguimos aquí-había dicho Alex de repente-, no debe saber que soy lo que tú sabes que soy.<br /><br />Voltaire se limitó a asentir.<br /><br />Finalmente Alex había elegido una camisa gris oscuro y unos ajustados pantalones de falso cuero. Unas viejas y ya descartadas botas de Anais que guardaba por algún motivo se ajustaron a sus pies.<br /><br />Ahora recorrían las dos juntas las calles, manteniéndose de momento en las zonas más oscuras, huyendo de las luces de los rótulos de los locales y del mortecino brillo de las farolas. Alex parece estar nerviosa, mirando a su alrededor con una inquietud que atemoriza a Voltaire.<br /><br />-¿Que te ocurre?-susurra Voltaire.<br /><br />-Necesito más-dice ella, sin necesidad de aclarar a que se refiere-. Para eso estamos aquí.<br /><br />Caminan en silencio durante un momento, moviéndose en el borde la zona de la movida nocturna, siguiendo una pauta de depredación que Voltaire todavía no comprende.<br /><br />-Así es todo esto-le dice Alex de repente, en un grave susurro-. Esto es mi vida, el buscar más sangre, el buscar otra maldita dosis de sangre caliente para que no tiemblen mis manos, para que el frío no me consuma, para no quedarme más rígida que un cadáver.<br /><br />Alex se detiene de repente, poniendo una mano de largos dedos sobre el pecho de Voltaire para forzarla a detenerse. Un joven de largos cabellos y cazadora de cuero fuma con expresión aburrida unos metros frente a ellas, sentado en los escalones que llevan a un portal.<br /><br />-Ese-dice Alex, una sonrisa traviesa aparece de repente en su rostro-. Sígueme, me servirás de ayuda.<br /><br />La vampira comienza a acercarse a su víctima. El joven levanta la vista cuando escucha los pasos de Alex, su rostro muestra su sorpresa cuando descubre la siniestra belleza que se le acerca con pasos contoneantes, mirándole con una expresión que solo se había atrevido a imaginar en sus sueños más perversos. Tras ella va otra chica, también hermosa, pero al parecer algo más tímida.<br /><br />-Buenas noches, guapo-le dice Alex con voz de terciopelo al llegar a su lado.<br /><br />-¿Puedo ofrecerte algo?-dice el joven-. Tengo de todo.<br /><br />-Quizá si haya algo que puedas ofrecerme, guapo-dice Alex, sentándose a su lado, comenzando a juguetear con los largos cabellos de su víctima.<br /><br />El joven rebusca en sus bolsillos y extrae una pequeña pastilla de color marrón.<br /><br />-Esto es hachis de la mejor calidad-dice, sin poder apartar la vista de la mirada ambarina de Alex.<br /><br />-No es eso lo que busco, encanto-le dice Alex, atreviéndose a deslizar un dedo por la mal afeitada barbilla del joven-. Digamos que mi amiga y yo estábamos un tanto aburridas y al ver al un tipo tan guapo como tú pensamos que quizá podríamos divertirnos juntos un rato.<br /><br />El joven consigue desviar su mirada de los cautivadores ojos de Alex para mirar furtivamente a Voltaire, que les contempla apoyada en la pared junto a ellos, intentando, sin mucho éxito, que el miedo y la excitación que la dominan no se reflejen en su rostro, traicionándose a si misma al permitir que sus uñas arañen nerviosamente los ladrillos sobre los que se apoya.<br /><br />-¿Queréis ir a algún sitio?-dice el joven balbuceante, volviendo a someterse voluntariamente al hechizo de la mirada de ámbar de Alex.<br /><br />-A algún rincón más apartado-dice Alex-. Aquí cualquiera podría vernos.<br /><br />Alex toma el brazo del joven y le hace levantarse con ella. Apoya la cabeza en su hombro y comienza a guiarle hacia un oscuro callejón cercano. Voltaire les sigue a pocos pasos, sin saber que hacer para ayudar a la maligna seducción de Alex, decidiendo al fin no hacer nada, limitarse a mirar.<br /><br />Al llegar al callejón Alex empuja con fuerza al joven contra la pared. La victima sonríe ante lo que cree que es un simple juego y no opone resistencia cuando Alex se abalanza sobre él y pega su boca a su cuello. Una mano de Alex cubre de repente con fuerza la boca del joven y los labios de la vampira se separan, revelando unos dientes ávidos de sangre, con la fuerza que da él más puro ansia de supervivencia.<br /><br />Por algún motivo Voltaire recuerda haber leído en algún lugar que los músculos de la mandíbula son los más fuertes del cuerpo humano mientras ve como los dientes de Alex desgarran la piel de su víctima y un chorro de sangre comienza a manar de su cuello. El joven intenta liberarse, intenta gritar pero la fuerte mano de Alex se lo impide, y tan solo un gemido ahogado escapa de sus labios. Trata de empujar a Alex pero la vampira reacciona brutalmente y golpea su cabeza contra la pared. Tras esto su resistencia parece volverse más manejable para Alex, que no deja de beber del manantial de cálida sangre que sus dientes han abierto, que ahora se desliza sobre sus labios y mancha la sucia camiseta negra que viste el joven.<br /><br />De repente Alex se dobla por el dolor. La víctima ha vuelto a rebelarse y la ha golpeado en el estómago con su rodilla. Voltaire contempla horrorizada como la victima se libera de Alex, que escupe un chorro de preciada sangre antes de gritar.<br /><br />-¡No le dejes marchar!-le ordena la vampira.<br /><br />Voltaire ve el rostro horrorizado del joven al encontrarla en la entrada del callejón, en el umbral de su proverbial huida hacia la luz. Se lanza contra él y rodea su cintura con sus brazos, haciéndole caer al suelo y cayendo ella misma sobre él. Está débil, pero se debate con la fuerza que da la desesperación. Al instante Alex está sobre ellos dos, agarrando cruelmente los cabellos del joven y ahogando su grito de dolor y terror al clavarle la navaja de Voltaire en la garganta. Voltaire se separa de ellos, mientras Alex comienza a beber de la nueva herida con un ansia animal, hasta que no queda vida en el cuerpo de la víctima, y la sangre deja de manar.<br /><br />Alex gruñe eufórica cuando se incorpora sobre el cadáver, mirando a Voltaire con ojos de brillan por un instante como si pertenecieran a un ser vivo. Es la vida que ha robado, el calor que ha arrebatado de su presa.<br /><br />Voltaire se siente insensibilizada, incapaz de sentir horror ante lo que acaba de presenciar, ante el acto que acaba de ayudar a realizar. Es ya la segunda vez que ayuda a matar a alguien, pero ahora no lo siente con la misma fuerza que la primera vez. Quizá sea este el aprendizaje al que se refiere Alex, el aprender a matar sin remordimientos.<br /><br />Alex termina de ponerse en pié y se acerca a ella.<br /><br />-Límpiame la sangre-le dice.<br /><br />Voltaire levanta una mano para limpiar la sangre que mancha los labios de Alex, pero la vampira la atrapa a medio camino.<br /><br />-Con la lengua-ordena.<br /><br />Obediente, sintiéndose infinitamente perversa, Voltaire comienza a lamer la sangre que mancha los labios de su señora.<br /><br />*****<br /><br />Poco después vuelven a estar en el apartamento de Voltaire, en el desordenado salón, Alex sentada en el sofá que ha servido de cama a Voltaire, y ella sentada en el suelo, a sus pies. Se pasan una botella de cerveza mejicana mezclada con tequila, no lo suficiente como para embriagarlas pero si para aligerar sus mentes y sus corazones. Voltaire se abraza a la torneada pierna de su señora y se pregunta si alguna vez llegó a imaginar que era tan desesperadamente retorcida.<br /><br />-No hay secreto, ni magia, ni poder en nada de esto-dice Alex tras dar un profundo trago a la botella, ya medio vacía.<br /><br />Un antiguo disco de algún grupo gótico medio olvidado de los años 80 suena de fondo, desde el dormitorio de Voltaire, en su pequeño equipo estereo. Desde aquí, la música parece surgir tenuemente de las paredes. La tristeza de las letras y la oscuridad de la música le suenan extrañamente adecuadas a Voltaire. Son lo único que se siente capaz de escuchar en este momento.<br /><br />Hace una semana no se habría pensado capaz de matar. Y ya lo ha hecho, aunque sea indirectamente, dos veces. No hay ningún hechizo al que culpar, ninguna seducción mágica en la que descargar sus responsabilidades. Ha matado, y no le gusta, pero no se siente mal por ello. Ha leído lo suficiente como para saber que pronto dejará de importarle, que la parte de su mente que se preocupa por la subsistencia del resto de su especie se irá marchitando lentamente con cada nuevo chorro de sangre que manche sus manos y sus labios, hasta terminar por apagarse. Y que nunca podrá recuperar esa parte de si misma después.<br /><br />No le importa si a cambio consigue ser como ella.<br /><br />-Ahora debo tener cuidado-dice Alex, pasando la botella a Voltaire-. Dos muertes en poco tiempo. Puedo llamar la atención. Porque cada vez quieres más, ¿sabes? Es como la maldita heroína, eso me han dicho. Quieres más y coges más, y al hacerlo lo único que consigues es querer más aún. Hasta que llegas a convertirte en una bestia, en algo que solo piensa, vive y siente para la sangre, para matar y beber, matar y beber. Y entonces es cuando te encuentran y te destrozan, y te dejan por muerta.<br /><br />-¿Es eso lo que te pasó a ti?-pregunta Voltaire, antes de derramar el dorado líquido por su garganta.<br /><br />-No seas tonta-dice Alex-. Si me hubiese ocurrido estarías muerta. El secreto es el mismo que el de los heroinómanos intelectuales de antaño, o el de los adictos al opio del diecinueve. Tomar solo lo justo, solo lo necesario para seguir subsistiendo, nada más, no dejar que esta maldita adicción, esta necesidad te domine, que no suplante tu mente y tu voluntad. Es difícil moverse en el filo entre el control y el vicio, pero puede conseguirse. Si lo haces, subsistes para siempre.<br /><br />-¿Subsistes?-pregunta Voltaire, desconcertada por el uso de esa palabra.<br /><br />-Soy una maldita enferma, pequeña-dice Alex-. Desengáñate, no soy una criatura de las tinieblas, solo una maldita enferma terminal cuya enfermedad le impide morir, y cuyos síntomas se alivian al beber sangre humana. No soy otra maldita cosa que eso, una criatura patética que siempre se arrastrará entre las sombras.<br /><br />Hay tristeza en el rostro de Alex, sus bonitas y malignas facciones deformadas por un dolor que ha asomado repentinamente a sus ojos. Voltaire la contempla entristecida, sin saber que pensar.<br /><br />-Hubo un tiempo en que yo era como tú-dice Alex, de repente-. Ingenua y malvada al mismo tiempo, deseosa de conocer los secretos de las tinieblas, de dominar el misterio que me permitiera ser siempre joven y poderosa. Lo busqué por años, y al final encontré esto, esta maldita maldición que arrastro.<br /><br />-¿Hace mucho de eso?-pregunta Voltaire, deseosa de desvelar los misterios de su señora.<br /><br />-No mucho, relativamente-dice Alex-. Pero supongo que tú no habías nacido entonces. Era otro mundo, más joven y menos cínico, en el que incluso el mal tenia un aura de inocencia que lo hacia muy distinto de todo hoy en día, en el que la oscuridad parece haberlo manchado todo con su toque degenerado. ¿Quieres dormir?<br /><br />Voltaire niega con la cabeza. No podría aunque lo intentara. Además, teme lo que los sueños pueden traerle, los rostros de Dani y el vendedor de drogas suplicándoles una piedad que ella fue incapaz de darles.<br /><br />-Tengo mucho que contarte, pequeña-dice Alex.<br /><br /><a href="http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/">http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/</a><br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo</div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-38787154500523746372008-08-18T14:48:00.000+02:002008-08-18T14:49:46.948+02:00Diabolus In Musica - Capitulo 3<p> -Estás extraña hoy-dice Anton-. ¿De verdad te encuentras bien?<br /><br /> Voltaire tarda un momento en darse cuenta de que Anton le está hablando. Todavía lleva puestas las gafas de sol, y solo se da cuenta cuando intenta enfocar a Anton, que la mira desde el rincón más oscuro de la tienda. Se las quita torpemente con dedos que no hacen más que temblar.<br /><br /> -No lo sé, Anton-dice al fin, hablando casi en un susurro-. Creía que estaba mejor, pero no estoy bien del todo.<br /><br /> -Pequeña, ¿me lo estas contando todo?-insiste Anton, acercándose a ella, tratando de mirar dentro de sus ojos.<br /><br /> Pero ella rehuye su mirada como nunca lo ha hecho. Se siente fatal por haberle mentido, por tener que seguir mintiendo para poder mantener la primera mentira. También se siente extraña por sus deseos, por sus pensamientos, por unos ojos ambarinos y ansiosos que no puede sacar de su cabeza, por el temblor que domina sus manos y su cabeza desde que despertó esta mañana, que apenas se ha mitigado un poco a lo largo del día. Ha vomitado los pocos cereales que ha conseguido comer, su estómago se ha concentrado en una bola de nervios tirantes como cables de acero y se ha negado a digerirlos.<br /><br /> -¿Cómo te has hecho eso?-le pregunta Anton, tomando su mano, cubierta por un improvisado vendaje de telas blancas.<br /><br /> Voltaire mira su propia mano y siente un escalofrío recorrer su espalda al recordar la lengua de la vampira acariciando su herida, el sonido de la succión de su sangre dentro de aquella boca cruel y hermosa.<br /><br /> -Me corté haciendo la cena-miente de nuevo-. Estaba débil y torpe.<br /><br /> -Pudiste haberte cortado un dedo-dice Anton-. ¿No estaba Anais para ayudarte?<br /><br /> -No-dice Voltaire, contenta de tener que dejar de mentir-. Sigue de gira. <br /><br /> -¿Cuándo volverá?-pregunta Anton.<br /><br /> -No lo sé-le dice Voltaire-. Ya sabes como es, ni ella misma sabe cuando van a terminar su gira. No creo que sepan cada día donde van a tocar la siguiente vez.<br /><br /> Anton se permite una sonrisa. Los Sonámbulos eran el grupo de Anais, una pequeña panda de bohemios enamorados del rock que se plantaban en locales a lo largo de todo el país pidiendo hablar con el encargado para actuar allí esa misma noche. Muchas veces actuaban como teloneros improvisados de la auténtica actuación programada, otras eran el sorprendente número principal de la noche. Aquella forma de comportarse era su marca de fábrica, como les gustaba llamarla, y habían conseguido convocar a un pequeño grupo de seguidores que siempre hacían conjeturas y averiguaciones para poder adelantarse a ellos y escuchar su próximo concierto.<br /><br /> -Estamos hablando de ti, pequeña-dice Anton-. Te conozco desde hace lo suficiente como para darme cuenta que hay algo que te tiene intranquila. No has dibujado nada en todo el día, y eso es algo que nunca había visto.<br /><br /> Voltaire mira al cuaderno abierto sobre el mostrador, frente a ella. La misma página en blanco que esta mañana, cuando entró. Antón tiene razón. Hoy no es ella misma, y el no ha sido el único en darse cuenta. Los clientes la han notado distante, sorprendentemente fría. Ha visto miradas de extrañeza, también de tristeza, pero por suerte ha sentido comprensión tras esas miradas.<br /><br /> -¿Quieres hablar de algo?-dice Anton.<br /><br /> -No lo sé-dice Voltaire, sin mentir.<br /><br /> Rehuye de nuevo la mirada de Anton, temiendo que el viejo rockero pueda leer en sus ojos las perversiones que atormentan su alma.<br /><br /> -Siempre ayuda-dice Anton con voz suave.<br /><br /> Voltaire se limita a asentir. Antón gira el cartel que indica que el local esta abierto para que nadie les moleste por un momento. Tras eso se inclina sobre el mostrador, frente a ella.<br /><br /> -Anton-dice Voltaire atreviéndose de nuevo a mirarle a los ojos-, ¿qué harías por conseguir aquello con lo que siempre has soñado?<br /><br /> Anton sonríe, como casi siempre que su mente le trae un recuerdo de la persona que fue hace mucho tiempo.<br /><br /> -Si me lo hubieses preguntado hace veinte años, te diría que cualquier cosa-dice-. Ahora ya no estoy seguro. Tengo a mi esposa, a mi hijo, esta tienda, te tengo a ti. Mucho depende de mí. La libertad de la juventud hace tiempo que desapareció de mi vida.<br /><br /> -¿Y si estuvieses en mi caso?-le pregunta Voltaire.<br /><br /> -Si tuviese tu edad, y tu ausencia de ataduras, me lanzaría a cualquier cosa por conseguir lo que siempre he querido. ¿Quieres saber un secreto?<br /><br /> Voltaire atesora los pequeños secretos de Anton, pequeñas perlas de sabiduría adquiridas a lo largo de su vida.<br /><br /> -Es algo que un amigo medio borracho me susurró una noche-dice Anton, su mirada perdida por un momento en algún lugar del infinito-. Que los sueños los fabricamos con pedazos de nuestra alma. Son como apuestas que hacemos contra el destino. Si ganamos, si nuestro sueño se cumple, nuestra alma se hace más fuerte y poderosa. Pero si perdemos, nos quedamos sin un pedazo de nuestra alma, de lo que somos. ¿Has oído hablar del mito de Fausto?<br /><br /> -Claro-contesta Voltaire.<br /><br /> -Es una mierda-dice Anton-. Es una de esas historias que los poderosos inventaron para que la gente se conformase con sus vidas. ¿Sabes lo que haría yo? Si el diablo se me apareciese y me ofreciera mis sueños a cambio de mi alma, se la daría envuelta en un lazo rojo.<br /><br /> Una tímida sonrisa aparece en los labios de Voltaire.<br /><br /> -¿Porque estamos hablando de esto?-pregunta Anton, contento ante la aparición de esa sonrisa.<br /><br /> -Por nada-dice Voltaire, apartando la vista como una niña traviesa.<br /><br /> -¿No estarás enamorada o algo así, no?-le pregunta.<br /><br /> -Tal vez-dice Voltaire.<br /><br /> Anton se siente un poco más tranquilo, incluso se permite sonreír. Pero algo en la mirada de Voltaire le dice que no queda mucho tiempo antes de que abandone su lado para vivir su propia vida. Y no puede evitar entristecerse por ello.<br /><br /> *****<br /><br /> A Voltaire no le cuesta mucho encontrarle. Lo que más le cuesta es no pensar en lo que va a hacer.<br /><br /> Se repite a sí misma que el imbecil se lo tiene merecido, que es algo que ocurriría de una forma u otra aunque ella no hiciese nada. También se esfuerza en recordar todas las cosas que sabe que ese bastardo le ha hecho a otras chicas, la forma en las que las ha tratado, las infidelidades que ha cometido, las palizas que ha dado a sus novias.<br /><br /> Voltaire teme que no sea suficiente como para no vacilar en el último momento.<br /><br /> El Refugio es un lugar extraño, un enorme pub construido en el interior de una vieja casa, una laberíntica sucesión de oscuras habitaciones, cada una con su ambiente, cada una con una música distinta, creando una cacofonía de sonidos discordantes en los mal insonorizados pasillos, que permanecen siempre a oscuras, iluminados apenas por la tenue luz que proviene de las estancias. Es en estos rincones donde parejas, y ocasionalmente tríos se refugian para deleitarse con el tacto de sus cuerpos, con el sabor de su piel y de su sudor. Voltaire suele acudir mucho a este lugar los fines de semana, en los que toda la casa se llena del ajetreo de decenas de personas de aspecto estrafalario que se mueven de un ambiente a otro según su estado de ánimo o siguiendo rituales privados. Nunca había estado en los días del medio de la semana, cuando apenas pequeños grupos deambulan por sus salas o vegetan en los muchos sofás viejos que decoran las habitaciones y los pasillos.<br /><br /> Una chica corpulenta le pone la mano en el hombro con una violencia que Voltaire no se esperaba. Apenas ve su rostro en la oscuridad, pero nota que la mira con expresión hosca.<br /><br /> -¿Tienes un cigarrillo?-le pregunta con la misma brusquedad que su forma de abordarla.<br /><br /> -No-responde Voltaire lacónicamente, manteniendo la mirada desafiante de sus ojos verdes.<br /><br /> Aunque lo hubiera tenido, no se lo habría dado. Hay gente que sencillamente no sabe comportarse, sin importar el ambiente en el que te muevas. <br /><br /> Finalmente la chica maleducada suelta su hombro y continua su camino. Voltaire sigue avanzando, buscando por las estancias del Refugio, examinando las formas que se esconden en las tinieblas, deseando encontrarle y temiendo el momento en el que tenga que mirarle a los ojos.<br /><br /> Pero aunque es ella quien busca, es él quien la encuentra.<br /><br /> -¡Eh!-grita la inconfundible voz de Dani, para hacerse oír por encima de la música-. ¿Qué haces aquí sola?<br /><br /> Dani la mira desde uno de los sofás, con expresión sinceramente sorprendida. Nunca le guarda rencor por haberle rechazado, es demasiado patético como para tener un poco de dignidad y saber donde no es bienvenido. Por suerte esta noche eso le da ventaja a Voltaire en el delicado y artístico juego del embaucamiento.<br /><br /> Voltaire piensa en Satán, imagina lo que le gustaría que la Gran Serpiente existiese realmente, que fuese algo más que un concepto de rebelión. Y se dice a ella misma que va a hacer que el Señor de las Tinieblas esté orgullosa de ella. Va a usar todo lo que ha aprendido de él, de los escritos de sus discípulos a lo largo de la historia. El arte del engaño, de la ilusión, lo que llaman magia menor.<br /><br /> Lentamente, toma asiento en el sofá, junto a Dani, no demasiado cerca. Sabe que Dani es idiota, pero no quiere subestimarlo. Podría sospechar.<br /><br /> -Esto es lo que me faltaba-dice, como para ella misma pero lo suficientemente alto como para que Dani lo escuche.<br /><br /> Dani parece ir vestido con las mismas ropas de la otra noche. A veces Voltaire ha pensado que Dani tiene la misma costumbre que Einstein, que se ha comprado un montón de camisas, pantalones y chaquetas iguales para no tener que preocuparse de que ponerse cada día. Seria irónico que un idiota y un genio tuviesen algo en común. El patético Casanova se inclina para acercarse a ella. Voltaire toma su cabeza entre sus manos, como si se sintiese abatida. Le cuesta horrores no levantar la vista furtivamente para mirar la reacción en el rostro de Dani.<br /><br /> -¿Que es lo que te ocurre?-le pregunta, el presunto tono comprensivo arruinado por la necesidad de gritar.<br /><br /> Al fin se permite alzar la vista. Dani ha intentado poner cara de preocupado mediante una capacidad actoral digna de un actor porno. Le importa una mierda lo que le pase con tal de poder llevársela a la cama, y ahora va a intentar aprovecharse de su aparente vulnerabilidad.<br /><br /> -Nada, solo quería estar sola, perderme un rato-dice al fin-Eras el último que quería encontrarme.<br /><br /> Dani piensa en sus palabras por un instante, sin duda tratando de encontrar una forma de llevar la conversación a su terreno.<br /><br /> -Quizá sea el destino-dice al fin-. Quizá necesitabas encontrarme.<br /> -Tonterías-responde ella, haciendo un gesto de desprecio.<br /><br /> Le rechaza pero todavía no se ha alejado de él. Sabe que eso está desconcertando a Dani, y que ahí está la brecha en la que debe ahondar.<br /><br /> -Oye-dice Dani-, si te sientes mal tal vez te haga bien un poco de compañía, algo de conversación.<br /><br /> -Quien sabe-le concede Voltaire por primera vez en su vida.<br /><br /> -¿Que es lo que te ha pasado?<br /><br /> Voltaire permanece en silencio un momento. Después alza de nuevo la vista y mira a Dani con expresión seria. <br /><br /> -¿Que harías por mí, Dani?-le pregunta.<br /><br /> Las palabras de Voltaire desconciertan a Dani. Por un instante reflexiona rápidamente en qué decir, como dar la respuesta perfecta.<br /><br /> -Ya sabes que lo que fuera-le dice Dani.<br /><br /> Voltaire nunca ha escuchado de Dani nada que le haga suponer eso, pero no le extraña su respuesta. Va a intentar mantener una ilusión, de embaucarla sin saber que es él el embaucado. Va a ser mucho más sencillo de lo que imagina.<br /><br /> -Hay un lugar, no muy lejos, al que me encanta ir-dice Voltaire-. ¿Me acompañarías?<br /><br /> -Por supuesto-dice Dani, visiblemente aliviado de que sea esa la proposición.<br /><br /> -Necesito algo de intimidad-dice Voltaire, sus palabras escogidas cuidadosamente para que Dani imagine dobles sentidos.<br /><br /> -¿A donde vamos?-pregunta Dani.<br /><br /> -Espero que no te dé miedo-dice Voltaire, permitiendo que una sonrisa asome a sus labios-. Vamos al cementerio.<br /><br /> -¿Porque iba a tener miedo?-dice Dani, con voz vacilante.<br /><br /> Le atemoriza la idea de visitar el cementerio, pero nunca lo confesará ante ella. Hará la proeza de acompañarla, ignorando sus temores. Todo por conseguirla.<br /><br /> Voltaire ya le tiene en su poder.<br /><br /> *****<br /><br /> Antes de abandonar el refugio Voltaire ha tenido que visitar el baño para vomitar de nuevo sobre una sucia taza. Se sigue sintiendo mareada, débil, pero también algo mejor que esta mañana. Sea lo que sea lo que le está pasando, esta suavizándose. Se está curando, aunque no sabe de que enfermedad. O quizá solo sea su mente, su nerviosismo, su miedo, que al fin está consiguiendo domar.<br /><br /> El cementerio está rodeado de una alta verja cuyas puertas antaño se cerraban durante la noche. Pero ahora, afortunadamente, nadie se encarga de cerrarlas. Chirrían sobre sus goznes cuando Voltaire las empuja, y el ruido sobresalta a Dani. El patético conquistador permanece desde hace tiempo unos pasos detrás de Voltaire, preguntándole insistentemente si de verdad necesita ir a este lugar, si no estarían mejor en otro de los muchos sitios que Dani conoce. Voltaire teme que se acobarde en el último momento, pero algo le dice que no será así.<br /><br /> Esta noche el aire roza las ramas de los árboles provocando gemidos helados que son un desgarrado presagio de muerte. La luna les contempla desde la bóveda de la noche, iluminándolos con su resplandor plateado, dando aspecto cadavérico a sus semblantes. Todo en la noche conspira para que Voltaire consiga sus fines.<br /><br /> -Vamos-susurra, haciendo un gesto a Dani.<br /><br /> Se adentra sin pensarlo en el cementerio, la vista fija en su destino, aunque aún no lo puede ver. Escucha los pasos vacilantes de Dani sobre la gravilla, tras ella, sin verlo sabe que está mirando nerviosamente a su alrededor, temeroso de cada lápida, de cada estatua suntuaria, de cada sombra, de cada gemido del viento entre las ramas. Hace frío, pero no el suficiente como para temblar. Sin embargo los dos tiemblan, los dos de miedo, cada uno por distinto motivo.<br /><br /> Demasiado pronto, casi asustando a Voltaire, llegan al círculo de panteones.<br /><br /> -Es aquí-le dice a Dani.<br /><br /> El patético rockero mira a su alrededor, los brazos cruzados sobre el pecho para reprimir sus temblores.<br /><br /> -Te van cosas muy raras-susurra.<br /><br /> -No tendrás miedo, ¿no?-dice Voltaire, sonriéndole con crueldad.<br /><br /> -No digas tonterías-dice Dani con voz temblorosa-. Solo tengo frío.<br /><br /> -Vamos ven-dice Voltaire-. Estas cosas me ponen a cien.<br /><br /> Voltaire entra sin pensárselo en el panteón. La vampira sigue allí, acurrucada en una de las esquinas. Alza la vista cuando ella entra, y sus miradas se cruzan. Voltaire siente la comprensión de esa mirada como si le estuviese golpeando el pecho. Ella sabe lo que Voltaire se dispone a hacer. Lo ha estado esperando. Sin dejar de mirar aquellos ojos ambarinos, Voltaire se oculta tras la puerta entreabierta del panteón.<br /><br /> -¿Que hay aquí dentro?-dice Dani al entrar lentamente en el edificio mortuorio. Se sorprende al ver a la vampira, que deja de mirar a Voltaire por un momento, para evitar que su mirada traicione su escondite.<br /><br /> Voltaire siente algo deslizándose sobre sus botas. Baja la vista y en la oscuridad vislumbra la blanquecina figura de una serpiente deslizándose entre ellas. Dani no escucha el chasquido de la navaja de Voltaire al abrirse, ensordecido por el sonido de sus propios pasos.<br /><br /> -¿Quién eres tú?-pregunta Dani, acercándose a la vampira, demasiado mundano como para darse cuenta de que no es a un ser vivo a lo que se está dirigiendo.<br /><br /> Sin atreverse a pensar, Voltaire sale de su escondite y agarra el pelo de Dani violentamente. De un solo gesto desliza el filo de su navaja sobre la garganta del rockero, sintiendo como la piel y la carne ceden bajo el frío metal. Después empuja a Dani contra la vampira, que agarra su cabeza y pega sus labios a la enorme herida de la que mana a borbotones la sangre. La lengua de la vampira se desliza serpenteante de un extremo al otro del corte, mientras la sangre rebosa sus labios y se desliza por su barbilla y su cuello. Dani tan solo acierta a temblar, atenazado por los helados dedos de la vampira, mientras su vida es lentamente consumida.<br /><br /> Los dedos de Voltaire pierden fuerza y la ensangrentada navaja cae ruidosamente sobre el polvoriento suelo del panteón. Tras sus dedos van sus rodillas, y tras ellas sus ojos, que dejan libre un torrente de frías lágrimas de puro horror. Voltaire cubre sus ojos con sus manos y se da la vuelta para salir del panteón, sin poder presenciar la consecuencia de sus propias acciones, de sus propios y oscuros deseos. Vuelve a la fría noche y se sienta junto a la entrada del panteón, sin dejar de escuchar los sonidos de succión de la vampira y sus gemidos de ansia, que retumban dentro de la pequeña bóveda. La bilis se agolpa en su garganta y vomita breve y amargamente entre sus piernas.<br /><br /> Sabe que acaba de vender su alma.<br /><br /> *****<br /> <br /> Las manos de Voltaire están tan frías que casi le duele mover los dedos. Entra tímidamente en el panteón, rozando con sus dedos helados el aún más frío metal de la oxidada puerta. Tiene miedo de entrar, miedo de lo que pueda encontrarse dentro, de la reacción de su misteriosa habitante. Pero sobre todo teme el volver a ver la prueba de su crimen, el cadáver desangrado a la que ella arrancó la vida.<br /><br /> La vampira esta sentada en el pequeño hueco que deja el ataúd de uno de los nichos. Levanta la vista del suelo y la mira con sus ojos ambarinos, la oscura penumbra ocultando el extraño efecto de sus ojos sin brillo. A sus pies, en un confuso montón, yace lo que queda de Dani. La vampira ha debido de usar alguna de las prendas de Dani para limpiarse la sangre del rostro y de las manos. Con uno de sus pies descalzos, juguetea indolentemente con la cabeza de Dani, que reacciona moviéndose levemente en respuesta a sus suaves golpes, con el inquietante movimiento de un títere con las cuerdas cortadas. El cuello de Dani está doblado en un ángulo extraño. Al parecer la vampira ha forzado el corte de Voltaire para hacerlo más grande, para que manase más sangre de él. Por fortuna Voltaire no puede ver su rostro, ni el corte de su cuello.<br /><br /> Voltaire se queda junto a la puerta, dándose cuenta de que nunca ha pensado en este momento, en lo que podría ocurrir, en lo que podría sentir entre la realización del crimen y la formulación de su deseo. La vampira inclina la cabeza graciosamente, y una tenue sonrisa aparece en sus sensuales labios.<br /><br /> -No me tengas miedo-dice, con una voz grave y suave como la seda, la voz del mal más seductor.<br /><br /> La vampira hace un gesto a Voltaire para que se le acerque. La joven se mueve lentamente, como si se acercase a un animal salvaje que pudiese sobresaltarse al más mínimo movimiento en falso. Se detiene un instante para recoger del suelo su navaja, posada sobre las macabras rosas oscuras que la sangre salpicada ha dibujado sobre el polvoriento suelo. La vampira señala un espacio junto a ella, en el nicho, lo palmea con su mano para indicarle a Voltaire que se siente a su lado. Voltaire lo hace con cuidado, sin atreverse a rozar la fría piel de la vampira, que no deja de mirarla a los ojos en ningún momento.<br /><br /> -¿Cómo te encuentras?-le susurra la vampira.<br /><br /> A Voltaire le desconcierta la pregunta.<br /><br /> -No muy bien-admite al fin, con voz temblorosa-. Nunca había matado.<br /><br /> -No le has matado-dice la vampira-. He sido yo. Tu solo me has ayudado. No me refería a eso. ¿Te has sentido débil desde lo de ayer?<br /><br /> -Un poco-dice Voltaire, intrigada.<br /><br /> -Pero ahora estas mejor, ¿no?-pregunta la vampira.<br /><br /> -Sí-dice Voltaire-. Ya no estoy tan débil.<br /><br /> Pero sin embargo mi sistema nervioso parece haberse rebelado, piensa, horrorizado quizá por los crímenes que el resto del cuerpo ha cometido. Por eso quizá le temblaban las rodillas, y el labio inferior, como si fuese una niña llorona.<br /><br /> -No temas-susurra la vampira, alzando rápidamente una mano para acariciar una de las coletas de Voltaire.<br /><br /> El primer impulso de Voltaire es el de evitar el roce, pero consigue sobreponerse y siente como los fríos dedos rozan levemente la piel de su rostro mientras tocan sus trenzados cabellos, produciéndole un escalofrío no del todo desagradable.<br /><br /> -Sé que estoy fría-dice la vampira-. Siempre lo estoy. No importa cuanta sangre beba.<br /><br /> -¿Porqué me has preguntado como me sentía?-se atreve a preguntar Voltaire.<br /> -Ayer fui algo imprudente contigo-dice la vampira-. Temía haberte infectado al lamer tu herida.<br /><br /> -¿Infectado?-pregunta Voltaire, aunque cree saber a que se refiere la vampira.<br /><br /> -Sí-dice ella-. No soy más que una enferma, y temía haberte contagiado mi enfermedad.<br /><br /> -No tienes porque temer eso-dice Voltaire-. ¿Por qué no quieres infectarme?<br /><br /> -No quiero infectar a nadie-dice la vampira.<br /><br /> Voltaire está perpleja. La sorpresa le corta la respiración por un instante. Nunca pensó en que esto pudiese ocurrir. <br /><br /> -No, por favor-dice, a sabiendas de lo patética que resulta su súplica-. Quiero ser como tu. Quiero tener tu poder, tu fuerza.<br /><br /> La vampira suelta de repente una risa tan amarga que casi aterroriza a Voltaire.<br /><br /> -¿Estas loca?-le espeta de repente-. No sabes de lo que estas hablando.<br /><br /> El rostro de la vampira parece haberse transformado en una terrorífica máscara de comedia.<br /><br /> -¿Es por eso por lo que me has traído aquí a este chico?-le pregunta-. ¿Como pago por ser contagiada, por sufrir la misma enfermedad que yo sufro? ¿Tienes idea de lo que soy?<br /><br /> -Eres una vampira-dice Voltaire-. Una criatura de la noche.<br /><br /> -Noche, día, que más da-dice la vampira-. Esto no es una poesía romántica, pequeña. Esto es la realidad. Y no tienes ni idea de lo que me estás pidiendo.<br /><br /> Voltaire no sabe que contestar. Su mente está a punto de saturarse de emociones. Siente lágrimas de nuevo agolpándose en sus ojos, pero no quiere llorar, no ahora, no frente a ella.<br /><br /> -He matado por ti-dice-. He matado por conseguir ser lo que eres.<br /><br /> -No eres más que una niña-dice la vampira, con tono de decepción.<br /><br /> Voltaire aparta la vista de los ojos de la vampira, cruzando su mirada sobre el cadáver de Dani, apartándola también de él para mirar al exterior, al pequeño fragmento del cielo nocturno que puede ver tras la puerta entreabierta.<br /><br /> -Te agradezco lo que has hecho-dice la vampira-. De verdad.<br /><br /> -Demuéstralo-dice Voltaire, asustándose de su propia osadía. <br /><br /> La vampira permanece en silencio por un momento. Después le susurra suavemente al oído.<br /><br /> -No eres la primera persona que me hace esa petición-le dice-. Había prometido no hacerlo más, pero en deferencia a tu gesto te daré una oportunidad.<br /><br /> Voltaire vuelve a mirar a los ojos de la vampira, que la contempla con expresión grave.<br /><br /> -Necesito alguien que me sirva, alguien que cuide de mí-le dice-. Tú serás mi sierva, mi esclava, si quieres llamarlo así. Puedes dejarme cuando quieras, pero mientras permanezcas a mi lado me obedecerás en todo. Y si eres digna, pasado un tiempo, te daré la oscura bendición de la enfermedad que recorre mis venas.<br /><br /> Voltaire asiente con al cabeza.<br /><br /> -Lo haré-le dice.<br /><br /> La vampira se pone en pie, sin dejar de mirar a Voltaire.<br /><br /> -Besa mis pies-le dice, con un extraño tono de crueldad en su voz.<br /><br /> Voltaire se sorprende de su petición, pero piensa que tal vez sea un ritual de sumisión, una forma de simbolizar su vínculo con la que a partir de ahora será su ama. Lentamente se arrodilla en el suelo frente a la vampira. Los pies de la vampira están algo sucios, pero no mucho. Y son hermosos, sensuales, y casi blancos en su palidez. Voltaire se inclina sobre ellos hasta que el olor del viejo polvo que cubre el suelo del panteón inunda su respiración. Agarra suavemente los fríos pies de la vampira con las manos y los besa lentamente, primero uno, después el otro, sintiendo la helada piel contra sus labios, sintiendo como ese frío antinatural despierta un calor abrasador dentro de ella, en su pecho y en su bajo vientre. Furtivamente desliza su lengua entre sus labios para lamer suavemente la fría piel, mientras sus dedos la acarician con cuidado.<br /><br /> -Ahora dame tu navaja-le dice la vampira.<br /><br /> Sin atreverse a pensar para qué puede necesitarla, Voltaire saca la navaja de su bolsillo y la deposita sobre las manos extendidas de la vampira.<br /><br /> -Quédate ahí-dice la vampira, mientras se agacha junto al cadáver de Dani-. Y mira, no apartes la vista.<br /><br /> Voltaire permanece arrodillada, apoyada contra el borde del nicho con la punta de sus dedos, contemplando como la vampira empuja sin ningún reparo el cadáver para darle la vuelta. Entonces aparece ante sus ojos el ancho y sanguinolento hueco de la herida, los ojos sin vida de Dani, mirando a la nada por encima de sus cabezas, su boca congelada en una expresión de absurdo temor. Voltaire aparta la vista instintivamente, asqueada.<br /><br /> -No apartes la vista-dice la vampira de nuevo con ese mismo tono cruel-. Esto es algo que debes aprender.<br /><br /> Voltaire vuelve a mirar justo cuando la vampira acciona el resorte de la navaja para liberar la hoja, todavía manchada de sangre. La vampira hace girar el arma en su mano con un movimiento de experto y sin pensárselo un instante la clava en el cadáver, a la altura del corazón. Un borbotón de sangre surge inmediatamente de la herida.<br /><br /> -Todavía está caliente-dice la vampira-. No ha empezado a coagularse la sangre.<br /><br /> -¿Porque haces eso?-se atreve a preguntar Voltaire.<br /><br /> -Quiero asegurarme de que está muerto-dice la vampira-. Si no lo estuviese, podría llegar convertirse en uno como yo.<br /><br /> La vampira saca la navaja de un tirón, provocando la erupción de un nuevo chorro de sangre, de un color hipnóticamente oscuro en la profunda penumbra del panteón. Después vuelve a clavarla una y otra vez en el cuerpo, sin dejar de mirar a Voltaire tras cada puñalada, como si disfrutara del horror que ve reflejado en el rostro de su nueva sierva. Después lame la hoja de la navaja antes de cerrarla, y se chupa la sangre que ha mojado sus dedos.<br /><br /> -Ya comienza a enfriarse-dice-. Se pone aún más asquerosa.<br /><br /> -¿Asquerosa?-pregunta Voltaire sorprendida-. Creía que os gustaba beberla.<br /><br /> -Has leído demasiadas novelas románticas, pequeña-dice la vampira-. Es repugnante llenarse la boca de sangre. No importa si estas vivo o eres un muerto viviente.<br /><br /> La vampira introduce un dedo en la herida de la primera puñalada, la que se clavó directamente en el corazón justo entre dos costillas. Lo saca empapado en sangre que se resbala viscosamente por la mano.<br /><br /> -Acércate-le dice la vampira.<br /><br /> Voltaire se fuerza a sí misma a obedecer. Gatea tres pasos hacia la vampira, inundándose del olor a sangre que mana del cadáver. Se alegra de no haber podido comer nada en todo el día. No querría haber vomitado en su presencia.<br /><br /> -Chupa-le ordena la vampira, acercando su dedo empapado de sangre a su boca.<br /><br /> Voltaire mira los ojos ambarinos de la vampira, que la contemplan con una mezcla de crueldad e interés. Se siente sucia, se desprecia por lo que está haciendo, por los sentimientos que se están despertando en su interior. Y se dice que debe librarse de todos esos absurdos bloqueos morales si quiere lograr su sueño.<br /><br /> Sensual y delicadamente, toma la mano de la vampira y chupa su dedo con toda la intención erótica de la que es capaz, consiguiendo que el rostro de la vampira se dibuje una expresión de placentera sorpresa. La sangre tiene un sabor metálico y repugnante, pero en estos momentos puede ignorarlo. Lo único que le importa es lo que puede leer en esos crueles ojos ambarinos.<br /><br /> -Me gustas-confiesa la vampira cuando Voltaire termina de chuparle el dedo-. ¿Cómo te llamas, pequeña?<br /><br /> -Voltaire.<br /><br /> -¿Que clase de nombre es ese?-pregunta la vampira, sorprendida.<br /><br /> -Es el que uso-responde Voltaire.<br /><br /> -Yo soy Alex-dice la vampira.<br /><br /> Voltaire toma de nuevo la fría mano de la vampira y besa su dorso, sin dejar de mirarla a los ojos.<br /><br /> -Encantada de conocerte, mi ama-le dice.<br /><br /> La vampira vuelve sonreír.<br /><br /> -Igualmente, mi sierva-le contesta.<br /> </p><p><a href="http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/">http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/</a> </p><p>© 2008, Juan Díaz Olmedo</p>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-76648699629033116062008-08-07T15:27:00.003+02:002008-08-07T15:30:44.492+02:00Diabolus In Musica - Capítulo 2<div align="justify">Voltaire escucha sin oír todo lo que sucede a su alrededor. Está ajena, sumida en unos pensamientos demasiado profundos, demasiado perturbadores. No todos los días sientes como la estructura de la realidad con la que cuentas se resquebraja y cae y es sustituida por las neblinas de lo desconocido, por la amenazadora presencia de lo imposible. Apenas presta atención a la música que le llega de la pequeña e improvisada pista de baile, a sus espaldas. Incluso la cerveza que bebe en cortos sorbos parece tener menos sabor esta noche.<br /><br />Tiene que volver. Voltaire sabe que tiene que volver, que averiguar si es cierto que hay una vampira en el cementerio.<br /><br />Dos golpes en el hombro sacan a Voltaire de su ensoñación. Es Zona, que la mira con una expresión de preocupación en su curioso rostro de gatita, maquillado de blanco y con sus labios negros. El pequeño cuerpo de adolescente de Zona está cubierto por un precioso vestido de encaje negro, como el de casi todas las chicas del local. Voltaire ni siquiera se ha cambiado de ropa desde esta tarde.<br /><br />-¿Que te ocurre esta noche?-le pregunta Zona, forzando la voz para que se escuche sobre la música.<br /><br />Voltaire mira por un momento a Zona. Sus ojos azules se fijan por un momento en los iris marrones de Zona, unos ojos que brillan a la luz de las velas que hay sobre la barra, demostrando la vida que los anima. No como los tenebrosos ojos de aquella cosa del cementerio.<br /><br />-Lo siento-dice Voltaire-. Me ha ocurrido algo. No estoy de humor.<br /><br />-¿Quieres hablar?-le pregunta Zona, agarrando su hombro, acercándose a ella más aún.<br /><br />La pequeña Zona es una de esas personas cuya principal virtud es la de preocuparse realmente por las demás. Se sabe el centro de las vidas de mucho, el paño donde muchos secan sus lágrimas, la confidente de sus secretos más íntimos. Voltaire ha necesitado su presencia más de una vez.<br /><br />-Hoy no, de verdad-le dice esta noche-. Gracias, cielo.<br /><br />-Me tienes preocupada, ¿sabes?-insiste Zona.<br /><br />-Has esperado para esta fiesta durante meses, no dejes que te la estropee-dice Voltaire.<br /><br />-Tú también la has esperado-dice Zona.<br /><br />-Diviértete, por favor-dice Voltaire, acariciando por un momento la carita de gatita de Zona.<br /><br />Un precioso mohín de preocupación se dibuja sobre el rostro de Zona. Después se da la vuelta y vuelve al interior de la pista de baile.<br /><br />¿Y si todo fue un sueño?, se pregunta Voltaire, aunque sabe que lo que le ocurrió fue totalmente real. Quizá es el deseo de que todo hubiese sido un sueño lo que le hace formular ese pensamiento. Lo más sencillo seria suponer que todo tiene una explicación. Voltaire sabe de gente que se creen vampiros, que viven como tales, que llegan incluso a beber sangre. Pero también sabe que esa gente se mueve en círculos cerrados, y que un ataque como el que ha sufrido esta tarde está en contra de todas sus convicciones. Quizá fuese una demente, o alguien con un sentido del humor especialmente morboso, gastando una broma. Pero Voltaire no puede sacar de su mente esos ojos sin vida, contemplándola. Ha tenido la desgracia de ver ojos vidriosos por el efecto de la adicción de las drogas, en una ocasión incluso en el rostro de alguien a quien amaba, y no lo olvidará nunca. Y los ojos de la vampira no se parecían nada a eso.<br /><br />-¿Quieres algo más?-pregunta la camarera, una chica delgada con el pelo pintado de rosa.<br /><br />-No, gracias-dice Voltaire, mirando por un momento la vacía botella de cerveza mejicana que sostiene entre sus manos.<br /><br />No se había dado cuenta de que se había terminado la cerveza. Y cae en la cuenta de que no recuerda cuantas ha bebido esta noche. Recuerda el clásico chiste del vampiro que muerde a un borracho y se emborracha con la sangre saturada de alcohol, y pasa por su cabeza que seria divertido volver ahora al cementerio y dejarse atrapar por la vampira. Hay algo profundamente tétrico en la sonrisa que se dibuja en su rostro, algo que inquieta a la camarera.<br /><br />-He bebido ya demasiado esta noche-insiste Voltaire.<br /><br />Voltaire se levanta de la banqueta que ha estado ocupando toda la noche y cruza el pequeño arco que la lleva a la pista de baile. Todo el local ha sido precariamente transformado para esta noche, de una cafetería de lo más normal a un local siniestro. Hay posters de películas de terror y de grupos de los años 80 cubriendo las normalmente anodinas paredes y, en una esquina, un equipo de sonido portátil llena de música el ambiente bajo el control de un orondo discjockey. Zona y las demás están formando un corrillo cerca del centro, bailando lentamente una oscura balada romántica y deleitándose de la malignidad del aspecto de las otras, viendo cada una su propia belleza reflejada en la expresión de sus amigas. Voltaire bromea a veces con que este círculo de amistades es como los Clubs de Fuego Infernal de hace doscientos años, una sociedad de adoración mutua para cretinos decadentes. En cuanto Zona la ve, una sonrisa dubitativa aparece en su carita. Se separa del corro y Voltaire se acerca a su encuentro y la agarra del talle nada más llegar a su lado. Con una mano enguantada en cuero agarra la mano cubierta de encaje de Zona y comienza a bailar con ella con improvisados pasos de vals. La risa de Zona consigue hacerla reír. Las tinieblas se alejan de su mente por un momento.<br /><br />El discjockey decide cambiar totalmente el ambiente y casi sin transición convierte la balada en el último éxito del grupo de moda de rock satánico. Zona y Voltaire se separan, saltando al ritmo de la enloquecida canción mientras alzan al aire las manos izquierdas con los dedos extendidos como si fuesen los cuernos de Satán. Voltaire baila y baila hasta que el alcohol comienza a rezumar por sus poros en forma de sudor. Entonces se aleja de aquello y se refugia en un pequeño y sucio cuarto de baño. Contempla su mirada reflejada mientras se arregla el maquillaje negro de sus labios. No puede creer lo que está pensando, las ideas oscuras y perversas que su mente está originando. Se guarda el lápiz de labios de nuevo en el bolsillo y sonríe a su reflejo, una sonrisa malvada, una sonrisa demoníaca.<br /><br />Haz lo que quieras, piensa. Que esa sea la ley.<br /><br />*****<br /><br />El improvisado club gótico está situado en una decadente y oscura galería comercial. Tan solo la luz del interior del local la ilumina, pero eso no parece importar a los pequeños grupos de siniestros que se reúnen en pequeños corrillos cerca de la puerta, charlando en voz baja, fumando y descansando un poco del cargado ambiente del interior. Voltaire está sentada frente a un abandonado local, cerrado por una verja oxidada y casi completamente cubierta de graffitis, casi un patético monumento a las perdidas esperanzas de lucro que llevaron a construir esta galería pese a que es una zona sin tránsito, alejada del centro. La música del interior llega levemente a los oídos de Voltaire, uno de los primeros éxitos de un grupo italiano de rock sinfónico. Da un nuevo sorbo a su cerveza con tequila y mira hacia el fondo de la galería, donde está la verja que la separa del resto de la ciudad. Hay poco más que oscuridad apenas rota por el brillo amarillento de las farolas tras esa verja. Ese es su mundo, el mundo de la vampira. Aquí dentro se siente segura. Aunque se siente como una cobarde, esperará a sus amigas para ir con ellas a casa. Esta noche está demasiado alterada como para caminar sola por la calle. Sabe lo que su imaginación convocará en cada ruido, en cada eco, en cada sombra misteriosa, en cada figura furtiva que parezca acechar entre las sombras. Pero pronto, muy pronto, se hará de día y las tornas cambiarán.<br /><br />-Hey, preciosa-dice una voz desagradablemente familiar cerca de ella.<br /><br />Voltaire alza la vista y no hace nada para impedir que el fastidio se refleje en su rostro al ver que es quien temía que era. Dani, el maldito Dani, el tipo que lleva encaprichado de ella desde que la vio por primera vez, ese cretino que no se da cuenta de que sencillamente no le soporta.<br /><br />-¿Que haces aquí solita?-dice con su voz exageradamente artificial.<br /><br />Voltaire se pregunta si ensaya esa voz en casa antes de salir. Pretende ser una profunda e interesante voz de seductor, pero suena como la de un envejecido galán de opereta.<br /><br />-Nada que te importe, Dani-le dice sin contemplaciones.<br /><br />Normalmente, Voltaire intenta tener un mínimo de tacto al rechazar a alguien, pero Dani ha sobrepasado más de una vez la línea.<br /><br />-Quizá quieras algo de compañía-dice Dani, sentándose a su lado en el estrecho bordillo, demasiado cerca para el gusto de Voltaire. El imbécil intenta pasar su brazo sobre los hombros de Voltaire, pero ella se levanta a tiempo.<br /><br />-Te lo he dicho más de una vez, idiota-le grita a la cara, mientras esgrime su cerveza con tequila contra el rostro del patético intento de seductor-. Déjame tranquila. No me gustas, no me gustan los cretinos que se creen que las mujeres son de su propiedad.<br /><br />-Vamos, gatita-dice Dani poniéndose en pié, con una sonrisa socarrona en su anguloso rostro.<br /><br />Dani es el típico tipo que parece pasar bastante tiempo frente al espejo antes de salir a la calle, estudiando su indumentaria, ensayando poses, muecas y sonrisas. Viste de negro, con prendas que parecen sacadas del vestuario de una estrella del Death Metal. Su largo pelo negro está recogido en una coleta con un aro plateado, al igual que el del cantante de su grupo favorito. Y su rostro lobuno y no carente de atractivo está maquillado exactamente de la misma forma que el de su ídolo. Todo en él proclama a gritos su falta de personalidad propia. A Voltaire le haría reír si no fuese por sus modales de proxeneta.<br /><br />-Sé que te mueres por mi cuerpo, gatita-dice señalando con prepotencia su poco agraciada fisonomía-. ¿Cuando vas a darte una oportunidad para disfrutarme?<br /><br />Voltaire se limita a mostrarle el dedo medio de su mano izquierda y a darse la vuelta. Se queda helada cuando siente como Dani le palmea desvergonzadamente el trasero.<br /><br />Dejando salir toda la ira y la repugnancia que Dani le ha originado en la boca del estómago, Voltaire se gira y estampa un bofetón en el rostro del cretino, arrojándolo violentamente contra la verja del arruinado local. El estrépito de la verja detiene todas las conversaciones de la galería.<br /><br />-¿Ocurre algo aquí?-pregunta el portero del local gótico, un tipo gigantesco con la cabeza rapada y las cejas pintadas a lápiz.<br /><br />-Nada que no pueda manejar-dice Voltaire, sin dejar de mirar a Dani fijamente con una mirada que podría detener el corazón de cualquiera.<br /><br />-¿Te está molestando este tipo?-insiste el portero. Conoce bien a Voltaire y sabe que ella nunca comenzaría una pelea.<br /><br />Voltaire se lo piensa un momento.<br /><br />-No-dice finalmente.<br /><br />Zona y las demás la miran desde la entrada del local, un poco asustadas. Voltaire se acerca a ellas, sin mirar atrás para ver como Dani se incorpora tocándose con cuidado su dolorido rostro.<br /><br />-Vamonos, por favor-le susurra a Zona al llegar a su lado.<br /><br />-Vamos a salir-le grita Zona al portero, mientras acaricia por un momento el rostro de Voltaire.<br /><br />El portero las acompaña el corto tramo hacia la verja y la abre para que puedan salir. Una vez en el exterior, Voltaire siente un escalofrío al darse cuenta de que ya no está segura. No sabría decir si es un estremecimiento de miedo lo que ha recorrido su espalda, o de un oscuro y maligno placer.<br /><br />*****<br /><br />Voltaire ha llamado esta mañana a Anton, para avisarle de que no puede ir a trabajar. Le ha dicho que se encontraba mal, que no podía salir de casa. No le ha gustado tener que mentirle, pero no cree que Anton hubiera atendido a razones si le hubiese contado la verdad.<br /><br />Nada más cruzar la antigua verja que rodea el cementerio, Voltaire saca la navaja del bolsillo de sus pantalones y la oculta como puede dentro de su mano. Se siente incómoda llevándola, pero necesita tener algo para protegerse, aunque no sepa si servirá de algo, o si sencillamente se atreverá a emplearla cuando se vea en la situación de tener que hacerlo. La navaja es un antiguo regalo de Anais, a la que le preocupaba la afición de Voltaire de recorrer durante la noche las calles de la ciudad. Voltaire la había aceptado y la había guardado en un cajón de su cómoda, hasta esta mañana.<br /><br />Voltaire cae en la cuenta de que nunca ha estado en el cementerio a esta hora de la mañana. El sol hace mucho que surgió por el horizonte, pero no lo suficiente como para calentar la gravilla que pisan sus botas, o las hojas doradas que cuelgan precariamente de las ramas de los árboles sobre su cabeza, tenuemente acariciadas por el viento, listas para caer a la primera llamada del otoño para cubrirlo todo de una crujiente alfombra dorada. Voltaire no se cruza con nadie en su camino, tal y como esperaba. A estas horas, la mayoría de las personas comienzan sus tareas diarias, imbuidas en el ritmo de sus vidas, sin tiempo ni ánimos para recordar a los muertos.<br /><br />Llega al centro del cementerio antes de lo que se esperaba. Hoy no ha tenido ánimos para pasear, para contemplar las tumbas, para saludar silenciosamente a sus habitantes. Voltaire espera no haberlos ofendido, que entiendan lo que siente en estos momentos, que comprendan porqué quiere hacer lo que se dispone a hacer. Y les suplica en silencio, al ver al fin la puerta entreabierta del panteón, que le ayuden si es que pueden hacerlo, aunque sea inspirándola para no vacilar en el momento clave. No en vano la vampira es una intrusa en su mundo, como lo es en el de Voltaire. Quizá los muertos estén dentro de sus tumbas tan asustados y fascinados como Voltaire sobre ellas.<br /><br />Voltaire agarra con fuerza la navaja, como si deseara de forma inconsciente asegurarse de que está ahí, de que no es ninguna ilusión, de que le brindará la letal ayuda de su afilada hoja cuando la requiera. Avanza lentamente, el interior del panteón demasiado oscuro como para poder vislumbrar lo que en él acecha. Se detiene en el umbral, todavía deslumbrada por la luz del sol, y lentamente se desliza en su interior.<br /><br />La vampira está dentro de la pequeña estancia, frente a ella, con la espalda apoyada en la pared, los brazos rodeando sus piernas, los largos dedos entrelazados. Voltaire retrocede sin pensarlo, intimidada por la mirada muerta de la criatura, y una de sus botas golpea ruidosamente la puerta de metal.<br /><br />El corazón de Voltaire se ha saltado un latido, pero la vampira no se ha inmutado. Continúa mirándola, en silencio. Hay muy poca luz aquí, apenas una suave penumbra, pero Voltaire puede distinguirla con claridad. Es ahora cuando se da cuenta de lo gastadas y sucias que están sus ropas, unos pantalones vaqueros negros y una camiseta ajustada a su delgado torso. Sus pies están descalzos, con las plantas ennegrecidas por el polvo que llena el suelo del panteón. Y su rostro es duro y hermoso, un rostro de malvada, pero que ahora no refleja ninguna expresión. Tan solo mira a Voltaire con ojos sin brillo.<br /><br />Al fin, Voltaire se atreve a desviar su vista por un instante de la vampira para contemplar lo que le rodea. Hay cuatro nichos transversales en las paredes, dos en cada lado del panteón. Tres de ellos contienen viejos y polvorientos féretros, el cuarto está vacío. El ataúd que contenía está en el suelo, bajo él, caído en una postura extraña y con la tapa abierta. A Voltaire no le costaría imaginarse a la vampira surgiendo del oscuro interior de ese ataúd.<br /><br />Comienza a acercarse a la vampira lentamente, atenta a cualquier leve movimiento de su cuerpo, cualquier ligero cambio en su expresión. Pero la vampira se limita a seguirla con la mirada, con esos ojos que Voltaire ha descubierto que tienen la capacidad de obsesionarla, de capturar completa y despiadadamente su atención hasta el punto de que es un desafío para su voluntad separar la vista de ellos. Se pregunta si es el legendario poder hipnótico que describen las novelas o es sencillamente el miedo, ese mismo miedo que ha desbocado los latidos de su corazón y agitado su aliento.<br /><br />Está muy cerca de la vampira. Ya puede casi olerla, un olor a polvo y a podredumbre que no le resulta del todo desagradable. Se agacha junto a ella, sin dejar de mirar a sus ojos en ningún momento, y acciona el resorte de la navaja para liberar su hoja, que brilla tenuemente en la penumbra. Desliza la hoja sobre la palma de su mano izquierda y siente como el filo penetra suave e implacable dentro de su carne, lo siente abrir sus venas con un dolor agudo que no tarda en crispar sus dedos y rozar levemente sus huesos, provocándole un escalofrío. El calor de la sangre llena la palma de su mano.<br /><br />Las manos de la vampira se han separado nada más ver la sangre surgir de la carne de Voltaire, y ahora se acercan temblorosas a su mano, agarrándola como si tomase un cuenco, acercándola a sus pálidos y generosos labios. Voltaire deja que beba la sangre, que lama la herida, siente como la lengua seca de la vampira lacera levemente el corte, provocándole un placentero cosquilleo en medio del dolor, siente como los fríos dedos la agarran con fuerza. La sangre se derrama en dos hileras por las comisuras de los labios de la vampira, que continua bebiendo ansiosamente, succionando la herida para que no se cierre, para que siga surgiendo la sangre. Voltaire siente miedo, siente dolor, pero todo eso lo siente de una forma lejana, como si se hallara sumergida en un sueño. Es todo tan irreal, tan perversamente absurdo, que hay partes de su ser que rechazan aceptarlo.<br /><br />No sabe si ha pasado una hora o solo unos minutos. La vampira separa su ensangrentada boca de la herida de Voltaire y vuelve a contemplarla con sus inquietantes ojos ambarinos. La sangre ya casi no mana de la herida. La vampira apoya delicadamente su cabeza contra la pared de piedra y la mira, una súplica silenciosa en su expresión, en su mirada.<br /><br />Quiere más, necesita más.<br /><br />Voltaire acaricia por un momento el frío rostro de la vampira, y la criatura entrecierra los ojos, como si la dominara el placer de la caricia. Después se pone en pié y abandona el panteón, sin atreverse a mirar atrás.<br /><br />*****<br /><br />El Señor Lars camina apresudaramente por la atestada calle, envuelto en su gabardina, su rostro medio oculto por sus solapas levantadas. Mira a su alrededor con expresión furtiva, examinando rápidamente los rostros de todos los que pasan a su lado, buscando gestos, signos, pistas que le ayuden en su búsqueda. Todavía no ha perfeccionado un método de identificación de sus presas, pero piensa que se encuentra en buen camino. Hay veces que se culpa a si mismo por no haber inspeccionado con detenimiento el único ejemplar de esas criaturas que estuvo en su poder el tiempo necesario para ello, pero se recuerda las circunstancias y piensa que fueron lo suficientemente terribles como para disculpar aquella imprudencia.<br /><br />Calles estrechas abarrotadas de jóvenes, todos vestidos de negro, blanco, rojo y morado, de forma decadente y sensual. Ojos perfilados en negro le contemplan al pasar, labios pintados de negro susurran sobre su presencia. Es un intruso en este mundo, en estas calles que durante las horas de la noche son su reino, el reino de los góticos, de los siniestros, de esos insensatos que idolatran a las malditas criaturas que el Señor Lars persigue, que se comportan y se maquillan como patéticas imitaciones de ellas. El Señor Lars les despreciaría de no ser porque le recuerdan a alguien, a alguien a quien amaba y que fue el motivo de que comenzara su lucha contra esas criaturas.<br /><br />Pronto será la hora en la que abran los clubs, en la que estos jóvenes entraran en locales oscuros para escuchar música que el resto del mundo considera pasada de moda, para beber y bailar hasta caer en un sensual y placentero trance que el Señor Lars no puede comprender. Hubo alguien que intentó explicárselo, hace mucho, pero no quiso escucharle.<br /><br />Los recuerdos están atormentando al Señor Lars esta noche con especial violencia. Le gustaría pensar que se trata de un signo, de una señal de que se haya cerca de su presa, de la bestia entre las bestias que le arrebató lo único que le importaba. Pero esos recuerdos no hacen más que distraerle, hacen que no preste atención a aquellos con los que se cruza, a las siluetas apenas dibujadas que ve en los callejones oscuros, a las bellezas malignas que se apoyan en los oscuros umbrales de los locales. El Señor Lars toma una de esas oscuras bocacalles, totalmente vacía, y sigue adelante, mirando solo las punteras de sus botas.<br /><br />De repente se da cuenta de que ha llegado a un lugar más iluminado. Levanta la vista para descubrir que está en una pequeña plaza, completamente desierta. El Señor Lars inspira con fuerza, después deja que el aire salga de sus pulmones lentamente, no sintiendo ningún alivio en la opresión de la boca de su estómago. Los malditos sentimientos se están adueñando otra vez de él, le están torturando implacablemente, impidiéndole cumplir su cometido. Se sienta en un frío banco de metal y mira al oscuro firmamento sobre su cabeza, mientras busca en el bolsillo de su gabardina su estropeada cartera.<br /><br />El Señor Lars siente el rugoso tacto del cuero ajado contra sus dedos, busca con ellos el pequeño cierre metálico y lo abre, sin bajar la vista del cielo. Debe hacerlo, debe honrar su recuerdo para aplacar su destrozada alma por un instante, para poder continuar, para seguir buscando su venganza.<br /><br />Finalmente baja la vista y la fija en los ojos que la contemplan desde la descolorida fotografía que decora su cartera. Cielos, era tan hermosa, tan parecida a su madre. No, Serlina era aún más hermosa, mucho más. Fue su orgullo durante mucho tiempo, una niña pequeña e inteligente en cuya sonrisa refugiarse tras un día interminable de trabajo sin sentido. Cuando el Señor Lars pensaba que no había nada que mereciese la pena en su vida, pensaba en Serlina, y cambiaba de idea.<br /><br />Pero el tiempo fue pasando poco a poco, aunque mucho más deprisa de lo que el Señor Lars podría haberse imaginado. Y una sombra apareció en aquellos hermosos ojos, y sus risas mutaron en un misterioso silencio. Al principio no dio importancia a aquellos pequeños síntomas de que algo estaba cambiando en su hija, de que la pequeña y alegra jovencita se estaba alejando rápidamente de su lado. Vio sus labios pintados de negro, las calaveras de escayola con las que decoraba su cuarto, la maldita música que escuchaba a cada hora del día, y no le dio importancia. Es la edad, pensó, es una fase. Le tocaba ser rebelde, odiar al mundo. El Señor Lars también había sido joven y rebelde una vez, lo recordaba todavía, y recordaba haberse hecho prometer a si mismo que seria comprensivo con su hija tras una de las duras discusiones que había tenido con su propio padre. Si no toleraba a su hija, había pensado, solo conseguiré que se vuelva más rebelde, como le había ocurrido a él mismo años antes. Por eso trató de calmar a su esposa cuando Serlina comenzó a llegar cada vez más tarde cada noche, cuando encontraron botellas de cerveza vacías bajo su cama, cuando empezó a ser vista en compañía de chicos de aspecto sospechoso.<br /><br />Hasta que, una noche, su hija no volvió a casa.<br /><br />El Señor Lars cierra su cartera y entierra su rostro entre sus manos, sintiendo que las malditas lágrimas se agolpan en sus ojos. Necesita llorar, desahogar su dolor, su rabia. Al menos por un momento.<br /><br />Un grito le sobresalta, le hace alzar la cabeza y escrutar la oscuridad frente a él con ojos borrosos por las lágrimas. Ha venido de un callejón frente a él, donde dos tenues siluetas parecen enzarzadas en una violenta danza. El Señor Lars se pone en pié y corre hacia ellas, implorando en silencio que sus peores temores se hagan realidad mientras abre su gabardina y busca la culata de su revolver.<br /><br />Cuando está lo suficientemente cerca como para ver claramente lo que ocurre, lo que ve no le sorprende, pero inflama la sangre que recorre sus venas. Una chica está contra la sucia pared del callejón, forcejeando contra un tipo vestido de negro que entierra su rostro en su cuello. Sin detenerse, el Señor Lars saca el revolver de su funda y golpea con la culata el cráneo del agresor, de la maldita bestia que ha jurado exterminar. Su largo cabello negro cubre su rostro cuando cae al suelo frente a él, sobre un pequeño montón de basuras entre dos malolientes bidones de plástico. La chica grita con toda la fuerza de la que son capaces sus jóvenes pulmones, pero el Señor Lars la ignora. Apunta el cañón de su revolver contra la cabeza de la bestia, luchando contra el impulso de disparar.<br /><br />Una mirada perdida contempla la nada tras una espesa cortina de cabellos negros, hasta que consigue enfocarse para distinguir el amenazador vacío del cañón del arma que le apunta. La criatura suelta un patético y desafinado grito de terror mientras retrocede espasmódicamente, golpeando uno de los bidones con su cabeza y derribándolo, derramando una cascada de malolientes desechos sobre el sucio asfalto del callejón.<br /><br />Entonces es cuando el Señor Lars se da cuenta de que ha cometido un error.<br /><br />-Por favor, señor, no le mate, por favor-susurra la chica entre sollozos-No le mate, por favor. No me estaba haciendo daño, por favor.<br /><br />El rostro del joven es una auténtica mascara de puro horror. Sus labios tiemblan y sus ojos se llenan de lágrimas ante la visión del arma.<br /><br />Esas criaturas no temen a las armas.<br /><br />El Señor Lars aparta su arma del rostro del joven, que se pone en pié sin dejar de mirarle horrorizado. Contempla a la chica con ojos aterrados y de nuevo al Señor Lars, y solo entonces se da la vuelta para echar a correr.<br /><br />Ha dejado a esta chica sola junto a un maniaco, piensa el Señor Lars.<br /><br />Con cuidado, libera el percutor que había amartillado por instinto nada más desenfundar su arma, y la devuelve a su funda, bajo la gabardina. Después apoya la espalda en la pared del callejón, sintiendo como las fuerzas le abandonan.<br /><br />Tarda un momento en darse cuenta de que la chica está todavía a su lado, sollozando. Levanta la vista de la lata vacía que ha descubierto entre sus botas y la mira, encuentra su mirada color turquesa que brilla con lágrimas de terror. Es muy joven, y muy bonita. Como ella, como Serlina.<br />-No tengas miedo-le dice.<br /><br />Su voz suena ronca y torpe, la voz de alguien que ha perdido la costumbre de hablar.<br /><br />-Lo siento-se esfuerza en decir-. Creía que ese tipo te estaba haciendo daño.<br /><br />La chica se está secando las lágrimas con un pañuelo de encaje. Poco a poco, parece estar recuperando la calma.<br /><br />-Es mi novio-susurra-. Es un poco bestia, solo eso.<br /><br />El maquillaje de los ojos de la chica está arruinado por las lágrimas, cae dibujando surcos grises por su pálido rostro. Lentamente se incorpora, se separa de la pared y mira a la oscuridad hacia la que ha huido su aterrorizado novio.<br /><br />-Y un maldito cobarde-añade.<br /><br />La opresión en la boca del estómago del Señor Lars se ha hecho mucho más fuerte, tanto que casi no le deja respirar. Se lleva las manos instintivamente a la fuente de su dolor y se esfuerza en calmarse, en respirar con más calma, para que los latidos de su maltrecho corazón se calmen en consonancia.<br /><br />-¿Se encuentra usted bien?-le pregunta la chica, acercándosele tímidamente.<br /><br />El Señor Lars no entiende como estos jóvenes pueden ser tan amables, tan confiados, tan ignorantes de los peligros que acechan en cada rincón de este condenado mundo.<br /><br />-He estado a punto de matar a tu novio-le dice, cuando consigue calmarse lo bastante como para ser capaz de hablar-. ¿No deberías tenerme miedo y huir?<br /><br />-Lo ha hecho porque creía que estaba en peligro-dice la chica, sonriendo levemente-. Para salvarme.<br /><br />La ingenua lógica de la chica está a punto de provocar una sonrisa en el Señor Lars. Entonces ve el símbolo rojo que decora la camiseta de la chica, medio oculto bajo su chaqueta. Su expresión cambia tanto que la chica vuelve a sentir miedo.<br /><br />-¿Que es eso?-pregunta el Señor Lars, señalando al símbolo con un dedo tembloroso, como profeta iracundo.<br /><br />La chica se abre la chaqueta y contempla el símbolo como si lo estuviese viendo por primera vez.<br /><br />-Es el símbolo de un grupo al que vi tocar una vez-susurra temerosa.<br /><br />-¿Cómo se llama ese grupo?-pregunta el Señor Lars.<br /><br />-Fata Morgana-dice ella, sorprendida de su interés-. Son un grupo local.<br /><br />El Señor Lars contempla de nuevo el símbolo, para asegurarse de que no está equivocado. Sí, es el mismo símbolo, la misma combinación de cruces malditas que vio colgando del cuello de Serlina poco antes de verla desaparecer.<br /><br />-¿Dónde tocan?-pregunta, sin dejar de mirar el símbolo.<br /><br />-No lo sé-dice la chica, que se está poniendo nerviosa-. Aquí y allá. No tocan mucho.<br /><br />El Señor Lars aparta a fin la vista del símbolo rojo, y fija una mirada grave en los claros ojos de la chica.<br /><br />-Apártate de ellos-le dice-. No te mezcles con ellos, no te fíes de ellos. Hazme caso.<br /><br />La chica está desconcertada. Parece que sus peores temores sobre este tipo se han hecho realidad. Es un demente, le falta un tornillo. Y tiene un arma.<br /><br />-Tengo que marcharme-musita-. Buenas noches.<br /><br />Sin esperar respuesta, se da la vuelta y se marcha con pasos apresurados, mirando hacia atrás para comprobar que el Señor Lars no le sigue.<br /><br />El Señor Lars está demasiado ocupado rebuscando entre sus recuerdos como para prestarle atención. Todavía recuerda aquel día, cuando se cruzó con Serlina en el pasillo de su antigua casa, de aquel lugar de paz que ahora solo existe en un pasado doloroso.<br /><br />*****<br /><br />Serlina acababa de llegar de la calle, vestida de negro como una criatura de la noche, los ojos sumergidos en pozos de negritud por obra y gracia de su exagerado maquillaje, el pelo revuelto y pintado de un rojo chillón. El Señor Lars saludó en silencio a su hija, y entonces vio el símbolo que colgaba de la cadena plateada que rodeaba su cuello.<br /><br />-. ¿Que es eso?-le pregunta, señalando el amenazador símbolo.<br /><br />Serlina pareció sorprenderse de que le dirigiese la palabra. En aquellos tiempos casi nunca hablaban, nada más allá de lo necesario.<br /><br />-Nada-dijo ella, tomándolo con sus dedos de largas uñas y contemplándolo por un momento-. Solo un colgante que me han regalado.<br /><br />Sin decir nada más, entró en su cuarto. El Señor Lars pensó en dejarlo correr, en dejarla seguir con su vida, que tomara sus propias decisiones. Pero aquel símbolo podría implicar cosas que no iba a tolerar en su casa. Entró en el cuarto de su hija antes de que ella hubiese cerrado la puerta. La mirada de Serlina se le clavó por un instante, formulando un duro y silencioso reproche por no respetar su intimidad, una intimidad que parecía haberse vuelto lo más importante para Serlina cuando estaba en casa. Después desvió la vista y se quitó la chaqueta, comportándose como si estuviese sola, ignorándole completamente.<br /><br />El Señor Lars terminó de cerrar la puerta. Serlina había puesto en marcha su pequeño equipo de música nada más entrar, aunque aquel día la música era sorprendentemente tranquila, incluso con una cierta belleza.<br /><br />-Quiero hablar contigo-dijo al fin.<br /><br />Serlina le miró con una expresión que no supo descifrar. Después se sentó en su cama, y palmeó el espacio a su lado, invitándole a sentarse junto a ella. Y el Señor Lars se sorprendió descubriendo en aquella jovencita siniestra y rebelde la misma jovencita dulce y educada que había sido siempre, mirándole con expectación. Algo confundido, se sentó a su lado, mirándola tímidamente mientras intentaba no ser excesivamente sincero, no sonar como un histérico.<br />-¿No te estarás metiendo en cosas peligrosas, no?-le dijo al fin.<br /><br />Serlina sonrió, una sonrisa franca pero con una cierta carga de cinismo.<br /><br />-Es por la maldita televisión-dijo al fin, en medio de la risa-. Sí, debe ser por eso. En cuanto un joven se comporta de forma un poco rara, ya pensáis que es porque toma drogas.<br /><br />-No, no es eso-dijo el Señor Lars-. Sé que no eres tan idiota como para eso.<br /><br />-Gracias-dijo Serlina.<br /><br />-No sé si sabes que ese símbolo se parece mucho a los que llevan los neo-nazis-dijo el Señor Lars, señalando al plateado colgante que colgaba del cuello de su hija.<br /><br />Serlina lo miró como si lo viese por primera vez. Era tan evidente que no entendía como alguien no podía darse cuenta. Una cruz celta, negra con borde blanco, inscrita dentro de una cruz de hierro, la antigua condecoración de guerra.<br /><br />-Lo sé-dijo ella-. Lo diseñó un amigo mío, el mismo que me lo regaló. Son dos símbolos de odio unidos para crear algo nuevo.<br /><br />-No entiendo eso-confesó el Señor Lars.<br /><br />-Es sencillo-dijo Serlina, con una voz suave y modulada que el Señor Lars nunca le había oído-. Son solo símbolos, pero están asociados con sentimientos, con ideas. Aquí están unidos, odio más odio, neutralizándose el uno al otro, creando algo nuevo, algo bello pero que conserva el poder de los símbolos anteriores.<br /><br />-¿Poder?-preguntó extrañado el Señor Lars.<br /><br />-El poder del miedo-dijo Serlina-. Este símbolo no representa nada, pero provoca miedo, una repulsión y al mismo tiempo una fascinación de la que nadie puede escapar. Y el poder de provocar miedo puede ser muy útil.<br /><br />-¿Para qué puede servir?-preguntó el Señor Lars.<br /><br />-Para que te fijes en mí lo suficiente como para preocuparte-dijo Serlina-. Para que estés aquí, hablando conmigo ahora.<br /><br />En aquel momento el Señor Lars se sintió terriblemente vacío. Miró la sonrisa de su hija, pero solo pudo ver su propia culpabilidad. La abrazó levemente y la dejó sola en su cuarto, como siempre.<br /><br />No sabía que era una de las últimas veces que vería a su hija con vida.<br /><br />*****<br /><br />El Señor Lars nunca podría haber imaginado que aquel maldito símbolo iba a ser la señal que estaba esperando, la pista que lo conduciría a su objetivo, a su venganza. <br /><br /><a href="http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/">http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/</a><br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo</div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-35212089578874285742008-07-31T14:47:00.003+02:002008-07-31T15:19:31.278+02:00Diabolus In Musica - Capítulo 1<div align="justify">A Voltaire le gusta actuar como una criatura de la noche.<br /><br />Por eso las persianas de su habitación están completamente bajadas, sin dejar entrar apenas la luz del sol que comienza a surgir tras la silueta de los edificios de la gran ciudad, hasta que las farolas siguen la orden automática que las conmina a apagarse al unísono. Es entonces cuando suena su despertador, y a regañadientes sale del caótico mundo de los sueños donde muchos días le gustaría haber permanecido y detiene de un manotazo la chillona y penetrante alarma. Voltaire ha probado a usar despertadores de sonidos más agradables, incluso con melodías, pero no servían para nada. Sentía las melodías sonando dentro del mundo de sus sueños, las cambiaba y alteraba haciendo arreglos oníricos que las mejoraban de una forma distinta cada día, y hacían que su ensoñación fuese más placentera. Así que allí permanecía, hasta que la misma fatiga de soñar la despertaba para que su mente pudiese descansar. En el arte de soñar, Voltaire podría darle lecciones al mismísimo Morfeo.<br /><br />Voltaire se incorpora y se despereza lentamente, en la suave penumbra de su habitación. Tan solo leves hilos de luz consiguen iluminar la pequeña y desordenada estancia, colándose entre los leves defectos de los bordes de las persianas. Las suaves sábanas de Voltaire son negras, lo que aumenta más aún la oscuridad. Siempre duerme desnuda, y cuando la sábana resbala sobre su pecho y deja su piel al descubierto, esta parece brillar con un tono lechoso a causa de su palidez.<br /><br />La pequeña lámpara que enciende Voltaire hace brillar sus bonitos ojos azules. De un salto se incorpora y sale de su habitación, sin molestarse en cubrirse. Voltaire no vive sola, pero su compañera de piso, Anais, casi siempre está en algún otro lugar, con el grupo del que es vocalista. Además, ella también tiene las mismas costumbres nudistas de Voltaire, así que no le habría importado cruzarsela desnuda por los pasillos del oscuro apartamento.<br /><br />El cuerpo de Voltaire es pequeño y delgado, como el de una hadita, como suele decir Anais. Como todas las mañanas, lo contempla un momento en el espejo del cuarto de baño antes de saltar al interior de la ducha y dejar que un chorro de agua helada recorra su piel y la despierte. Sus largos cabellos están recogidos en decenas de pequeñas trenzas, teñidas de rubio y con las puntas pintadas de morado. Voltaire cierra los ojos mientras el agua helada golpea su rostro, pega sus trenzas a su larga y tatuada espalda y la sensación de frío eriza los pezones de sus pequeños pechos. Abre los labios de una boca quizá demasiado grande para su rostro para beber un poco de agua helada, y luego baja la cabeza y comienza a cantar, apenas oyéndose a si misma, ensordecida por el agua que golpea su cabeza. Tras un momento cierra el grifo y sale de la ducha, secándose rápidamente con una vieja y deshilachada toalla antes de que el agua fría le haga tiritar.<br /><br />Es difícil precisar la edad de Voltaire por su aspecto. Podría tener quince años, podría tener veinticinco. Es bonita, pero de una forma extraña, un rostro como de hada malvada que no todos encontrarían atractivo. Pero eso a ella poco le importa. Una serpiente azul, verde y roja recorre su espalda. A Voltaire le gusta decir que es una imagen de la Serpiente en el Jardín del Edén, antes de ofrecerle la manzana a Eva y darle a la humanidad el Satánico Don de la Inteligencia.<br /><br />Sin preocuparse siquiera de ponerse unas zapatillas, Voltaire recorre un corto pasillo y llega hasta la cocina de su apartamento. Aquí las persianas están un poco abiertas, dejando entrar suficiente luz para iluminar la blanca y sucia estancia. De un armario desordenado saca una caja de cereales para niños, y de un frigorífico que parece salido de una película en blanco y negro saca una botella de leche ya abierta. Llena un tazón hasta el borde del contenido de la caja y después lo inunda del blanco líquido, contemplando ensimismada como los copos de cereal se hunden poco a poco, cambiando de textura en el proceso. Bebe un trago de leche directamente de la botella antes de coger una cuchara de un cajón y comenzar a comer lentamente los cereales.<br /><br />Voltaire tiene una sensación extraña. Tal vez sea un residuo dejado en su mente por sus sueños, unos sueños que ha olvidado en el preciso momento de despertar pero que ahora se afana inútilmente en recordar. Sabe que ha soñado con algo importante, uno de esos sueños en los que todos sus sentidos están agitados, en que todo, cada sonido, cada imagen, cada sensación, parece golpearla más que alcanzarla. Voltaire no conoce a nadie que tenga esos sueños, al menos nadie que no haya abusado de ciertas drogas de las que dejan secuelas graves. A veces, como hoy, piensa que sus sueños pueden ser premoniciones, mensajes enviados por ella misma desde el futuro, empleando alguna extraña propiedad del espacio-tiempo relativista, esas cosas de las que le gusta discutir con Anais hasta que su compañera, más pragmática y menos dada al pensamiento abstracto, siente un dolor surgiendo en el centro mismo de su cabeza.<br /><br />Voltaire tiene una idea que arquea sus finas cejas. Salta de la pequeña banqueta roja en al que ha estado sentada y vuelve corriendo a su habitación. Enciende de nuevo la lamparita y busca afanosamente en el primer cajón de la cómoda que le hace las veces de mesa de noche. Al fin encuentra la pequeña caja de madera decorada con bajorrelieves celtas esmaltados en azul. Con ella vuelve a la cocina. Se sienta de nuevo en la banqueta, pone su tazón a un lado y limpia con las manos la gastada superficie de madera. Después se limpia las manos en un trapo deshilachado. Voltaire se dispone a hacer una de las pocas cosas que considera realmente sagradas, un pequeño resto de religión en alguien que no cree en Dios, pero que de creer se alinearía sin pensárselo con Satán.<br /><br />Abre la caja y saca la cuidada baraja de Tarot del interior. Es una baraja especial, ilustrada por un artista especialmente talentoso en reflejar la oscuridad y la sensualidad de los motivos. Voltaire se enamoró de ella nada más verla, y no le importó pagar un alto precio por ella. Separa los arcanos mayores de los menores, que nunca emplea, y los baraja lenta y cuidadosamente, para evitar que los bordes de las cartas se doblen. Voltaire mataría a quien rompiera estas cartas.<br /><br />La forma de hacer lecturas de Tarot de Voltaire es sencilla e intuitiva. No le gustan elaborados y teatrales rituales, ni encender velas, ni mirar a espejos, ni pronunciar preguntas en voz alta. Sabe que el Tarot no le ofrecerá ninguna respuesta concreta, tan solo una guía, un indicio surgido de algún lugar del interior de su mente, donde habita una inteligencia adormecida que es capaz de leer en el presente atisbos de un futuro que ya se está comenzando a construir. Y el Tarot para Voltaire es poco más que una hermosa forma de hablar con ese otro yo sobrenatural que todos los seres humanos tienen, pero algunos de forma más desarrollada que otros.<br /><br />Lentamente, sabiendo de una forma inconsciente la importancia de la revelación que va a recibir, Voltaire va girando una a una las cartas de la cima de la baraja y depositándolas ante ella.<br /><br />La Emperatriz.<br />La Luna.<br />Los Enamorados.<br />El Loco.<br />La Rueda de la Fortuna.<br /><br />Voltaire deja el resto de la baraja y contempla las cartas en silencio, esperando que sus símbolos y sus nombres inspiren su imaginación, creando un significado oculto allí donde no hay nada. Es una tirada ambigua. La Emperatriz representa una influencia, una figura femenina de poder. ¿Ella misma? No, no cree que sea ese el caso. Ella suele identificarse más con la Suma Sacerdotisa, la mujer que conoce secretos y que usa su poder con sutileza. Y la Emperatriz representa a otro tipo de mujer, una cuyo poder puede vislumbrarse en su mirada, en sus gestos, en su voz. Una mujer temible. Voltaire sonrió. Le gustaría conocer a una mujer así. La segunda carta es la favorita de Voltaire. La Luna. Representa la noche, y todas las emociones asociadas a ella. La poesía, la pasión, la melancolía. La Luna era la diosa de los antiguos, o al menos eso había leído Voltaire hacia ya mucho en un oscuro tratado de un extraño académico inglés. La tercera carta también le hizo sonreír. No tenia que representar forzosamente una relación sentimental, pero sí algún tipo de vínculo con alguna persona. Hace mucho que Voltaire no se encuentra en una situación parecida, y piensa que ya le va apeteciendo. Pero la siguiente carta le desconcierta. El Loco. Representa la entrada del caos y la demencia en su existencia, tal vez una amenaza externa, o quizá interna. ¿Significa que va a perder la razón? No, su intuición le dice que no es ese su significado. ¿Entonces? Quizá sea otra influencia externa, misteriosa e imprevisible, de la que debe cuidarse.<br /><br />La última carta es sin embargo la que más preocupa a Voltaire. Debería representar la conclusión, el objetivo del drama que van a representar los personajes presentados en las otras cartas. Pero es la Rueda de la Fortuna. No hay nada decidido, el destino todavía no ha sido trazado. Cualquier cosa es posible. Es una situación inquietante, porque lo desconocido siempre causa miedo.<br /><br />Finalmente Voltaire se encoge de hombros y recoge cuidadosamente sus cartas. Sea lo que sea lo que el destino tiene reservado para ella, al menos sabe que tiene la posibilidad de influir en ello, de evitar la desgracia y buscar el beneficio. Voltaire es joven, pero sabe bien que el beneficio propio es lo único que mueve a los seres humanos, y no se siente culpable por buscar el suyo propio, dentro de unas normas.<br /><br /><br />***<br /><br />Poco después las calles comienzan a llenarse de gente, seres que a regañadientes comienzan sus jornadas, partiendo de sus hogares hacia lugares poco hospitalarios en los que ejecutarán tareas repetitivas para conseguir su sustento. Voltaire se siente ajena a todo eso, distinta al resto de los mortales que la rodean por atreverse a llevar otro tipo de existencia, esa que los mortales temerosos llaman bohemia y que ella gusta de llamar libre.<br /><br />Las pesadas botas negras de Voltaire suenan de forma metálica al golpear los adoquines de la calle en cada paso. Todo en ella es negro y metal, salvo la nota de color en sus cabellos. Lleva sus trenzas recogidas en dos coletas con lazos negros, como casi siempre, y un sombrero de vaquero negro protege su rostro de la nefasta influencia bronceadora del sol. Sus ojos van ocultos tras unas gafas oscuras de cristales octagonales. Sus piernas están enfundadas en unos ajustados tejanos negros, y un top negro cubre su torso, con una leyenda escrita en caracteres góticos blancos.<br /><br />"Do what thou wilt". Haz lo que quieras. La única norma que Voltaire sigue y respeta, formulada hace más de un siglo por un loco ocultista inglés.<br /><br />Una tendera barre la acera frente a su tienda y levanta por un momento la vista, intrigada por el golpeteo metálico de las botas de Voltaire sobre los adoquines. Cuando ve la siniestra aparición, su rostro arrugado se deforma expresando su censura, condenando sin conocer algo que se sale de su concepción del mundo. Voltaire está acostumbrada a esas miradas. La saluda con una mano enfundada en un guante negro sin dedos y sigue su camino. A Voltaire le encanta ser educada y tener modales refinados, principalmente porque hace las cosas más sencillas, pero sobre todo porque a muchos les desconcierta que una chica tatuada y con aspecto de cantante de rock tenga mejores modales que ellos. Y Voltaire sabe desde hace mucho que hay un gran poder en la capacidad de provocar el desconcierto. Por ese mismo motivo se tatuó el esqueleto de un dragón chino en el índice de la mano derecha.<br /><br />Tres sonajeros anuncian la entrada de Voltaire en la Mazmorra, la tienda en la que trabaja como dependienta.<br /><br />-Vaya, pero si es la pequeña Voltaire, que al fin asoma la cabeza-dice Anton, el propietario de la tienda.<br /><br />Anton es un viejo rockero que hace mucho dejó la música para montar el pequeño negocio de una tienda para rockeros, góticos y siniestros. Su larga y descuidada melena negra está salpicada de gris, y hay profundas arrugas alrededor de sus ojos. Para Voltaire, y para todos los clientes, él es alguien extraño, una persona de más de cuarenta años que habla su mismo lenguaje, que comprende sus problemas y sus aspiraciones. Por eso muchos acuden a su tienda, para charlar un momento con alguien sabio pero que no les culpa por ser jóvenes. Alguien que les admira precisamente por eso.<br /><br />En ese momento Anton estaba hablando con un chico de larga y espesa melena, vestido con una vieja camiseta de un grupo heavy y unos pantalones tejanos raidos. Parece que el chico ha elegido comprar una gargantilla de cuero negro y tachuelas. Se la pone y Anton hace un gesto de aprobación.<br /><br />-Te queda de maravilla-le dice, guiñándole un ojo-Ya sabes, tiene garantía. Si no ligas con eso, puedes venir y te devuelvo el dinero.<br /><br />El chico no sabe si sonreír o dar las gracias, como si le costara identificar lo que Anton ha dicho como una broma. Siempre hay alguien sorprendentemente lento entre estos chicos. Voltaire sospecha que se debe a las drogas que algunos fuman. El chico descubre a Voltaire a su lado, sus nerviosos ojos marrones se cruzan con la mirada de hielo de la joven.<br /><br />-. ¿Te lo llevas?-le pregunta Voltaire con una sonrisa y su suave y susurrante voz de soprano de Doom Metal.<br /><br />El chico sonríe a su vez, nervioso e intimidado por la belleza de Voltaire. Asiente lentamente y saca una gastada cartera con una calavera bordada del bolsillo trasero de sus tejanos. Tras pagar abandona la angosta tienda, sin dejar de mirar hacia atrás.<br /><br />-Por eso te tengo aquí, pequeña-le dice Anton, revolviendo cariñosamente las coletas de Voltaire cuando esta se quita su sombrero y lo deja en el perchero-Todos los chicos acaban enamorados de ti y vuelven una y otra vez. Y claro está siempre compran algo para quedar bien.<br /><br />-¿Y que hay de las chicas?-dice Voltaire cuando termina de reír.<br /><br />-A la mitad de esas también les rompes el corazón-replica Anton-. ¿O crees que no me doy cuenta? El resto vienen por mis seductores labios.<br /><br />Anton adopta por un momento su mejor pose de rockero de los años setenta, marcando lo más posible los labios como si fuese un imitador de Jagger y tratando de contener a duras penas una sonrisa. Voltaire sabe que Anton debía tener a las chicas enamoradas hacia tiempo, cuando era joven. Ha visto fotos de aquellos tiempos, ha visto a Anton empapado en sudor, arrancando sonidos de su guitarra, con su rostro medio cubierto por sus revueltos cabellos y amuletos esotéricos colgando de su cuello. Todo un Dios del Rock. Pero aquellos tiempos se fueron hacia mucho, y ahora Antón es un hombre casado, y con un hijo que no le comprende. Pero, pese a las canas, las arrugas y a la barriga cervecera que apenas consigue disimular su camisa negra, conserva algo de su atractivo. Voltaire le sonríe y le guiña un ojo. Entonces el tintinear de los cascabeles de la puerta les avisa de la llegada de nuevos clientes.<br /><br />La Mazmorra es un lugar extraño y ecléctico, el típico en el que muchos sueñan con quedarse encerrados. En la pequeña tienda se vende música, ropa, bisutería, libros de poesía, estatuillas de dioses orientales... Más de una vez Voltaire se ha visto en la desagradable obligación de vender algo que no sabia que era. Todo el lugar está lleno de espejos, para dar la sensación de que es más grande, y decorado con carteles de grupos de rock y de conciertos históricos. Voltaire sabe que algunos de aquellos carteles podrían valer una fortuna, y también sabe que Anton moriría antes de deshacerse de ellos.<br /><br />Entre cliente y cliente, Voltaire abre una pequeña libreta sobre el mostrador de cristal y dibuja con una pluma negra. Dibuja lo primero que se le pasa por la cabeza, desde extrañas criaturas a motivos geométricos. Lo hace siempre de un solo trazo, con un estilo inquietante parecido a los dibujos de un niño irreversiblemente traumatizado. Muchos de aquellos motivos acaban en el expositor de una tienda de tatuajes cercana. Ese es el segundo empleo de Voltaire. Fue Anton quien se lo consiguió, cuando le llevó, sin ella saberlo, algunos de sus dibujos al dueño de la tienda de tatuajes.<br /><br />Anton la deja a media mañana, y en ese momento ella aprovecha para cambiar los CDs del equipo de música. Quita todo el rock de los 70 que tanto ama Anton y pone música gótica y siniestra. Sabe que hay clientes que vienen precisamente en ese momento, cuando ella se queda sola y cambia como puede el ambiente del local. No le gusta ser una simple dependiente. Sabe que eso le sería algo insufrible. Le gusta ser una especie de anfitriona. Por eso la música, y por eso las varillas de incienso que quema sobre el mostrador.<br /><br />Poco a poco van entrando chicos silenciosos, vestidos siempre de negro, algunos con los ojos pintados, labios rojos, negros o morados. Chicas con bisutería plateada y sombreros de hace cien años, que se mueven como malvadas de opereta y transforman sus rostros en hermosas mascaras de porcelana. Le hacen preguntas a veces directas, a veces vagas. Hay quien pide directamente el ultimo disco del grupo de moda de Death Metal, pero también hay quien le pide consejo, quien le cuenta como se siente y necesita saber que música escuchar, que ropa llevar, que joyas lucir. Y a Voltaire le encanta atenderles. Este es su mundo, estos son sus habitantes. El resto de la existencia solo es una distracción para lo que realmente importa, para sentir y para soñar, para el dolor, la muerte y el amor. Una sabiduría sencilla pero demasiado oscura como para que todos la acepten de buen grado, incluso en los demás.<br /><br />***<br /><br />El Señor Lars siempre deja que su despertador suene tres veces antes de apagarlo. Esos tres fuertes y penetrantes pitidos electrónicos lo arrancan a golpes de la nada en la que se encuentra sumido mientras duerme. Hace mucho tiempo que el Señor Lars no sueña, o al menos no recuerda lo que ha soñado. Teniendo en cuenta el tipo de sueños que la mente del Señor Lars podría producir, está bastante agradecido a este hecho.<br /><br />El dormitorio del Señor Lars es espartano hasta el extremo de resultar monástico. Solo una pequeña mesa de noche con el viejo despertador gris, un catre que hace las veces de cama, un armario angosto donde guarda sus pocas ropas. El Señor Lars no quiere recordar cuando su dormitorio era muy distinto, en otro edificio, en otra ciudad, casi en otra vida. Los recuerdos de aquella época le duelen más que reconfortarle. Le distraen de su misión, de su cruzada, de su motivo para vivir. Del único que le queda, el único en el que puede pensar.<br /><br />El Señor Lars dejó atrás hace mucho sus cuarenta años, y hay quien diría que también los cincuenta. Su cabello es gris oscuro, como su barba descuidadamente recortada, como el abundante pelo de su pecho, como los fríos ojos. Tan solo lleva unos pantalones cortos para dormir. Nada más levantarse, se inclina junto a la cama y comienza a hacer flexiones, sin apresurarse pero a buen ritmo. No es musculatura lo que busca el Señor Lars en sus ejercicios matinales, aunque está bastante en forma para un hombre de su edad. Es la seguridad de que su cuerpo no fallará cuando lo necesite. Cuando tenga que cumplir su misión en esta vida.<br /><br />Por un largo rato tan solo la modulada aunque exhausta respiración del Señor Lars se escucha en la habitación, mientras ejecuta una especialmente severa tabla de gimnasia sueca, una que ha copiado de un viejo manual del ejército. El Señor Lars nunca ha sido militar, ni tenia especiales simpatías por el mundo castrense hasta que las circunstancias le obligaron a convertirse en un guerrero. Su filosofía es que, puestos a aprender, es siempre mejor aprender de profesionales que de teóricos. Prefiere seguir el consejo de personas devotas al antiguo y refinado arte de matar que leer cientos de tratados sobre métodos de combate y asesinato. No en vano, el Señor Lars estudió ingeniería, y al comenzar su vida profesional descubrió que apenas le servia aquello aprendido en los libros y las clases de la facultad.<br /><br />Tras el ejercicio, una ducha en un cuarto de baño igualmente espartano, tan solo un lavabo, un retrete y una placa en el suelo para recoger el agua de la ducha. El Señor Lars no se molesta en calentar el agua. Prefiere que esté fría, lo más fría posible, para curtir su piel y hacerla más resistente. Es tan solo una pequeña protección, pero el más mínimo factor puede salvar su vida cuando le sea necesario. Después, en una amplia y casi vacía cocina, el Señor Lars pone dos huevos y dos salchichas en una sartén sobre el fogón encendido, y abre un momento la puerta de su apartamento para recoger el periódico que hace horas dejó el repartidor. El Señor Lars nunca se levanta temprano. Es, por obligación, un noctámbulo. Vuelve a la cocina con el arrugado periódico y pone los huevos y las salchichas en un plato de cristal. Pone algo de leche en un vaso y armado con un tenedor se dispone a tomar el desayuno sobre una mesa gris, mientras hojea el periódico, buscando directamente la sección de sucesos, pasando desdeñosamente el resto de las páginas, preguntándose si el resto de los semejantes seguirían preocupándose de esas estupideces si supieran la mitad de las cosas que ocurren a su alrededor, frente a sus propias narices, sin que se den cuenta. El Señor Lars conoce esa verdad, pero ha pagado un precio demasiado alto por conocerla.<br /><br />Cuando llega a la sección de sucesos, el Señor Lars deja por un momento su desayuno y comienza a leer con detenimiento. Con un rotulador rojo, marca determinados titulares, determinadas líneas en los artículos. Sabe bien que esa es información sesgada, pero también sabe que está solo en su lucha, y que toda la información de la que pueda disponer, aunque sea parcial, es vital. Se toma una pequeña pausa para terminar las salchichas y después continua examinando detenidamente la inquietantemente larga sección del periódico. Lo único que se escucha en su cocina, durante un largo tiempo, es el roce del rotulador sobre el rugoso papel impreso.<br /><br />Finalmente, el Señor Lars se pone en pié y vuelve a su dormitorio. Allí busca en el único cajón de su mesa de noche un arrugado y viejo mapa de la ciudad. Con él vuelve a la cocina. Al desplegarlo sobre la mesa el Señor Lars vuelve a ver todas las marcas rojas, todas las anotaciones que ha ido haciendo en el mapa desde que llegó a esta maldita ciudad. Cruces en lugares específicos de la ciudad, junto con anotaciones en una caligrafía pequeña y apretada que tan solo el Señor Lars puede descifrar, y con esfuerzo. Cada vez son más, cada semana crecen los indicios de que es aquí donde se encuentra su objetivo. Vuelve a repasar la sección de sucesos del periódico y comienza a hacer nuevas marcas en el ya abarrotado mapa. Una cruz roja, y junto a ella escribe: "Desaparición, mujer de 19". Otra cruz roja: "Asesinato, hombre de 47, sin robo". Todos crímenes absurdos, sin explicación. Desaparecidos por los que nadie pide rescate, agresiones motivadas solo por el puro deseo de la violencia, asesinatos sin motivo ni provocación. Cada día son más. El Señor Lars recuerda un tiempo en el que aquellos sucesos eran raros y casi nunca ocurrían. Pero cada día ocurren con más frecuencia. El mundo se vuelve poco a poco más violento, menos seguro. Y el Señor Lars sabe porqué, sabe que es por esas malditas bestias, son ellas las que están detrás de todo. Puede ver su patrón de comportamiento, ha aprendido a reconocerlo durante todo el tiempo que lleva siguiéndolos. Quizá alguno de esos crímenes se deba a motivos más humanos, pero el Señor Lars sabe que ellos están detrás de la mayoría. Y acabará con todos los que pueda, aunque busca solo a uno.<br /><br />Una vez terminadas las anotaciones, el Señor Lars dobla de nuevo el mapa con cuidado, con los movimientos precisos y ensayados con los que un soldado doblaría un paracaídas. Después vuelve a llevárselo al dormitorio, y abre su armario. Saca unos pantalones y una camisa sacada de un saldo de suministros militares, al igual que las recias botas que se pone al terminar de vestirse. Una larga gabardina negra cubre el verde del resto de su indumentaria. Después saca una maleta de aluminio de debajo del catre y se arrodilla junto a ella. El contenido de la maleta también procede del ejército, pero por cauces mucho menos legales. Abre la maleta y saca del acolchado interior un revolver de aspecto amenazador y una caja de municiones, un largo cuchillo de caza en una funda de cuero y un cinturón especial con una pistolera. Lentamente, se pone el cinturón, comprueba que el revolver esté cargado antes de meterlo en la pistolera y después ajusta la funda del puñal al lado opuesto. Cierra la gabardina y se mira por un momento en el espejo de la cara interna de la puerta del armario para comprobar que nada de su arsenal pueda adivinarse bajo la gabardina. No quiere ser detenido por la policía, que obstaculicen su búsqueda. Aunque posiblemente podría alegar eximientes psicológicos por su triste historia, sabe que seria un considerable retraso, que su presa podría escabullírse de nuevo.<br /><br />Lo último que hace el Señor Lars para completar sus rituales diarios es guardar el mapa en uno de los profundos bolsillos de la gabardina. Aquel mapa es su guía, el rastro de su presa en la traicionera selva que es esta maldita ciudad. Armado con acero, saber y determinación, el Señor Lars abandona su apartamento, como cada atardecer.<br /><br />***<br /><br />El atardecer sorprende a Voltaire en el cementerio, sentada sobre una de las tumbas y leyendo un pequeño libro de poesía romántica encuadernado en cuero. A su alrededor, el viento agita las doradas hojas de los árboles, y gime suavemente al pasar por entre las ramas. Este evocador ambiente es para Voltaire lo más parecido a un paraíso. A su alrededor, decenas de tumbas forman filas silenciosas, todas de distintas formas y tamaños, decoradas por las caricias del tiempo que han suavizado sus contornos y sus ángulos y por el verde profundo del musgo que avanza lentamente sobre su fría piedra, cada una el resto que ha dejado una vida acabada hace ya tiempo. Voltaire conoce este lugar tan bien como la casa en la que nació. Es su refugio favorito, un frondoso jardín en medio de la ciudad, casi siempre solitario, salvo por algún ocasional paseante con el que Voltaire no tiene inconveniente en compartirlo. Cada día dedica su atención a una tumba distinta, y en su imaginación ha dado rostro y voz a cada uno de sus habitantes, ha imaginado sus vidas a partir de lo que las inscripciones y las decoraciones de cada tumba le sugieren. Hace ya mucho que no entierran a nadie aquí. Para la mayoría de los mortales este lugar no es más que una especie de monumento. Voltaire ha leído artículos en la prensa en los que se sugería que no merece la pena conservarlo. Con gusto habría matado a quien formuló aquella idea. Aquel era su lugar, y el lugar de muchos siniestros. Más de una noche había acabado en aquel lugar con un pequeño grupo de amigos, bebiendo cerveza mejicana y crema irlandesa y tratando de invocar a los difuntos con sus limitados e ingenuos conocimientos de magia negra y la valentía que da el alcohol.<br /><br />Pronto el cielo se oscurecerá demasiado y Voltaire no podrá seguir leyendo las malignas disquisiciones de Baudelaire. Ha leído la biografía de aquel poeta maldito y sabe que no había sido una persona muy admirable, pero su arte, las escasas poesías que ha dejado, tienen la capacidad de conmoverla.<br /><br />-Salve a ti Satán, Señor de la Humanidad-susurra Voltaire leyendo las palabras del poeta antes de cerrar de golpe el pequeño volumen.<br /><br />Antes de volver a ponerse el sombrero, se inclina sobre la tumba en la que está sentada y deposita un lento y cálido beso sobre la fría piedra. Es la tumba de Henrich, una de sus favoritas. Vivió hace mucho, más de cien años, y por muy poco tiempo, menos de veintidós. Voltaire lo imagina como un joven bohemio, un poeta maldito arrancado de este mundo por el azote de la tuberculosis, esa enfermedad de románticos que había privado al mundo de tantas almas hermosas. O quizá fuese en el acto de morir jóvenes en donde radicara esa belleza.<br /><br />Voltaire camina lentamente por el cementerio antes de marcharse, despidiéndose en silencio del lugar. Pronto volverá Anais a la ciudad, quizá puedan venir juntas un día. Anais siempre fanfarronea con traer un tablero de ouija a medianoche y usarlo para invocar a los muertos. Voltaire sabe que ese supuesto juego sobrenatural no es más que un fraude, que es la imaginación de los que lo juegan la que crea todo lo que sienten, pero piensa que puede ser una experiencia interesante, divertida. Y quien sabe, tal vez espeluznante.<br /><br />Las botas de Voltaire se detienen de golpe sobre el suelo de gravilla blanca. Su mirada azul ha descubierto algo extraño, algo que nunca ha estado allí. Extrañada, se acerca lentamente a uno de los viejísimos panteones que forman un círculo en el centro mismo del cementerio. Es una pequeña edificación de estilo neoclásico, rematada por una gran cruz y con una pesada puerta de metal tomada por el óxido. Una puerta que siempre ha estado cerrada, pero que hoy está entreabierta. Y hay algo allí, algo justo tras el umbral, apenas iluminado por la débil luz del atardecer.<br /><br />No seria la primera vez que alguien entra en el cementerio para hacer pintadas, para destrozar tumbas o profanar los panteones. Por suerte para ellos nunca se han cruzado con Voltaire ni ninguno de sus amigos, que no tendrían problemas en quitarles las ganas de destrozar cementerios para siempre. Pero esto parece algo distinto. Una sensación que no puede comprender eriza los pelos de la nuca de Voltaire cuando descubre que es eso que asoma levemente a través del umbral del panteón: Los delicados y mortalmente pálidos dedos de una mano.<br /><br />¿Un cadáver? Imposible, los que hay tienen más de cien años, no son más que polvo y acaso algunos huesos. Aunque quizá sea un cadáver más reciente, uno que no ha sido enterrado aquí.<br /><br />Ahora Voltaire está frente al panteón, puede adivinar el resto del cuerpo que yace patéticamente tras la puerta entreabierta. Ha pasado antes por aquí, y no ha visto que el panteón estuviese abierto. Lentamente se acerca, agachándose al llegar junto al umbral, sintiendo que sus botas hacen demasiado ruido sobre la gravilla.<br /><br />Es una mujer, vestida de negro, pelo corto, con el color del ala del cuervo, al igual que sus ropas manchadas de polvo gris. Sus ojos color ámbar están abiertos, pero no brillan, como si repeliesen la poca luz que les llega. Ojos sin vida que provocan un escalofrío a Voltaire.<br /><br />Voltaire cae de rodillas frente al panteón. No se ha dado cuenta de que sus rodillas estaban flaqueando. Pese a su literaria necrofilia, nunca ha visto la muerte tan de cerca. Y hay algo en todo esto que Voltaire no comprende, una sensación que le grita al oído que huya, que se aleje de ese extraño y hermoso cadáver.<br /><br />Un espasmo mueve la mano del cadáver. Voltaire pierde el aliento mientras siente como si se le parase el corazón dentro del pecho.<br /><br />No está muerta. No está muerta.<br /><br />Voltaire agarra la mano de la misteriosa aparecida y no se sorprende al sentirla fría como la piedra de la tumba que acaba de besar. Pero hay un corazón allí, bombeando la sangre por esos dedos, aunque se diría que con más fuerza de lo que seria normal. La cabeza de la aparecida se mueve, y Voltaire diría que esos extraños ojos la están mirando. Las pupilas ambarinas se agitan como si estuviesen estudiándola.<br /><br />De repente los dedos de la aparecida se cierran sobre su mano con fuerza, con demasiada fuerza. Voltaire intenta librarse de la presa, pero es incapaz. La aparecida está tirando de ella, está acercando sus labios a la muñeca de Voltaire, separándolos para mostrar unos blancos y amenazadores dientes. El miedo da alas a una idea absurda dentro de la cabeza de Voltaire. Se revuelve frenéticamente y golpea a la aparecida con una de sus botas, enviándola de vuelta al interior del panteón. Intenta ponerse de pié, pero sus manos no le obedecen, y cae de nuevo sobre la gravilla. Al segundo intento puede incorporarse y correr lejos de aquel lugar, de aquella criatura que nunca pensó que pudiese existir.<br /><br />No se detiene hasta que no está fuera del círculo de panteones. Se gira para mirar de nuevo a la puerta entreabierta del panteón. Ya no puede ver a la criatura. No le ha seguido. Quizá sea porque teme a la luz del sol. En ese caso no tiene mucho tiempo para salir del cementerio, para alejarse de allí. Por primera vez, Voltaire siente miedo dentro de su amado cementerio, y huye de allí. </div><div align="justify"><br />Voltaire sabe que acaba de librarse del ataque de un vampiro.<br /><br /><a href="http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com/">http://diabolusinmusica-novella.blogspot.com</a></div><div align="justify"><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo</div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-53821565065227691062008-07-23T08:00:00.005+02:002008-07-23T08:14:22.739+02:00Loreena McKennitt: Foro Iberoamericano de la Rábida, 18 de Julio de 2008<div align="justify">Al fin, tras una década siguiendo su carrera y disfrutando de su música, pude al fin ver en directo a una de las intérpretes mas interesantes de la música. Una creadora e intérprete que se ha caracterizado siempre por no dormirse en los laureles y llevar a cabo una continua investigación de nuevos ritmos, nuevos instrumentos y nuevas tradiciones musicales que combinar con la base céltica de su música para crear nuevas composiciones siempre llenas de belleza y energía.</div><div align="justify"><br /><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_0">Loreena</span> apareció en el escenario con puntualidad, acompañada por nueve músicos y un murciélago que no hacía mas que revolotear sobre el escenario y le aportó una adecuada nota siniestra a la noche. Nada mas encenderse las luces atacaron los primeros compases de "Tango de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_1">Evora</span>" demostrándonos lo que iban a ser las siguientes dos horas: Un espectáculo preciosista protagonizado por músicos de una profesionalidad y virtuosismo fuera de serie, acompañado por un entusiasmo y una forma de disfrutar de la música que no tardó en contagiar al público, haciéndonos olvidar el calor y los mosquitos que llevaban ya un buen rato atormentándonos. El repertorio combinó temas de toda su carrera junto con nuevos temas de su último disco "<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_2">An</span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_3">Ancient</span> Muse", con el que <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_4">Loreena</span> ha abandonado un retiro demasiado largo. Un retiro motivado por trágicas circunstancias y por una depresión que, afortunadamente, la intérprete y compositora canadiense parece haber dejado atrás, al menos a juzgar por su actitud en el escenario y por la bromas con las que salpicó sus diálogos con la audiencia. </div><div align="justify"><br />En directo los temas de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_5">Loreena</span> suenan de forma ligeramente distinta, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_6">con</span> mucha más energía, con más protagonismo de la guitarra eléctrica y de la percusión. Además de encargarse de la parte vocal, a lo largo del concierto <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_7">Loreena</span> se encargó de tocar el arpa, el órgano, el piano y el acordeón. Una versatilidad que compartían todos los músicos que la acompañaban, y que demostraron a lo largo de la noche en las ocasiones en la que los arreglos de los temas les dejaban lucirse. Ellos eran los primeros que estaban disfrutando de la ocasión, y como siempre ocurre eso se dejó ver en su música y en su actitud en el escenario. </div><div align="justify"><br />Después de abandonar el escenario, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_8">Loreena</span> y el resto de la banda volvieron a salir dos veces más, finalizando el concierto con "<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_9">Dark</span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_10">Night</span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_11">of</span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_12">The</span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_13">Soul</span>". <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_14">Loreena</span> tocó esta última canción al piano, disculpándose por necesitar la letra de la canción (un poema de San Juan de la Cruz) debido al tiempo que llevaba sin cantarla. Al poco de empezar a tocar un golpe de viento tiró del atril una de las dos hojas con la letra. Casi sin hacer ninguna pausa, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_15">Loreena</span> siguió tocando mientras se aguantaba un ataque de risa mientras uno de sus compañeros se encargaba de corregir el pequeño desastre. Una demostración de la profesionalidad y el buen humor que todos los intérpretes demostraron a lo largo de la noche. </div><div align="justify"><br />Tan encantadora y elegante como siempre, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_16">Loreena</span> acabó la noche <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_17">despidiéndose</span> de la audiencia y deseando tener la ocasión de volver a tocar para nosotros muy pronto. Al menos en mi caso, el deseo es <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_18">mutuo</span>. <br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo</div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-53359444741815519442008-07-20T20:22:00.002+02:002008-07-20T20:25:57.972+02:00Gladiator, de Philip Wylie<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjeZzOZ14OHig76iMMxBlks16z9ZnnsTQ6xtEtuXftpQDiP2mTxnCb5ETyMrILLMXInWJm1UYWEBCUu4wkSbLCIhRo8G2K9EpEIQkiF6bKzL7dkdv4lGyZw0YswMOWTT85qY09yLFXstJg/s1600-h/gladiator_philip_wylie_jaguar.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5225164078537978242" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjeZzOZ14OHig76iMMxBlks16z9ZnnsTQ6xtEtuXftpQDiP2mTxnCb5ETyMrILLMXInWJm1UYWEBCUu4wkSbLCIhRo8G2K9EpEIQkiF6bKzL7dkdv4lGyZw0YswMOWTT85qY09yLFXstJg/s320/gladiator_philip_wylie_jaguar.jpg" border="0" /></a>A finales del siglo XIX, el investifgador científico independiente y profesor universitario Abednego Danner descubre un fluido capaz de modificar la estructura biológica de un feto y convertirla en otra cosa, dotando a la carne de una estructura, dureza y potencia similar a la del acero. Tras varios experimentos con animales Danner decide correr el riesgo e inyectar la fórmula en el feto aún no nacido de su propio hijo. Desde su nacimiento, Hugo Danner demuestra una fuerza y resistencia más que sobrehumanas. </div><div align="justify"><br />"Puedo saltar tan alto como una casa, correr mas rápido que una locomotora, consigo arrancar grandes árboles y apartarlos...", le confiesa el joven Hugo Danner a su padre. La importancia de esta novela para el imaginario colectivo queda en evidencia en dicha frase. "Gladiator" está considerada como una de las principales fuentes de inspiración empleadas por Siegel y Shuster en la creación de Superman. Hay quien duda de dicha influencia (Siegel y Shuster no llegaron nunca a admitirla) pero tras haber leido la novela de Wylie creo que es más que evidente que, al menos, "Gladiator" fué el punto de partida para crear el famoso comic. Incluso uno de los planes que le son sugeridos a Hugo Danner a lo largo de la novela es muy parecido al plan de dominación mundial que tenía el protagonista de "Reign of the Supermen", la primera versión de la historia de Superman que escribieron Siegel y Shuster antes de crear la forma definitiva del comic. </div><div align="justify"><br />En lo que se diferencia "Gladiator" de la historia del primera superheroe es, principalmente, en el tono de la historia. En ningún momento Hugo Danner se plantea ocultar su identidad para lugar contra el crimen con la ayuda de sus poderes. En la novela la única ambición del superhombre es llevar una vida normal. Sus increibles poderes no son mostrados casi como una maldición, como una enfermedad que se convierte una y otra vez en un obstáculo para las sencillas ambiciones de nuestro héroe. Cuando, finalmente, Hugo Danner se rinde y decide emplear sus poderes para cambiar el mundo, sus intentos se estrellan con el muro de la incomprensión humana, y con la imposibilidad de que un solo hombre, por muy fuerte y poderoso que sea, pueda cambiar el mundo solo con sus actos. Antes de que existiera siquiera el género de superheroes, Wylie ya habia planteado su deconstrucción y su representación realista. </div><div align="justify"><br />No nos engañemos, la novela de Wylie dista de ser perfecta. La misoginia de la que Wylie hizo gala a lo largo de toda su vida dicta la representación de todos los personajes femeninos de la novela, y de tan exagerada llegaría a ser cómica de no hacerse tan tediosa. Cuando sus planes fracasan, Hugo Danner siempre se dá por vencido a la primera, sin volver a intentarlo en ningún momento. Pese a que la intención de Wylie no sea esa, la conclusión que uno saca es que el fracaso de Danner se debe a su casi inexistente espiritu luchador, y no a la imposibilidad de que dichos planes llegen a buen puerto. </div><div align="justify"><br />Sin embargo, merece la pena acercarse a "Gladiator" como curiosidad antropológica, como exploración de una de las fuentes empleadas para crear a Superman y como muestra de la literatura popular de la primera mitad del siglo XX.<br /><br /><em>Gladiator ha sido publicada en español por la editorial Jaguar.</em></div><br /><br /><div align="justify">© 2008, Juan Díaz Olmedo</div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-31855104698007698922008-07-15T15:02:00.009+02:002008-07-16T14:55:39.306+02:00Stanislav Petrov, el Hombre que Salvó al Mundo<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhByqS1IvEXgmOPrzx55lYTThhJvZQVLnGZr7pDgVxHgj3YotM4inScc9_WTBf0D4W8pP8loYHACwI_ec8bbOpRr2_Idb82Nn7fBt3w7ojnzmQwc0VPg0xz7NMz43LnzOltKe27cdE-JEA/s1600-h/Petrov_thumb.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5223227825020663026" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 255px; CURSOR: hand; HEIGHT: 225px" height="228" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhByqS1IvEXgmOPrzx55lYTThhJvZQVLnGZr7pDgVxHgj3YotM4inScc9_WTBf0D4W8pP8loYHACwI_ec8bbOpRr2_Idb82Nn7fBt3w7ojnzmQwc0VPg0xz7NMz43LnzOltKe27cdE-JEA/s320/Petrov_thumb.jpg" width="258" border="0" /></a> Uno de los sucesos menos conocidos y más sorprendentes del periodo histórico conocido como la "Guerra Fría" tiene como protagonista a Stanislav Yevgrafovich Petrov, un antiguo teniente coronel de la fuerza de misiles estratégicos del ejército soviético. El 26 de Septiembre de 1983, este hombre se desvió del procedimiento estándar de respuesta del ejército soviético basándose únicamente en su capacidad de análisis y en su sentido común. Y, haciendo esto, evitó una guerra que habría causado posiblemente la destrucción del planeta y la muerte de la mayor parte de sus habitantes.</div><div align="justify"><br />En 1983 el gobierno de Reagan había intensificado la oposición a la Unión Soviética en un cambio de política respecto a la moderación de sus antecesores en el cargo. No en vano el periodo de las dos legislaturas de Reagan empieza a ser conocido en algunos círculos como la "Segunda Guerra Fría", ya que su política de rearme frente a lo que se entendía como la amenaza latente del comunismo hizo que la tensión entre las dos superpotencias alcanzara un nuevo auge. En este escenario, el derribo por parte de la fuerza área soviética de un avión de pasajeros coreano que había entrado por error en el espacio aéreo de la Unión Soviética solo sirvió para acrecentar las tensiones. Entre los 269 pasajeros del avión que murieron en aquel incidente había varios ciudadanos americanos, y muchas voces clamaban por una acción de represalia. Una acción que, de haber sido llevada a cabo, habría tenido como consecuencia una guerra nuclear global.</div><div align="justify"><br />Recordemos que en aquellos tiempos la tensión entre las superpotencias era contenida por lo que se conocía como "Doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada", es decir, la certeza de que un ataque iniciado por uno de los bandos sería respondido por el otro con el despliegue de todo el arsenal nuclear, provocando así la completa destrucción de los bandos en el holocausto termonuclear resultante. En la película "Juegos de Guerra" se representaba de forma bastante gráfica el resultado de dicha doctrina, con la escalofriante imagen de un diagrama en el que las ondas expansivas de las explosiones nucleares acababan tragándose la extensión de todos los continentes. No estamos hablando de una victoria pírrica, ni de los desastres que siempre ha tenido asociada una situación de post-guerra. No, estábamos hablando de un resultado que supondría probablemente la completa extinción de la vida en nuestro planeta. Y, con total seguridad, del fin del mundo tal y como lo conocíamos.</div><div align="justify"><br />En esta situación, el teniente coronel Petrov estaba al mando del bunker Serpukhov-15, cerca de Moscú. Su responsabilidad era el sistema de alerta temprana, basado en información de satélite, que permitiría identificar un ataque estadounidense en el momento en el que los misiles fueran disparados. Además de este sistema, el ejército soviético solo disponía del sistema de radar, que detectaría el ataque cuando los misiles estuviera a punto de impactar en territorio soviético, sin tiempo para una posible respuesta. </div><div align="justify"><br />Poco después de la medianoche del 26 de Septiembre de 1983, el sistema de satélites de defensa hizo saltar la alarma. Había detectado el disparo de un misil nuclear desde territorio estadounidense. Poco después, nuevas alarmas comenzaban a sonar alertando de cuatro nuevos misiles disparados contra territorio soviético. Si Petrov hubiera seguido el procedimiento requerido, habría tenido que alertar a sus superiores inmediatamente, para que iniciaran una respuesta. Con una llamada telefónica, el teniente coronel Petrov habría puesto en marcha el mecanismo de la Tercera Guerra Mundial. Sin embargo, no lo hizo. El sistema de satélites había fallado más de una vez en el pasado, y Petrov no se fiaba de él. Pero este no fue el auténtico motivo de su decisión. Lo que hizo que Petrov descartara el ataque americano como una falsa alarma fue el hecho de que solo cinco misiles hubieran sido disparados. En caso de un ataque a territorio soviético, razonó Petrov, los americanos hubieran empleado la totalidad de su arsenal en un ataque masivo, no un simple ataque testimonial que solo destruiría algunas ciudades. </div><div align="justify"><br />Si, es una razonamiento muy sencillo desde nuestra situación, en frío. Pero tratemos de ponernos en su posición, cuando las alarmas le estaban diciendo que la destrucción nuclear cruzaba los cielos en dirección a su país. </div><div align="justify"><br />No es necesario decir que el teniente coronel Petrov estaba en lo cierto. El sistema de radar terminó confirmando su razonamiento: El ataque había sido una falsa alarma, un error de análisis de una formación nubosa inusual que se interpretó como estelas de misiles intercontinentales. Por su comportamiento, Petrov fue represaliado, destinado a funciones de menor responsabilidad. Acabó retirándose anticipadamente a causa de la presión psicológica a la que fue sometido. </div><div align="justify"><br />La hazaña de Stanislav Petrov no salió a la luz pública hasta la desclasificación de documentos militares que trajo consigo la caída de la Unión Soviética. En 2004 fue honrado con el premio "World Citizen". Más tarde, en 2006, fue recibido como un héroe por la asamblea general de las Naciones Unidas. Pese a todo esto, Petrov siempre le ha quitado importancia a lo que sucedió aquella noche. Según él, se limitó a hacer su trabajo lo mejor que podía. </div><div align="justify"><br />Petrov está ahora retirado, y vive en Fryazino, cerca de Moscú. Actualmente se está produciendo un documental sobre su vida, con un título más que apropiado: "El Hombre que Salvó al Mundo". </div><div align="justify"><br /></div><div align="justify">© 2008, Juan Díaz Olmedo</div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-86999631050435561462008-06-30T16:15:00.002+02:002008-06-30T16:19:59.267+02:00Marionetas de Sangre, en Sedice.com<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJH29zT9-JC_hMWR97CljOzkseEO1on1VESsn4QdlYlSiSl7PxcDarmYVbreW6FzfzDhyphenhyphenUZfvo1fqDScxcHjZN4prl_TrTQIwuCjolheGr0Pt298lhfMd5QJv131DYuDu-O50nb-rrz8E/s1600-h/Portada+Marionetas.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5217678909081091762" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJH29zT9-JC_hMWR97CljOzkseEO1on1VESsn4QdlYlSiSl7PxcDarmYVbreW6FzfzDhyphenhyphenUZfvo1fqDScxcHjZN4prl_TrTQIwuCjolheGr0Pt298lhfMd5QJv131DYuDu-O50nb-rrz8E/s400/Portada+Marionetas.JPG" border="0" /></a><br /><div align="justify">Mi novela "Marionetas de Sangre" acaba de ser editada en formato de libro electrónico (Licencia Creative Commons) por Sedice.com. Espero que todos los que se perdieron la (desafortunada) edición en papel puedan acceder a ella ahora. </div><br /><div></div><br /><div>El enlace: <a href="http://www.leelibros.com/biblioteca/?q=node/68652">http://www.leelibros.com/biblioteca/?q=node/68652</a></div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-75076432667413640282008-06-25T15:37:00.002+02:002008-06-25T15:42:32.491+02:00Anónimo 3<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiHv2sQIAUCtFNDobadI81h2EEziQzgI8ea_9lPyzmNP8PZ2paxOiiMOwucny-t7rWHTnTrCsv_TQC7NjTU_W9aa-bbTWSsY0jplTwmZ4AICAQHwCdY5Dlc5_EWGqnYBPNoFrL-85TyH10/s1600-h/Nota+03.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5215813919293997026" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 389px; CURSOR: hand; HEIGHT: 494px; TEXT-ALIGN: center" height="461" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiHv2sQIAUCtFNDobadI81h2EEziQzgI8ea_9lPyzmNP8PZ2paxOiiMOwucny-t7rWHTnTrCsv_TQC7NjTU_W9aa-bbTWSsY0jplTwmZ4AICAQHwCdY5Dlc5_EWGqnYBPNoFrL-85TyH10/s400/Nota+03.jpg" width="349" border="0" /></a><br /><div><div>© 2008, Juan Díaz Olmedo</div></div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-37133315256027140392008-06-18T12:39:00.002+02:002008-06-18T12:43:15.614+02:00El Señor de las Ratas<div align="justify"><em>Publicado en Artifex nº 4.</em><br /><br />Que asco de noche.<br /><br />La lluvia cae con crueldad sobre el asfalto arrastrando la suciedad, amontonándola junto a los bordillos de las aceras. Bajo la vista y veo una procesión de colillas que se desliza en el interior de una alcantarilla una tras otra, como repugnantes barquitos que navegan hasta el fin del mundo siguiendo un riachuelo de aguas negras como la pez. Estoy terriblemente aburrida. El frío se me está metiendo en las entrañas.<br /><br />Me abro el chaquetón intentando que mi escote llame la atención de un individuo que cruza la calle apresuradamente, tratando de guarecerse de la lluvia bajo las delgadas cornisas. Es un gusano medio calvo, con cabellos grises y un repugnante jersey color verde botella. Un paleto, no hay mas que verlo. Me da un asco tremendo tenerlos de clientes, pero esta noche de mierda aceptaría cualquier cosa con tal de poder irme a casa pronto.<br /><br />-¿Estás solo, encanto?-le dijo cuando se detiene frente a mí, justo en la acera de enfrente, bajo el toldo medio plegado de un estanco.<br /><br />El gusano tan solo me dirige una rápida mirada antes de proseguir su camino. Nada, ni con ese maldito paleto puedo contar. ¿Que mierda me pasa últimamente? Nunca me ha gustado esa vida, es verdad, pero últimamente las cosas parecen estar yendo de mal el peor. Ya ni siquiera soy capaz de llamar la atención de un paleto rechoncho que no seduciría a una mujer si aunque la drogase. La clase de tipos que me dan más pena y al mismo tiempo más asco. Al menos suelen conformarse con un servicio rápido.<br /><br />Bajo la vista para examinar mi escote. Maldita sea. No puedo resistir el impulso de cerrar mi viejo chubasquero negro cuando una gruesa gota se desliza justo entre mis delgados pechos. Un escalofrío recorre mi piel. Comienzo a sentir el frío llegando hasta mis huesos. Si sigo aquí voy a acabar cogiendo una pulmonía de narices como poco. Lo que me faltaba ya, ponerme enferma. Como si no estuviese ya bastante echa polvo.<br /><br />Odio admitirlo, pero es cierto. No es de extrañar que nadie quiera mis servicios. Estoy delgadísima. Me estoy quedando en los huesos. Mis costillas comienzan a asomar bajo mi piel, sobre unos pechos que han tenido días mucho mejores. Recuerdo cuando comencé a hacer la calle, como mis pechos atraían la atención del más casto de los gusanos que pasaban cerca de mí. ¿Cuánto hace de aquello? Cielos, solo dos años. Si no me metiese tanta mierda en las venas.<br /><br />Si no me metiese mierda en las venas no habría tenido que ponerme a hacer la calle. No sé por qué puñetas tengo que ponerme a pensar en esto justo ahora. Como si la puñetera lluvia y el frío que hace no bastasen para conseguir que me sienta como una basura.<br /><br />Me pego un poco mas a la pared, con tan mala fortuna que mis baratos zapatos de tacón se meten en un maloliente charco lleno de algo mas que agua de lluvia. El aceitoso líquido se pega a la piel sintética y comienza al instante a comerse su chillón color rojo. No me importa. Poco me importa esta noche. Saco un espejito de mi bolso para retocarme el maquillaje. Cuando veo mi rostro en el pequeño cuadradito de cristal me sorprendo de lo que veo. Estoy que doy pena. Mis ojos están hundidos en el rostro, rodeados por unas ojeras que mi habilidad maquillándome no pueden ocultar. Los pómulos se me marcan en las mejillas haciendo que mi cara se parezca un poco a una calavera. Incluso mis labios están demasiado delgados, apenas cubriendo mis dientes amarillentos. ¿Cómo va a querer alguien que le haga un servicio con esta boca? Me quito el carmín de los labios con el dorso de la mano, haciéndome daño a propósito. Me lo merezco. Con lo bonita que yo era. Era preciosa. Ahora solo doy asco.<br /><br />Mierda. Es este tiempo, el maldito frío que se te mete en los huesos. La lluvia resbala del cuello de mi chubasquero y se desliza por mi espalda provocándome escalofríos. No, no es solo por la lluvia por lo que tiemblo. Si voy a ser sincera conmigo misma voy a serlo del todo. Es porque mis venas me están pidiendo a gritos más mierda blanca. Si, es eso, eso explica porqué me siento tan mal, porqué siento que todo se está yendo al infierno a pasos agigantados. Entrelazo los dedos con fuerza, intentando parar los temblores. Necesito una dosis. Si, la necesito de veras. No me había dado cuenta de lo mucho que la necesitaba hasta que he pensado en ella.<br /><br />No tardaré mucho. Iré a casa y me picaré. Después estaré mucho mejor, con fuerzas como para tirarme a un regimiento. Espera, no tengo mucho que picarme en casa. Solo esa dosis que guardo para emergencias. Siempre previsora, como mi madre me enseñó. Pero esto es una emergencia. Si, si que lo es. El pensar en el alivio que esa dosis me provocaría me hace desearla mas aún. Me cierro el chubasquero y me alejo de aquel sucio rincón, rumbo a ese agujero desordenado donde vivo.<br /><br />La lluvia no es tan fuerte como para acallar el ruido de mis tacones contra el asfalto. No me gusta llevar tacones, pero a los clientes suele encantarles verme con ellos. Es una lata llevarlos sobre todo en esta maldita ciudad que siempre parece estar en obras. Tengo que bajarme y subirme de la acera una y otra vez esquivando andamios y vallas pintadas de amarillo, espacios cercados por cintas de plástico e incluso socavones abiertos en el suelo, que comienzan a llenarse de una mezcla de lluvia y barro muy parecida a las arenas movedizas de las películas.<br /><br />Un tipo me asusta surgiendo tras un murete de metal que cubre un andamio. En el primer momento no veo más que una inmensa masa negra frente a mí. Retrocedo por puro instinto, agarrando mi bolso con ambas manos. Después descubro que es una tipo excepcionalmente alto, con un largo chubasquero gris con capucha que le da aspecto de monje. Su rostro permanece en las sombras de su capucha.<br /><br />-Vaya susto me has dado, guapo.-le digo, mintiendo como la zorra desesperada que soy. En lo de guapo, por supuesto. No en lo del susto.<br /><br />Me dispongo a seguir mi camino cuando el tipo extiende una mano para detenerme. Hay algo raro en esa mano, algo en sus uñas que me da mala espina. Pero la retira demasiado deprisa como para que me dé cuenta de lo que es.<br /><br />-¿Cuanto?-me pregunta, con una voz ronca y rasposa, en tipo de voz mas adecuado para surgir del interior de una capucha oscura.<br /><br />-Eso depende de lo que quieras, cielo.-le digo, tratando de ignorar a mis tripas, que se encogen de aprensión.<br /><br />-Que vengas conmigo.-dice el tipo.-A un hotel. Que pases la noche conmigo.<br /><br />-No hago servicios de toda la noche.-le digo, ensayando una sonrisa que intento que sea seductora.-Pero podemos pasar un buen rato si te apetece.<br /><br />-¿Cuanto por eso?-le dice él, llevando una de sus manos al interior de su gabardina.<br /><br />Me pongo a la defensiva hasta que veo salir de nuevo a la mano cargada de un rollo de billetes. Hay mucho bastardo suelto por ahí, y nunca se sabe.<br /><br />-Cien.-le digo. Mi tarifa máxima.<br /><br />-Hecho.-dice él, contando billetes hasta completar la cantidad.<br /><br />Me acerco a él para coger el dinero que me ofrece y entonces noto su olor. El tipo huele a frutas podridas. Me cuesta no torcer el rostro en un gesto de asco. Este tipo es un maldito vagabundo. No me gusta nada. A saber de donde ha sacado el dinero. Alzo la vista y entreveo la forma de unas gafas oscuras que cubren sus ojos. ¿Que clase de chalado lleva gafas de sol durante la noche? No, voy a pasar de él. Voy a ir a casa a darme el pico y después a buscar a un paleto al que divertir por cinco minutos. No merece la pena.<br /><br />Entonces el tipo se baja ligeramente las gafas, y algo brilla en el lugar donde deberían estar sus ojos. No, no es tan mala idea. Son cien contantes y sonantes. Me vendrán de perlas. Es un tipo con dinero, no creo que vaya a hacerme nada. Vamos, no será el primer cerdo que se disfraza para irse con una furcia, para que no le reconozcan. No ocurre nada. Ignoro la tortura que me están infringiendo mis hambrientas venas y cojo los crujientes billetes de su blanquecina mano de largos dedos.<br /><br />-Conozco un buen hotel por aquí.-le digo.<br /><br />-No.-dice él, cortante.-Yo conozco uno mejor. Ven conmigo.<br /><br />Se da la vuelta y comienza a caminar, sin girarse para ver si le estoy siguiendo. No es muy amable, pero lo prefiero a los típicos tipos que te cogen del brazo como si fueses su novia. Me envuelvo lo más que puedo en mi chubasquero y comienzo a seguirle.<br /><br />Un chirrido a mi espalda me hace detenerme. No, eso no lo han hecho mis tacones al rozar la acera. Giro la cabeza y por un instante creo ver cientos de parejas de pequeños puntitos brillantes de color rojo, como diminutos pares de ojos que me mirasen desde las sombras. Parpadeo y ya no están. No es la primera vez que veo lucecitas donde no hay nada. Será cosa de la retina, o que sé yo.<br /><br />Lo que me faltaba, encima quedándome ciega.<br /><br />---<br /><br />Pues no, no conozco este maldito hotel. Aunque no sé que tiene de diferente con el resto de los hoteles baratos que suelo frecuentar cuento ofrezco mis servicios. Un recibidor más oscuro de lo normal, quizá. O tal vez sea el silencio. Se diría que somos los únicos huéspedes de este agujero. Y no me extraña, la verdad. Este sitio da asco. La lluvia se está colando por canales abiertos en la barata imitación de mármol de recibidor y esta empapando la infecta moqueta color vómito que cubre toda la planta baja. Las luces están atenuadas con pantallas rojas. Luces rojas, el símbolo universal de la prostitución. Al menos son lo suficientemente honestos como para admitir que clase de agujero es este.<br /><br />El recepcionista es uno de esos tipos que no se resignan al hecho de estar quedándose calvos y se dejan el poco pelo que les queda lo mas largo que pueden, como si quisieran compensar. En este caso, como suele ocurrir, el resultado es desastroso. Sus cabellos grisáceos forman una especie de aureola alrededor de su cabeza en forma de huevo. Ya es bastante feo de por sí, con una cara arrugada como una pasa que le hace parecerse a un mono. Con esa pelambrera resulta patético. Por un instante sus ojos me miran, pero no tarda en desviar la vista. No soy yo quien le interesa, sino quien tiene el dinero. Y ese es el tipo misterioso que me acompaña. El recepcionista se limpia los dedos en la camisa, que ya luce una notable colección de lamparones, y acepta el montón de billetes que le ofrece mi cliente. Vaya, no sabía que pretendía quedarse tanto tiempo. Lo que es por mí, en cuanto termine con este tipo me largo a casa.<br /><br />Aprieto los puños y me alejo del gastado mostrador. Estoy volviendo a temblar, maldita sea. Mis tacones se están clavando más de la cuenta en la moqueta, y casi me caigo redonda al suelo al dar un mal paso. Mierda de sitio y mierda de vida esta. Porqué no se me ocurriría otra forma de ganarme la vida.<br /><br />Porque nadie contrataría a una inútil drogadicta como tu, pedazo de idiota, me dice con la mirada la zorra famélica que está al otro lado del espejo del fondo de la sala. Una mujer de edad indefinida, con solo el recuerdo de la belleza que un día tuvo, que está temblando de frío y del mono al mismo tiempo, con sus mojados cabellos perdiendo su tinto rojo furioso en las raíces, que comienzan a revelar su auténtico color oscuro. Tengo que teñirme de nuevo. Y tengo que comenzar a cuidarme un poco. Si no solo tendré como clientes a pervertidos como este tipo. Miro su alta espalda, como la lluvia sigue resbalando por la tela de su gabán, formando un charco a sus pies, entre sus recias botas de motorista. Quizá sea eso, un motero de paso por la ciudad que quiere divertirse sin tener que preocuparse antes de conquistar a una mujer. Eso explicaría su mal olor, pero no que siga encapuchado y con las gafas de sol puestas. Finalmente termina de hacer lo que fuera que estaba haciendo con el conserje y este le da una llave que cuelga de un llavero de madera lleno de muescas. Sin dirigirme ni tan siquiera un gesto, mi cliente se dirige hacia las escaleras. No me queda más remedio que seguirle.<br /><br />No hay ascensor. Por supuesto, estos sitios nunca tienen ascensor. Me pregunto si estas malditas casas antiguas que parece que van a desmoronarse en cualquier momento fueron bonitas alguna vez, cuando las construyeron, o si el lumbrera que las construyó lo hizo pensando en lo fácil que iba a ser que el polvo se acumulara en las esquinas, en lo bien que la humedad iba a extenderse por dentro de las paredes. Por suerte solo vamos al primer piso.<br /><br />Mi cliente abre la puerta de nuestra habitación, la 101. Seguimos rodeados por el silencio. Ni siquiera la moqueta, que también cubre este piso, puede amortiguar mis pasos. Cuando llego a la puerta mi cliente ya ha entrado.<br /><br />-No enciendas la luz.-me dice en cuanto cruzo el umbral, con un tono lo suficientemente firme como para que entienda que es importante.<br /><br />De acuerdo. Lo haremos a oscuras. Así solo tendré que olerle. Pero hay algo de luz aquí, un tenue destello morado e intermitente que entra a través de las livianas cortinas de una de las ventanas. Es el luminoso con el nombre del hotel. Cierro la puerta a mis espaldas. Antes de que mis ojos se acostumbren a la penumbra, nos quedamos en la más completa oscuridad. Mi cliente ha cerrado las persianas.<br /><br />-No te asustes.-me dice.<br /><br />Lo cierto es que no puedo evitar apretujarme contra la puerta, mientras miro a mi alrededor sin ver nada mas que la negrura más absoluta. Que idiota soy. No tendría que haber venido con este chalado. Sabía que esto iba a acabar mal.<br /><br />El destello de la llama de una cerilla brilla de repente ante mí. Es mi cliente, sosteniéndola con cuidado con dos de sus extraños dedos. Mientras prende una vela que no sé de donde demonios ha sacado puedo ver al fin sus uñas con claridad. Soy muy largas, amarillentas, con los bordes destrozados. Más que uñas parecen astillas de madera vieja clavadas en sus dedos. Casi me entra una arcada pensando que esas uñas van a rozarse con mi piel.<br /><br />La luz de la vela ilumina tenuemente la habitación. Miro a mi alrededor y no veo nada que llame mi atención. Una cama cubierta por una colcha color vino, decorada con manchas ocres y quemaduras de cigarrillos, ocupa casi todo el espacio. Dos pequeñas mesitas de noche la escoltan. Todos estos sitios son iguales. No intentan asemejarse a un hogar, porque la gente no viene aquí a encontrar un hogar provisional. La gente viene a pecar, a satisfacer sus instintos de forma rápida y sucia y salir huyendo antes de que su conciencia les encuentre. Me acerco a mi cliente, que ha puesto la vela sobre un charco de su propia cera derretida, en una de las mesillas. Le echo una buena mirada mientras me siento en la cama. Todavía lleva las gafas puestas, y la llama de la vela se refleja en sus cristales oscuros. Es increíblemente pálido, como si estuviese pintado de blanco. Incluso me parece ver algunas venas destacándose oscuras bajo su piel. Mierda, este tipo está enfermo. Tiene que tener la lepra o alguna de esas enfermedades que te dejan hecho una basura humana. O eso es un drogadicto que lleva en el hábito demasiado tiempo. No voy a acostarme con este tipo, no voy a dejar que me pegue lo que sea que le ha dejado con esa pinta.<br /><br />Mi cliente se baja de nuevo las gafas, y por un instante veo sus ojos, brillando con una suave luz rojiza.<br /><br />-¿Que quieres que hagamos, encanto?-le pregunto, tratando de sonar melosa.<br /><br />Estoy tan mordida por el maldito mono que hasta me tiembla la voz. Por un instante se me pasa por la cabeza preguntarle si tiene algo de heroína encima. Cada día soy más idiota. Mejor terminar con esto lo antes posible y salir de aquí corriendo.<br /><br />Mi cliente se aleja de la luz de la vela y se sienta lentamente en un pequeño sillón, en la esquina mas alejada de la cama. Se baja la capucha del gabán, y entonces descubro que no tiene ni un solo pelo en la cabeza. Demonios, ni siquiera tiene cejas. Con el mismo cuidado se quita al fin las gafas. Desde aquí no veo sus ojos con claridad, pero juraría que son rojos. Un albino. Si, un maldito albino, doblemente avergonzado, por su rareza y por tener que pagar a una zorra para disfrutar del calor de una mujer.<br /><br />-Desnúdate.-me dice.-Quiero ver como lo haces.<br /><br />Rebusco en mi bolso. Lo primero es lo primero.<br /><br />-Sin esto no lo hago.-le digo, enseñándole el preservativo que he sacado de su interior.<br /><br />-Por supuesto.-dice él.-Pero antes quiero verte.<br /><br />Trato de que no se me note el fastidio mientras dejo el bolso y el condón sobre la mesilla. Encima tiene gustos raros el muy cerdo. Aunque quizá haya suerte y se limite a masturbarse mientras me mira. No sería la primera vez que me ocurre.<br /><br />Me quito los zapatos de tacón y los dejo junto a la cama. El chubasquero está empapado, y el agua resbala sobre la colcha mientras me lo quito, intentando que mis movimientos sean lo más sensuales posibles. Que idiota soy, tendría que habérmelo quitado antes de tumbarme en la cama. Lo dejo a un lado y deshago el nudo que mantiene cerrado mi corpiño.<br /><br />Mi cliente no parece muy excitado. Casi diría que no me está mirando. Me da igual, que haga lo que quiera. Yo también prefiero no mirarme a él mientras me desnudo. Cuando al fin me quito el corpiño y dejo al descubierto mis pechos, el muy cerdo ni se inmuta. Que demonios, todavía me queda algo de orgullo. La minúscula falda y el tanga acaban en sobre la moqueta, junto a mis mojados zapatos.<br /><br />-Túmbate.-me dice mi cliente, con un susurro que me pone los pelos de punta.<br /><br />Me tiendo sobre la colcha. Puedo sentir las quemaduras de tabaco raspándome la espalda. Con una mano, la agarro con todas mis fuerzas, intentando contener mis temblores. No queda mucho. No, solo lo que este cerdo tarde en quedarse satisfecho. Se ha levantado del sillón y se está acercando con pasos lentos, como si quisiera continuar el burdo ritual de sensualidad fingida que yo he iniciado desnudándome. Sigo sin mirarle, mis ojos perdidos en las manchas de humedad que la luz de la vela me dejan ver en el techo.<br /><br />Está junto a la cama, inclinándose lentamente sobre mí. Su olor a frutas podridas se hace de repente tan fuerte que no puedo evitar gemir de puro asco mientras las tripas se me revuelven. Es su aliento, su maldita boca. Giro la cabeza para mirarle y lo que veo me hiela la sangre.<br /><br />Es mucho más pálido que lo que creía. No, no es pálido, es algo más. Su piel parece translúcida, y a través de ella puedo ver las venas que recorren su rostro, cargadas de una sangre demasiado oscura. Sus ojos son completamente rojos, pupilas rojo oscuro sobre un fondo algo mas claro. Es horrible, asqueroso, repugnante. Pero lo pero es cuando abre la boca y veo su saliva, un líquido aceitoso de color verde azulado que hiede a putrefacción tanto que me corta el aliento. Tengo que irme de aquí, no puedo dejar que esta monstruosidad me toque. Pero no me muevo, no hago nada por alejarme de él. La mirada de sus ojos sangrientos me tiene completamente dominada.<br /><br />Siento sus dedos fríos como un pescado muerto agarrando mi brazo. Se inclina sobre mi muñeca, su aliento helado provocándome un escalofrío al rozar mi piel. ¿Que demonios le pasa a este cerdo? ¿Y que me pasa a mí? ¿Por qué no hago nada? Demonios, casi deseo que haga de una vez lo que sea que quiere hacer.<br /><br />Cuando cierra su boca alrededor de mi muñeca siento frío, pero cuando sus dientes se clavan en mi piel algo entra a través de la herida recién abierta que me abrasa. Siento el calor antes incluso de comenzar a sentir el dolor de mi carne desgarrada. Es como una quemadura química extendiéndose rápidamente por debajo de mi piel, provocándome un cosquilleo al su paso. Intento gritar de dolor, pero mis pulmones no son capaces de reunir bastante aire. Solo puedo gemir mientras mi sangre fluye en su boca mezclándose con esa asquerosidad que tiene por saliva.<br /><br />No es tan malo. No, no es para nada malo. ¿Que es eso que siento? ¿Son caricias? Pero vienen de dentro de mí, del interior de mi carne. Oh, cielos, es mi sangre, que acaricia el interior de mis venas. Si, es eso. Me siento ligera, como si la cama se estuviese elevando del suelo llevándonos con ella y empezase a girar lentamente alrededor de la habitación. Me doy cuenta de que tengo los ojos cerrados cuando los abro y descubro que no nos estamos moviendo. Los cierro de nuevo y me dejo llevar. Es como un orgasmo, pero mucho mejor. Es como si el mejor amante me estuviese haciendo el trabajo de su vida después de haberme dado un pico celestial. Mis manos ya no tiemblan de abstinencia, tiemblan de placer. Me llevo la mano libre entre las piernas y no me sorprende encontrarme húmeda. El contacto de mis dedos sobre mi sexo provoca una reacción que parece eléctrica, una descarga de placer tan fuerte que la confundo con dolor. Con mas cuidado, me masturbo suavemente, mientras mi cliente sigue chupándome la sangre, sin dejar de mirarme en ningún momento con esos ojos que me tienen completamente embelesada. Me estoy quedando dormida. Si, va a ser un sueño dulce, muy dulce.<br /><br />---<br /><br />Mierda.<br /><br />El sabor que siento en mi boca es tan repugnante que las tripas se me rebelan. Abro los ojos y aunque estoy en penumbras los ojos me duele como si me hubiesen clavado dos agujas ardiendo justo en las pupilas. Las cierro de nuevo, mientras me agarro la cabeza intentando como una idiota calmar el mareo que siento. Cielos, creo que voy a vomitar. ¿Donde demonios estoy?. Abro los ojos lentamente, cubriéndome la cara con una mano, mirando a través de mis dedos. Esto no es mi casa. Solo hay una luz tenue y grisácea que viene de algún sitio, pero no me cuesta reconocer el sitio. Sigo en la habitación del hotel donde vine con aquel cerdo tan raro.<br /><br />¿Por qué sigo aquí? ¿Qué es lo que me ha hecho?<br /><br />Me intento incorporar, pero todo da un vuelco a mi alrededor y caigo de nuevo sobre la repugnante colcha. Algo asciende desde mi estómago hasta llenar mi boca, un líquido amargo y pastoso. Ese cerdo me ha dejado hecha una mierda. ¿Qué me hizo en el brazo? Me miro la muñeca y descubro una fea herida negruzca abierta sobre mi piel. Maldita sea, esto tiene mala pinta, muy mala pinta.<br /><br />Miro a mi alrededor, pero no veo a ese cerdo por ninguna parte. Se largaría en cuanto se cansó de mí. Espero que no se largara con mi dinero, el muy capullo. Al menos mi bolso sigue aquí, y mi ropa, echa un montón sobre la moqueta.<br /><br />Me cuesta tres intentos el incorporarme. Cuando muevo la cabeza siento como si me la estuviesen machacando con un martillo. No he estado tan mal ni tras la peor de las resacas. Tardo un buen rato en convencer a mis pies de que me sostengan. ¿Dónde está el cuarto de baño? Si, debe estar allí, detrás de esa puerta entreabierta, de donde viene la luz. Camino hacia allí con pasos lentos y torpes, sosteniéndome en la cama y en las paredes para no caer. En un rectángulo de plástico amarillento están los interruptores de la luz. Los pulso uno a uno, pero no ocurre nada. La habrán cortado, o se habrán fundido todas las bombillas, yo que sé. A estas alturas soy capaz de creerme cualquier cosa.<br /><br />El servicio es un poco más grande que una cabina de teléfonos. Hay una ducha con una cortina tomada por el moho, un inodoro medio cascado y una lavabo con un espejo. La luz viene de la calle, a través de una ventanita cubierta por un cristal translúcido. Debe de ser ya de día. A saber el tiempo que habré perdido aquí atontada. Espero que ese cabrón haya pagado lo bastante al conserje. No gustaría tener que escabullirme sin pagar, ni creo que sea capaz de hacerlo estando como estoy.<br /><br />Cuando me veo en el espejo me asustó del aspecto que tengo. Cielos, ayer parecía una basura, pero lo de hoy es sencillamente horrible. Estoy blanca como el papel, y las ojeras se destacan mas en mi cara, como dos pozos negros. Mierda, casi parezco una muerta. Incluso mis pezones han perdido algo de color. Mucho me temo que ese cabrón me ha pegado alguna enfermedad. Lo que faltaba. No, lo que me merezco por no haber salido huyendo en cuanto lo vi. Hay una lámpara metálica sobre el espejo, con un interruptor gris en la pared. Lo pulso, pero la luz no se enciende. No me sorprende. A la luz que viene del exterior me miro la herida de mi muñeca. Tiene peor pinta de lo que me había parecido, si era posible. El muy cabrón me mordió justo en la parte que se rajan los suicidas. Menos mal que no me he ido al otro barrio por su culpa. Está cubierta de una costra negra y dura, y manchada de un líquido aceitoso.<br /><br />La saliva de ese cerdo deforme.<br /><br />Abro el grifo haciendo que las tuberías giman antes de soltar un chorro de agua helada sobre el lavabo. Pongo la mano sobre el grifo para lavar la herida, pero algo me muerde los nudillos y la quitó de golpe. Cristales, el lavabo está lleno de cristales, trozos finos y pequeños. Estoy tan atontada que ni los había visto. Con cuidado, toco el interior de la lámpara. Si, son trozos de la bombilla. Ese cabrón se entretuvo rompiendo todas las bombillas de la habitación mientras yo dormía. ¿Con qué clase de chalado vine anoche? ¿Que se me pasó por la cabeza? Debo estar volviéndome loca. Demasiada mierda blanca.<br /><br />De repente me doy cuenta de que no tiemblo. El mono parece haberse desvanecido, al menos de momento. Mejor así, ya estoy lo bastante destrozada como para encima tener que aguantar la abstinencia y el sudor frío. No puedo evitar mirar mi brazo. El maquillaje con el que cubro las marcas de los pinchazos para no asustar a los clientes ha desaparecido, y mi piel está tan blanca que cada una destaca como una pequeña boca negra rodeada de una aureola morada. Siempre he sido igual de loca, igual de idiota. Trato de recordar que fue lo que me hizo picarme la primera vez. Una estupidez, como siempre. Hace tanto que no pienso en aquello que casi lo había olvidado.<br /><br />Voy a darme una ducha y a largarme de aquí.<br /><br />Me meto en el pequeño hueco debajo de la ducha, sosteniéndome con fuerza a las paredes para no caerme y desnucarme. Esa si que sería una muerte patética y ridícula, romperme el cráneo contra el borde de una ducha mohosa en un hotel barato. Cuando giro la llave despierto a las tuberías que gimen como si traerme el agua les fuese algo terriblemente doloroso. La oxidada alcachofa tose dos veces, escupiendo sobre mi rostro agua mezclada con trocitos marrones de a saber que clase de porquería. Finalmente un chorro de agua helada cae sobre mí. Está casi congelada, tan fría que me hace temblar, pero me esfuerzo por no apartarme del chorro. Me está despertando poco a poco. Sostengo mi peso contra las baldosas de la pared mientras mi dolor de cabeza y mi mareo se van deslizando por el desagüe junto con el gélido líquido marrón que hace las veces por agua en este hotelucho del demonio.<br /><br />Con los ojos cerrados y el chorro dando directamente contra mi cabeza, estoy totalmente aislada de todo. Aquí solo estoy yo, con mis propios pensamientos. Siempre me ha gustado hacer esto, desde que era pequeña. El frío me está atontando la piel poco a poco, como si me estuviese congelando. No hay nada aquí que pueda hacerme daño. Nada.<br /><br />Algo se clava contra uno de mis pies. Sin dolor, siento como algo pequeño y afilado atraviesa mi carne hasta llegar al hueso y comienza a roer. Abro los ojos y veo como mi sangre se está mezclando con el agua. Me giro y la enorme rata que está devorando mi carne me devuelve la mirada con sus crueles ojos rojos.<br /><br />Creo que estoy gritando, pero no puedo escuchar nada, ni siquiera a mi misma. Solo sé que me duele la garganta, así que debo de estar desgañitándome de puro terror. Es la rata más grande que he visto jamás, una bola de pelo negro mojado con una expresión de maldad petrificada en su boca de pequeños dientes, que ahora están teñidos de rojo con mi sangre. Mierda, tiene un pedacito de mi piel colgando de su mandíbula. Un pedazo de mi carne. Me apartado de ella nada mas verla, pero ahora el bicho asqueroso está avanzando hacia mi sobre sus diminutas patitas. ¿De donde mierda ha salido este bicho? Cuando se pone debajo del chorro de la ducha, se asusta tanto que retrocede, siseando enfadada.<br /><br />Y el siseo es contestado desde el otro lado de la cortina.<br /><br />La abro de un manotazo y lo que veo que me deja petrificada. Ratas. Ratas por todas partes, cubriendo totalmente el suelo, escalando por las paredes embaldosadas, trepando por los bordes de la cortina. Todas emitiendo esos escalofriantes chirridos que me sacan de quicio, todas mirándome con sus ojitos rojizos.<br /><br />Esto no es normal, esto no es normal. Tiene que ser el mono, o algo así. Tengo que está alucinando. Me tengo que haber caído dentro de la ducha y estoy en una pesadilla o algo así. Pero la herida que los dientes de la maldita rata de mierda me ha hecho en el pié me está doliendo demasiado como para ser solo un sueño. Me acurruco debajo del chorro de la ducha, cubriendo mi piel desnuda como puedo con mis brazos, y sigo gritando. Alguien tiene que escucharme, alguien tiene que sacarme de aquí. Intento gritar alguna palabra, pero no puedo. Estoy demasiado asustada para eso. Solo puedo dejarme la poca fuerza que me queda en esta basura de cuerpo en reventarme la garganta soltando alaridos. Pero nadie me responde.<br /><br />Las ratas cubren la ventana y se hace la oscuridad. Solo puedo escuchar ahora sus chirridos y el castañeteo de mis propios dientes. Las escucho cada vez mas cerca, como si llenasen toda la negrura a mi alrededor con sus pequeños cuerpos llenos de enfermedad y miseria. Sus chirridos se están metiendo dentro de mi cabeza, me están volviendo loca. Ni siquiera el sonido del agua contra mi cráneo puede acallarlas. Casi puedo sentir sus dientes amarillentos e infectos horadando mi carne desde dentro de mi cabeza, terminando el trabajo que yo empecé el primer día que me chuté heroína.<br /><br />De repente se hace la luz. Una luz tenue y tilitante que viene de la habitación. Las ratas se han alejado de mí, y está frente al umbral, mirando al origen de esa luz. Sin que sus pasos hagan ningún ruido, ese maldito cabrón deforme entra en el cuarto de baño, sosteniendo la vela encendida con sus manos frías y blancas. Apenas si me dirige una mirada con esos ojos rojizos que me hielan la sangre. Pone la vela sobre el borde del lavabo, con tanto cuidado que sus movimientos resultan casi obscenos en medio de tanta porquería. Por un instante, se detiene en contemplar su horrenda cara en el espejo. Abre la boca y veo de nuevo esos dientes que ayer atravesaron mi piel, teñidos de la misma saliva verde azulada que mancha sus labios.<br /><br />Cuando descubro que echo de menos la sensación de esa boca chupando mi sangre, siento asco de mi misma. Un chorro de bilis pastosa llena de mi boca y lo escupo entre mis piernas, donde se mezcla con el agua y con mi sangre.<br /><br />El cabrón está rodeado por las ratas, que le miran como si él fuese un dios, formando un corro a su alrededor. Todas menos las que están todavía cubriendo la ventana con sus cuerpos, manteniéndonos en la penumbra dorada de luz de la vela. Con una de sus astilladas uñas, el cabrón se abre las venas de la muñeca derecha, y un líquido demasiado oscuro para ser sangre comienza a manar de la herida. Se agacha en el centro del corro de ratas, dejando que su sangre caiga al suelo goteando, y todas las repugnantes criaturas saltan sobre el charco de sangre negra, lamiéndola con sus sucias lenguas. Una de ellas se atreve a pegar la boca a la herida de su muñeca, a agrandarla con sus dientes, y después la sigue otra, y otra más. Las menos osadas se contentan con beber las migajas que caen sobre las frías baldosas del suelo.<br /><br />Este cabrón no es un simple chalado, es mucho más que eso.<br /><br />Cuando se incorpora y vuelve a mirarme, yo soy incapaz de moverme. Se acerca a mí y cierra la llave del agua. Supongo que no debe gustarle mucho, igual que a esas ratas a las que tiene tanto cariño. Sus dedos acarician mi cuello, mas fríos que agua que hace un momento caía desde la ducha. No puedo dejar de mirar sus ojos. Lentamente, se inclina sobre mí y deposita un húmedo beso sobre la piel de mi cuello. Puedo sentir esa saliva repugnante corriendo por mi piel. Debería sentir asco, pero me muerdo un labio anticipando lo que va a ocurrir. Deseando que ocurra. Cuando sus dientes se clavan en mi carne y la rasgan, suelto un gemido de placer al notar como su saliva ponzoñosa penetra en mi interior. La quemazón se extiende por debajo de mi piel hasta llegar a mi rostro. La vista se me nubla, pero yo me limito a cerrar los ojos. Cielos, si, ya siento esas caricias sublimes, ya siento como me derramo dentro de su boca. No me importa sentirme sucia, no me importa que su olor a podrido llene mis pulmones. Temblores de placer agitan mi cuerpo.<br /><br />Su lengua se desliza sobre mi nueva herida, como si apurase hasta la última gota. Me estoy desvaneciendo dulcemente. Lo último que siento son sus manos agarrando mi cabeza.<br /><br />---<br /><br />Dolor.<br /><br />Me duelen los ojos cuando los abro, el mismo roce de los párpados me es insoportable. Y ayer creía que estaba hecha una mierda. Siempre puedes estar peor.<br /><br />Una arcada me hace doblarme sobre mi misma. Mi cuerpo quiere vomitar, pero mi estómago está vacío. Sobre mi lengua pastosa hay pegada alguna porquería amarga que no soy capaz de escupir. Por lo que huelo adivino que he vomitado mientras estaba inconsciente. Como si esta habitación no estuviese ya lo bastante asquerosa sin mis vómitos sobre su repugnante moqueta. Me palpo la cara y la noto manchada. Estoy muerta de frío. ¿Estoy en la cama?. Si, esto es la colcha. De un tirón saco uno de los bordes de debajo del colchón y me envuelvo con ella. Me limpio la cara del vómito grumoso que tengo pegado con uno de los almohadones y después lo tiro lejos de mí. Acabo de despertar pero me siento terriblemente cansada. Me gustaría poder cerrar los ojos y dormir. Si, simplemente dormir.<br /><br />No, no vas a dormir. Vas a salir de aquí, porque si no lo haces ese cabrón va a volver y a saber lo que te va a hacer esta vez. Y ya sabes que no eres capaz de rechazarle.<br /><br />Con dedos temblorosos busco la herida de mi cuello, y encuentro los bordes ásperos de la costra aceitosa que la cubre. No necesito verla para saber que aspecto tiene. Mis dedos se manchan del resto de saliva que todavía mancha mi piel, y me los limpio nerviosamente en la colcha. No creo que una mancha mas importe. Rápidamente, abro los ojos. Es como si me arrancasen dos pedazos de cera pegados a mis párpados. Ni me atrevo a parpadear. La habitación está en penumbras de nuevo. No veo a ese cabrón. Quizá se haya marchado, tal vez se haya aburrido de mí. No, no cuentes con eso, zorra estúpida.<br /><br />Me pongo en pié, arrastrando conmigo la colcha, envolviéndome en ella para protegerme del frío que se ha adueñado de la habitación mientras dormía. No es lógico que un sitio tan cerrado se vuelva mas frío. Pero nada de lo que me está ocurriendo tiene la más mínima lógica. Solo consigo dar dos pasos, al tercero mis rodillas me fallan y caigo de frente contra la dura y sucia muñeca. Mierda. Creo que me he roto un labio. Siento el escozor, y el sabor de la sangre cuando me paso la lengua sobre el corte. Mis piernas se han quedado trabadas en la colcha, que de repente pesa tanto que parece estar hecha de plomo. Me arrastro fuera de ella lentamente, como una polilla escapando del interior de su capullo. Pero yo no voy a extender unas bonitas alas y a volar hacia la luz. Solo soy un fantasma, una zorra cadavérica de edad indefinida y de una piel tan pálida que casi reluce. Al fin llego al marco de la puerta que lleva al servicio, y me apoyo en él para ponerme en pié. Si, parece que puedo sostenerme sobre mis rodillas.<br /><br />Evito ver mi propia imagen en el espejo. Lo poco que he visto me ha helado la sangre. Mis ojeras parecen pintadas con carboncillo sobre el papel de mi piel. Cuando lleno el hueco de mis manos de agua helada del lavabo, me asusta ver las venas de mis palmas, dibujadas en negro bajo el papel cebolla que cubre mi carne. ¿Que mierda de enfermedad me está pegando ese cabrón?. Solo me atrevo a devolverle la vista a la zorra del otro lado del espejo cuando me echo el agua al rostro, aliviando un poco el escozor de mis ojos. Nunca he tenido los ojos tan irritados. Mis pupilas son dos manchas marrón claro sobre un fondo rojo. Vuelvo a echarme agua a la cara, con tanta fuerza que chorrea por mi espalda, como dedos helados que despertasen mi adormecido cuerpo a su paso. Cuando me paso las manos mojadas por el pelo cientos de cabellos se quedan prendidos entre mis dedos. Lo que me faltaba.<br /><br />Voy a salir de aquí ahora mismo.<br /><br />Vuelvo a la habitación y me dirijo a la puerta con pasos temblorosos, sin dejar de apoyarme en la pared. Cuando intento girar el pomo de la puerta, mi mano se cierra sobre el vacío.<br /><br />No hay pomo. Ese bastardo lo ha quitado. Estoy encerrada aquí dentro.<br /><br />Estoy demasiado débil para gritar, pero no puedo evitar gemir. Casi vuelvo a caer sobre la alfombra. Apenas si puedo agarrarme a la pared con mis uñas, que trazan ocho surcos sobre el feísimo papel pintado. Tiene que haber una salida. Tiene que haber alguna salida.<br /><br />Las ventanas están soldadas, no están hechas para ser abiertas. Y las cuerdas que levantan las persianas han desaparecido, igual que el pomo. Seguramente se haya largado, dejándome aquí encerrada, a su disposición para cuando le venga en gana.<br /><br />No, sigue aquí. Está aquí dentro, conmigo. Todavía puedo olerle. Puedo sentir su olor a podrido incluso por debajo del de mis vómitos.<br /><br />Solo una completa idiota como yo podría haberlo pasado por alto. Hay un solo lugar en el que podría estar escondido. Me odio a mi misma y odio mas aún al cabrón que me está haciendo esto. De ese odio saco las fuerzas para acercarme a la cama y empujar el colchón hasta tirarlo al suelo.<br /><br />Está allí, bajo la reja del somier, acurrucado sobre sí mismo, medio cubierto por sus repugnantes ratas. Sus ojos rojizos se abren y su rostro se convierte en una máscara de ira. Su saliva emponzoñada salpica mi cara cuando grita, no sé si de dolor o de furia. Apenas si veo como el somier se alza del suelo y golpea violentamente mi barbilla. Mi cabeza golpea el suelo antes de que comience a sentir dolor. Por suerte he caído inconsciente de nuevo.<br /><br />---<br /><br />Mi rostro está hinchado. Lo siento distinto, más pesado. Casi no puedo abrir mi ojo izquierdo. Intento tocarme la parte hinchada, pero el mero roce de mis dedos duele tanto que casi me desmayo otra vez.<br /><br />Sigo en el suelo, en la misma posición en la que caí. Intento levantarme, pero mi cabeza cae de nuevo sobre la moqueta en cuanto me incorporo un poco.<br /><br />Me estoy muriendo. Ya no tiene sentido negarlo. Siento como mi cuerpo muere poco a poco. Palpo mis brazos y no soy capaz de encontrar mis huesos. Tan solo hay algo que me recuerda a las espinas de los pescados. Un espasmo tan doloroso como la más cruel tortura me hace doblarme sobre mi misma y toser con violencia. Por costumbre me cubre la boca con las manos, que se manchan de un líquido aceitoso que huele a frutas podridas.<br /><br />No, no voy a llorar. Vamos, no es momento para eso ahora. Al menos voy a intentar llevarme a ese cabrón por delante. Y si no lo consigo al menos voy a hacer que se acuerde de mí el resto de su vida.<br /><br />La penumbra se ha hecho tan tenue que le falta poco para convertirse en la oscuridad mas completa. Creo que el colchón ha vuelto a su sitio junto con la colcha. Ese cerdo ha vuelto a rehacerse su refugio.<br /><br />Me cuesta una eternidad ponerme de rodillas. El tocar de nuevo la colcha me da escalofríos. Puedo sentirse allí debajo, rodeado de sus repugnantes criaturas, esperando el momento en el que volverá a chuparme la sangre. Casi puedo oír los chirridos de las ratas, ansiosas por devorar mi carne otra vez con sus pequeños y afilados dientes. No, no lo estoy oyendo. Sencillamente me estoy volviendo loca.<br /><br />Tiene que haber algo por aquí, algo que clavarle a ese cabrón en un ojo, algo con lo que marcarle la cara para siempre. Me arrastro sobre la cama, sintiendo como las quemaduras de cigarrillos de la colcha me arañan los pechos y el vientre. ¿Es su respiración eso que siento agitando el colchón?. No, es la mía. Me parece que ese cabrón ni siquiera respira. Los cajones de las mesitas de noche. Quizá haya algo en uno de ellos. Un bolígrafo que clavarle en el oído. O un abrecartas con el que arrancarle el corazón. Al fin llego junto a una de las mesitas y abro el cajón. Palpo el oscuro interior y mis dedos encuentran un pequeño libro forrado en piel falsa. Cuando lo saco descubro que es una de esas biblias que una panda de hipócritas deja en los hoteles. No sabía que también venían a esta clase de sitios. Dejo que esa basura de libro se escurra entre mis dedos y caiga al suelo. Nunca me ha servido de nada y no creo que vaya a empezar a servirme ahora.<br /><br />Me agarro a la colcha para arrastrar mi cuerpo hacia el otro lado de la cama, hacia la otra mesita. Cuando abro el cajón casi me dejo las uñas en el pequeño pomo de madera. Meto los dedos dentro y encuentro algo frió y liso. Al sacarlo veo que es una pequeña y alargada bombilla.<br /><br />Luz. Ese cabrón le tiene miedo a la luz.<br /><br />Hay dos lamparitas en la pared, sobre la cabecera de la cama. Palpo la bombilla de la más cercana y siento como los pedazos de cristal roto muerden las yemas de mis dedos. Agarro como puedo el casquillo de la bombilla y comienzo a girarlo. Cristales rotos atraviesan mi carne y llegan a eso en lo que se están convirtiendo mis huesos, pero yo ignoro el dolor y sigo girando el pedazo de metal hasta sacarlo de la lamparita. Me pongo tan nerviosa al meter la nueva bombilla que casi la dejo caer. La encajo hasta el fondo y solo entonces me atrevo a pulsar el botón que la enciende. Apenas un segundo, en el que una luz tan brillante que me ciega llena la estancia. La apago de inmediato. No quiero que ese cabrón se dé cuenta.<br /><br />Ahora solo me queda esperar a que salga de debajo de la cama.<br /><br />---<br /><br />No me he quedado dormida. Mi trabajo me ha costado. Por suerte he contado con la ayuda del casquillo de la bombilla rota. Lo he ido deslizando por mi piel poco a poco, abriendo pequeños surcos, sin que el dolor fuese nunca tan constante como para que me acostumbrase a él. Que demonios, incluso he llegado a cogerle el gusto. Si, es curioso lo que puede llegar a suponer el dolor cuando eres tú quién lo controla. Para mí ha sido una forma de demostrarme a mi misma que sigo viva, y que quiero seguir estándolo haga lo que haga ese cabrón que duerme bajo la cama.<br /><br />Mis cabellos están desperdigados por la colcha, alrededor de mi cabeza. Han ido cayendo poco a poco, acariciando mis hombros al deslizarse silenciosamente sobre ellos. Como si fuesen pétalos de una flor que se marchita. Me horroriza pensar que aspecto debo tener ahora. Creo que todavía queda algo de pelo pegado a mi cráneo, en medio de un mar de calvas. El olor de mi propio aliento da nauseas. Es como si algo se estuviese pudriendo dentro de mí. Un hilo de saliva aceitosa resbala por el borde de mis labios. Lentamente, cierro y vuelvo a abrir los dedos de la mano derecha, la que mantengo cerca del interruptor de la luz. No quiero que me falle cuando la necesite. La siento como algo lejano, algo ajeno a mi cuerpo, igual que mis piernas de las rodillas para abajo.<br /><br />Lo estoy sintiendo moverse. Las ratas chillan inquietas. El cabrón casi no hace ningún ruido, solo un levísimo roce. Estoy en la más absoluta oscuridad, pero aún así me parece ver brillar los ojitos crueles de las ratas que surgen de debajo de la cama y se reparten por toda la estancia, como si fuesen las repugnantes estrellas de un universo diminuto y degenerado. Escucho los pequeños pies moviéndose sobre la moqueta, sus sucias garras rasgando el papel de las paredes al trepar por ellas. Están por todas partes, incluso dentro de mi cabeza.<br /><br />Si, allí está ese cabrón, una mancha oscura de forma humana en medio de las miradas de las ratas, sus ojos encendidos de rojo como una versión gigantesca de los de sus fieles y asquerosos animales. Se me acerca lentamente, se diría que disfrutando del momento. No sé si puede verme entre las sombras.<br /><br />Muevo el dedo y el interruptor suelta un chasquido. La bombilla manchada de sangre se enciende y la luz golpea al cabrón como si fuese una locomotora. Deslumbrada por el repentino brillo, apenas si le veo cubrir su rostro con los brazos y caer hacia atrás. Moviéndose con nerviosismo se acurruca junto al pequeño sillón desde el que me vio desnudarme para él. Maldito gusano pervertido. Las ratas también han huido ante la luz, asustadas ante un brillo que no pertenece a su mundo de inmundicia y cloacas. Se han vuelto a refugiar bajo la cama, a salvo. Pero su amo y señor no puedo sino escudarse patéticamente tras el sillón, mientras su piel comienza a cambiar de color. No me había equivocado.<br /><br />Intento gritar, insultarle, soltar todo lo que llevo dentro, pero ninguna palabra sale de mi garganta.<br /><br />La piel de cabrón se está volviendo gris. En sus manos, que sostienen el sillón frente a él como si fuese un escudo, veo aparecer quemaduras negras, como las del papel. El cabrón sisea de dolor, golpeando histéricamente la cabeza contra la pared. Yo estoy sonriendo, sintiéndome completamente feliz, disfrutando de su dolor.<br /><br />Finalmente, el cerdo deja de dar cabezazos y se encoge tras su ridículo refugio. Creo que puedo oír su piel chamuscándose, como carne sobre una parrilla.<br /><br />Entonces todas las ratas comienzan a chillar a la vez, un chirrido insoportable que se mete dentro de mi cabeza. Es como si esos dientecitos que ahora rozan los unos con los otros se clavaran en mis sesos y los despedazasen lentamente. Cierro los ojos me sujeto la cabeza con las manos. No, cabrón, no vas a conseguir que apague la luz. Envíame si quieres a tus bichos que los mataré uno a uno. No sabes con que clase de zorra te has metido, maldito cerdo bastardo.<br /><br />Cuando me doy cuenta, una rata ya me ha arrancado un pedazo del muslo con sus dientes. Intento apartarla de un manotazo, pero solo consigo distraerla. Los dientes de otra rata se me han clavado en un dedo atravesando la uña. Cuando lo retiro asustada mi sangre salpica sobre la colcha. Se me están acercando, cada vez son más. Ellas no temen a la luz como su amo. Veo como comienzan a abrir heridas en mis pies con sus diminutas fauces, pero no puedo sentirlas.<br /><br />No es esto lo que quiero. No quiero acabar así. Quiero un poco de paz.<br /><br />Casi siento alivio cuando apago la luz. Cientos de pequeñas heridas palpitan de dolor en mi piel. Pero todas desaparecen cuando veo su mirada frente a la mía, brillando en la oscuridad como si estuviese hecha de fuego. Su aliento fétido y frío como el hielo acaricia la piel de mi rostro y desciende lentamente por mi pecho y vientre hasta llegar a mi pubis. El cabrón es un pervertido hasta el final. Cuando muerde la cara interna de mi muslo, gimo de placer. Siento como mi sexo arde al recibir la saliva del maldito cerdo, como la quemazón se extiende por su interior, dejándolo en carne viva, haciendo que la oleada de placer que viene a continuación sea devastadora.<br /><br />Entonces ya nada importa, ya nada existe. Mi carne palpitando de placer y mi sangre deslizándose en la boca del Señor de las Ratas.<br /><br />Cuando llega el orgasmo, me siento morir.<br /><br />---<br /><br />No siento dolor.<br /><br />¿Es esto la muerte? No, no lo creo. Pero me siento flotar. Es como si me hubiesen vaciado por dentro. Abro los ojos y descubro que toda la habitación está iluminada por una intensa luz roja que no viene de ninguna parte. Sigo aquí, en esta repugnante habitación de hotel. Inspiro lentamente y el aroma de mis propios vómitos, que siguen pudriéndose sobre la moqueta, entra en mis pulmones y se queda pegado dentro. No siento ni la más mínima repugnancia. Una sensación cosquilleante debajo de la piel de mi nuca me dice que estoy mas allá de la putrefacción, mas allá de la enfermedad. No tengo nada que temer en la inmundicia, así que no tengo porqué tenerle asco.<br /><br />Mi cuerpo reluce bajo la cálida luz rojiza. Lo acaricio con cuidado, disfrutando del tacto de mis propias manos sobre mis senos, y al recorrer los surcos de mis costillas bajo la piel. Mis huesos se han vuelto todavía más flexibles. Me aprieto las costillas con fuerza y ceden, dejando que mis dedos penetren en mi pecho mucho más de lo que nunca lo habían hecho antes. Siento mi corazón, agitado por la presión, latiendo frenético dentro de mi pecho, cada latido transmitido por mi carne hasta llegar a las yemas de mis dedos.<br /><br />Mis heridas. Busco las marcas que los dientes del Señor de las Ratas y sus servidoras hicieron en mi piel, pero no encuentro ninguna. ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? Quizá hayan sido varios días.<br /><br />Me pongo en pié tan rápidamente que me asusto a mi misma. Hay mucha fuerza dentro de mi delgado cuerpo. Y me gusta sentirla. Me paso las manos por la cabeza y no encuentro ni un solo cabello. Mis cejas también han desaparecido. Debo tener un aspecto rarísimo. Sonriendo como una niña traviesa, correteo descalza hasta llegar al cuarto de baño.<br /><br />Cuando estoy al fin frente al espejo, sonrió ante la hermosa criatura que me contempla con sus ojos rojizos desde el otro lado. Si, soy hermosa, increíblemente hermosa. Me toco el rostro, el cuello, los pechos. Me pellizco los pezones rosados que destacan con fuerza sobre la piel, mortalmente pálida y translúcida. Si presto atención, puedo ver como cada latido de mi corazón impulsa mi negra sangre a través de las venas de debajo de la piel. Es maravilloso.<br /><br />Abro mi boca en una sonrisa perversa, y no me sorprende descubrir que mis labios y mis dientes están teñidos de un verde azulado. El color de mi espesa y aceitosa saliva.<br /><br />Estoy más allá de la carne. Estoy más allá de la enfermedad.<br /><br />Ahora yo soy la enfermedad. Y me encanta.<br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo</div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-82913143327971860072008-06-13T12:34:00.002+02:002008-06-13T12:36:38.228+02:00El "Batman: Año Uno" de Darren Aronofsky<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-I_N4q2NxZjLuxZWgtS9HoeetUN3W2sFSVE-KfE48_BEvPc7gD9m2JPOF8X2z54UnlTpXyw_WKXeauie3Fse1X7pxnh28dgae9W0FzKx45-jaT16caDL-y9XRjF8SYApH1U5_Acb2tD8/s1600-h/Bat.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5211312991055485778" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-I_N4q2NxZjLuxZWgtS9HoeetUN3W2sFSVE-KfE48_BEvPc7gD9m2JPOF8X2z54UnlTpXyw_WKXeauie3Fse1X7pxnh28dgae9W0FzKx45-jaT16caDL-y9XRjF8SYApH1U5_Acb2tD8/s320/Bat.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Mucho antes de que la saga cinematográfica del hombre murciélago fuera resucitada por Christopher Nolan, tras haber sido inmisericordemente aniquilada por la última entrega perpetrada por Joel Shumacher, en las oficinas de Warner Brothers existió el proyecto de encargarle el film que iba a suponer el relanzamiento de la serie a un director de gran talento y singular visión: Darren Aronofsky. El proyecto, tal y como se había planteado, era el siguiente: Ignorar completamente las películas anteriores y llevar al cine la excelente "Batman: Año Uno" de Frank Miller, con la que el controvertido autor redefinió el origen del personaje tras haber narrado su última aventura en "Batman: El Regreso del Señor de la Noche". El proyecto, obviamente, no salió adelante, y finalmente fué Nolan el encargado de realizar el nuevo film (que toma algunos elementos argumentales de "Batman: Año Uno"). Del film de Aronofsky no ha quedado más que varios borradores de un guión y los bocetos del estudio de producción. Del análisis del material que se creó, es bastante comprensible que los productores no dieran luz verde al proyecto: Aronofsky pretendía llevar a Batman a su mundo particular y realizar un film muy distinto del que todos, tanto público como productores, estaban esperando. Habría sido un film que sin duda habría indignado a los fans acérrimos y confundido a los aficionados casuales, y que posiblemente habría resultado un considerable fracaso de taquilla. Pero también, a juzgar por el guión que Aronofsky firmó junto con Miller, habría sido una película rompedora respecto a la forma de llevar el género de superhéroes a la gran pantalla, una visión totalmente personal del mito del Hombre Murciélago y un film de culto que con el tiempo se habría ido revalorizando hasta alcanzar la categoría de clásico.<br /><br />Para quien no tenga el placer de conocerlo: Aronofsky es un director que nos sorprendió desde su primera película, la muy peculiar y fascinante "Pi", y que se consagró con "Réquiem por un Sueño". Recientemente hemos podido ver en nuestras pantallas su última cinta, "La Fuente de la Vida", un proyecto de tortuosa y complicada gestación pero que ha terminado por ser una de las películas de ciencia-ficción más hermosas que recuerdo haber visto. No es Aronofsky un director que le ponga facilidades al espectador. Por el contrario, exige un mínimo esfuerzo para entrar en su mundo de belleza oculta y pasiones atormentadas. No es, desde luego, el autor en el que uno pensaría al plantearse la dirección de una película de superhéroes. Por ello, no es de extrañar que la idea que el director tenía para "Batman: Año Uno" fuera mucho más cercana a una cinta de género negro que a una de género superheroico.<br /><br />No he podido leer el guión de Aronofsky y Miller (Aunque me encantaría poder hacerlo), así que lo que sigue está basado en reseñas del guión, especulaciones y rumores. Estamos hablando de una película que nunca existirá, así que no hay porqué ser cautelosos al tratar de imaginar lo que pudo haber sido.<br /><br />La película empezaría con el asesinato de los padres de Bruce Wayne frente a él, cuando es solo un niño, a la salida de un cine, lo que constituye el hecho definitorio del Hombre Murciélago. A partir de ahí, la historia toma derroteros muy distintos a lo que estamos acostumbrados. El crío huye traumatizado de la escena del crimen y es encontrado muy lejos de allí por dos mecánicos de automoción, llamados "Big Al" y "Little Al". Este último, creyendo que el joven Bruce es un vagabundo, le toma bajo su tutela de forma bastante poco legal. El joven Bruce crece hasta convertirse en adulto bajo la supervisión de los dos "Al"s y trabaja junto a ellos en el taller de coches, situado en la zona mas deprimida de Gotham City. Mientras crece, el Bruce se entrena como boxeador en un gimnasio del barrio y trata de contener su amor platónico por una de las prostitutas que malvive en un burdel cercano al taller. La prostituta, lo habréis imaginado, se llama Selina Kyle, y dejará las calles para pasar a dedicarse al robo con escalo. Con la ayuda de "Little Al" (Que sería una versión negra y de clase trabajadora de Alfred, el mayordomo), acaba por descubrir quien asesinó a sus padres. No se trató de un acto de violencia gratuita, ni de un simple robo, sino de una conspiración que alcanza desde el cuerpo de policía hasta el mismísimo alcalde de la ciudad. Empleando una estación de metro abandonada bajo el taller como su guarida (La "Bat-Cueva") Bruce se decide a llevar a cabo su venganza. Para ello emplea los medios a su alcance, desde una copia ajada del "Libro de Cocina del Anarquista" hasta un “cadillac” trucado con motor de autobús que emplea para recorrer las calles de la ciudad en busca de malhechores (El equivalente al "Bat-Movil"). Uno a uno, va acechando y eliminando a todos los responsables de la muerte de sus padres, dejando como marca en sus víctimas el sello del anillo de su padre, con el anagrama "WT". Es esta marca la que le gana el sobrenombre, en los medios de comunicación, de "Batman" (Supuestamente el anagrama tiene una forma que recuerda a la de un murciélago). En su venganza contará con la ayuda del único policía honrado del cuerpo de policía, James Gordon (Que en el guión llega a tener incluso más protagonismo que Bruce Wayne). Finalmente, Bruce decide emplear su propia leyenda en su favor y se hace un traje que le da el aspecto de un murciélago terrorífico (al parecer, muy distinto al traje de los comics), justo antes de su asalto final contra la cúpula del corrupto gobierno de Gotham City.<br /><br />La película finalizaría con el nombramiento de Gordon como comisario y la salida a luz pública de Bruce Wayne, de quien todos creían que había muerto junto a sus padres.<br /><br />Como puede verse, una historia muy distinta a la de los comics, pero que tenía muchísimas posibilidades a manos de un creador como Aronofsky. El director incluso se había planteado rodar la película en blanco y negro, para darle un aire más tenebroso. Uno de los candidatos a interpretar a Batman era Christian Bale, que acabó interpretándolo en el filme de Nolan. En la entrevista que tuvo con Aronofsky, Bale todavía no se había recuperado de la extrema delgadez que lució en "El Maquinista". Lejos de considerarlo un impedimento, Aronofsky se quedó fascinado con el físico demacrado de Bale y le pidió que solo subiera de peso lo estrictamente necesario para mantener la salud. Quien sabe lo que hubiera salido de este proyecto, pero seguramente habría sido una película digna de ser vista. A mi, particularmente, me encantaría verla alguna vez aunque sea en forma de comic (Como Aronofsky hizo con "La Fuente de la Vida" cuando creía que no iba a poder filmarla). Hasta que llegue ese momento, si es que llega algún día (lo dudo mucho), solo nos queda imaginar. Mal que nos pese, el "Batman: Año Uno" de Darren Aronofsky será por siempre una de esas películas cuya inexistencia vuelve obras maestras, pues no hay película mas perfecta que la que nosotros mismos rodamos dentro de nuestras cabezas. </div><br /><div align="justify">© 2008, Juan Díaz Olmedo </div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-48018379979296433932008-06-10T12:13:00.003+02:002008-06-10T12:19:19.063+02:0070 Años de un Mito Contemporáneo<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh69jRijiIS8xUNN8BJk03HR9MVaCEtHQbAHaqhr1k_x1OZfNrD1SW_UP-WDIJPHjptUk7i__QPE85hwohddKMlYhMJiZHjrWlNTOibKpTSA9IqyDO4EUjTuHoIPmH2ikF5JoxSsomdHjA/s1600-h/superman_ross-722700.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5210194561064196978" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh69jRijiIS8xUNN8BJk03HR9MVaCEtHQbAHaqhr1k_x1OZfNrD1SW_UP-WDIJPHjptUk7i__QPE85hwohddKMlYhMJiZHjrWlNTOibKpTSA9IqyDO4EUjTuHoIPmH2ikF5JoxSsomdHjA/s320/superman_ross-722700.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Hace aproximadamente setenta años que apareció el número 1 de Action Comics, en el que debutaba un personaje que cambiaría el mundo del comic para siempre y que crearía el primer género propio del medio de las viñetas. Inspirado principalmente en personajes del pulp (Que ya tenía su notable tradición de "Hombres Misteriosos") y principalmente en la novela "Gladiator" de Philip Wylie, los jóvenes Joseph Shuster y Jerry Siegel crearon a un personaje de fuerza y resistencia sobrehumanas, el último superviviente de la destrucción de un lejano planeta, que habitaba en la Tierra bajo una falsa identidad humana y que empleaba sus poderes para defender a los desfavorecidos frente a las injusticias de los poderosos.<br /><br />No fue esa la primera idea de Siegel y Shuster. En un principio, Superman iba a ser un villano, el primero de una estirpe destinada a conquistar el mundo y someterlo a su tiranía. Y solo un heroico científico sería capaz de hacerle frente. Esta obra, titulada "El Reinado de los Superhombres", no tuvo apenas resonancia comercial. Con el tiempo los dos jóvenes creadores fueron refinando su idea y acabaron decidiendo que el ser superpoderoso debía ser el héroe. En un principio los editores tuvieron poca fe en la nueva creación, pero el éxito de la historieta fue casi inmediato. En aquellos primeros números, el personaje era algo distinto del que estamos acostumbrados. Superman carecía de algunos de sus poderes más característicos. No podía volar (Se desplazaba dando grandes saltos), ni se movía a supervelocidad, ni tenía los distinto tipos de visión especial con el que los sucesivos guionistas le fueron dotando (telescópica, rayos x, calorífica, etc.). Ni siquiera era completamente invulnerable, por lo que tampoco existía una kryptonita que le hiciera perder los poderes.<br /><br />En estos 70 años el personaje ha pasado por las manos de cientos de guionistas y ha sido recreado en decenas de distintas versiones. Los creadores originales, en un acuerdo bastante injusto (pero habitual en la época) perdieron sus derechos sobre el personaje (y no los recuperaron hasta hace bien poco). El resto de guionistas fueron alterando poco a poco al personaje original, aportando nuevas situaciones y personajes secundarios, alterando las capacidades y poderes del campeón de krypton. De un personaje algo brusco (que no tenía reparos en matar) y denominado como "campeón de la clase trabajadora", Superman evolucionó poco a poco hasta convertirse en el "boy scout" definitivo, un personaje definido por su bondad, por su optimismo y, sobre todo, por su heroísmo, entendido este como la capacidad de correr riesgos y sacrificarse por los demás. En esta peculiaridad, tan criticada por muchos, radica a mi juicio la principal fuerza del personaje en cuanto a criatura de ficción. Superman representa algo que ya casi no se encuentra en la ficción contemporánea: Un héroe completo, un personaje sin fisuras, alguien con una fuerza moral a prueba de bomba. Alguien que podría dominar el mundo con facilidad, que podría imponerse a los simples mortales y conseguir lo que quisiera, pero que prefiere, por propia iniciativa, usar sus poderes solo para luchar por aquello que considera justo, para defender a aquellos que no pueden defenderse por si mismos. El resto de personajes que surgieron a la zaga de Superman, y que han constituido el género de los superhéroes, siempre han tenido al último hijo de krypton como el principal referente, ya sea para imitarlo o para intentar alejarse e él (Como ocurrió con los personajes de la compañía Marvel).<br /><br />Algo que no debe pasarse por alto es que Superman, junto con la mayoría de los superhéroes, fueron creados originalmente para un público infantil-juvenil. La influencia pedagógica de esta especie de dioses griegos de andar por casa no puede ignorarse. Recuerdo que, de pequeño, siempre quise tener superpoderes, al igual que la mayoría de mis amigos. Y no los queríamos para aprovecharnos de las ventajas de que nos acarrearían, sino para ayudar a la gente y luchar contra las fuerzas del mal, como nuestros héroes de comic. Estos personajes poliédricos (Con miríadas de visiones creadas por cientos de guionistas) tienen más de un punto en común con las mitologías de las eras pasadas. Constituyen, por sus propios méritos, una auténtica mitología del siglo XX, historias entrecruzadas que no son sino una versión popular y modernizada de los cuentos morales que han servido como herramienta pedagógica a los pueblos de este planeta desde el principio de la humanidad. Olvidemos las amarillentas conclusiones de psicólogos malintencionados: Los comics de superhéroes, en la mayoría de los casos, ofrecen una visión optimista de la humanidad que siempre es necesaria, aunque sea como refugio frente a lo injusta que puede llegar a ser la realidad, como recordatorio exagerado y fantástico de todo el bien del que somos capaces los seres humanos. Ese es el motivo por el que, a mis años, sigo leyendo comics de superhéroes: Para reconciliarme con la especie humana a través de historias divertidas y emocionantes.<br /><br />Los cínicos años 90, plagados de anti-héroes violentos y nihilistas, estuvieron a punto de hundir a nuestro héroe de rojo y azul. Sus guionistas llegaron a matarlo, en una historia que constituyó una crítica a las corrientes de la ficción en aquellos tiempos y, en una menor medida, de la falta de auténticos héroes, de personajes que mereciera la pena imitar. Por supuesto, no fue más que una argucia. El héroe volvió, tras habernos enseñado como sería un mundo sin él y sin nadie que continuara su legado.<br /><br />"Es un pájaro..." un excelente comic autobiográfico de Steven Seagle, supone una reflexión sobre el significado de Superman como abstracción, como idea mitológica. Como le ocurre a Seagle, para mi Superman siempre ha sido un símbolo de esperanza: Por muy mal que vayan las cosas, el ser humano siempre prevalecerá.<br /><br />Cuando veáis algo en el cielo que no reconozcáis, lo más lógico y racional es pensar que se trate de un pájaro, de un avión o de algún otro artilugio volador. Pero nunca es mala idea susurrar en el oído de un niño (Como hace Seagle en el precioso final de su comic) que eso que ven arriba en el cielo es un héroe imparable de capa roja.<br /><br /><strong>Bibliografía selecta:</strong><br /><br /><strong>"Es un pájaro..."</strong> de Steven T. Seagle y Teddy Kristiansen: Un guionista de comics recibe el encargo de guionizar a Superman. Al mismo tiempo, debe enfrentarse al diagnóstico de una enfermedad implacable. Una historia sobre el significado de Superman y sobre como los mitos de la infancia nos siguen influyendo incluso en la madurez.<br /><br /><strong>"Superman: Legado"</strong> de Mark Waid, Leinil Francis Yu y Gerry Alanguilan: Una versión actualizada del origen Superman, adaptando una historia conocida por todos a nuestro tiempo y presentándola con una excelente calidad gráfica.<br /><br /><strong>"Superman: Rojo"</strong> de Mark Millar, Dave Johnson y Kilian Plunkett: De pequeño, a Mark Millar su padre le dijo que el Superman que estaba dibujando representaba el imperialismo americano, así que el niño, para complacer la ideología comunista de su padre, cambio la "S" del pecho del héroe por la hoz y el martillo. Años después, Millar, guionista de comic y comunista, nos presenta una versión alternativa del Superman, cambiando Kansas por Ucrania y Estados Unidos por la Unión Soviética. Una de las mejores versiones alternativas de Superman, demostrando que es un personaje que trasciende los localismos y las ideologías.<br /><br /><strong>"Superman: Identidad Secreta"</strong> de Kurt Busiek y Stuart Immonen: El matrimonio Kent, de Kansas, decide llamar a su hijo Clark, como el personaje de comic. El joven Clark crece odiando el personaje con el que comparte el nombre, hasta que, una noche, descubre que tiene los mismos poderes que el mítico Superman. Todos, menos uno: La inmortalidad. Las etapas de la vida, las distintas identidades y los distintos rostros de un hombre en una de las historias más hermosas que se han creado alrededor de la figura de Superman.<br /><br /><strong>"Lex Luthor: Hombre de Acero"</strong> de Brian Azzarello: La visión desde el otro lado. ¿Como ve Lex Luthor su eterna lucha contra Superman? ¿Y si las cosas no fueran tan claras como habíamos creído? Una inquietante historia en la que el villano se nos muestra como héroe y el héroe como amenaza.<br /><br /><em>Los comics de Superman son publicados actualmente en España por Planeta de Agostini. </em></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">© 2008, Juan Díaz Olmedo </div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-26415621421937948182008-06-06T15:07:00.001+02:002008-06-06T15:09:37.895+02:00Anónimo 2<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWWOuQQU18LqngXXciFqLrtcUtreWfmXgGJf0CPcXHJzcXHAtFIzit0rxgCaiuv3Mq-bOSx4KfiRf820TDtNPQNnFfUfv5iEdZiKotLk7RUGoy4wU7xa2GdVr3VyYD1lWZ4_cJ-SLWqjg/s1600-h/Nota+02.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5208754785618582690" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 360px; CURSOR: hand; HEIGHT: 449px; TEXT-ALIGN: center" height="420" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWWOuQQU18LqngXXciFqLrtcUtreWfmXgGJf0CPcXHJzcXHAtFIzit0rxgCaiuv3Mq-bOSx4KfiRf820TDtNPQNnFfUfv5iEdZiKotLk7RUGoy4wU7xa2GdVr3VyYD1lWZ4_cJ-SLWqjg/s400/Nota+02.jpg" width="314" border="0" /></a><br /><div>© 2008, Juan Díaz Olmedo </div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-90863011736338141552008-06-01T20:56:00.002+02:002008-06-01T21:05:43.264+02:00Orígenes del Mito Vampírico<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiiYARZfLjLolP9tB_ZLFh65p0GCOrIwe4DDpqI3QXAGHELwsBS5rFHKNARvLoLs9QsPajr17oi79gASwwxm3slRmz8ymBDLrF-a9bAs8v4Jxozy8AEBKHYWP8tut-3JlwrsJ_6OY5W0-0/s1600-h/Origen+Vampirico.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5206991266775691794" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiiYARZfLjLolP9tB_ZLFh65p0GCOrIwe4DDpqI3QXAGHELwsBS5rFHKNARvLoLs9QsPajr17oi79gASwwxm3slRmz8ymBDLrF-a9bAs8v4Jxozy8AEBKHYWP8tut-3JlwrsJ_6OY5W0-0/s320/Origen+Vampirico.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Imaginemos un pequeño poblado de una época remota. Puede estar en Centro Europa, en la región que ahora conocemos como Rumanía, o en la actual Hungría. También podría estar más hacia el este, penetrando ligeramente en Asia. La época podría ser cualquiera, desde la antigüedad hasta la edad de la ilustración.<br /><br />Un habitante del poblado muere por causas desconocidas. No ha sido atacado por un animal, no ha tenido ningún accidente trabajando en el campo. Ni siquiera ha muerto de anciano. Se ha ido consumiendo poco a poco, como si algo le hubiera estado robando las energías, y finalmente ha muerto. Los habitantes del poblado, confundidos, entierran al difunto y tratan de encontrar alguna explicación para su muerte. Recordemos que estamos hablando de mentalidades pre-científicas, personas que razonan de una forma mítica. Dios (o los dioses, o la Madre Diosa, o quien quiera que sea la figura principal de la religión del lugar) no es una simple abstracción para los habitantes del poblado: Es una criatura tan real como los animales que ven cada día, como sus familiares, como el señor al que pertenecen las tierras que aran y al que deben ofrecer tributo. Y al igual que existe Dios para ellos, también existe su enemigo, el Diablo. Para los habitantes del poblado, todas esas criaturas que supuestamente habitan el bosque cuando ha caído la noche y que ellos solo son capaces de entrever son siervos del Maligno, y no desean más que llevar la muerte y el caos allá por donde pasan.<br /><br />Días después, uno de los familiares del difunto afirma que se le ha aparecido durante la noche. Hoy en día comprenderíamos lo que ha ocurrido. El familiar tenía al difunto en sus pensamientos, y por eso lo ha visto en un sueño especialmente vivido. Pero, para los habitantes del poblado, si una persona dice que ha visto a un muerto durante la noche es porqué lo ha visto, porqué hay en juego fuerzas más allá de lo que alcanzan a comprender. Para sorpresa y horror de todos los presentes, el familiar del difunto (Posiblemente su propia esposa, o uno de sus hijos) comienza a consumirse al igual que lo hizo el muerto que se la aparecido. Pocos días después, el familiar ha muerto. Y ahora es otro de los miembros de la familia quien empieza a dar muestras de debilidad. Los síntomas son los mismos. Para los habitantes del poblado la cosa está muy clara: El muerto es el responsable del fallecimiento de sus familiares. También está claro que hay que hacer algo para detenerlo.<br /><br />Desde una perspectiva actual, es fácil comprender que estaba ocurriendo en realidad. El difunto había muerto de alguna enfermedad, transmitida de una forma que era completamente desconocida para gentes que ignoraban la existencia de las bacterias y los virus. Quizás el origen de la enfermedad se provocase por el contacto con algún animal, y el cadáver original mostrara mordiscos o picaduras. El portador original de la enfermedad trasmitió su mal a quien tenía más cerca: A sus familiares. El contagio a los familiares pudo producirse días después del contagio original, de ahí que los síntomas de la familia se manifiesten solo cuando el portador original ha muerto.<br /><br />Pensemos ahora que los habitantes del poblado toman la decisión más lógica: Hay que desenterrar el féretro del muerto y abrirlo para averiguar si es él realmente el causante de las muertes que se están produciendo en el pueblo. Quizás por aquel entonces los contagios se han extendido fuera del núcleo familiar, y la psicosis consiguiente ha logrado que muchos de los habitantes del poblado hayan visto al muerto durante la noche, en sueños que confunden con la vigilia. Un grupo de padres de familia, acompañados posiblemente por el sacerdote de la parroquia local, acuden de noche al cementerio y cavan de nuevo la fosa. Cuando abren el féretro, lo que ven les resulta aterrador. El cadáver presenta un aspecto sonrosado, increíblemente sano, como si las secuelas de la enfermedad hubieran desaparecido. El cuerpo está semi sumergido en unos dos o tres centímetros de sangre, que parece surgir de las comisuras de su boca. Los dientes del muerto han crecido desde que lo enterraron, al igual que sus uñas. No hay duda, el muerto ha sido el causante de los misteriosos fallecimientos. Les ha robado la sangre a los habitantes del pueblo hasta matarlos. Ha robado tanta sangre que ha rebosado de su interior. Pero, ¿como se puede matar a un muerto? A uno de los hombres reunidos para tan macabra tarea pudo ocurrírsele esta idea: Quizás haya que clavar el muerto al suelo, para que no pueda salir del interior del féretro. Una buena estaca de madera puede servir para tal propósito. Los hombres ponen la punta de la estaca sobre el pecho del difunto y la golpean para clavársela. Entonces ocurre algo que termina de aterrarlos para el resto de sus vidas: El muerto reacciona con un gemido de dolor, da un respingo como intentando escapar pero de inmediato vuelve a sumirse en el sueño eterno. Completamente horrorizados, pero sabiendo que están haciendo lo correcto, los hombres terminan de clavar la estaca. Quizás le corten la cabeza al difunto, o pongan ese ajo que la partera siempre recomienda para alejar a la muerte en su boca, o a su alrededor. Quizás el sacerdote diga que todo es obra del Maligno y deposite una hostia consagrada o un crucifijo sobre la tapa del féretro, para asegurarse de que el difunto nunca saldrá de allí, ni siquiera en forma de espíritu que pueda colarse bajo las puertas de las casas y no se refleja en los espejos.<br /><br />¿Que ha ocurrido realmente? Nada que no pase en cualquier proceso de descomposición de un cuerpo humano. Es algo totalmente normal que, en las primeras fases de la descomposición, la sangre sea expulsada del cuerpo, normalmente por aberturas existentes como la boca. Los gases de la descomposición tienen la facultad de hinchar el cuerpo provocando el aspecto hinchado y sonrosado. La piel ha comenzado a encoger, al igual que las encías, de ahí que los dientes y las uñas parezcan haber crecido. Pero, ¿y la sobrenatural reacción del cadáver? Algo también perfectamente normal. Son los gases de la descomposición de nuevo los culpables de este efecto. El atravesar el cadáver con una estaca provocaría un escape violento de los gases por el camino más rápido. Ese camino puede pasar por la garganta, originando un grito inarticulado. También provocaría una convulsión en el cuerpo.<br /><br />El resto es fácil de comprender. La historia se extiende a las aldeas y poblados cercanos, y de allí al resto del país. Pronto comienza a hablarse de otros casos, en otros poblados. La transmisión oral va adulterando la historia: Hay donde, en lugar de una estaca de madera, se habla de una piqueta de hierro clavada en la frente del difunto. Hay quien dice que es necesario quemar el cadáver a posteriori, o quien afirma que el cuerpo culpable de tanto dolor fue localizado con la ayuda de un caballo blanco. Así, lo que no fue sino un suceso incomprensible para personas que vivían en una época más sencilla y más ignorante acabó convertido en un mito que ha llegado a nuestros días y que sigue siendo capaz de fascinarnos.<br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo </div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-46597897061011071082008-05-27T15:38:00.004+02:002008-05-27T15:43:19.579+02:00Anónimo 1<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRZbt451fYaI4rTt_5mbnPFmrvlK8rzzXUwO5FejhzAsbxiFNLk6o1UyluIoqaI40XjAPSE6hOUmwcA4Zp3u0bBv9cqR0Sly-VdeZNAyFyMDBM5rNNLndc7eEppT7j3rb4lVqYL4Irzic/s1600-h/Nota+01.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5205052535156404834" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRZbt451fYaI4rTt_5mbnPFmrvlK8rzzXUwO5FejhzAsbxiFNLk6o1UyluIoqaI40XjAPSE6hOUmwcA4Zp3u0bBv9cqR0Sly-VdeZNAyFyMDBM5rNNLndc7eEppT7j3rb4lVqYL4Irzic/s400/Nota+01.jpg" border="0" /></a><br /><div><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgzOY1mbacfIF-MffDSM7ItgmtAcQfFPk64obv5WBWbHX5AYEI-aHPVHCHpyicNOHVG0_6_jx971-iD8Z1kRrAhv3P1-fPks9JrmA2PaCHriwiNT61i0V8-Ot9AvHgOfUYMS_8Ttb0pmqU/s1600-h/Nota+01.jpg"></a><br /><br /><div>© 2008, Juan Díaz Olmedo </div></div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-66029955897623100682008-05-26T13:18:00.007+02:002008-05-26T16:57:06.528+02:00Southland Tales, de Richard Kelly<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgrF3CMsZvkEdPEvBJ3w3RD7rmQaWqaG9LdLkdkQRxZnrLdo4dCk644ZNgxOasbSeRJ3duzv-jJ5XMdiVsmASGirt2HHs09GVZUS1rLJgVKCTUmhuywLST4L9Uu4hU4KKzyfJ4XvPfkR74/s1600-h/200px-Southland_Tales_poster.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5204645024364393026" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgrF3CMsZvkEdPEvBJ3w3RD7rmQaWqaG9LdLkdkQRxZnrLdo4dCk644ZNgxOasbSeRJ3duzv-jJ5XMdiVsmASGirt2HHs09GVZUS1rLJgVKCTUmhuywLST4L9Uu4hU4KKzyfJ4XvPfkR74/s320/200px-Southland_Tales_poster.jpg" border="0" /></a><br /><p align="justify"><em>Título Original: <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_0"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_0">Southland</span></span> Tales<br />Director: <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_1"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_1">Richard</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_2"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_2">Kelly</span></span><br />Guión: <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_3"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_3">Richard</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_4"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_4">Kelly</span></span><br />Intérpretes: <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_5"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_5">Dwayne</span></span> "<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_6"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_6">The</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_7"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_7">Rock</span></span>" <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_8"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_8">Johnson</span></span>, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_9"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_9">Seann</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_10"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_10">William</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_11"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_11">Scott</span></span>, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_12"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_12">Sarah</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_13"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_13">Michelle</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_14"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_14">Gellar</span></span>, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_15"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_15">Justin</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_16"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_16">Timberlake</span></span>, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_17"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_17">Wallace</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_18"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_18">Shawn</span></span>, Miranda <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_19"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_19">Richardson</span></span>, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_20"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_20">Mandy</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_21"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_21">Moore</span></span>, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_22"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_22">Kevin</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_23"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_23">Smith</span></span>, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_24"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_24">John</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_25"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_25">Larroquette</span></span>, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_26"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_26">Jon</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_27"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_27">Lovitz</span></span><br /><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_28"><span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_28">País</span></span>: Estados Unidos<br />Año: 2007</em><br /><br /><em>"<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_29">Así</span> es como termina el mundo. No con un gemido, sino con una explosión."</em><br /><br />En 2005 un grupo terrorista consigue introducir una bomba nuclear en el territorio de los Estados Unidos a través de la frontera con <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_30"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_29">México</span></span>. La ciudad de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_31"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_30">Abilene</span></span>, en Texas, es totalmente destruida y casi 200.000 personas mueren a consecuencia del atentado. Lo que hasta ese momento solo era un conflicto <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_32"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_31">focalizado</span></span> en <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_33"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_32">Irak</span></span> se convierte en la Tercera Guerra Mundial. El gobierno toma el control de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_34"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_33">internet</span></span> y el batiburrillo de agencias estatales americanas es integrado en un solo conglomerado (<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_35"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_34">UPU</span></span>) dirigido por un "<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_36"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_35">think</span></span>-<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_37"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_36">tank</span></span>" llamado <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_38"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_37">USIdent</span></span>. Mientras tanto, un sabio alemán que va siempre acompañado por una siniestra corte de personajes excéntricos ha descubierto como transmitir la <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_39">energía</span> de las mareas a todas partes mediante la aplicación de las <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_40">teorías</span> de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_41"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_38">Tesla</span></span>. Su experimento tiene consecuencias inesperadas y se abre una brecha en el continuo espacio-temporal con la forma del estado de Texas. Un actor de cine de acción vinculado al partido <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_42">republicano</span> despierta amnésico en el desierto, cerca de la citada brecha, y es rescatado por un célula rebelde neo-marxista de la que también forma parte una actriz <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_43"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_39">porno</span></span> con poderes psíquicos que ha escrito en un guión una serie de sucesos que llevarán el mundo a su fin. La misma célula convence a un <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_44"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_40">ex</span></span>-combatiente para que suplante a su hermano gemelo para provocar un escándalo político que evite la elección del candidato republicano en las elecciones. Desde el asiento de un <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_45">cañón</span> <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_46">antiaéreo</span>, un antiguo actor de moda que ha vuelto de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_47"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_41">Irak</span></span> con el rostro deformado por el "fuego amigo" vigila todos estos sucesos y encuentra en lo que está ocurriendo inquietantes similitudes con lo relatado en el libro del Apocalipsis.<br /><br /><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_48"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_42">Southland</span></span> Tales es una película fallida. Este proyecto de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_49"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_43">Richard</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_50"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_44">Kelly</span></span> (Su segunda película como director, después de la estimable "<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_51"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_45">Donnie</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_52"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_46">Darko</span></span>") peca de ambicioso en casi todos los factores posibles. Lo narrado en la película constituiría los capítulos 4,5 y 6 de la historia total. Los tres anteriores fueron narrados en forma de un <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_53"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_47">comic</span></span> publicado anteriormente al estreno de la película. Y no, el <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_54"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_48">comic</span></span> no es solo un preludio prescindible. Diría que es casi necesario haberlo <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_55">leído</span> para entender algo de lo que ocurre en el <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_56"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_49">film</span></span>. Yo he tenido la oportunidad de leerlo a <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_57"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_50">posteriori</span></span>, y es ahora cuando comienzo a comprender parte del argumento. Aún así, la película consta de demasiadas tramas cruzadas, narradas de forma confusa, sin que en ningún momento se nos aclare nada de lo que está ocurriendo. El supuesto tono de comedia satírica se ve completamente lastrado por una puesta en escena de aire melancólico, así que cuando los momento <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_58"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_51">pretendidamente</span></span> cómicos suceden el resultado es más <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_59"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_52">desconcertante</span></span> que hilarante. La mayoría de los actores (casi todos ellos interpretando a versiones distorsionadas de ellos mismos) están mal dirigidos, y parecen estar igual de confusos respecto al argumento del <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_60"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_53">film</span></span> que el espectador. No dudo que el montaje al que <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_61">fue</span> forzado <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_62"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_54">Richard</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_63"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_55">Kelly</span></span> para lograr el estreno del <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_64"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_56">film</span></span> haya contribuido a toda esta confusión (Se eliminaron 25 minutos del <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_65"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_57">metraje</span></span> total, que ha quedado en 144 minutos), pero aún así su origen está en el guión, no en las vicisitudes del rodaje.<br /><br />Sin embargo, la película tuvo la facultad de mantenerme entretenido durante todo su dilatado <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_66"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_58">metraje</span></span>. Hay algo casi hipnótico en lo que se nos está contando, y el tono general del <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_67"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_59">film</span></span> (Esa melancolía sutil que tan buen resultado daba en "<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_68"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_60">Donnie</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_69"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_61">Darko</span></span>" y que al parecer se está convirtiendo en una de las marcas de fábrica de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_70"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_62">Kelly</span></span>) le <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_71">da</span> a toda la historia una dimensión casi onírica. Es como si <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_72">estuviéramos</span> en medio de un sueño en el que se nos bombardeara con ideas y conceptos de forma continua. El origen de la fascinación que provoca el <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_73"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_63">film</span></span> está en lo que se nota detrás de su argumento y de su complicada producción, la promesa incumplida de una película que <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_74">podría</span> haber sido una auténtica revolución en el mundo de la ciencia-ficción <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_75"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_64">fílmica</span></span> si su autor hubiera sido capaz de contener su propia creatividad y sus ambiciones. El fresco de un mundo <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_76">alternativo</span> que nos presenta <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_77"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_65">Kelly</span></span> es algo que pocas veces <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_78">habíamos</span> visto antes en el cine, algo más parecido a las novelas de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_79"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_66">Phillip</span></span> K. <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_80"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_67">Dick</span></span> que a los productos que suele ofrecernos <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_81"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_68">Hollywood</span></span>. Así pues, "<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_82"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_69">Southland</span></span> Tales" se nos presenta como un hermoso desastre en cuya caótica estructura podemos distinguir las trazas de ese otro <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_83"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_70">film</span></span> que no pudo llegar a ser.<br /><br />Puede que con el tiempo "<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_84"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_71">Southland</span></span> Tales" puede ser, al menos en parte, redimida mediante <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_85">algún</span> montaje del director. Si ese momento llega, quizás esté <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_86"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_72">gargantuesco</span></span> proyecto se convierta en un <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_87"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_73">film</span></span> de culto. Mientras tanto, lo único que tenemos es un <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_88"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_74">film</span></span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_89"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_75">pretencioso</span></span> producto de un autor con talento pero, al parecer, incapaz de ver sus propias limitaciones como narrador.<br /><br /><em>"<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_90"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_76">Southland</span></span> Tales" <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_91">fue</span> estrenada en Estados Unidos en Noviembre del 2007 de forma limitada, resultando un fracaso comercial y crítico. Dudo que la veamos alguna vez en las pantallas españolas, pero todo aquel que sienta curiosidad puede conseguirla por los canales "alternativos" habituales.</em><br /><br />© 2008, Juan <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_92"><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_77">Díaz</span></span> Olmedo </p>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-91042133201136586912008-05-21T18:40:00.005+02:002008-05-21T18:53:38.486+02:00Alma de Plástico<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkNzPe6wKPUO9I2yVPWepJkLXMBJa0jKO-Q3g4lmTPN4zFCI2aORC23IGS6FV1NbgAFDTHMdhx7EQzHORneBxsPbiiqV04qeF9V3177QlpAQINZOi-4iS85WhmPQbQHpYTvX7ORtog_uM/s1600-h/elfdoll-ryung-goth-488843-o.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5202873034352145026" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkNzPe6wKPUO9I2yVPWepJkLXMBJa0jKO-Q3g4lmTPN4zFCI2aORC23IGS6FV1NbgAFDTHMdhx7EQzHORneBxsPbiiqV04qeF9V3177QlpAQINZOi-4iS85WhmPQbQHpYTvX7ORtog_uM/s320/elfdoll-ryung-goth-488843-o.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><em>Día 1</em><br /><br />Hoy me ha llegado al fin mi tan añorada muñeca. ¿Cuánto tiempo llevo esperándola? Se me ha hecho una auténtica eternidad. Eso lo puede saber cualquiera que me vea las uñas, cualquiera que me haya descubierto saliendo de mi casa de madrugada para ver si había alguna notificación de un paquete en mi buzón del bloque. Pero ya está aquí. Y es preciosa. Es mucho más hermosa de lo que me esperaba.<br /><br />La saqué de su caja con cuidado, moviéndome todo lo lentamente de lo que fui capaz. Cielos, estaba deseando palpar ese delicioso cuerpo de plástico, pero me daba tantísimo miedo romperla, sacarle una articulación de sitio, qué se yo. Ya se que es de material resistente, pero su aspecto es tan frágil…. El verla allí, entre los pedazos blancos de material de embalaje, desnuda, calva, con esa expresión tan dulce en su rostro, esos ojos turquesa de aspecto húmedo…. Sentí pena por ella. Era una indignidad mantenerla en ese estado más tiempo del estrictamente necesario. Cuando la saqué al fin de la caja me moví sobre mis pies descalzos, con pasos propios de una bailarina balinesa, hasta dejarla delicadamente sobre mi cama, con la cabeza descansando sobre un cojín. Si, sé que me comportaba de forma estúpida, como si mi muñeca fuera de porcelana en lugar de plástico. Pero también hay que tener en cuenta que me ha costado un auténtico dineral. He estado ahorrando un año entero para poder tenerla. Mi primera muñeca japonesa con articulaciones a bolas. <br /><br />Estuve allí, sentada junto a mi cama, contemplando mi nueva muñeca casi media hora antes de atreverme a fijar el velcro sobre su cabeza y ponerle la peluca. En cuando lo hice el cambio fue espectacular. Había elegido para ella una larga melena color violín, el mismo tono de rojo del que tiño mis cabellos. Las dos tiras de velcro se unieron y de inmediato su larguísima melena cayó sobre sus hombros, cubriendo sus suaves pechos sin pezones, hasta llegar casi hasta su cintura. Después saqué de su envoltorio de plástico el vestido que había elegido para ella, un traje victoriano de fantasía, de encaje negro y con detalles en blanco. Cuando le puse las medias sobre sus piernecitas no pude evitar acariciar los pequeños deditos de sus pies. Todo en ella es tan hermoso que me conmueve. Si, creo que esa es la palabra más adecuada para describir lo que siento al mirarla. Acabé de vestirla atando los lazos que cierran su corpiño sobre su idealizado torso, y la senté sobre la pequeña silla que había comprado para ella mientras esperaba que me la enviaran. <br /><br />Tanto tiempo deseando tenerla, tanto tiempo diseñando su aspecto, tanto tiempo esperando su llegada, pero hasta ahora no se me había ocurrido que nombre ponerle. Le puse un pequeño crucifijo plateado que había comprado para ella alrededor de su cuello, con una cadena adecuadamente diminuta, y besé su pálida frente. El material del que está hecha es tan sorprendente como había leído. Es simple plástico, pero con un tratamiento especial que le da un tacto similar al de la piel humana. Está fría, pero manipulándola puede ir adquiriendo calor, dando una ilusión de vida. <br /><br />¿Ilusión? No, no creo que sea una mera ilusión. Una amiga, la que me habló por primera vez de muñecas como esta, me comentó en una ocasión que, para los japoneses, no hay nada que esté desprovisto de espíritu. Todo tiene alma para aquellos que son capaces de ver dioses en todas las cosas. Y también ella, también mi pequeña tiene un alma dentro de su cuerpo de plástico. ¿Cómo podría alguien dudarlo viendo la forma en la que me mira?<br /><br />Anna, le dije, hablándole por primera vez. Te llamarás Anna.<br /><br />No podía imaginar que fuera posible ser tan feliz.<br /><br /><br /><em>Día 5</em><br /><br />El idiota de mi jefe ha vuelto a regañarme hoy por salir de la tienda antes de que acabara mi turno. Tampoco es para tanto, solo por quince minutos. Mi relevo ya estaba allí, y yo tenía que ir a casa para…. para ver a Anna, confieso que lo hago por ella. Me paso todo el día pensando en ella, es la verdad. La echo de menos, deseo tanto…. mirarla, solo mirarla. Con eso me conformo. Esas fotos que le hice con mi teléfono móvil son demasiado pequeñas, de una resolución demasiado pobre. Tendría que comprarme una buena cámara, una que haga fotografías de alta resolución. ¿Para que quiero una muñeca japonesa si no puedo fotografiarla?</div><div align="justify"><br />Le he enseñado las fotografías del móvil a una compañera de trabajo. Al principio pareció quedarse prendada de Anna, pero cuando empecé a hablarle de ella, de lo que siento por ella, creo que se sintió un poco incómoda. Es algo triste cuando no puedes explicar a los demás lo que siente. Creo que la gente común tiene la sensibilidad demasiado abotargada por este mundo tan acelerado en el que vivimos. Solo algunos somos capaces de disfrutar de la belleza y de dejarnos atrapar por ella, como yo hago con mi preciosa Anna.<br /><br /><br /><em>Día 8</em><br /><br />Hoy le he encargado dos nuevos vestidos a mi preciosa Anna. Me estoy gastando un auténtico dineral en ella, entre los nuevos trajes, las joyas y la cámara digital que le compré ayer. Hoy la he tenido durante dos horas posando para mí. Le costó algo al principio, pero conforme se iba relajando su belleza empezó a reflejarse en las fotografías. Las he colgado en internet, en varios foros de muñecas japonesas. Ahora mismo le estaba leyendo a Anna los comentarios que han provocado sus fotografías. Creo que me lo he imaginado, pero me ha parecido ver algo de rubor en sus mejillas. <br /><br />Me sucede algo muy extraño cuando hablo con Anna. Al principio solo le decía un par de palabras dulces mientras la contemplaba, pero poco a poco fui contándole más. Le hablo de mi vida, de mi trabajo, de mis inquietudes, de lo mal que se ha portado conmigo el amor. Son cosas que normalmente me han hecho sufrir, pero cuando se las cuento a ella dejan de tener su importancia. Es como si me estuviera sacando pesos de dentro de mi corazón. Si, es exactamente eso. Debe ser el motivo por el que cada día me siento más ligera.<br /><br /><br /><em>Día 12</em><br /><br />Hoy he llegado tarde al trabajo. Ha sido solo por una hora, pero mi jefe me ha echado tal bronca que ha llegado a asustarme. Me ha dicho que es la última que me tolera. El muy idiota va y me dice: “Siempre has sido rara, pero desde hace un par de semanas estas empezando a dar miedo incluso a tus compañeras”. Me daría pena si no fuera tan cabrón. Todo lo que no es capaz de comprender se convierte para él en raro y digno de desprecio. Y mis compañeras son igual que él, aunque no lo expresen con tanta sonoridad y tantos tacos.<br /><br />Lo peor ha sido cuando mi jefe me ha exigido que le explique porqué había llegado tarde. Le he dicho que me ha fallado el despertador. Odio mentir, se me da fatal. Lo que me ha ocurrido es que me he quedado mirando a Anna y he perdido la noción del tiempo. La he cogido de su silla, la he llevado a la cama conmigo y allí he estado acariciando sus cabellos y hablando en su pequeño oído de plástico, sintiendo una placidez que se que cualquiera me envidiaría. ¿Quién puede pensar en un estúpido trabajo de dependienta cuando se tiene cerca a algo tan hermoso como mi pequeña Anna?<br /><br /><br /><em>Día 14</em><br /><br />Hoy he terminado de coserme el traje, el que me he hecho a imitación del primer vestido de mi Anna. He vuelto a vestirla con él y luego me he puesto yo el mío y nos hemos hecho una foto las dos juntas. Casi me da vergüenza aparecer en la fotografía junto a Anna. Ella es tan hermosa…. Yo nunca podría ser tan hermosa como ella. No, mi cuerpo es demasiado delgado, mis labios demasiado finos, mis ojos demasiado grandes. No tengo su elegancia al posar, y mis dedos son demasiado grandes. Pero sé que a ella no le importa, ella no me juzga por mi apariencia. Incluso me ha dicho que estaba especialmente guapa con mi traje. Su voz es tan bonita… no me canso nunca de escucharla. Sus labios no se mueven, sencillamente la oigo hablar dentro de mi cabeza. Claro, es su alma quién me habla, no su cuerpo. </div><div align="justify"><br />Después de fotografiarnos Anna me ha pedido ver el mundo que hay fuera de mi piso. Me he puesto mis botas, la he cogido con cuidado y hemos salido a la calle. Era ya de madrugada, pero no tenía sueño. Una de las ventajas de haberme quedado en el paro es que ya no tengo que madrugar por las mañanas. Hemos tomado un autobús nocturno hasta el centro. La senté a mi lado, sobre uno de los asientos de plástico naranja del autobús, y tomándola de la mano le he ido susurrando los nombres de todos los lugares junto a los que pasábamos. Había dos tipos de bastante mal aspecto en el autobús que no dejaron de mirarnos durante todo el viaje. Cuando bajamos me pareció oír a uno de ellos llamándome chiflada. Supongo que esos dos tipos no se han mirado nunca en el espejo. <br /><br />Tuvimos la suerte de encontrar abiertos uno de los jardines públicos y estuve paseando por ella entre los árboles, en la oscuridad de la noche. Había mas gente allí, pero no eran más que yonquis y vagabundos y permanecían ocultos, entre los arbustos, posiblemente intentado dormir. Me senté junto a Anna en un banco de piedra y besé sus manitas y su rostro bajo la luz de la luna. </div><div align="justify"><br />Entonces ocurrió algo que no me esperaba. Una pequeña forma surgió de entre las sombras, tras el grueso tronco de un árbol, y se acercó a nosotras. Era una niña, de poco más de seis años, cubierta por un enorme jersey de lana verde que parecía casi rígido por toda la suciedad que tenía pegada. Sus cabellos eran rubios y estaban recogidos en dos confusas trenzas, demasiado sucias para brillar bajo la tenue luz lunar. Su rostro manchado de negro era extrañamente imperfecto. A Anna no le gustó su presencia. Nada más verla empezó a pedirme que nos marcháramos, pero yo le dije que no ocurría nada, que no teníamos nada que temer. Por su acaso yo llevaba mi navaja escondida debajo de la falda. La niña terminó de acercársenos con algo más de timidez. Sus pies descalzos estaban tan sucios como sus manos. Miraba a Anna asombrada, con la boca abierta, mostrando sus escasos dientes. “Es muy bonita”, me dijo mirando a Anna. “Gracias”, le dije en nombre de mi pequeña. Entonces aquella sucia niña extendió sus manos hacia mi Anna y me pidió tocarla. Le dije que no y levanté a Anna del asiento de piedra para protegerla con mis brazos. Pero la niña insistió, de esa forma tan totalmente despiadada propia de los niños. Volví a decirle que no y tuve que levantarme del asiento para evitar que aquella maldita cría me arrancara a Anna de los brazos. Mi pequeña estaba gritando de puro terror. Yo misma veía aquellos sucios dedos de uñas rotas acercándose a la suave piel de mi preciada muñeca y estaba a punto de gritar. Finalmente la niña empezó a gritar también y tuve que apartarla de mi de la única forma que se me ocurrió. Cuando el talón de mi bota impactó en su rostro su grito se quebró a la mitad. La niña cayó de espaldas y golpeó el suelo con un sonido seco que me produjo un escalofrío. Estaba sangrando por la nariz, y por una de sus mejillas. Y no se movía.<br /><br />Alguien la llamó desde las sombras. Si, debía ser a aquella niña a quien llamaban. Parecía una voz de mujer, cansada y terriblemente ronca. Me alejé corriendo de allí y no me detuve hasta que estuve fuera del jardín.<br /><br />Me senté junto a Anna en la parada del autobús, esperando que pasara uno que nos llevara de vuelta a casa. Estaba temblando. Anna intentó tranquilizarme pero yo casi no podía oírla. “Fue por su culpa”, me dijo Anna. “Ella fue la que intentó tocarme sin permiso, ella fue quien te puso nerviosa. Tu no has hecho nada malo”. Pero yo no podía dejar de ver el rostro ensangrentado de aquella niña, la piel de su rostro lacerada por la suela de mi bota. Abracé a Anna y por primera vez me atreví a besar sus pequeños labios. “Te quiero”, me dijo ella. “No me importa lo que hagas, te voy a querer siempre”.<br /><br />Cuando el autobús llegó, me encontró llorando abrazada a mi muñeca.<br /><br /><br /><em>Día 20</em><br /><br />Hoy he intentado salir a comprar algo, pero Anna me ha pedido que no la deje sola. Le dije que podíamos ir juntas, pero me pidió que no las sacara del piso. Después de lo que ocurrió la última vez, creo que tiene miedo del mundo exterior. <br /><br />Casi no me queda nada en la nevera. Espero que Anna termine por calmarse pronto. Mañana voy a tener que salir pase lo que pase.<br /><br /><br /><em>Día 21</em><br /><br />Hoy le he dicho a Anna que tenía que salir, y ella me lo ha prohibido. Así, con esas mismas palabras. “Te prohíbo que me dejes aquí sola”, me dijo. Le dije que no tenía nada que comer, que no podía estar mucho tiempo así. Y ella me suplicó de nuevo que no la abandonara. Le dije que la llevaría conmigo, pero ella me gritó horrorizada que no quería salir fuera del piso. “No te ocurrirá nada”, le dije. “Voy a estar siempre contigo, no dejaré que nadie te haga daño”. Pero ella siguió gritándome, suplicándome desesperada. Estaba asustada, muy asustada. Hice un gesto para coger mis llaves pero resbalaron entre mis dedos y cayeron al suelo. Me quedé allí petrificada, mirando al llavero sobre las losas del suelo de mi pasillo. “¿Has sido tu?”, le pregunté a Anna. “¿Eres tú quien me ha hecho esto?”. Pero ella no me contestó. Se limitó a mirarme en silencio, como su fuera solo una vulgar muñeca. <br /><br />Me acerqué a ella y me senté en la cama, a su lado. Acerqué una mano a su cabecita, pero no me atreví a acariciar sus cabellos.</div><div align="justify"><br />“Perdóname”, le dije, pero ella siguió sin hablarme.<br /><br /><br /><em>Día 23</em><br /><br />Llevo ya dos días sin comer. Anna sigue sin hablarme. No sé que hacer para que me perdone. Le he suplicado, me he arrastrado ante el suelo con ella, pero no he conseguido conmover su frío corazón de plástico. </div><div align="justify"><br />Mis llaves siguen en el suelo del pasillo. Cada vez que he intentado recogerlas han resbalado de entre mis dedos. Es ella quien me lo hace, no necesito oírla para saberlo. No sé como es capaz de hacer estas cosas sé que es ella. Tampoco me permite girar el pomo de la puerta de la calle. Solo necesito tocarlo para que toda la fuerza desaparezca de mis manos, como si me hubieran cortado los nervios a la altura de las muñecas. <br /><br />He intentado buscar en internet información sobre lo que me está ocurriendo, pero no he encontrado nada. Busqué en un sitio web sobre nuevos movimientos religiosos japoneses y allí he encontrado algo que quizás tenga que ver. Era un artículo sobre los espíritus que habitan en los objetos inmateriales, como son creados, como pueden crecer y hacerse más fuertes, como pueden influir en los actos de los seres vivos.<br /><br />Anna ha ido cogiendo pedacitos de mi alma para ir fortaleciendo la suya. Por eso puede dominar mis acciones, porque tiene pedacitos de mí dentro de su pequeño cuerpo de plástico. Es una idea tan hermosa que casi he eché a llorar. Pero creo que me he quedado sin lágrimas de tanto suplicarle a Anna que me perdone.<br /><br /><br /><em>Día 26</em><br /><br />Hoy me han llamado al teléfono. No sé quien era. En cuanto lo descolgué mis dedos me fallaron y el auricular volví a caer en su sitio cortando la comunicación. “¡Es que ni siquiera vas a dejarme pedir ayuda, maldita zorra!”, le grité a Anna. Pude escuchar como se reía desde mi salón. <br /><br />Ya casi no soporto mi propio olor. No puedo quitarme este vestido que llevo, la copia que hice del traje de Anna. En cuanto intento hacerlo mis manos deciden que tienen otras cosas más importantes que hacer y se niegan a obedecerme. No puedo entrar en el cuarto de baño, ni en la cocina. Mis pies se niegan a cruzar el umbral de ninguna de las dos habitaciones. <br /><br />“¿Es que quieres matarme?”, le pregunté a Anna.”¿Es eso lo que quieres?”.<br /><br />Entonces conseguí al fin que me contestase.<br /><br />“¿Quién es Yoko?”, me preguntó, de repente.<br /><br />Las rodillas me fallaron, y no por efecto de mi muñeca. Tuve que sentarme en la cama y calmarme para recuperar el aliento.<br /><br />“¿Cómo has podido saber eso?”, le pregunté a Anna.<br /><br />“¿Cómo no iba a saberlo?”, me contestó ella, con tono burlón. “Te diré quien es Yoko. Es la zorra que ibas a comprar para reemplazarme”.<br /><br />Así es como iba a llamar a mi segunda muñeca. Pero solo había empezado a mirar algunos diseños. No tengo suficiente dinero para comprarla. Era solo un maldito proyecto.<br /><br />“No quiero reemplazarte”, le dije a Anna.”¿Es por eso por lo que me estás matando de hambre? ¿Por celos?”.<br /><br />“Yo soy tuya, y tu eres mía”, me dijo Anna. “Haré contigo lo que me plazca”.<br /><br />Supongo que me moví lo suficientemente rápido como para cogerla por sorpresa. Agarré sus piernas y la arrojé con fuerza contra la pared. Su cabeza fue la primera en estrellarse contra la dura superficie, con el “pop” de una articulación de bola al salirse del sitio. Anna cayó al suelo convertida en un confuso montón de extremidades de plástico y capas de encaje. Salí corriendo de mi habitación en dirección a la puerta de la calle. En cuanto puse mis manos alrededor del pomo, mi cabeza salió disparada y se estrelló contra la puerta.</div><div align="justify"><br />Creo que he pasado al menos una hora inconsciente en el suelo de mi recibidor, sangrando de una brecha en mi frente.<br /><br /><br /><em>Día 28</em><br /><br />Hoy me he sentido morir. No aguanto más aquí dentro. Tengo que salir. Y si tengo que matar a esa maldita puta de plástico lo haré. No tengo miedo de hacerlo.<br /><br /><br /><em>Día 29</em><br /><br />Creía que no me estaba viendo cuando saqué las tijeras del costurero. Ella seguía allí, tirada en un rincón de mi habitación. Me arrodillé junto a ella, haciendo como que me suplicaba una vez más, con las tijeras escondidas en mi espalda. Le pedí perdón y acerqué una mano hacia ella, para distraerla. Entonces intenté apuñalarla. <br /><br />Fue inútil. Mi brazo se detuvo a mitad del movimiento, tan bruscamente que el dolor me hizo gemir. Y un instante más tarde las tijeras se clavaban en mi cuerpo. <br /><br />¿Cómo hemos podido terminar así? No lo entiendo. <br /><br />Voy a morir aquí dentro. Ahora lo sé con total seguridad. Todavía puedo escuchar la risa de demente de Anna resonando dentro de mi cabeza. Me pregunto si seguirá riéndose de esa manera cuando yo haya acabado de desangrarme, con mis tijeras de coser clavadas en mi abdomen. A veces siento como mis dedos se mueven para enterrarme más aún las tijeras dentro de mi carne.<br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo </div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-79813104437863831132008-05-20T14:55:00.004+02:002008-05-20T15:06:41.509+02:00Diary of the Dead, de George Romero<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEizO1x2FdraFw0XrCs1TYwTb_qnjqPkPEwLsGuIBhdfpfB5d4LZLeDP7ehNDBonGl6bLWUvNvlDMnDzmZRid2q1l4xLGSjo6A-uzsVQ0Y09zKhYPakLhxavd3jHQH9lHGGPa5D5-6owytk/s1600-h/200px-DiaryofDeadPoster2.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5202443404478558834" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEizO1x2FdraFw0XrCs1TYwTb_qnjqPkPEwLsGuIBhdfpfB5d4LZLeDP7ehNDBonGl6bLWUvNvlDMnDzmZRid2q1l4xLGSjo6A-uzsVQ0Y09zKhYPakLhxavd3jHQH9lHGGPa5D5-6owytk/s320/200px-DiaryofDeadPoster2.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><em>Título Original: Diary of the Dead</em></div><div align="justify"><em>Director: George A. Romero</em></div><div align="justify"><em>Guión: George A. Romero</em></div><div align="justify"><em>Intérpretes: Shawn Roberts, Joshua Close, Michelle Morgan, Joe Dinicol, Phillip Riccio, Scott Wentworth, Tatiana Maslany</em></div><div align="justify"><em>País: Estados Unidos</em></div><div align="justify"><em>Año de Producción: 2008</em></div><br /><br /><div align="justify">Quizás deba aclarar como anticipo a esta crítica que no soy para nada "fan" de George Romero. Si bien "La Noche de los Muertos Vivientes" me parece una auténtica obra maestra, el resto de los films del autor de Pittsburg me parecen afectados de una realización realmente chapucera y con argumentos que se pierden en pretensiones de trascendencia olvidando los elementos más básicos de una buena historia de terror (Por ejemplo, es casi imposible tragarse a los torpes y casi inmóviles muertos vivientes de "Zombi/Dawn of the Dead" como una amenaza creíble, cuando incluso los saqueadores se divierten estrellándoles tartas en la cara). Para mi Romero solo tiene el mérito de haber sido uno de los originadores (no el único) de una de las mitologías que más juego ha dado en el terror moderno, pero que ha alcanzado su mayor expresión a manos de otros creadores, y en fechas bastante recientes (Como mejor ejemplo, en el excelente "remake" de "Amanecer de los Muertos" dirigido por Zack Snyder, que supera a la original en todos sus aspectos).<br /><br />Pese a esta posición de partida, reconozco que mis expectativas eran bastante buenas a la hora de encarar la última película de este director. El fenómeno del documento falso empleado como recurso para lograr la suspensión de incredulidad necesaria para implicar emocionalmente al espectador siempre me ha resultado más que interesante, y tras haber disfrutado de la excelente "[REC]", que emplea un recurso similar y con un argumento más que relacionado, esperaba que la aportación de Romero al menos me hiciera pasar un buen rato. Desgraciadamente, mis expectativas estaban más que equivocadas.<br /><br />En "Diary of the Dead", George Romero vuelve al inicio de su saga de los muertos vivientes, a un mundo que acaba de descubrir que los muertos, por algún motivo no explicado, están volviendo a la vida con ansia de devorar carne humana. En este escenario, un grupo de estudiantes de cine ,que casualmente se encontraban grabando una película de terror, deciden abandonar su residencia del campus y volver a sus respectivos hogares, acompañados por el profesor que les estaba supervisando el proyecto. La historia es narrada mediante las grabaciones que realizan los mismos estudiantes en cámaras de video y también mediante aportaciones de otras fuentes como cámaras de seguridad y videos descargados de internet.<br /><br />Al contrario de lo que suele ocurrir cuando se emplea el recurso de documento falso, la película no adopta la forma de "documento encontrado", sino que se presenta como un documental montado por uno de los personajes a posteriori, en base a todo el material grabado. Como primer signo de que Romero, al parecer, no entiende de que va eso de la suspensión de incredulidad, la voz en off de la introducción nos avisa de que "se ha añadido música de miedo a las imágenes", sin presentar una justificación sobre porqué se ha hecho eso. Y si, el resultado es tan ridículo como suena en papel. Pero esto no es lo peor. Lo peor de la película es que las supuestas imágenes sacadas de cintas de video amateur, de cámaras de seguridad o incluso de un teléfono móvil tiene todas textura y resolución de imágenes de cine. Esto termina de destrozar por completo el efecto de "realidad falsa" de la película. Y la forma de actuar de los personajes, que oscila entre lo absurdo y lo sencillamente idiota, ayuda a sacarnos más aún de la historia que se nos está contando. Casi ninguno de los personajes tiene carisma suficiente como para que nos preocupemos por él (a excepción quizás del profesor) por lo que, para colmo de males, no nos importa lo más mínimo lo que les ocurra.<br /><br />A todo esto hay que añadir la inclusión de algunas escenas pretendidamente humorísticas que solo provocan desconcierto (hay una cerca del final que implica a un personaje vestido de momia y que es digna de los peores momentos de "La Hora Chanante") e interminables escenas en las que la acción se detiene para que el personaje que supuestamente está contando la historia nos imparta repetitivos sermones sobre lo terriblemente malos que somos los seres humanos. El típico mensaje de las películas de Romero (que el auténtico peligro es el ser humano, no los monstruos) es administrado en esta película con la sutileza de una patada en la cara.<br /><br />Ni siquiera las escenas gore funcionan en está película. En su mayoría son absurdas en su búsqueda de efectismo, con cuchillas que atraviesan cráneos humanos como si fueran de mantequilla o descargas eléctricas que hacen saltar los ojos de muertos vivientes. También en busca de ese efectismo se dota a los personajes con una habilidad en el uso de todo tipo de armas que roza casi con lo super-heroico (Sobre todo en el caso del profesor, que haría palidecer de envidia al mismísimo Oliver Queen). Llegando al final de la historia, la película incluso traiciona sus propias reglas y hace que un muerto infectado vuelva a la vida instantaneamente, cuando anteriormente se nos ha explicado que debe pasar un tiempo entre la muerte y la resurrección.<br /><br />En resumen, una película con una idea que podría haber resultado interesante pero que se ve lastrada por las carencias de su idolatrado director. Solo para fanáticos de George Romero y para aquellos que se traguen cualquier cosa relacionada con muertos vivientes.<br /><br /><em>"Diary of the Dead" aún no ha sido estrenada en España, aunque está planificado su estreno próximamente. </em><br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo </div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-6055216108369668792008-05-15T10:20:00.007+02:002008-05-15T10:43:19.543+02:00Delirios de Interzona<div align="justify"><em>A <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_0">William</span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_1">Burroughs</span></em></div><div align="justify"><br />Me despierta el <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_2">cántico</span> frenético e incansable de un grillo de alas <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_3">verdeazuladas</span> que pasas volando sobre mi cabeza trazando una grácil espiral de elegancia tan rotunda que el mismo tejido de mi cínica y sórdida realidad se desmorona un segundo para volver a <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_4">recomponerse</span> después, súbitamente transformado por esa salvaje coreografía animal en una cosa ligeramente distinta a la que era cuando fue concebida. En la lejanía escucho el llamado sordo de un muecín que ordena a los fieles que le presenten al creador una de las fracciones de adoración incondicional que le deben para el día de hoy. Finalmente es el despertador el que termina de sacarme de mi letargo, como si hubiera recordado de repente cual es su función y hubiera empezado a gritar de repente, con ritmos de marchas militares prusianas, indignado ante los elementos que han osado usurpar su labor y su puesto como iniciador de mis tristes días. Me resisto a levantarme pero finalmente lo hago atraído por un rumor que siento proveniente de la cocina. Me acerco al fregadero y bajo el, alimentándose con los restos de la exquisita bestia cocinada con las más finas hierbas de oriente y groseramente macerada por escarabajos cocineros franceses que constituyó mi cena de anoche descubro una enorme cucaracha de alas rojizas. Sus ojos vagamente <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_5">facetados</span> me miran un instante mientras devora lo que parece una pata compuesta de segmentos que no recuerdo haber masticado ni deglutido y macerado ayer por la noche. La envoltura <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_6">coriácea</span> de sus alas se levanta para dejar a la vista sus delicadas alas transparentes surcadas por venas azuladas. Frota las alas y mi sucia y estrecha cocina se llena con el rumor de su voz.<br /><br />-Me alegra mucho encontrarle al fin.-me dice la cucaracha.-Por favor, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_7">ahórrese</span> eso de llamarme <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_8">Gregorio</span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_9">Samsa</span>, que lo tengo muy visto. Parece que ha manifestado usted últimamente serios problemas de disciplina, y ni siquiera se ha dignado a presentar las típicas excusas de hastío existencial o duda metafísica que normalmente se exigen por triplicado para estar exentos de las misiones encomendadas a nuestro servicio de inteligencia. ¿Se puede saber que demonios le ha ocurrido?<br /><br />Un maldito controlador. Recuerdo vagamente haber hablado, <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_10">reido</span>, bebido, discutido y gritado con ellos hace tiempo, antes de que la maravillosa y completamente bastarda Carne Negra se convirtiera en la dueña y señora de mis días.<br /><br />-No recuerdo de que servicio de inteligencia soy agente.-le confieso, mientras me pongo en pie y trato de dar algo de dignidad a mi arrugado pijama de artista <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_11">gay</span> arruinado <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_12">alisándolo</span> con las manos.<br /><br />-Cuente algo que no sepa.-me dice la voz de la cucaracha, tan <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_13">rasgante</span> como las notas sacadas a duras penas de un violín desafinado por una preciosa niña <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_14">tailandesa</span> ciega.-Ningún agente sabe realmente a que servicio pertenece, de que país es, cual es su pasado. Nosotros podemos cambiarlo todo en beneficio de la misión. ¿No recuerda nada de esos pequeños insectos albinos de diez patas que insertamos en su oído y que inmediatamente se encargaron de que usted olvidara su propia existencia? Vamos, no he nacido ayer. <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_15">Dígame</span> por qué ha estado incomunicado durante tanto tiempo, navegando con Carne Negra saturando sus venas y volviendo más densa su sangre. ¿Es que no ha echado de menos la emocionante vida de un agente de inteligencia? Le aseguro que nosotros en la central hemos echado de menos sus informes.<br /><br />-Le tengo que repetir que no recuerdo nada.-insisto.-No sé ni siquiera cual era mi nombre en la organización, o cual es mi misión en la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_16">Interzona</span>.<br /><br />-Claro que no la sabe.-me dice la maldita cucaracha poniéndome de los nervios al frotar sus alas con acento alemán.-Nos hemos asegurado de que no la sepa. Ni siquiera la ha olvidado, lo cierto es que no la ha sabido nunca. Por eso estoy yo aquí. Y ya puestos, le informo que es usted el agente 777. ¿Dónde está su <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_17">moleskine</span>?<br /><br />Recuerdo algo vagamente. Levanto la vista y la descubro allí, junto a las cortinas de la ventana del desordenado dormitorio. Una enorme polilla con alas tan grandes como mis manos, con el dibujo de una historiada calavera trazada sobre pergamino por la mano temblorosa de un genio del mal sifilítico y aquejado de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_18">parkinson</span>. Hago un gesto hacia ella y vuela hacia mí, acaricia mis dedos con la punta de sus antenas segmentadas y luego se posa sobre mi mesilla de noche derribando con un golpe de su ala mi frenético despertador, que no ha dejado de desgranar cantos de guerra prusianos desde que fracasó en su intento de despertarme. Sus alas se doblan y pliegan sobre ellas mismas revelando la delicada encuadernación de cuero negro, y en un acto <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_19">malabarístico</span> que me fascina la consigue cerrarse a si misma con la gruesa goma negra. La tenía en mi habitación pero la había olvidado. Una <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_20">moleskine</span>. El arma más despiadada y efectiva que el mundo haya conocido. ¿La he usado antes? Si, ahora creo recordar, quizás estimulado por el arrullo de las alas de esta maldita cucaracha. Recuerdo las violentas pústulas que describí detalladamente en sus páginas surgiendo de la espalda de un cónsul francés, llevándole a la desesperación y a la muerte por ahogamiento en una bañera de leche de cabras vírgenes.<br /><br />-Respecto a su misión, debe usted recordarla aunque sea solo por un breve periodo.-me dice la cucaracha.-Debe encontrar el principal proveedor de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_21">yagé</span> de la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_22">Interzona</span>. Le aclaro que el principal proveedor es el único proveedor. No solo de la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_23">Interzona</span>, sino del mundo conocido y también de las colonias secretas ubicadas en otros planetas.<br /><br />-Pero no me interesa el <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_24">yagé</span>.-le digo a la cucaracha, ignorando de la forma mas altiva que pude sus avances <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_25">descaradamente</span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_26">homoeróticos</span>.-Solo me interesa la Carne Negra. La bendita Carne Negra.<br /><br />Me precipito a la mesa de noche y mi cuerpo recuerda de repente su necesidad de una nueva dosis de polvo negro. Abro el cajón y saco un frasco casi vació. Tengo que salir de aquí tanto si me gusta como si no. Tengo que salir e inspirarme para poder escribir un nuevo cuento pornográfico que vender a ese editor pervertido holandés para que me <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_27">pague</span> en francos franceses que cambiaré por rublos rusos y que luego cambiaré en la oficina de un cambista jorobado por la innominada moneda de la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_28">Interzona</span>. Y luego buscaré a algún efebo que me venda un frasco lleno a cambio de algunos favores. Me quito rápidamente el pijama y lo arrojo a mi cama, donde de inmediato cae presa de parásitos cutáneos alimentados con una generosidad excesiva por la esencia de ciempiés marino gigante que me surge de los poros durante los sueños febriles. Me cubro con unos pantalones de pinzas, una camisa que quizás algún <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_29">día</span> fuera blanca, unos tirantes a punto de reventar y una chaqueta negra. Me peino mis largos cabellos en un estilo <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_30">estudiadamente</span> agresivo de inspiración alemana y luego los cubro por un elegante <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_31">fedora</span> que algún pichón viudo con ínfulas de poeta maldito dejó antes de ayer en el <span class="blsp-spelling-corrected" id="SPELLING_ERROR_32">alféizar</span> de mi ventana.<br /><br />-Ya sabe, su informe debe aclararnos cual es el principal proveedor de esa nueva droga.-continúa diciéndome la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_33">puñetera</span> cucaracha.-No podemos permitirnos una competencia de esa categoría. El comercio internacional de Carne Negra se vería seriamente amenazado si el <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_34">yagé</span> se hiciera popular entre bohemios y ocultistas. ¿No ha oído hablar antes de esa prodigiosa droga?<br /><br />-Me temo que no.-le contesto a la cucaracha, que a cada momento se parece más a un escarabajo pelotero que estuviera recogiendo los huesos <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_35">espongiformes</span> de la bestia que devoré anoche y formando con ellos una esfera cuya arquitectura caótica reflejara los misterios mas profundos de la estructura del cosmos.<br /><br />-Su principio activo tiene un nombre poco discreto.-me dice la cucaracha.-Se llama <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_36">telepatina</span>, ¿puede creerlo? Una droga que no solo estimula la creatividad y eclipsa lo absurdo de la existencia sino que además le permite convertirse en un mirón de los pensamientos de los demás. Creo que se trata sin duda de la perversión suprema. ¿Qué opina usted, 777? ¿Le gustaría saber que tengo dentro de la cabeza en estos momentos?<br /><br />-Me gustaría que dijera la frase final.-le digo a la cucaracha, mientras meto mis pies envueltos en calcetines deshilachados dentro de dos pesadas botas de piel de elefante de la Selva Negra.<br /><br />-Oh, por favor.-me dice la cucaracha con tono zalamero.-Se bien como mira a los efebos de la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_37">Interzona</span> cuando tiene tratos con ellos. ¿Es que quiere hacerme creer que con esos contactos esporádicos con ciempiés cubiertos por burdas imitaciones de piel de mujer tiene usted bastante?<br /><br />-Diga la frase final.-insisto.<br /><br />-Queda mucho por hacer.-me dice la cucaracha.-Mucho por experimentar. Incluso con un cuerpo tan delgado y consumido como el suyo….<br /><br />-Diga la frase final.-vuelvo a decir, poniéndome en pie y avanzando hacia ella, levantando una de las botas y amenazando con dejarla caer sobre su diminuta cabeza de insecto.<br /><br />La cucaracha retrocede y suspira profundamente.<br /><br />-Este mensaje se <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_38">autodestruirá</span>.-dice, justo antes de reventar.<br /><br />Mi cocina se llena de sangre ambarina de cucaracha gigante y fragmentos de su quitinoso exoesqueleto. Voy a tener que contratar a alguna criada filipina manca para que la limpie. Pero antes de eso tengo muchas cosas que hacer.<br /><br />Uno de los oscuros vampiros de la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_39">Interzona</span> está en el hueco de la escalera reduciendo a piel y huesos a un desdichado efebo que cometió el error de caer en sus garras. Paso junto a ellos y saludo al vampiro levantando levemente el sombrero. El me contesta <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_40">educadamente</span> con un siseo, salpicado mi ya de por si sucia camisa con una fina lluvia de gotas de sangre. Cuando salgo a la calle un <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_41">ricsaw</span> tirado por un senegalés jorobado por medios artificiales y cargando a una dama de piel transparente que fuma un cigarrillo turco está a punto de atropellarme. Le dirijo un insulto en mandarín al senegalés y una invitación algo procaz en <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_42">serbio</span> a su pasajera. Estoy recuperando el nervio a una velocidad sorprendente, y siento que lleno más mis ropas a cada instante que pasa. Me detengo de repente, comprendiendo la verdad de lo que está ocurriendo. Dedos convertidos en tentáculos con ventosas anaranjadas se cuelan debajo de mi chaqueta en busca de la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_43">moleskine</span>, que descansa en el interior de su funda de cuero. Mis dos piernas se están empezando a unir por la pelvis en una parodia del mecanismo de locomoción de uno de los caracoles del orfebre ruso <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_44">Fabergé</span> cuando mi lengua bifurcada por tres veces consigue abrir la libreta y encontrar una de sus hojas en blanco.<br /><br />-¿Quién mierda eres?-digo con la voz de un eunuco finamente educado al que le estuviera extrayendo los intestinos por la nariz.-Sal si te atreves.<br /><br />Es un cobarde, pero puedo verle. Su error fue imaginar mis ojos como apéndices oculares de un cangrejo de las profundidades abisales, capaces de visualizar todo su entorno e incluso girar una esquina. Le descubro escondido tras una farola completamente empapelada con anuncios groseros de recitales de poesía para pervertidos y amas de casa de mediana edad. Garrapatea nerviosamente en su propia libreta, deteniéndose solo para humedecer su punta metálica con su lengua. Una mano que se está convirtiendo rápidamente en un ala de murciélago consigue encontrar un bolígrafo americano en las profundidades insondables de uno de mis bolsillos. Me olvido del cuerpo del agente enemigo, cubierto por una gabardina que sin duda ha debido robarle algún <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_45">tuareg</span> gigante del Atlas Sur-Oriental, y me concentro en su pluma. La describo rápidamente como una lanza dispuesta a travesar a los traidores hasta acabar con la raíz misma de su comportamiento ruin. Nada mas trazar las tristes palabras en replica sin talento de un poema medieval sobre las alas de la polilla que amenaza con salir volando de entre mis tentáculos, la pluma de mi antagonista adquiere voluntad propia y recuerda de golpe todas las afrentas sufridas a manos de su propietario. Atraviesa su paladar rauda como una flecha y penetra en su cráneo hasta el centro mismo del nódulo <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_46">neurológico</span> donde se originaba su comportamiento criminal. Horrorizado ante el hecho atroz de haber sido convertido a la fuerza en un hombre honrado, el agente enemigo se lleva su arma reglamentaria a la sien y se vuela la tapa de los sesos de una forma profesionalmente aséptica.<br /><br />La polilla revolotea y tengo que capturarla con extremidades que por fortuna han dejado de mutar para volver a doblarla en forma de libreta y describir mi cuerpo como fue desde el principio de este día. Me ajusto la chaqueta y vuelvo a poner el sombrero sobre mi cabeza a tiempo de saludar a un efebo de dulces ojos verdes u torso desnudo que me reconoce y me dirige una seña masónica. Le sigo discretamente, sin querer fijarme en sus largos cabellos rubios ni en la cadencia delicada que marcan sus pies envueltos en sandalias sobre las sucias losas del suelo. A mi lado, sentadas en el suelo, diecisiete mujeres cubiertas por <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_47">velos</span> y con miradas que serían capaces de derretir el corazón de un cínico vocacional desmenuzan cuidadosamente un esqueleto de madreperla que había pertenecido a la más prestigiosa colección de artefactos de arte médico del país, y se introducen los pedazos triturados <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_48">delicadamente</span> por los lacrimales con la ayuda de finas varillas ahuecadas del mejor bambú del sur de Filipinas. Levanto la vista y descubro un dirigible de aire caliente alimentado por un motor <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_49">diesel</span> robado al auto de lujo con el que un noble italiano presumía ostentosamente poco antes del levantamiento de los fascistas. El dirigible es impulsado negligentemente por los aleteos de una pareja de flamencos españoles a los que una sarna virulenta ha dejado ciegos. Una mano delicada de cortos dedos, como los de una niña, se asoma por el borde de la principesca barquilla y deja caer algo que recojo con mi sombrero antes de que toque el suelo. Un pequeño frasco, apenas un <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_50">tubito</span> en el que hay un líquido amarillento que ni deja de moverse hacia arriba y hacia abajo deformando mis propias facciones en una pesadilla <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_51">daliniana</span>. El efebo ha entrado en uno de los salones de té más sórdidos y populares de toda la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_52">Interzona</span>. Cuando entro descubro que una escala trenzada con cabellos de mujeres japonesas torturadas por amores imposibles a ídolos artificiales de la canción esta atada en una de las terrazas, y una mujer de delicados pies descalzos con uñas pintadas de rojo oscuro desciende por ella moviéndose por una agilidad que haría palidecer de envidia a uno mono modificado genéticamente. El traje que lleva la recién llegada le fue robado a una de las preciosas muñecas gigantes que un noble austríaco bastante desquiciado ordenó fabrica hace ya casi setenta años. Es un traje de viuda lujuriosa, con suficientes recovecos y pliegues de encaje como para ocultar un regimiento de húsares con <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_53">sobredosis</span> de cafeína. El rostro de la dama es una máscara de sensualidad y de belleza, inspirado en las seductoras más despiadadas de los prostíbulos más peligrosos de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_54">Macao</span> o de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_55">Saigón</span>. Sus cabellos han sido teñidos de rubio con la respiración de uno de los niños sobrevivientes del escape de agua oxigenada de la factoría bosnia. Nada mas ver sus ojos cubiertos por lentillas con forma de espiral el efebo deja de existir para mí. Ella fue la que dejó caer sobre mí este cilindro del que ha surgido una delicada aguja de metal, tan fina como en cabello de un hada aquejada de consunción.<br /><br />-Es un ciempiés.-me susurra una cucaracha que se sube a una de mis botas.-No te fíes de ella. Es de la oposición. Solo es una delicada y hermosa piel de mujer lo que estás viendo.<br /><br />-¿Y que crees que eso me importa?-le contesto a la cucaracha antes de convertirla en pulpa agonizante bajo la suela de dos centímetros de mi bota.<br /><br />Sin decir palabra una <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_56">cojeante</span> camarero ha puesto sobre la mesa en la que se ha sentado la dama ciempiés una pipa de agua dentro de la que burbujea el corazón aún vivo de un dragón de las arenas. La dama se lleva la boquilla suavemente hasta tocar con ella sus labios y de sus pequeñas fosas nasales atravesadas por anillas surge un valor morado con olor a grosellas envenenadas con arsénico.<br /><br />-Encantado de volver a verle, agente 777.-me dice, con una voz que reduce mi presión arterial hasta límites casi inhumanos.-Tome asiento, por favor.<br /><br />Por ella he olvidado el encuentro con el agente enemigo, por ella he olvidado el síndrome de abstinencia que me está quemando las venas. Por ella incluso he olvidado la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_57">moleskine</span> que pretende seguir volando por debajo de mi chaqueta.<br /><br />-¿Nos conocemos?-le pregunto.<br /><br />-Oh, claro.-dice ella, dando una nueva calada que provoca un suspiro de dragón que hace temblar los deficientes cimientos del local.-No es la primera vez que trabajamos juntos.<br /><br />El camarero me pregunta en la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_58">chapurreante</span> lengua de la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_59">Interzona</span> que deseo tomar. Como tengo costumbre, le contestó en portugués y le pido un vaso de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_60">moloko</span>. Disfruto por un instante del pequeño campo de distorsión real que provoca mi <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_61">inusual</span> petición en el aire de la estancia. El camarero gira una esquina a la carrera deseando llegar a otra realidad para poder encontrar lo que le he pedido. Con el tono justo de un cliente indignado le especifico que la quiero sin navajas justo antes de que desaparezca tras una cortina de cuentas talladas como muelas cariadas de santos islámicos.<br /><br />-¿Ha podido probar la muestra que le he hecho llegar?-me pregunta la dama escorpión.<br /><br />Estornuda ruidosamente y una avalancha de pequeñas criaturas segmentadas con miles de patas surgen de cada orificio de su cuerpo. De su boca, de su nariz, de sus orejas, de sus lacrimales. Una avalancha de insectos ambarinos escapa de debajo de su falda, moviéndose demasiado rápido para sus pequeñas patas. El cilindro caído del cielo ha terminado su proceso de cambio y se ha transformado en una jeringuilla con asas de tijera.<br /><br />-Es <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_62">yagé</span>.-me dice la dama ciempiés, apartando un insecto segmentado de la boquilla de su pipa.-Necesito que lo pruebes.<br /><br />Me quito la chaqueta e ignoro las protestas de la <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_63">moleskine</span> mientras me subo una de las mangas de mi <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_64">policromadamente</span> manchada camisa. Apenas si atraigo alguna mirada aburrida de patrones viciosos deseosos de anécdotas que contar cuando busco una de mis venas a tientas con mis dedos y al encontrarla clavo en ella la fina aguja. Aprieto el embolo de la aguja y es todo el mundo el que retrocede separándose de mi unos centímetros. La claridad que me aporta la droga me golpea con tanta fuerza que estoy a punto de caer del asiento. El susurro que escucho cerca de mi nuca se vuelve inquietante cuando soy capaz de comprender por completo las intenciones de las mandíbulas horizontales de las que surge. Me doy la vuelta rápidamente y descubro la mirada de una cucaracha más alta que yo fija en mis ojos.<br /><br />-<span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_65">Gregorio</span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_66">Samsa</span>.-le digo, para sacarlo de sus casillas.<br /><br /><span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_67">Gregorio</span> cubre su cuerpo quitinoso y alargado con una gabardina arrugada que alguna vez fue usada por un detective italiano que carraspeaba al hablar. Sus antenas están mal dobladas bajo un sombrero de ala demasiado ancha como para resultar elegante. Le empujo de una patada y echo mano a mi chaqueta mientras la dama ciempiés suspira asustada. El tiene y su libreta en las manos, y la tortura atrozmente tirando de sus peludas antenas. Antes de que mis vísceras internas cambien más de lo necesario mi bolígrafo americano describe sobre las alas de la polilla la violenta combustión del cuerpo de <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_68">Gregorio</span> <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_69">Samsa</span> y su posterior conversión en un queso azul en mal estado.<br /><br />-No era esto lo que quería.-me dice la cucaracha en un lamento, la voz de sus alas ahogada por su gabardina, sus mandíbulas a punto de derretirse bajo el sol norteafricano que brilla sobre nuestras cabezas.<br /><br />-¿Cómo podías haberme olvidado?-me pregunta mi amante, la dama ciempiés, haciéndome una de esas preguntas que solo una criatura no humana, como por ejemplo una mujer, es capaz de hacer.<br /><br />-Yo soy el más destacado traficante de yagé.-le digo al cuerpo cada vez mas consumido y maloliente de Gregorio.-La traigo de América del Sur a través de Asia, y mi amante es mi principal contacto. Este es mi informe final como agente de inteligencia de su organización. Si me disculpa, hay otras trece organizaciones secretas a las que tengo que traicionar hoy con elegancia británica.<br /><br />El camarero cojo barre los viscosos restos de Gregorio con una mueca de disgusto en su rostro picado por las viruelas. Un instante después le veo probarse el sombrero de la cucaracha, demasiado pequeño para su cabeza.<br /><br />-Ya te recuerdo.-le digo a la dama escarabajo, que acaricia los cabellos del efebo que me llevó al local, nuestro ocasional amante común en noches de Carne Negra, absenta y canciones en francés.-No dejes de darme tu droga, o acabaré por olvidarte de nuevo.<br /><br />La beso y una corriente de electricidad surge de sus labios inhumanos y paraliza mi corazón para revivificarlo un instante después. Mi mente vuela por el yagé, pero ya presiento el dolor infinito que me provocará su ausencia.<br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo </div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6330787425090300005.post-89464644547580769912008-05-11T16:57:00.006+02:002008-05-11T17:08:45.788+02:00Robert Johnson: La leyenda del hombre que inventó la música del siglo XX<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEisVIg_c1jQ5GX-moaASpv4S4liiSeSEI2qoJCb8vsEKuK9K6gCXCyO31kbaqiUKup-TJqoltAaG9eN52vDlCmCgby5eaGunDzOodyCi4Uk12bPnDhYCOZsqyKbUb3gbaJWhEv0sQj5Bo8/s1600-h/RobertJohson.png"><img style="margin: 0pt 10px 10px 0pt; float: left; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEisVIg_c1jQ5GX-moaASpv4S4liiSeSEI2qoJCb8vsEKuK9K6gCXCyO31kbaqiUKup-TJqoltAaG9eN52vDlCmCgby5eaGunDzOodyCi4Uk12bPnDhYCOZsqyKbUb3gbaJWhEv0sQj5Bo8/s320/RobertJohson.png" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5199136838006387298" border="0" /></a><br /><div style="text-align: justify;">Pocos músicos ha habido en la historia reciente más influyentes que Robert Leroy Johnson, un guitarrista de blues norteamericano que falleció en 1938 a la temprana edad de 27 años. Al mismo tiempo, pocos personajes de la historia de la música son tan misteriosos y han originado tantas leyendas como este bluesman de tortuosa vida.<br /></div><div style="text-align: justify;"><br />Son poquísimos los detalles que se conocen de la vida de Robert Johnson. Se cree que nació en Hazlehurst, en el sureño estado de Mississippi, alrededor del 8 de Mayo de 1911, siendo el decimoprimer hijo de Julia Mayor Dodds. Su padre, Charles Dodds y su madre ya no se encontraban casados cuando él nació, así que Robert nunca llegó a usar el apellido de su padre, empleando en su lugar el apellido de soltera de su madre. No está claro tan siquiera si el joven Robert llegó a asistir a la escuela. Algunos testimonios de la época aseguran que era analfabeto (Una condición por desgracia muy común entre los negros americanos de aquel entonces) mientras que otras hablan de su excepcionalmente clara y preciosista caligrafía. Una firma especialmente hermosa encontrada en un certificado de matrimonio a nombre de Robert L. Johnson suele emplearse como prueba de la, al menos, básica instrucción del joven Johnson.<br /><br />No está muy claro tampoco de donde le vino la afición a la música. Son House, un famoso músico afroamericano de blues de aquel entonces, declaró que un jovencísimo Robert Johnson, con conocimientos rudimentarios de guitarra, empezó a seguirlo obsesivamente deseando aprender de él. Conmovido por el interés del joven, House lo tomó como discípulo e intentó enseñarle su propio estilo de guitarra. Fue inútil. El joven Robert Johnson era, según palabras de House, un auténtico negado para la música. Tras recomendarle que se dedicara a otra cosa, sus caminos se separaron. Poco después, Robert Johnson dejó la zona de Robbinsville donde se había criado. Cuando regresó, tiempo después, Robert Johnson era capaz de tocar la guitarra con una habilidad que el mismo Son House calificó de "milagrosa".<br /><br />¿Que ocurrió durante el tiempo en el que Robert Johnson estuvo lejos de casa? ¿Como consiguió adquirir esa asombrosa habilidad que dejaba asombrados a los músicos mas experimentados? No se sabe lo que ocurrió realmente. Lo que se cuenta es material propio de las leyendas.<br /><br />Se dice que alguien le dijo al joven Robert Johnson que para conseguir su deseo de ser el mejor músico de blues debía buscar un cruce de caminos y allí esperar hasta que alguien apareciera. Johnson siguió el consejo y, solo con lo puesto y su guitarra, se dirigió a un cruce de caminos cerca de la plantación de Dockery. Allí, a media noche, un hombre de piel tan negra como la noche se apareció ante él y le ofreció un intercambio. Ese hombre oscuro era, por supuesto, el mismísimo Lucifer, y el intercambio consistía en el alma de Robert Johnson a cambio de una habilidad musical asombrosa, sobrehumana, que le permitiera convertirse en el rey del blues del delta del Missisippi. Menos de un año después Robert Johnson ya era considerado el mejor músico de blues de todo el sur de Estados Unidos, y había creado un estilo propio que hacia palidecer al de sus predecesores.<br /><br />Lo cierto es que leyendas de ese tipo, en las que el diablo se aparecía a alguien y le ofrecía alguna habilidad especial a cambio de su alma, eran muy comunes tanto entre los negros americanos como entre los habitantes blancos del profundo sur. Versiones similares a la leyenda de Robert Johnson existen para explicar la habilidad prodigiosa de violinistas, jugadores de cartas o incluso carteristas. Además, pensemos que en aquella época, al menos a ojos de los ignorantes habitantes blancos del profundo sur estadounidense, todo lo relacionado con los negros tenía una aureola satánica, sobre todo aquella música infernal que tocaban.<br /><br />Incluso saliéndonos del sur de los Estados Unidos de principios de siglo podemos encontrar leyendas similares asociadas a personajes históricos, como a Nicolás Paganini, del que se decía que tocaba un violín encordado con vísceras humanas y que encerraba las almas de su esposa y su amante, asesinadas como tributo al príncipe de las tinieblas.<br /><br />Sin embargo, hay algunos detalles de la vida posterior de Robert Johnson que han reforzado la leyenda convirtiéndola en una de las más famosas de la historia musical reciente. En cierta forma, Johnson se comportaba como un hombre maldito. Adoptó un estilo de vida nómada, moviéndose sin parar de un pueblo a otro a lo largo del delta del Missisippi. Parecía, según algunos de sus contemporáneos, que no pudiera permanecer demasiado tiempo en ninguna parte, que hubiera alguna fuerza misteriosa que le impulsara a mantenerse siempre en el camino, siempre pasando por cruces de caminos como aquel en el que consiguiera su habilidad a cambio de su alma. A llegar a un nuevo pueblo, lo primero que hacía Johnson era ponerse a tocar en alguna esquina, preferentemente en las barriadas de mayoría negra, recogiendo las monedas que los viandantes dejaban en su sombrero como si fuera un mendigo. Durante esa actuación improvisada podía surgirle algún contrato algo más sustancioso para esa misma noche. Incluso cuando su fama se había extendido por todo el sur de Estados Unidos, Johnson siguió comportándose de la misma manera, como un vagabundo. Testimonios de la época cuentan que, en una ocasión, Johnson había sido invitado a tocar en un festival de blues. La hora de inicio de su actuación había llegado pero Johnson todavía no había aparecido por el pueblo. Suponiendo que no iba a acudir, el resto de los músicos del festival salieron al escenario a tocar. Hacia poco tiempo que habían empezado cuando Johnson apareció, con arena del camino todavía en sus botas, y sin detenerse en ningún momento subió al escenario, tomó asiento y sacó su guitarra. Dos segundos más tarde, había cogido el hilo del tema que se estaba tocando y comenzaba uno de sus asombrosos solos. Cuando el recital estaba a punto de terminar, Johnson volvió a coger sus bártulos, saludó educadamente al resto de los músicos y al público y abandonó la sala y el pueblo, de nuevo caminando.<br /><br />El cazatalentos H. C. Speir convenció a Johnson para que grabara su música y aprovechara la entonces naciente industria musical. Solo llegó a grabar dos discos, uno en 1936, en un estudio improvisado en la habitación de un hotel de San Antonio, y el otro en 1937, en Dallas. Entre estos dos discos Johnson grabó solo veintinueve canciones. Su leyenda habla de una trigésima canción que se perdió en algún momento del proceso de conversión de las cintas a discos, y que constituiría una especie de santo grial para los coleccionistas de material discográfico. En estas grabaciones descubrimos a un Robert Johnson de sonido enérgico, con una técnica instrumental tan prodigiosa que Keith Richards, el guitarrista de los Rolling Stones, creyó al escucharlas por primera vez que había más de una guitarra sonando. Se ha llegado a argumentar que el sonido de las grabaciones está acelerado, aunque la mayoría de las pruebas y la simple lógica lo desmiente (Se podría haber acelerado el sonido por accidente en una de las grabaciones, pero es casi imposible que en dos grabaciones separadas por el tiempo y con equipos diferentes se hubiera producido exactamente el mismo accidente y a la misma velocidad).<br /><br />Como si quisiera fomentar su propia leyenda, Johnson habla en sus canciones de cruces de caminos y de su relación particular con el diablo. Según muchos que le conocieron, cuando hablaba del diablo no se refería al concepto cristiano de Satán, sino al díos Legba, de tradición africana y adorado por cultos afroamericanos como el hoodoo de Nueva Orleans. Si Johnson creía realmente en estos cultos o si sencillamente estaba empleando el folklore de su gente para sus canciones es motivo de debate.<br /><br />Johnson murió el 16 de Agosto de 1938, en un cruce de caminos cerca de Greenwood, en Mississippi. Esto no hizo más que acrecentar su leyenda negra personal. Hay varias versiones sobre la causa de su muerte, pero casi con total seguridad se debió a un envenenamiento por estricnina, provocado por un marido celoso.<br /><br />Su vida había acabado, pero la influencia de su música estaba a punto de comenzar. En los siguientes veinte años, pocos artistas afroamericanos recordaron siquiera el nombre de Robert Johnson. Para ellos había sido poco más que una estrella fugaz, alguien que había brillado durante un corto periodo y que al desaparecer no había dejado nada tras él. Pero las grabaciones de Johnson y su sonido enérgico y de ritmo acelerado tuvieron una influencia radical en los músicos de blues blancos, que de inmediato se convirtieron en los herederos de su legado. Con la influencia de Johnson, el primitivo blues del delta del Missisippi pasó a convertirse en otra cosa, en algo que un día, mucho tiempo después, un locutor radiofónico bautizó como rock and roll.<br /><br />Ha sido denominado "El músico de blues mas importante de la historia", y "El padre del rock and roll". Bajo ese último nombre es homenajeado en el Rock and Roll Hall of Fame. Robert Plant, de Led Zeppelin, dijo en una ocasión que todos los músicos de rock le debían su existencia a Johnson. No deja de ser poéticamente apropiado que una música que desde siempre ha sido considerada "demoníaca" por los sectores mas reaccionarios fuera originada por alguien que vendió su alma al diablo. Cada vez que escuchamos un disco de rock, de pop, de punk o de cualquiera de las ramas en las que la música de influencia americana ha ido dividiéndose a lo largo de los años, no estamos oyendo sino los ecos de la guitarra de un enigmático músico vagabundo del delta del Missisippi.<br /><br />© 2008, Juan Díaz Olmedo<br /></div>Juan Díaz Olmedohttp://www.blogger.com/profile/11935642064323950500noreply@blogger.com4