Imaginemos un pequeño poblado de una época remota. Puede estar en Centro Europa, en la región que ahora conocemos como Rumanía, o en la actual Hungría. También podría estar más hacia el este, penetrando ligeramente en Asia. La época podría ser cualquiera, desde la antigüedad hasta la edad de la ilustración.
Un habitante del poblado muere por causas desconocidas. No ha sido atacado por un animal, no ha tenido ningún accidente trabajando en el campo. Ni siquiera ha muerto de anciano. Se ha ido consumiendo poco a poco, como si algo le hubiera estado robando las energías, y finalmente ha muerto. Los habitantes del poblado, confundidos, entierran al difunto y tratan de encontrar alguna explicación para su muerte. Recordemos que estamos hablando de mentalidades pre-científicas, personas que razonan de una forma mítica. Dios (o los dioses, o la Madre Diosa, o quien quiera que sea la figura principal de la religión del lugar) no es una simple abstracción para los habitantes del poblado: Es una criatura tan real como los animales que ven cada día, como sus familiares, como el señor al que pertenecen las tierras que aran y al que deben ofrecer tributo. Y al igual que existe Dios para ellos, también existe su enemigo, el Diablo. Para los habitantes del poblado, todas esas criaturas que supuestamente habitan el bosque cuando ha caído la noche y que ellos solo son capaces de entrever son siervos del Maligno, y no desean más que llevar la muerte y el caos allá por donde pasan.
Días después, uno de los familiares del difunto afirma que se le ha aparecido durante la noche. Hoy en día comprenderíamos lo que ha ocurrido. El familiar tenía al difunto en sus pensamientos, y por eso lo ha visto en un sueño especialmente vivido. Pero, para los habitantes del poblado, si una persona dice que ha visto a un muerto durante la noche es porqué lo ha visto, porqué hay en juego fuerzas más allá de lo que alcanzan a comprender. Para sorpresa y horror de todos los presentes, el familiar del difunto (Posiblemente su propia esposa, o uno de sus hijos) comienza a consumirse al igual que lo hizo el muerto que se la aparecido. Pocos días después, el familiar ha muerto. Y ahora es otro de los miembros de la familia quien empieza a dar muestras de debilidad. Los síntomas son los mismos. Para los habitantes del poblado la cosa está muy clara: El muerto es el responsable del fallecimiento de sus familiares. También está claro que hay que hacer algo para detenerlo.
Desde una perspectiva actual, es fácil comprender que estaba ocurriendo en realidad. El difunto había muerto de alguna enfermedad, transmitida de una forma que era completamente desconocida para gentes que ignoraban la existencia de las bacterias y los virus. Quizás el origen de la enfermedad se provocase por el contacto con algún animal, y el cadáver original mostrara mordiscos o picaduras. El portador original de la enfermedad trasmitió su mal a quien tenía más cerca: A sus familiares. El contagio a los familiares pudo producirse días después del contagio original, de ahí que los síntomas de la familia se manifiesten solo cuando el portador original ha muerto.
Pensemos ahora que los habitantes del poblado toman la decisión más lógica: Hay que desenterrar el féretro del muerto y abrirlo para averiguar si es él realmente el causante de las muertes que se están produciendo en el pueblo. Quizás por aquel entonces los contagios se han extendido fuera del núcleo familiar, y la psicosis consiguiente ha logrado que muchos de los habitantes del poblado hayan visto al muerto durante la noche, en sueños que confunden con la vigilia. Un grupo de padres de familia, acompañados posiblemente por el sacerdote de la parroquia local, acuden de noche al cementerio y cavan de nuevo la fosa. Cuando abren el féretro, lo que ven les resulta aterrador. El cadáver presenta un aspecto sonrosado, increíblemente sano, como si las secuelas de la enfermedad hubieran desaparecido. El cuerpo está semi sumergido en unos dos o tres centímetros de sangre, que parece surgir de las comisuras de su boca. Los dientes del muerto han crecido desde que lo enterraron, al igual que sus uñas. No hay duda, el muerto ha sido el causante de los misteriosos fallecimientos. Les ha robado la sangre a los habitantes del pueblo hasta matarlos. Ha robado tanta sangre que ha rebosado de su interior. Pero, ¿como se puede matar a un muerto? A uno de los hombres reunidos para tan macabra tarea pudo ocurrírsele esta idea: Quizás haya que clavar el muerto al suelo, para que no pueda salir del interior del féretro. Una buena estaca de madera puede servir para tal propósito. Los hombres ponen la punta de la estaca sobre el pecho del difunto y la golpean para clavársela. Entonces ocurre algo que termina de aterrarlos para el resto de sus vidas: El muerto reacciona con un gemido de dolor, da un respingo como intentando escapar pero de inmediato vuelve a sumirse en el sueño eterno. Completamente horrorizados, pero sabiendo que están haciendo lo correcto, los hombres terminan de clavar la estaca. Quizás le corten la cabeza al difunto, o pongan ese ajo que la partera siempre recomienda para alejar a la muerte en su boca, o a su alrededor. Quizás el sacerdote diga que todo es obra del Maligno y deposite una hostia consagrada o un crucifijo sobre la tapa del féretro, para asegurarse de que el difunto nunca saldrá de allí, ni siquiera en forma de espíritu que pueda colarse bajo las puertas de las casas y no se refleja en los espejos.
¿Que ha ocurrido realmente? Nada que no pase en cualquier proceso de descomposición de un cuerpo humano. Es algo totalmente normal que, en las primeras fases de la descomposición, la sangre sea expulsada del cuerpo, normalmente por aberturas existentes como la boca. Los gases de la descomposición tienen la facultad de hinchar el cuerpo provocando el aspecto hinchado y sonrosado. La piel ha comenzado a encoger, al igual que las encías, de ahí que los dientes y las uñas parezcan haber crecido. Pero, ¿y la sobrenatural reacción del cadáver? Algo también perfectamente normal. Son los gases de la descomposición de nuevo los culpables de este efecto. El atravesar el cadáver con una estaca provocaría un escape violento de los gases por el camino más rápido. Ese camino puede pasar por la garganta, originando un grito inarticulado. También provocaría una convulsión en el cuerpo.
El resto es fácil de comprender. La historia se extiende a las aldeas y poblados cercanos, y de allí al resto del país. Pronto comienza a hablarse de otros casos, en otros poblados. La transmisión oral va adulterando la historia: Hay donde, en lugar de una estaca de madera, se habla de una piqueta de hierro clavada en la frente del difunto. Hay quien dice que es necesario quemar el cadáver a posteriori, o quien afirma que el cuerpo culpable de tanto dolor fue localizado con la ayuda de un caballo blanco. Así, lo que no fue sino un suceso incomprensible para personas que vivían en una época más sencilla y más ignorante acabó convertido en un mito que ha llegado a nuestros días y que sigue siendo capaz de fascinarnos.
© 2008, Juan Díaz Olmedo
Un habitante del poblado muere por causas desconocidas. No ha sido atacado por un animal, no ha tenido ningún accidente trabajando en el campo. Ni siquiera ha muerto de anciano. Se ha ido consumiendo poco a poco, como si algo le hubiera estado robando las energías, y finalmente ha muerto. Los habitantes del poblado, confundidos, entierran al difunto y tratan de encontrar alguna explicación para su muerte. Recordemos que estamos hablando de mentalidades pre-científicas, personas que razonan de una forma mítica. Dios (o los dioses, o la Madre Diosa, o quien quiera que sea la figura principal de la religión del lugar) no es una simple abstracción para los habitantes del poblado: Es una criatura tan real como los animales que ven cada día, como sus familiares, como el señor al que pertenecen las tierras que aran y al que deben ofrecer tributo. Y al igual que existe Dios para ellos, también existe su enemigo, el Diablo. Para los habitantes del poblado, todas esas criaturas que supuestamente habitan el bosque cuando ha caído la noche y que ellos solo son capaces de entrever son siervos del Maligno, y no desean más que llevar la muerte y el caos allá por donde pasan.
Días después, uno de los familiares del difunto afirma que se le ha aparecido durante la noche. Hoy en día comprenderíamos lo que ha ocurrido. El familiar tenía al difunto en sus pensamientos, y por eso lo ha visto en un sueño especialmente vivido. Pero, para los habitantes del poblado, si una persona dice que ha visto a un muerto durante la noche es porqué lo ha visto, porqué hay en juego fuerzas más allá de lo que alcanzan a comprender. Para sorpresa y horror de todos los presentes, el familiar del difunto (Posiblemente su propia esposa, o uno de sus hijos) comienza a consumirse al igual que lo hizo el muerto que se la aparecido. Pocos días después, el familiar ha muerto. Y ahora es otro de los miembros de la familia quien empieza a dar muestras de debilidad. Los síntomas son los mismos. Para los habitantes del poblado la cosa está muy clara: El muerto es el responsable del fallecimiento de sus familiares. También está claro que hay que hacer algo para detenerlo.
Desde una perspectiva actual, es fácil comprender que estaba ocurriendo en realidad. El difunto había muerto de alguna enfermedad, transmitida de una forma que era completamente desconocida para gentes que ignoraban la existencia de las bacterias y los virus. Quizás el origen de la enfermedad se provocase por el contacto con algún animal, y el cadáver original mostrara mordiscos o picaduras. El portador original de la enfermedad trasmitió su mal a quien tenía más cerca: A sus familiares. El contagio a los familiares pudo producirse días después del contagio original, de ahí que los síntomas de la familia se manifiesten solo cuando el portador original ha muerto.
Pensemos ahora que los habitantes del poblado toman la decisión más lógica: Hay que desenterrar el féretro del muerto y abrirlo para averiguar si es él realmente el causante de las muertes que se están produciendo en el pueblo. Quizás por aquel entonces los contagios se han extendido fuera del núcleo familiar, y la psicosis consiguiente ha logrado que muchos de los habitantes del poblado hayan visto al muerto durante la noche, en sueños que confunden con la vigilia. Un grupo de padres de familia, acompañados posiblemente por el sacerdote de la parroquia local, acuden de noche al cementerio y cavan de nuevo la fosa. Cuando abren el féretro, lo que ven les resulta aterrador. El cadáver presenta un aspecto sonrosado, increíblemente sano, como si las secuelas de la enfermedad hubieran desaparecido. El cuerpo está semi sumergido en unos dos o tres centímetros de sangre, que parece surgir de las comisuras de su boca. Los dientes del muerto han crecido desde que lo enterraron, al igual que sus uñas. No hay duda, el muerto ha sido el causante de los misteriosos fallecimientos. Les ha robado la sangre a los habitantes del pueblo hasta matarlos. Ha robado tanta sangre que ha rebosado de su interior. Pero, ¿como se puede matar a un muerto? A uno de los hombres reunidos para tan macabra tarea pudo ocurrírsele esta idea: Quizás haya que clavar el muerto al suelo, para que no pueda salir del interior del féretro. Una buena estaca de madera puede servir para tal propósito. Los hombres ponen la punta de la estaca sobre el pecho del difunto y la golpean para clavársela. Entonces ocurre algo que termina de aterrarlos para el resto de sus vidas: El muerto reacciona con un gemido de dolor, da un respingo como intentando escapar pero de inmediato vuelve a sumirse en el sueño eterno. Completamente horrorizados, pero sabiendo que están haciendo lo correcto, los hombres terminan de clavar la estaca. Quizás le corten la cabeza al difunto, o pongan ese ajo que la partera siempre recomienda para alejar a la muerte en su boca, o a su alrededor. Quizás el sacerdote diga que todo es obra del Maligno y deposite una hostia consagrada o un crucifijo sobre la tapa del féretro, para asegurarse de que el difunto nunca saldrá de allí, ni siquiera en forma de espíritu que pueda colarse bajo las puertas de las casas y no se refleja en los espejos.
¿Que ha ocurrido realmente? Nada que no pase en cualquier proceso de descomposición de un cuerpo humano. Es algo totalmente normal que, en las primeras fases de la descomposición, la sangre sea expulsada del cuerpo, normalmente por aberturas existentes como la boca. Los gases de la descomposición tienen la facultad de hinchar el cuerpo provocando el aspecto hinchado y sonrosado. La piel ha comenzado a encoger, al igual que las encías, de ahí que los dientes y las uñas parezcan haber crecido. Pero, ¿y la sobrenatural reacción del cadáver? Algo también perfectamente normal. Son los gases de la descomposición de nuevo los culpables de este efecto. El atravesar el cadáver con una estaca provocaría un escape violento de los gases por el camino más rápido. Ese camino puede pasar por la garganta, originando un grito inarticulado. También provocaría una convulsión en el cuerpo.
El resto es fácil de comprender. La historia se extiende a las aldeas y poblados cercanos, y de allí al resto del país. Pronto comienza a hablarse de otros casos, en otros poblados. La transmisión oral va adulterando la historia: Hay donde, en lugar de una estaca de madera, se habla de una piqueta de hierro clavada en la frente del difunto. Hay quien dice que es necesario quemar el cadáver a posteriori, o quien afirma que el cuerpo culpable de tanto dolor fue localizado con la ayuda de un caballo blanco. Así, lo que no fue sino un suceso incomprensible para personas que vivían en una época más sencilla y más ignorante acabó convertido en un mito que ha llegado a nuestros días y que sigue siendo capaz de fascinarnos.
© 2008, Juan Díaz Olmedo
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